Inicio › Foros › Historias y gestas › I. Frío
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En este momento cualquier extranjero podría asegurar que todas las noches en Naggrung son igual de frías. Un gélido y húmedo frío que penetra en tu cuerpo hasta los huesos independientemente de la cantidad de pieles con las que intentes cubrirte. Un frío que no eres capaz de espantar ni siquiera cobijado junto al vivo fuego de una hoguera. Un frío que probablemente se haya cobrado más vidas a lo largo de todos los años que lleva asolando la isla que todos esos malditos demonios de Seldar juntos. Para todos esos imbéciles el frío de Naggrung es siempre el mismo: aterido, calado y mortal. Sin embargo, cualquiera que se atreva a afirmar tal cosa se estaría equivocado. Únicamente aquellos desafortunados que vivimos cada día de nuestra vida en esta recóndita isla somos capaces de percibir, distinguir e interpretar esas pequeñas variaciones en los diferentes matices que ofrece esta tierra nevada. Esos ligeros cambios en la temperatura que te permiten deducir cuanto tiempo queda hasta la siguiente helada. Esas mínimas alteraciones en la textura de la nieve recién caída por la mañana que te indican que pasos y travesías de la isla aún permanecen cerrados y cuales abiertos. Esos pequeños cambios en la forma de las nubes que conforman la tormenta que rodea a la isla, pudiendo así predecir las zonas que se verán anegadas en la próxima ventisca. O incluso las variaciones en el timbre del silbido de los vientos que llegan hasta la isla, recorriendo antes el Mar de Hielo. Clara señal de la fragmentación de los grandes icebergs y placas de hielo que permiten volver a navegar a través rutas marítimas. Multitud de insignificantes detalles para muchos, y claras señales para otros, que esta maldita isla arroja a cada momento. Detalles en Naggrung que, según el momento y el lugar, no prestarles la atención merecida puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte.
Esta noche va a ser fría. Mucho más fría que noches pasadas de la última estación de las nieves. El frío hacía tiempo que había empezado a congelar los vidrios de la ventana y una muestra de ello era la aparición de pequeños cristales de hielo en sus juntas de madera. Cristales de hielo que se habían ido extendiendo lentamente sobre el vidrio conforme caía la noche y las temperaturas descendían. Sin embargo, su estructura, en vez de asemejarse a formaciones estrelladas de múltiples puntas, tenían un aspecto más parecido a cúmulos hexagonales, como si una multitud de abejas de hielo hubieran decidido crear sus panales sobre el vidrio de la ventana. Sin duda, un claro signo del descenso acusado de la temperatura del aire. Uno de muchos. Esta noche sería muy fría.
Aunque, en una noche como hoy, tampoco había que ser un genio para darse cuenta de que frío empezaba a adueñarse salvajemente del exterior. Cualquiera con un mínimo de lógica podría darse cuenta de ello. Tan solo con dejar de mirar la ventana del local y girar la cabeza hacia el interior para observar. La maldita taberna estaba al completo. Apenas quedaba espacio libre en la sala común y hacía rato que la gente se había ido arremolinando alrededor de la chimenea. Del mismo modo que un cartel con la palabra completo, al lado de las escaleras que daban acceso a la sala dormitorio, se podía ver desde cualquier punto de la taberna . Cuando ni siquiera las paredes de una casa son capaces de mantener alejado al frío de Naggrung, no es mala alternativa intentar buscar el cálido ambiente de una taberna. Una alternativa por la que más de uno había optado aquella gélida noche.
A pesar de las muchas diferencias que puedan existir entre todos los habitantes de Keel, en noche tan frías como esta da igual lo que seas o a lo que te dediques. Da igual el color de tu piel, los orígenes de tu raza o incluso la lengua que hables. Se podían ver a ladrones y piratas sentados junto a las mesas de comerciantes. Pescadores y trabajadores del puerto al lado de la mesa de varios traficantes y contrabandistas. Incluso a gente adinerada que no solía aparecer por la taberna, sentada en mesas junto a mendigos o putas, compartiendo la lumbre de aquella chimenea mientras esperan con cierta esperanza algún bocado caliente que llevarse a la boca. Vana esperanza. Si este aumento del frío se hacía constante durante las noches venideras, sin duda, muchos de ellos no llegaran vivos a ver la próxima estación, aunque probablemente, como todos los días desde que llegaran a esta isla, sobrevivir hasta el día siguiente ya será un logro para algunos de ellos.
Muchos de los clientes de la taberna permanecen callados. Aun con el cansancio de las duras jornadas de trabajo, o tal vez la congelación a causa del frío, dominando por completo sus rostros. Rostros iluminados por el vaivén de luces que arrojan las llamas de la chimenea, alterados de vez en cuando por los leves destellos producto del fuego al adentrarse en el interior algún tronco de leña. Otros clientes, sin embargo, hablan animadamente en algunas de las mesas más alejadas de la taberna. Ríen sonoramente mientras conversan con amplias sonrisas en sus rostros, llenas de mellas en algunos casos, como si esta maldita noche de frío no les afectase para nada. Ropa de abrigo, sucia, con mucho polvo encima y manchas de hollín en sus guerreras. Armas sencillas, dagas y espadas cortas enfundadas en viejos cinturones de curo deslucido por el paso del tiempo. Juzgando su aspecto dudo que errara al decir que son simples bandidos o saqueadores. Y probablemente su estado de ánimo se deba a que tras su jornada de hoy hayan encontrado algo de valor después de rebuscar largas horas entre las ruinas de las afueras. O tal vez esas estúpidas sonrisas se deban a que la comida y bebida, recién servidas por el tabernero, haya espantado de sus cuerpos el reciente recuerdo del frío que le aguarda al otro lado de la puerta de la taberna. Pobres desgraciados. Lo más probable es que mañana acaben muertos, devorados por algún demonio o sepultados con algún derrumbe de las ruinas.
Pero no se les puede culpar por ello. Ni a esos saqueadores, ni al resto de los rostros que se encuentran en la taberna. Muchos de ellos, rostros sin nombre, fugaces, anónimos y desconocidos. Rostros que probablemente no vuelva a ver y mucho menos recordar. Tras un tiempo de vivir en Keel, dejas de darles importancia y simplemente asumes la realidad. Sin embargo, uno no puede dejar de fijarse en aquellos otros rostros. En esos en los que la vista se centra al recordar facciones asociadas a un nombre que alguna vez, o todos los días, escuchaste.
Acurrucada en una esquina esta Marla, una vieja humana de piel arrugada que se dedica a amasar pan con harina de pescado, y según dicen adulterada con barro o ceniza. Llegó a Keel algunas estaciones después que yo y teniendo en cuenta que aún sigue con vida, supongo que hasta ahora ha sabido mantenerse apartada de jaleos y follones. Aunque siendo realista, en Keel, una vieja panadera no podría llegar a suponer ningún tipo de interés para nadie. Incluso ni si quiera para aquellos que buscan cualquier agujero, sea de la edad o raza que sea, en donde meter su miembro a cambio de unos jinnys.
Aquel otro gnoll de allá es Fulcer. Un saqueador de la banda de Tharg retirado a la fuerza. Recientemente una sección de pared en las ruinas en donde andaba metiendo el hocico se le cayó encima y le aplasto una de sus piernas. Ahora se pasa la mayor parte de su existencia bebiendo, y gastando el poco dinero que le queda, en esa taberna cerca de la puerta oeste. Es extraño que haya arrastrado su culo de hiena hasta aquí esta noche. Probablemente, en ese antro, haga tanto frío que a estas horas se encuentre cerrado. O sencillamente ese maldito lagarto haya vuelto a preparar tal asquerosidad de menú que ni siquiera el mismo pueda comérselo.
Sayid. Siempre sentado en su mesa. Solo, sin aceptar compañía alguna. Aun no sé qué coño llevó a ese sarraceno a abandonar el desierto y venirse a Keel, rodeado de nieve y frío. No me gusta. Sigo pensando que es otro maldito estafador interpretando un papel tan ensayado que hasta el mismo ha empezado a creérselo. Aunque después de tantos años, quien sabe, y más pagando religiosamente su estancia en el hostal a cada estación que pasa. Él ya estaba aquí cuando pise por primera vez las calles de Keel y aun así apenas conozco nada del. Únicamente los rumores que se cuentan de él por los rincones y lugares oscuros. Un sarraceno del desierto en misión sagrada para acabar, utilizando una espada bendecida por los dioses, con un general demoníaco. Joder, si hasta las historias que cuenta ese bocazas de Weremy Jade son más creíbles.
Aquella otra de allí, sentada junto al rosal. Flesia, creo que se llama. Una de las putas del cabaret al otro lado de la ciudad, o al menos lo era la última vez que puse un pie en aquel sitio. Aunque, es extraño que a estas horas de la noche se encuentre aquí dentro y no trabajando. A juzgar por su aspecto sucio y desaliñado, y sobre todo por los moratones que, aunque intente ocultarlos, decoran macabramente su rostro, hace tiempo que no debe acudir por el burdel. Esa Rose es un mal bicho. Nunca he conocido a una halfling con tan mala leche como ella. Flesia no es la primera que pierde su trabajo en el burdel por discutir con Rose, y de seguro no será la última tampoco.
Ese de ahí, Slac. No. Skav, un contrabandista llegado a la ciudad hace algunas estaciones. Reservado, y de momento preocupado únicamente por sus propios asuntos, aunque algunos rumores dices que ha tenido problemas con los corsarios de la ciudad. Algo normal, por otro lado, entre la gente de su gremio, ya que esos bastardos sin escrúpulos suelen extorsionar a mercaderes recién llegados o con posibles, en busca de un sobresueldo a su mísero jornal. Cualquier trabajo que puedas encontrar en esta ciudad es una mierda, y desde luego los pocos cobres que puedes conseguir con tu esfuerzo no compensan, ni el frío ni los peligros diarios que supone vivir aquí. Cualquiera que diga lo contrario mentiría. Y si no lo hace, es porque pertenece a ese reducido grupo de la ciudad que se enriquece a costa del sufrimiento de gente como esta.
Y por supuesto Frick, Frick Parson. Si no conoces a Frick y a su maldita taberna es que acabas de llegar a la ciudad. Es extraño pensar que, en medio de todo el caos de esta ciudad de asesinos y ladrones, pueda haber un lugar neutral. Un lugar seguro en donde descansar cuando estas agotado y sin un ápice de energía. Un lugar al que acudir en busca de una chimenea bajo la que resguárdate ante el atroz frío que asola toda Naggrung. Por mucho que lo asegures, nadie se lo llega a creer hasta que no cruza la puerta y se mete dentro de estas cuatro paredes. Ese maldito gangoso parece que han nacido con una estrella debajo del culo, aunque no se puede decir que todo en su vida haya sido suerte. Sin embargo, de entre todos los que hay aquí en la taberna, probablemente la historia de Frick sea la mejor de todas, o al menos el mejor ejemplo de superación que se puede ver en un tipo como él. La gente del continente nos ve como salvajes y asesinos que podríamos llegar a hacer cualquier cosa a cambio de un puñado de monedas. Pero nunca hablan de las atrocidades que ellos mismos cometen. Frick tubo mala suerte en ese sentido. Como todo bardo, le gustaba cantar y rondar a las mujeres. Pero eligió a la mujer equivocada y algún soberbio de Takome no vio sus cantares con buenos ojos. Le destrozaron la garganta de tal forma que ya no pudo volver a hablar bien en su vida. Posiblemente hubiera sido mejor que le cortaran la garganta. Al menos eso hubiera sido un gesto de misericordia. Malditos capullos. Tiempo después, con un poco de ayuda y sin poder hablar prácticamente nada, Frick llegó a Keel. Sin posibilidad de volver a cantar, Frick demostró sus dotes de artista en la cocina, y con el tiempo montó este sitio, “La garganta afinada”. Irónico y cruel. Si no fuera porque el mismo eligió el nombre de la taberna, diría que alguien quería reírse de él de por vida. Sin embargo, se puede decir que esta taberna es uno de los lugares más conocidos en todo Keel. Un lugar al que acudir cuando no tienes ningún otro sitio. Y todo gracias al esfuerzo de ese pobre desgraciado. Quién lo diría.
Un grupo de figuras desciende por las escaleras del dormitorio. Van ataviados con largas capas que cubren la mayor parte de su cuerpo y capuchas que ocultan sus rostros. Prendas de visible calidad, confeccionadas con diferentes pieles de pelo blanco. A lo mejor en cualquier otro lugar, prendas similares se hubieran considerado parte de algún tipo de uniforme militar, o distintivo de gremio u organización. Sin embargo, aquí en Naggrung únicamente podían significar una cosa. Cazadores de demonios. Aunque el número de demonios en la isla había descendido con el paso de los años, estos seguían constituyendo uno de los grandes peligros de esta tierra, por ello, las partidas de caza hacia el interior de Naggrung seguían siendo habituales. Sin embargo, la forma de combatirlos había evolucionado al mismo ritmo que la propia ciudad lo había hecho. Todos hemos escuchado esas antiguas historias. Historias de otra época. Épocas en las que las sociedades civilizadas de Dalaensar mandaban a sus prisioneros y exiliados a Naggrung para morir. Como si esta isla fuera un monstruo gigante que devorara a todo aquel que pusiera un pie sobre ella aplicándose así un castigo divino merecido por sus crímenes cometidos. En aquella época, Keel debió de ser un lugar difícil en donde sobrevivir. Una sociedad prácticamente anárquica surgida de una comunidad de ladrones y asesinos. No es de extrañar que cuando la ciudad se colapsaba con la llegada de nuevos prisioneros, estos fueran obligados a la fuerza a vestir el hierro para combatir en la fría nieve a los demonios de la isla y ganarse así el derecho a vivir en su propia porción de isla maldita. En parte hay que reconocer el ingenio de aquellos que asumieron el mando de la ciudad. Controlar la población de la ciudad y mantenerla a salvo de los demonios. Supongo que era otra época, y entonces los problemas se veían desde una perspectiva diferente.
Con el paso de los años, cuando el nombre de Keel fue conocido por las ciudades de Dalaensar, estas dejaron de enviar sus prisioneros a Naggrung. Y con ello, el número de nuevos reclutas dispuestos a perder la vida luchando contra los demonios cayó en picado. Fue entonces cuando la ciudad empezó a contratar a mercenarios para mantener alejadas a los demonios de las áreas cercanas a Keel. Partidas de caza siempre formadas por cazadores a sueldo. Bien entrenados y aun mejor pertrechados, tal y como podía observarse a los sujetos que tan solo unos segundos atrás habían aparecido en la sala común. De cualquier otro modo, sería imposible hacer lo que ellos hacían. Abandonar la seguridad de las murallas de la ciudad y adentrarse hacia las profundidades de la isla en la oscuridad de la noche. Exponerse a los peligros de Naggrung. A los demonios, a las bestias salvajes y a ese maldito frío. No mucha gente estaba dispuesta a realizar tal locura, a pesar de ser uno de los trabajos mejor pagados en la ciudad.
Miradas de descontento, mezcla de indignación y temor, se suceden hacia la puerta cuando el grupo de cazadores abandona la taberna. Durante unos segundos el bullicio se silencia conforme el gélido frio del exterior penetra en el local. Las llamas de la chimenea flaquean hasta casi apagarse por completo. Mantas cubren repentinamente algunos rostros, mientras que las solapas de algunas camisas y guerreras se ciernen en torno a cuellos. Naggrung está esperándonos ahí a fuera, como un voraz lobo que acecha en la oscuridad de la noche a su presa. No descansará hasta que nos lleve al otro mundo con su gélido abrazo. Y el frío, el maldito frío que propaga por todos sus dominios helados, es su cruel forma de recordárnoslo. No voy a hacerla esperar demasiado.
Al fin consigo ver el fondo de la jarra, aunque reconozco que tampoco he tenido prisa por ello. La cerveza que había en ella ha ido desapareciendo con sorbos lentos conforme el tiempo pasaba, velando por la llegada de la media noche. Está amarga y posee cierto toque de acidez. Una porquería. Nunca me ha gustado demasiado la cerveza de la taberna. Sin duda Frick es un genio cocinando, pero no tiene ni puta idea de buenas cervezas. Supongo que en Keel, la mejor cerveza es la que se puede encontrar en Los siete Garfios, ese mugriento tugurio del puerto. Pero no hay quien ponga un pie en el local de Phelipo. Sin duda uno de los sitios más vomitivos de toda la ciudad, únicamente comparable a las alcantarillas que se encuentran bajo las calles. Apenas consigues caminar un par de pasos antes de que las botas se te queden pegadas al suelo por la cantidad de grasa que hay acumulada. No sé cómo ese gordo aún tiene clientela. Supongo que, como yo, muchos otros aprecian el sabor de la cerveza que él mismo prepara, aunque, yo al menos, aún creo poseer algo de sentido común. ¿Te puedes imaginar muerte más triste que morir entre vómitos y heces por haber contraído alguna enfermedad al ir a aquel sitio? Aun le tengo algo de aprecio a mi vida.
La media noche ha llegado. Supongo que ninguno de los que se encuentran en la taberna han llegado a escuchar el lejano sonido del cuerno del cambio de guardia. Están demasiado ocupados, pensando en el repulsivo día que han pasado o en la desgracia que les espera mañana. Pensando en el frío, o en la lumbre de la chimenea. En las escasas monedas que habrán ganado hoy y si podrán pagar con ellas algo que llevarse a la boca. Desechos y escoria. No merece la pena ni girar la cabeza en busca de unos ojos que te observen, antes de abandonar la taberna. Aquí no le importas a nadie. Ninguno de los de aquí te preguntará a donde te diriges. Nunca escucharas una voz de despedida. Así es Keel.
El murmullo de la gente se ahoga al cerrarse la puerta de la taberna. Ahora el silencio lo inunda todo. La noche es cerrada y apenas se percibe el reflejo de la luna sobre el hielo que recubre los adoquines de la calle. Tenue luz, aunque suficiente para iluminar el encuentro. ¡Aquí estas! Me has estado esperando toda la noche, como una joven enamorada sobre el alfeizar de la ventana esperando a que su amado acuda a verla. Aquí me tienes. De mi boca apenas sale un leve susurro, acompañado por una volátil estela de vaho que de desaparecer a los pocos segundos mientras no puedo evitar que un espasmo recorra toda mi columna vertebral.
“¡Joder que frío!”
. Derek
I'm alone... On this icy island of death and darkness ...
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