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Dylam abandonó la estancia con gesto contrariado y con claros síntomas de preocupación en su rostro. A fin de cuentas, todo lo acontecido y que Torquemada le había reprochado, motivaba su airada actitud hacia él y el viejo sádico no estaba exento de razón, el Imperio no puede transmitir esa imagen de indefensión ante los enemigos.
Es cierto que los años en los que las fuerzas imperiales percutían como arietes en las defensas enemigas han quedado relegadas a conversaciones de taberna, que la escasez de efectivos ha hecho mella no solo en los ánimos de las tropas, si no que ha empequeñecido en cierta manera la imagen que proyecta la maquinaria propagandística imperial. Fruto de ello, no solo han surgido grupos de insurgentes, como los detectados últimamente en Ryniver y que vienen a sumarse a los “sospechosos habituales” como son el Culto al Lujo y los bandidos de DeGaulé, si no que las fortificaciones imperiales, y Galador en particular, han sido objeto de numerosos ataques.
Entre todas estas divagaciones, Dylam no pudo evitar recordar las últimas palabras de su interlocutor que dieron por cerrada la conversación: “Soluciónalo… para ayer”. La intranquilidad se adueñaba de su estado de ánimo y eso hacía percibir a los influyentes nobles de la ciudad, que a menudo transitaban por su zona de influencia, que algo no marchaba según lo deseado.
Visart se giró rápidamente al notar un contacto brusco en su pierna y solamente pudo atisbar a un joven pícaro alejarse entre los callejones. De manera intuitiva, echó mano a sus pertenencias, tratando de comprobar que todo se encontrara en su sitio, cuando de repente encontró una pequeña nota doblada junto a su cinturón, en uno de los pequeños pliegues que le servían de bolsillos. “Cuando caiga la noche, reunión en la sala nobiliaria.”
Notas con idéntico mensaje llegaron al resto de nobles y cargos de entidad que se encontraban en el reino.
Como de costumbre, los asistentes se cuidaron de no aparecer con compañía indeseada, evitando así que la clase baja de la ciudad se inmiscuyese en asuntos concernientes solamente a la alta alcurnia. Puntual cual mecanismo, los cirios de la estancia se prendieron al caer la luz solar y escasos segundos después comenzó el Heraldo con su oratoria.
“El Imperio… Seldar requiere una vez más una muestra de compromiso por nuestra parte -comenzó de manera atropellada y con palpable tono dubitativo que trató de paliar con el sonido grave y más alto que de costumbre de su voz-. Su obra debe perpetuarse y para ello no solo debemos golpear cual martillo castigador, si no que debemos ser escudo ante los ataques de los herejes. -Antes de comenzar de nuevo, hizo una pequeña pausa que dio paso a un ligero murmullo jalonado con gestos de aprobación por parte de los presentes- Por todos es sabido que son tiempos difíciles, que el cerco se cierra sobre nuestras murallas y que cada vez más miserables osan probar fortuna contra nuestras defensas. Muchos de estos percances no suponen riesgo real para el imperio, si bien algunos ataques -los menos, se apresuró a puntualizar- ponen en entredicho la eficacia de nuestras tropas. Y si hay algo que envalentone a esos herejes es no verse derrotados por aplastamiento, cual clavos, día sí y día también. Tenemos que erradicar este tipo de situaciones y por ello, en definitiva, es por lo que os he convocado.”
- Sabes que la natalidad no ha sido nuestro fuerte desde hace décadas, no podemos llamar más miembros a filas -expreso alicaído uno de los presentes.
- Yo mismo custodiaría las puertas de este sagrado recinto si fuera necesario -aseveró bravuconamente otro.
“Tranquilicémonos, Seldar nos ha revelado el camino a seguir. El mismo nos proveerá de una guardia “más acorde” con los tiempos que corren…pero como todo en esta vida, tiene un precio, un sacrificio que debe colmar sus expectativas, pues no malgastará su poder en proteger a unos pusilánimes que no son capaces ni de complacerle, ni siquiera de valerse por sí mismos, engrandeciendo y propagando su nombre por donde vayan.”
- ¿Cuántas cabezas requerirá en esta ocasión?
“No es tan sencillo, esta vez creemos que, por la magnitud del hecho, debemos tener un “detalle especial” por llamarlo de algún modo. Pero antes de que os arranquéis con una retahíla de propuestas, ya me he encargado de solucionarlo. He contactado con un afamado maestro artesano, que por el precio adecuado nos creará un elemento que sacrificar que inequívocamente colmará los deseos de nuestro señor…. Y aquí es donde entran ustedes. Necesitamos satisfacer tal cuantía, que en próximas fechas quedará fijada, y poder dar carpetazo de una vez por todas a este asunto. Por ello se va a establecer un impuesto recaudatorio, que a ojos de los dendritas de a pie irá dirigido a unas urgentes e indemorables mejoras en la Catedral. Cuando alcancemos las exigencias del artesano, reevaluaremos la situación. Sin más, podéis marchar… sobra decir que cualquier indiscreción sobre lo aquí tratado hará inmensamente feliz a nuestro verdugo, que lamentablemente no cuenta con mucha ocupación últimamente.”
El grupo desalojó la estancia de manera rápida y discreta mientras Dylam se recogía a sus aposentos. Sin duda había sido la decisión más acertada, al menos a sus ojos, y el éxito que con toda certeza tendría su plan le haría volver a contar con el favor de Torquemada, con quien afortunadamente no había tenido el “placer” de coincidir desde la tormentosa reunión en sus dependencias.
Historias del Imperio – De como Seldar intercedió por defender su Imperio (Parte I)
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