Inicio › Foros › Historias y gestas › Irhydia: La carta de felicidad. Preparando la despedida (1 de 2)
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Al fin llegó el día, el momento de la despedida.
Ya fue demasiado lo sufrido, lo mal vivido. Esos fanáticos obsesionados con Eralie y su divina magnificencia, que se hacían llamar mis padres adoptivos.
Tal vez me acogieron hace años, mas no me criaron ni me enseñaron nada. Nada bueno, al menos. La verdad, es que me quedé huérfana, sin familia, a los diez años, y absolutamente nadie ha cubierto ese hueco desde entonces. NO es que fuese necesario que tal cosa sucediera, obviamente, aunque habría agradecido algo de amabilidad de parte de mis anfitriones. Lástima que haya tanto descerebrado suelto por la ciudad, tanto irracional, tanto falto de luces, tanto hipócrita camuflado entre las capas de la religión y los valores de una ciudadanía, valores que los más poderosos o, simplemente, los que pueden permitírselo, rompen una y otra vez. El bastión del supuesto bien no es una excepción. Irrelevante es el sistema, pues todo tiene dilema.
Obviamente no todo creyente es tóxico. Da igual en lo que creas. Ese hecho me lo mostraría el tiempo y las conversaciones al final. Incluso los seldaritas o los amantes de ralder tienen gente entregada, dispuesta y empática a su servicio. Algunos un poco salvajes, puede ser, pero buenos, al fin y al cabo. Otra cuestión a resolver sería determinar qué es bueno o malo, pero dejaremos esa absurda tarea a los eruditos más presuntuosos y aburridos que, en vez de investigar cosas útiles, como el pasado o las lenguas, se dedican a filosofar sobre ética, una y otra vez, en un bucle interminable y eterno, como las puestas y salidas del Sol. Todo ello, mientras los dioses lo consientan, por supuesto.
Creo que lo único bueno que hicieron esos padrastros (o piedrastros, depende de la perspectiva de cada uno), fue animarme a entrenar en las artes de la guerra. La defensa personal es importante para cualquiera que se precie, sobre todo si tus horizontes son abiertos y te animan a explorar el mundo. Sin embargo, no solo aprendí a defenderme, sino que lo hice sobresaliendo en el manejo de filos ligeros y armas de proyectiles, como el arco, fiel compañero de aventuras y de caza, la cual, por cierto, también empecé a comprender por aquellas fechas.
Cómo no, tal retribución a mi dolor merecía una recompensa. ¿Qué mejor manera que felicitar a esos malditos bastardos por lo que me hicieron durante tantos años que con un escrito especial?
Desde la niñez, siempre me han interesado las historias contadas en pequeño comité, entre amigos y familiares, acompañadas de la tenue lumbre del manto nocturno y del calor de un fueguecillo en el claro de un bosque. No obstante, aunque se me daba bien escucharlas, no era tal el caso para inventarlas. No es que fuese bufón por ignorante en el uso de las palabras, pero me resultaba complicado. Y por ello, un semi-elfo bardo, originario de Veleiron, venido a Takome para ganarse un salario en la taberna más famosa del reino, decidió ayudarme en el cometido, a cambio de un sabroso botín en forma de carne de lobo.
No lo culpéis. En serio. Bagorir es un buen hombre. Joven por aquel entonces, no disponía de una familia precisamente adinerada, y por ello los servicios personalizados, bajo promesa de confidencialidad, tenían un coste, el cual acompañaba de cuantiosa propina en forma de otros senseres no solicitados. ¿Necesitaba dos lobos enteros? NO hay problema. Por el mismo trabajo le entregaba cinco, y así, de paso, ayudaba a las partidas de cazadores de Takome rebajando la peligrosidad de los bosques de Thorin.
Explicado lo anterior, paso a mostraros a vosotros, ávidos lectores de algún lugar de Eirea que no sé si conoceré, lo que fue expresado con tinta rojiza como la sangre, sobre un pergamino fino, tejido con lino, y raído por las ascuas del puro odio. Siento no poder mostraros el original, pues creo que esos insoportables engendros de humano quemaron mi regalo al verlo.
Por cierto, me han llegado rumores recientes de que esos locos siguen respirando, para mi desgracia. Viejos, canosos y encorvados, cuan enormes dromedarios, pero vivos. Tal vez vaya a hacerles una visita algún día, aunque en el fondo no vale la pena.
EN fin, sin más dilación, os dejo con mi oración. Una vez más, mis mayores y sinceros agradecimientos al segundo mejor medio hombre que he tenido el privilegio de conocer, sin cuyo aporte, el escrito que sigue no habría sido posible.
¡Pasadlo bien!
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