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AnónimoInactivo6 septiembre, 2020 a las 19:40Número de entradas: 175
Esta historia tiene lugar en la posada del Pulgar Gigante, en la ciudad de Keel.
Aesiria estaba sentada en una mesa de madera circular junto con dos forajidos más. Miraba su copa ensimismada, con los pensamientos en algún lugar lejano. El ruido de fondo en la posada recordaba al de la marea baja. Pescadores cubiertos con sus viejos chalecos empapados, el humo de las pipas y el chocar suave de las copas contra el mostrador.
De repente entraron 4 hombres en aquella posada. A diferencia del resto de transeúntes, estos se plantaron en la entrada y escudriñaron toda la sala, como buscando algo. Luego, con la mano en el bolsillo, se dirigieron a la barra y rodearon a un transeúnte de pobres vestiduras acompañado de una niña. Empezaron a hablar en voz baja, no se sabe bien de qué, pero su pose y sus gestos aparentaban ser amenazadores. Nadie hizo un solo gesto y aquél pobre hombre pasó a ser invisible. Todo el mundo evitaba mirar hacia allí para no meterse en problemas. Incluso Aesiria, para qué vamos a negarlo.
De súbito, uno de ellos golpeó fuertemente una mesa en señal de amenaza, haciendo que una jarra de allí saliera volando e impactara en la mesa de Aesiria, manchando a todos de cerveza. Con los ojos como platos nuestra protagonista se miró a si misma y luego al maleante. Este se giró y dijo… ¿Y tú que diantres miras?
No hizo falta mucho más para hinchar la venilla en la frente de nuestra bribona, la cual se levant, y moviendo sus caderas como una gata en la noche, se acercó al villano y con ambas manos en su cintura lo miró de arriba abajo. Luego, antes de que este pudiera mediar una sola palabra, ella cerró su puño como si agarrara las riendas de un huargo y le propinó un tremendo puñetazo en la base de la mandíbula, haciendo que los dientes del maleante saltaran como astillas de un árbol talado. Con los ojos en cruz y la cadera ladeada, dibujando una pose un tanto afeminada, el villano cayó al suelo de bruces impactando su cráneo contra el canto de una mesa, dibujando una figura poco propia de un humano en el suelo.
El resto se giró y perplejos, desenfundaron sus dagas. Aesiria hizo lo propio, desenfundar su puñal y su Daga de cristal, adquiriendo una pose defensiva, doblando las rodillas ligeramente y situando la mayor parte de su peso en la pierna trasera.
El tronar de una silla en la cabeza de uno de ellos no se hizo esperar mucho, uno e los acompañantes golpeó fuertemente a uno de los bandidos en plena sien, dejándolo fuera de combate. Ya solo quedaban dos. Viéndose en inferioridad numérica y superados por la situación, uno de ellos (seguramente el jefe) frotó su anillo y ante una nube de humo desapareció como por arte de magia. El otro restante, saltó por la ventana, astillándose con los cristales y trozos de madera y desapareció en la noche como un gato apaleado.
Resuelta la situación, Aesiria se acercó al hombre, el cual la invitó a tomar una cerveza sin aceptar un no por respuesta. Le dijo que no entendía qué querían aquellos hombres realmente, nunca antes los había visto y no se explicaba aquella situación. ¿La niña? Era su hijastra, la adoptó de pequeña. Él era pescador, tenía una vida sencilla y nunca se metía en problemas. No aceptó que lo acompañaran a su casa, así que muy agradecido, se despidió y marchó por la única puerta de la posada.
Aesiria y sus conocidos se sentaron de nuevo. Tomaron nuevas jarras y copas y hablaron sobre lo sucedido. Fue al poco rato de aquello que un Corsario bien identificado entró por la puerta junto con dos guardias más y gritó con pose firma a todos los allí presentes.
“Aquí se ha cometido un crimen. Lesfora castigará a todo aquel que se haya saltado la ley, a no ser que soltéis la cantidad de 50 monedas de platino cada uno”.
Apenas terminó su frase y el grito de una niña se oyó desde fuera de la posada. La situación era delicada. ¿qué hacer?
Entre los tres apenas reunían 45 platinos. Enfrentarse a Corsarios bien armados podía ponerlos en problemas, pero… ¿aquel grito familiar de socorro?
Aesiria vaciló durante un instante, luego tomó el dinero de sus conocidos y dijo: Os lo devuelvo antes de que os de tiempo de quejaros por mi ausencia. Se dirigió al mostrador y con un corte fugaz de su daga, cortó el fardo que el posadero tenía en su cinturón, agarrando una pequeña bolsa de monedas. Le hizo un guiño a este y se dirigió a los guardias. Hizo el intento de entregar las monedas torpemente, se le cayó la bolsa en el suelo. Cuando ambos guardias se agacharon a la vez para recoger el dinero, de un salto, se coló entre ellos hacia la salida y salió por la entrada de la posada. Uno de ellos se encaró con intenciones de seguirla, pero el jefe lo agarró por el hombro y le hizo una seña. Era más importante mantener a toda aquella gente allí dentro que dejar su puesto por una. A demás, había pagado.
Aesiria miró a ambos lados y su instinto la orientó hacia un callejón oscuro a la izquierda de la posada. Allí, observó el cuerpo de su conocido pescador y ningún rastro de la niña. Le habían perforado el gaznate y ya yacía desangrado. Nada tenía sentido, así que se puso a rebuscar entre las sombras del callejón y allí halló un brazalete. Cerró los ojos y intentó recordar cada detalle en la posada desde la llegada de los rufianes. Recordaba vagamente que un mercenario calvo resguardado en una capa verde, en una esquina de la taberna, tenía un brazalete similar… y no les quitaba ojo. Pero no era a ellos, ¡era al hombre y a la niña! ¿Dónde fue? No recuerda haberlo visto más tras la trifulca. Todo esto tenía mala espina. Pero ahora, lo primero era regresar a la posada y devolver el dinero prestado, de todos modos… poco quedaba para hacer allí.
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AnónimoInactivo10 septiembre, 2020 a las 23:45Número de entradas: 175
Aesiria regresó cansada a su vivienda. Lo que no esperaba era aquella nota escrita a mano colgada en la puerta. La leyó en voz baja y decía: A media noche en la posada de Flirck. Se discreta. No estaba firmada. De primeras pudo pensar que se trabaja de algún tipo de broma o de una trampa. Pero la curiosidad siempre le pudo a nuestra protagonista, así que… Luego de tomarse un baño relajante y dormir unas pocas horas, se puso su traje de cuero, su capa, sus dagas y se dirigió al punto señalado. Sigilosa como una gata parda, se acercó al callejón a media noche y esperó resguardada en las sombras.
Una mano en su espalda la sobresaltó. Rápido fue su gesto evasivo y allí descubrió a dos hombres, uno más joven, de pelo rubio rizado y barba, armadura de cuirbouilli y espada corta en su cinto. El otro un anciano de ojos rasgados, completamente calvo y túnica bordada con motivos rúnicos. Con el dedo índice en sus labios, el más joven hizo una señal a Aesiria y los tres se inmiscuyeron en el callejón, tras una puerta vieja que llevaba a una estancia pobremente iluminada, como una bodega, llena de cajas viejas y polvorientas.
Desconocido: Hemos visto lo que hiciste con aquellos bribones en la posada. Necesitamos gente como tú.
Anciano: Lesfora ha puesto de encargado de la ciudad a un hombre corrupto y mezquino. El sistema de la ciudad no es trigo limpio… pero todo tiene sus límites. Necesitamos a gente como tú para empezar algo grande.
Aesiria mostró el brazalete a ambos desconocidos y les preguntó si aquello les sonaba de algo. El más joven lo sostuvo entre sus manos y por un momento dudó. Luego respondió:
Desconocido: Es de Salomón. Es un mercenario. No se te decir mucho más.
Aesiria: Dónde puedo encontrarle.
Desconocido: Frecuenta la posada de Frick, tiene una vivienda al norte de la ciudad. No sabemos mucho más. ¿Nos ayudarás con nuestra misión?
Anciano: Queremos infiltrarnos en la casa del nuevo mandatario, en las afueras. Sorprenderle de noche y hacerle confesar todos sus crímenes.
Aesiria: No soy ninguna héroe ni defensora del bien ni del desgraciado, os equivocáis de persona. No soy a quien buscáis.
Desconocido: Te pagaremos, te ofreceremos riquezas. Vive en una mansión muy lujosa.
Aesiria: Si se redujera a entrar en su casa y robar, podría hacerlo yo misma. No me interesa, lo siento.
Aesiria abandonó aquel lugar bajo la mirada atónita de ambos insurrectos, para no volver a pasar por aquel callejón nunca más.
Salomón se aseó, se puso sus ropas finas y se acomodó en su sillón reclinable. Su sirvienta preparó una vasija de cobre con agua caliente, toallas y utensilios para el afeitado. Reclinó suavemente la cabeza del anfitrión y humedeció la cuchilla en la vasija. Luego, lentamente empezó a afeitarle. Al poco rato puso la cuchilla en la garganta de Salomón y apretando ligeramente le dijo…
Sirvienta: Tengo dos preguntas. Si la respuesta me convence, vivirás. Si no, te degollaré como un cerdo aquí mismo.
Salomón estaba atónito y sus ojos desprendían pavor.
Sirvienta: Quien te mandó a por la niña.
Salomón estupefacto respondió: No lo sé… fue un desconocido en el pueblo de Nalaghar, no me dijo si nombre, no sé nada…
Sirvienta: Donde puedo encontrarle.
Salomón: No lo sé… me ofreció dinero, pero nada más. Puedes quedártelo, lo tengo ahí, en un cofre… coge lo que quieras.
Sirvienta rebanó el cuello de salomón como el que degolla a un cordero. Tapándose la herida con sendas manos, se derrumbó en el suelo en un charco de sangre. La sirvienta retiró su máscara de las mentiras y volvió a ser Aesiria.
Aesiria: Te dije lo que iba a ocurrir si no me gustaba la respuesta.
Con la deuda de sangre saldada, desapareció de allí y empezó su viaje a Nalaghar.
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AnónimoInactivo11 septiembre, 2020 a las 00:04Número de entradas: 175
Aesiria ha alquiló una caravana hacia Nalaghar. Viajaba junto con dos personas más. En el trascurso del viaje, no puedo evitar observar las montañas nevadas de Keel. Un pensamiento recorrió su mente para evadirse de la aburrida conversa de los otros dos acompañantes…
…Apenas ha llegado el invierno. No puedo evitarlo: soy persona de inviernos fríos y lugares cálidos y acogedores. Disfruto más idealizando una cabaña en la nieve al calor de una buena chimenea que en una vivienda junto a la playa en un día de sol estival.
Ese sería mi deseo ahora mismo si en mis manos cayera una lámpara con su genio dentro. Si me preguntaran dónde me gustaría estar apostaría por esa cabaña de madera, en medio de un nostálgico paisaje nevado, con una chimenea y, por supuesto, sin compañía… Bueno, será que necesito tranquilidad. Que necesito mi soledad relativa. Que necesito ese espacio donde moverme con la libertad de no saberme perseguida por el trabajo o por el estrés de la ciudad.
Necesito ese lugar perdido en la montaña, donde sólo oiga el ruido del aire moviendo las ramas de los abetos cercanos; donde sólo oiga el repiqueteo de la nieve contra los cristales y pueda estar con la gente que más quiero, pero sin prisas, sin relojes, sin nada que hacer más que leer un buen libro o escribir mis historias o mis relatos. Sí, necesito con urgencia esa cabaña. En ese deseo imaginario me vería calzándome unas gruesas botas, para salir al exterior, abrir la valla de madera y enfrentarme a la naturaleza, embutida en mi abrigo con las manos en los bolsillos y mis gruesas orejeras…
Cansada de pasear y luchar contra la gruesa capa de nieve me sentaría en un banco cercano y allí, callada observaría todo a mi alrededor. De vez en cuando cogería algo de nieve y la sentiría en mis manos deslizarse al suelo. Sentir el frío en mis manos para sentirme viva…
Con las horas, la caravana llegó a su destino. El frío seco y el vapor al respirar fueron los primeros en dar la bienvenida a Nalaghar. Se frotó las manos con sus recios guantes de terciopelo y caminó hacia el poblado como si supiera exactamente a donde ir. Sin embargo, no lo sabía aún.
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