Inicio Foros Historias y gestas La Búsqueda de Sylandok: La Llegada a Keel

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    • Alambique
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      La lluvia caía con intensidad, haciendo que la espesa cortina de agua no dejara ver al aventurero más allá de medio metro de distancia.

      Se ajustó la capucha con fuerza y caminó firmemente, tratando de mantener el equilibrio y no ser derribado por la fuerza del viento.

      Un rayo cayó cerca de donde se encontraba, notó cómo la onda expansiva sacudía todo su cuerpo, con el relámpago vislumbró una construcción de piedra cercana, sería un buen sitio donde resguardarse hasta que pasara la tormenta.

      Se encaminó hacia donde creía haber visto la construcción, no estaba demasiado lejos, pero la lluvia le golpeaba con fuerza, dificultando cualquier movimiento.

      Se le hizo una eternidad llegar hasta la construcción, parecía más cercana, se detuvo y la observó.

      Se trataba de una construcción de piedra, que difícilmente se mantenía en pie. Los años y la inclemencia del tiempo habían hecho mella en la estructura, convirtiéndola en un enorme montículo de cascotes ennegrecidos, dando la sensación de desmoronarse en cualquier momento.

      El aventurero observó un arco, que daba paso a un claustro derruido.

      Cruzó el arco con paso firme y observó al final del claustro una zona en la que aún no se había derrumbado el techo, sería un buen lugar para pernoctar.

      Buscó a su alrededor, tratando de encontrar algo de madera seca con la que hacer un fuego y quitarse la humedad que le estaba penetrando hasta los huesos.

      Finalmente acumuló un pequeño montoncito de leña y, a duras penas, consiguió hacer fuego.

      Se sentó frente a la hoguera, tan próximo que tuvo que apartarse. Se quitó la capa empapada y la extendió junto a la hoguera.

      La luz de la lumbre iluminaba tenuemente la estancia, fue entonces cuando se dio cuenta de la destartalada puerta de madera que tenía a sus espaldas.

      ‘Seguro que ahí dentro podré pasar la noche en mejores condiciones, sin este condenado viento…’, pensó.

      Se levantó e intentó abrir la puerta, parecía atascada con algo, tomó un poco de carrerilla y la golpeó con su hombro, abriéndola por completo y acabó rodando por el suelo de la nueva estancia.

      Se levantó, se sacudió como pudo el polvo de sus pantalones, llenándose las manos de barro y observó la estancia.

      Se trataba de una pequeña habitación en la que una escalera de caracol terminaba abruptamente al haberse desmoronado parte de ella. Montones de escombros se apilaban por toda la estancia, algunos provenientes de paredes, otros del techo e incluso algún peldaño.

      Una estantería aún se mantenía en pie y en una de sus baldas se apilaban algunos tomos cubiertos por una gruesa capa de polvo.

      Se dirigió a la estantería, a lo mejor habría algo interesante que leer mientras amainaba el temporal.

      Extrajo un libro, pero no tuvo tiempo de abrirlo ya que se deshizo entre sus dedos.

      Observó un libro oscuro, con unas letras doradas en el lomo, lo extrajo con cuidado y lo depositó sobre una piedra plana, próxima al fuego.

      Levantó con cuidado la tapa, parecía que habían cosido diferentes partes de libros distintos en uno solo.

      Estaba escrito en dendrita, en ese momento agradeció que su madre hubiera insistido en que aprendiera dendrita, a pesar de tratarse de un idioma enemigo.

      Observó el título en la primera página, «La Gran Odisea de Thirza», la letra i la habían escrito con una tinta más oscura sobre una antigua i griega y la letra ceta se encontraba sobre una i, que alguien había tratado de corregir de manera muy tosca. O bien se equivocaron escribiendo, o tal vez originariamente se llamaba Thyria en lugar de Thirza.

      Como había supuesto, el libro lo formaban muchas agrupaciones de páginas que habían sido cosidas formando un único libro, algunas tenían una tonalidad distinta, incluso el tamaño de la página era diferente.

      Pasó la página y leyó en voz alta «La búsqueda de Sylandok».

      -= La Búsqueda de Sylandok: La Llegada a Keel =-

      Thirza se apoyó en la barandilla y observó el horizonte, la delgada línea de éste sólo se veía interrumpida por algunos cascotes de hielo que flotaban a la deriva, fruto del deshielo de la isla.

      Un aire gélido la envolvió, sacándole de sus pensamientos y recordándole hacia dónde se dirigía.

      Rebuscó entre sus bolsillos y extrajo un pergamino arrugado, lo extendió y lo leyó de nuevo «Sylandok», no recordaba las veces que había leído ese minúsculo trozo de papel.

      Todo comenzó en Naduk, hace unos años. En uno de sus viajes había oído de la maldición que asolaba el poblado, un monstruo aterrorizaba a los habitantes y estaba acabando con la vida de su ganado. Tras varios días en el poblado consiguió encontrar algo valioso, información acerca de un poderoso transmutador, Sylandok.

      Nadie sabía nada del poderoso transmutador, o no querían contarlo por temor a represalias.

      Thirza quería encontrarlo, si alguien podía ser su maestro, ese era Sylandok.

      Visitó todas las ciudades que pudo, pero siempre en vano, ya no sabía dónde buscar.

      Se había reunido con los que consideraba grandes hechiceros, pero ninguno de ellos sabía nada acerca de Sylandok, fue en una reunión que mantuvo con Kuurg, en la que éste le sugirió que visitara las torres de hechicería, si había algún lugar donde encontrar información sobre Sylandok sería en una torre de hechicería.

      En Anduar, Furan en estado de embriaguez extrema, le había hablado de la existencia de una torre de hechicería en Nagrrung, regentada por un poderoso Nigromante. Thirza, entusiasmada, recogió sus pertenencias, parte de sus ahorros y se dirigió a Alandaen, donde compraría el pasaje para dirigirse a la gélida isla de Naggrung.

      La travesía podría decirse que había transcurrido con normalidad, habían tenido la fortuna de no cruzarse con la temida Tríada, una embarcación pirata que era prácticamente imposible de evitar en altar mar.

      Durante el trayecto se empapó de historias de los marineros, unos hablaban de temibles bestias marinas como los Kraken, pero otros incluso se atrevieron a comentar la existencia de unos dragones marinos. Esto último fascinaba a Thirza, siempre había sentido cierta atracción por los dragones, pues había escuchado que sus escamas poseían unas increíbles propiedades mágicas.

      La embarcación recogió las velas y los marineros sacaron unos remos largos, se aproximaban a la costa de Naggrung y debían reducir la velocidad si no querían terminar empotrados en el muelle del puerto.

      Uno de los marineros se situó en la proa de la embarcación y con una larga pica de madera iba apartando los cascotes de hielo para evitar que golpearan el casco de la embarcación.

      Thirza suspiró profundamente mientras contemplaba la ajetreada vida en el muelle de Keel.

      La embarcación se detuvo junto al muelle y uno de los marineros lanzó un grueso cabo.

      Thirza se dirigió a la bodega y tomó su petate, rebuscó en él algo de abrigo, pues no le habían advertido del frío extremo de la isla.

      Se echó sobre los hombros una capa de piel de la que nunca había sabido de qué animal provenía y se encaminó hacia la rampa para desembarcar.

      Thirza observó el puerto de Keel, un intrincado laberinto de muelles lo recorría por completo, haciendo imposible ver dónde terminaba un muelle y empezaba otro, estaba claro que este puerto debía ser uno de los más importantes de Eirea.

      Fue entonces cuando contempló un enorme braco, de madera oscura. Su casco estaba recorrido por ribetes metálicos que parecían dotarle de una protección extra. Cinco largos mástiles recorrían su cubierta, sosteniendo unas oscuras velas con la silueta de una enorme águila. Se trataba, según le habían comentado durante la travesía, del Águila Negra de Keel.

      Continuó su paseo por el puerto, tratando de abrirse camino entre las enormes pilas de cajas que parecían invadirlo por completo, evitando chocarse con los afanados pescadores que iban de aquí para allá, bien descargando la mercancía de sus pequeñas embarcaciones o bien detrás de algunas prostitutas, dispuestos a gastarse en ellas lo poco que habían ganado en su día de pesca.

      Thirza notó cómo el intenso olor a pescado, en no muy buenas condiciones, se le iba impregnando en sus vestiduras. Pasaría mucho tiempo antes de que desapareciera por completo ese olor de su ropa.

      Observó a las prostitutas, mujeres ya entradas en años, algunas a las que podría llamar abuela. Pero se esforzaban por llevar el pan a su casa, trataban de esconder su edad bajo capas y capas de maquillaje y algo de bisutería dorada.

      Sintió tristeza, por la vida que llevaban estas mujeres en el puerto, y sin saber por qué acabó pensando en que nunca había tenido la ocasión de haber conocido a su abuela, ni a su madre…

      Se dirigió hacia la parte norte del puerto, allí se encontraba lo que buscaba, la famosa tienda ‘Extravagancia del Gladiador’.

      Uno de los marineros le había aconsejado que hablara con Bhoris, un reconocido gladiador que, habiéndose retirado de las peleas, había decidido abrir una extraña tienda en el puerto de Keel.

      Thirza entró en la tienda y se detuvo a contemplarla. Multitud de cachivaches colgaban de ganchos de las paredes e incluso de techo. En los ganchos había de todo, caracolas marinas, anillos, rodelas, partes de animales que habían sido disecadas, bolsitas con hierbas, botas fabricadas con el caparazón de una tortuga, …

      Frente al mostrador de esa peculiar tienda se encontraba Bhoris, un hombre que pese a su avanzada edad podía presumir de una musculatura que pocos jóvenes lograban alcanzar. Algunas arrugas recorrían su rostro, pese a su entrenamiento diario no había sido capaz de evitar la presencia de éstas. Se había afeitado la cabeza por completo, tal vez para evitar que la gente percibiera que en algunas zonas ya no le crecía el pelo. El afeitado de la cabeza era tan perfecto que parecía que estuviera encerada, reflejando la luz de las lámparas que iluminaban la tienda. Un enorme bigote rizado ocultaba sus labios, haciendo imposible reconocer una sonrisa en su rostro.

      Al principio se mostró un poco reacio a hablar con Thirza, pues hace años había tenido una mala experiencia con una semi-drow, le ganó en un combate y no había nada en su vida que le hubiera humillado más que eso.

      Poco a poco fue cogiendo confianza con Thirza, le contó sus aventuras, de cómo fue vendido como esclavo a un fanático de Seldar que organizaba peleas clandestinas, de cómo poco a poco, golpe tras golpe, fue abriéndose paso en el mundo de la lucha, ganándose una reputación que pocos habían logrado alcanzar.

      Por fin le habló del hechicero de Naggrung, le habló de la Torre de Nigromancia, situada en el Castillo de Agnur, de algunos secretos que escondía esa fortaleza.

      Thirza escuchaba con atención cada palabra de Bhoris, tratando de memorizar la ruta que tendría que seguir hasta la fortaleza de Agnur, del cuidado que tendría que llevar con unos guardias espectrales que custodiaban el castillo, de la maldición que asolaba el castillo…

      La idea de llegar a Agnur, de conocer todas esas criaturas y de visitar la Torre de Nigromancia, no hacía más que animar a Thirza a partir en busca de pistas que le llevaran a Sylandok.

      El camino era sencillo, únicamente tendría que cruzar la ciudad de Keel, salir por la puerta este de la ciudad y seguir el camino hasta una encrucijada.

      En la encrucijada un cartel le indicaría en qué dirección ir, debía dirigirse hacia el altar de los dioses y continuar el camino hasta el Bosque Negro.

      Le advirtió de ese bosque, pocos eran los que podían presumir de haber ido a Agnur y conseguido salir de nuevo de ese bosque, pues se encontraba habitado por demonios, zombis, aberraciones y unos violentos guardias.

      Sólo tendría que cruzar ese bosque y se encontraría a las puertas del Castillo de Agnur, allí ya tendría que buscarse la vida, pues Bhoris no conocía el castillo como para poder guiarla.

      Thirza se acercó a Bhoris y lo abrazó, significaba tanto para ella su ayuda, por fin podría dar con Sylandok.

      Bhoris sonrió y notó como la semi-drow lo abrazaba con fuerza, era una sensación extraña, pero muy agradable.

      Thirza se giró y sonriéndole, abandonó la estrafalaria tienda camino de Keel.

       

      ….

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