La Búsqueda en la Isla

Junté las manos formando un triángulo y me concentré profundamente. Mis pelos se erizaban con tamaña concentración de energía…
Tras algunos segundos un mareante zumbido penetró en mi mente y empecé a volar, quedándome inconsciente.
Cuando recuperé la conciencia, mis pies ya se hallaban en el suelo de una amplia cueva élfica: La entrada a los almacenes del poblado colgante de Andlief, fuertemente vigilada por la guardia de la ciudad. En la parte superior de la cueva colgaba una reja de metal que al parecer ya no funcionaba. Pero, a estos detales ya los conocía muy bien, puesto que hace meses solía irme y venir de dicha ciudad con bastante frecuencia.

Prontamente me dirigí a la escala del pueblo, subiéndola rápidamente.
Era completamente circular, con la base de madera, en la cual había un orificio
del que enganchaba una escalera que conducía al nivel inferior. Del perímetro de la base nacían varios gruesos pilares de madera labrados con motivos naturales, similares a delgados
y retorcidos árboles con grandes hojas. Éstos pilares se unían en su coronación en una especie de cúpula translúcida que reflejaba los rayos de Sol creando un ambiente agradable.
Entre los pilares
habían unas barandillas en las que algunos elfos se apoyaban y contemplaban las olas de mar chocando contra el acantilado.
Algunos elfos me miraban desconfiados y asustados al pasar por ellos.
Rápidamente llegué al segundo nivel del pueblo de Andlief.
Las oberturas en la roca ya eran más numerosas, ya que en esta parte de la ciudad vivía la mayor cantidad de habitantes.
La escala que lleva al nivel inferior era más amplia que la anterior debido a que en éste nivel residen la mayoría de los pescadores, que descienden hasta la base del acantilado
junto con sus botes ligeros para su diario cometido.
Caminé por algunas pasarelas hacia la otra escalera que conducía al nivel principal y de entrada de la ciudad. El olor a pescado era muy fuerte, mezclándose con el olor del mar traído por la congelante brisa que acariciaba mi rostro.
Las pasarelas de Andlief eran compuestas de recios tablones de madera oscura,
sujetados por unas gruesas sirgas y maromas, atadas a unas complicadas e intrincadas estructuras de madera fijadas al acantilado. Abajo se encontraba el mar, cuyas olas golpeaban violentamente en las paredes rocosas.
Finalmente llegué a la estrecha cueva de entrada de Andlief mientras pasaba por más un grupo de habitantes, ahora bellas mujeres que me observaban de reojo, algo admiradas tal vez…
Era muy bonita y brillante, debido a que paredes y techo se encontraban literalmente forradas por algo parecido
a conchas marinas que reflejaban los rayos solares procedentes de ambas entradas del pasadizo, creando miles de haces luminosos y brillantes de muchos colores. Un lugar adaptado
a la filosofía élfica.
Les saludé muy brevemente a los guardias Yowynga que protegían la puerta de acceso al poblado y seguí hacia mi destino final: Las cuevas inundadas que quedaban a la base de los acantilados del trueno, con el objetivo de buscar a una rarísima alga que me posibilitaría respirar bajo el océano, donde tendría muchos encargos que cumplir y conquistas personales a realizar.

Una fortísima tormenta de lluvia caía por los alrededores, helándome el alma e encharcando al suelo del sendero.
El camino en el que pasaba yo se encontraba delimitado a ambos lados por incontables hileras de juncales y otros tipos de vegetación atadas unas a otras, formando
un singular pasillo. No lograba ver más allá de estas paredes, ya que eran muy densas y muy amplias. Una suave pendiente descendía hasta la entrada
excavada en roca de Andlief, y en el camino habían grafiadas unos carácteres de estilo élfico.