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Hoy era el día.
Yo sabía que no necesitaba una ciudad, y tampoco la fe en un dios que me dejó de lado.
Pero quiera o no.
E vivido toda mi infancia creyendo en un dios, y viviendo en esa ciudad.
Si me iba a despojar de todo eso, el respeto no iba a faltar.
Ganas de explotar en cólera no me faltan.
Pero como leí en el canon de Seldar.
Todo iba a llegar a su tiempo.
Primero necesitaba irme de todo lo que me atraía de alguna u otra forma a esta ciudad.
Partí al anochecer de Anduar, solo para ver el amanecer en Aethia.
La costa d Wigh ofrecía una vista hermosa.
Y cuando el sol salía y manchaba todo el paisaje con su luz.
Era algo digno de ver, por que va a ser la última vez que lo haré.
Al ver ese espectáculo partí al lugar donde viví mis primeros 8 años.
En las calles de Aethia.
Pero eso no me importaba, yo disfruté mi infancia en el río blanco, allí podía ver a mi padre trabajar en los campos, mientras yo pasaba horas y horas mirando mi reflejo en el río.
Tampoco se donde quedaron los cuerpos de mis padres, pero la última vez que los tuve con migo fue en ese río.
Y aquí les dejaré esta rosa amarilla, que pronto será pisada, marchitada, al igual que hicieron los sucios Eldorenses y Eralies con migo.
Se padre que querías lo mejor para mi, y que a pesar de que adorabas un dios distinto al que me hacías creer a mi.
Vengaré tu muerte, y me volveré el que guíe la lanza de Seldar hacia los asesinos despiadados, que se disfrazan de oveja, para por dentro ser más feroces que los lobos de Cyr.
Y tu madre, tu me heredaste esta voluntad, y este corazón frío.
Ahora se por que no podían darme un abrazo, ni una caricia.
Me preparaban por que sabían que tarde o temprano iba a pasar.
Padres estén donde estén, aquí de rodillas en este cause les agradezco, y les dejo esta rosa, para que con el tiempo se vuelva algo similar a mi.
Ahora tengo que marcharme, pero les prometo que este río cuando llegue el tiempo, dejará de ser blanco, para llenarse de un rojo intenso.
O alabado sea Seldar y su imperio.
Al terminar esas palabras con la punta de mi lanza me hice una herida y la rosa que hace segundos era amarilla, se volvió carmesí con mi sangre.
Cerré mis ojos, y murmuré: adiós padres, adiós Eldor…
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