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    • Alambique
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      La estancia estaba repleta de pequeños hornos y fraguas, el suelo estaba recubierto por polvo de carbón y pequeñas esquirlas de metal.

      Phryne descargó de su mochila las cuatro Yhjlemas que había «encontrado» en su viaje a través del desierto.

      ‘¿Qué me das por estas Yhjlemas?’, preguntó al tendero.

      El herrero observó las armas que había dejado Phryne en el mostrador, tomó una de ellas y la sopesó con ambas manos.

      ‘Podría darte 300 sesioms por las cuatro, hoy me siento espléndido’, contestó Elver.

      Phryne no dudó demasiado en aceptar la oferta del herrero, últimamente había tenido algunos gastos inesperados, estos 300 sesioms le venían muy bien.

      ‘Trato hecho, para ti las Yhjlemas’, contestó Phryne.

      El herrero vació el contenido de una bolsa de monedas en el mostrador y asintió a Phryne.

      Phryne recogió las monedas y, sin contarlas, las guardó en una pequeña bolsa de cuero.

      Abandonó la herrería agradeciendo sentir de nuevo el frescor, el calor dentro era insoportble.

      Dirigió sus pasos hacia la taberna, seguro que habría alguna oferta interesante de alguna cofradía.

      Se detuvo en las puertas de la taberna al escuchar el llanto de una mujer, escuchó atentamente y apenas reconoció un balbuceo.

      Phryne cambió de parecer, tenía curiosidad en saber qué le ocurría a la mujer que lloraba.

      Caminó unos cuantos metros hasta llegar a la plaza de Anduar y allí, como esperaba, encontró a la mujer llorando.

      ‘Se la han llevado!! ellos lo hicieron…’, dijo la mujer con voz entrecortada.

      ‘¿Quién eres y qué te ocurre?’, preguntó Phryne curiosa.

      ‘¡¿Mi nombre?!, Mi nombre es Merilu !Pero eso no importa! ¡¡mi hija!! ¡Mi hija ha desaparecido…!’, respondió la mujer.

      ‘Mi hija Leonor ha desaparecido’, añadió.

      Phryne trató de ocultar su sonrisa, esto tenía pinta de ser una gran aventura.

      La vagabunda se secó las lágrimas y se tranquilizó.

      ‘¿Qué le ha pasado a tu hija?’, preguntó Phryne.

      ‘Mi hija es muy obediente, ¿sabe?, dijo la vagabunda.

      ‘Le hacía una ilusión terrible ir a aquel circo, yo tuve que conseguir el dinero para costear una entrada de formas deshonrosas’, añadió la vagabunda.

      Phryne asintió, y sintió lástima por la mujer.

      ‘Pero la tarde que fue al circo desapareció’, continuó diciendo la vagabunda.

      ‘Pero alguien habrá visto algo, ¿no?’, preguntó Phryne

      ‘He estado investigando, y Bastian, aunque borracho, dice que vio a mi hija saliendo del circo’, contestó la mujer.

      ‘¿Cómo es posible que desaparezca bajo esas circunstancias?’, preguntó la mujer entre sollozos.

      ‘Conozco a Bastian, aunque es poco probable que lo encuentre sobrio, me pasaré por la taberna para preguntarle’, sugirió Phryne.

      Phryne se encaminó a la taberna, aún tendría suerte de saciar su sed, su visita a la herrería la había dejado sedienta.

      Entró en la taberna del Dragón Verde y examinó a los parroquianos que se encontraban allí. No tardó en encontrar a Bastian, se hallaba en una mesa sobre un charco espeso.

      Se acercó a él y lo zarandeó suavemente hasta que consiguió que se reincorporase.

      ‘Bastian, necesito hablar contigo, ¿estás en condiciones?’, preguntó Phryne.

      ‘Shiempde eshtoy en condicionesh’, respondió Bastian tratando de ponerse en pie.

      Phryne lo examinó de arriba a abajo, tenía suerte, lo había visto en multitud de ocasiones en un estado más lamentable al actual.

      ‘Está bien, ¿sabes algo de una niña?, acabo de hablar con su madre en la plaza de Anduar’, preguntó Phryne sin rodeos.

      ‘Vienesh pod la niña deshaparecida, no? Umm shi, me acueddo pedfectamente, aquella muchacha…’, respondió Bastian

      ‘La culpa esh de losh malabadishtas, shiempe tienen lash pelotash entde lash manosh’, añadió Bastian.

      ‘¿Tú shabíash que Edalie tiene pitoddo?, toda la vida penshando que eda mujed…’, continuó diciendo Bastian.

      ‘Pedo lo mash impodtante, ¿a ti cual te padece másh bonita Adgan o Velian?’, preguntó Bastian.

      Phryne asintió y dejó a Bastian divagando en la taberna.

      ‘Tabernero, en qué mes estamos?’, preguntó Phryne casi saliendo de la taberna.

      ‘Osucaru, estamos en Osucaru’, respondió el tabernero mientras frotaba una pegajosa mancha del fondo de una jarra.

      ‘Gracias, justo lo que pensaba, cómo pasa el tiempo…’, agradeció Phryne.

      Abandonó la taberna y se encaminó hacia el norte de la ciudad, tal vez era el momento de seguir investigando en el circo.

      ‘¡Eh, envaina esas armas!’, ordenó uno de los guardias que vigilaban la entra del mercado.

      Phryne asintió, no recordaba lo recelosos que eran estos guardias. Guardó sus espadas en un petate y se lo echó a la espalda.

      La entrada del circo estaba repleta de gente, encima principios de Osucaru y la gente tenía ganas de espectáculo, como si sobrevivir en los suburbios de Anduar no fuera espectáculo suficiente.

      Aquí daba igual el estatus social o la pureza de tu sangre, todos hacían cola por igual para acceder a las atracciones del circo.

      Un gnomo lanzaba unas extrañas bolas coloridas por los aires que iban cambiando de color conforme giraban.

      En ese momento se acordó de una de las frases de Bastian que hablaba de los malabaristas y no pudo aguantar la risa.

      Había llegado el momento de comenzar sus investigaciones, se dirigió a un gnomo que se encontraba en el camino al campamento de carretas.

      ‘Vaya vaya, morenitas, como a mí me gustan’, dijo el gnomo.

      ‘Aparta esa idea de tu diminuta cabeza, he venido por otra cosa’, contestó secamente Phryne.

      ‘Ufff, y con carácter’, añadió el gnomo.

      ‘¿Sabes algo de una niña que se perdió en el circo?, su madre anda buscándola’, preguntó Phryne.

      ‘Por aquí pasan muchas niñas y niños a lo largo del día, no puedo acordarme de todos’, contestó el gnomo.

      ‘Incluso creo que Noemis utiliza algún voluntario en cada espectáculo’, añadió el gnomo

      Jamás había escuchado ese nombre, y eso que pasaba largas temporadas en Anduar.

      ‘Ese Noemis, o esa… ¿Quién es?’, preguntó Phryne.

      ‘Noemis es el jefe del circo, un tipo sencillo que viste de forma peculiar para las actuaciones’

      Phryne asintió, tendría que insistir, parecía que el gnomo no estaba muy colaborativo.

      ‘¿Bueno, entonces sabes algo o no de la niña que se ha perdido?’, preguntó de nuevo Phryne.

      ‘No tengo ni idea de que me estas hablando, no tengo noticias de que se halla perdido ninguna niña hace poco’, respondió el gnomo.

      Phryne miró por encima del hombro del gnomo, cosa bastante sencilla, y vio las carretas de los circenses en un descampado, tal vez allí habría alguna pista.

      ‘¿Este camino a dónde lleva?’, preguntó Phryne.

      ‘Por este camino se accede a la zona donde dejamos nuestras carretas’, respondió el gnomo

      ‘Como puedes deducir, allí guardamos todas nuestras cosas, por lo que no podemos dejar que cualquiera pase por aquí’, continuó.

      ‘¿Y esas carretas?’, preguntó Phryne.

      ‘Nuestras carretas son nuestra vida. Despúes de los espectáculos es allí donde se desarrolla la vida de los circenses’, respondió el gnomo.

      ‘Si quieres pasar a esa zona deberás tener un pase VIP que garantiza que eres alguien de confianza’, añadió el gnomo imaginando las intenciones de Phryne.

      ‘¿Cómo puedo conseguir un pase de esos?, me gustaría visitar las carretas’, preguntó Phryne.

      ‘Bueno, quizá puedas hacer algo por mi que me demuestre que mereces pasar a la zona de las carretas’, respondió el gnomo.

      ¡En Anduar hay un tipo llamado Terni al que todos los años le invitamos a venir al circo. Según me han dicho ha venido cada año desde que era muy pequeño… pero tiene un poco de mala memoria y necesita que le avisemos cuando llegamos a la ciudad’, añadió el gnomo.

      ‘Conozco a Terni desde hace años, no habla mucho pero hace bien su trabajo’, dijo Phryne.

      ‘Si le llevas el mensaje de que ya estamos aquí, a lo mejor te dejo que eches una ojeada por la zona de las carretas’, sugirió el gnomo.

      ‘¡Hecho, voy a avisarle ahora mismo!’, contestó Phryne.

      Phryne dirigió sus pasos hacia el sur, directa a la plaza de Anduar.

      No tardó en llegar y allí encontró a Terni junto a la vagabunda que aún buscaba a su hija.

      ‘Terni, un gnomo bastante simpático me ha dicho que ya ha llegado el circo, que te están esperando’, se apresuró a decir Phryne.

      ‘Gracias por recordármelo no he faltado a esta cita ni un solo año, no sabía que ya estábamos en Osucaru’, contestó Terni.

      ‘Así veré si Noemis sigue igual’, añadió Terni.

      Phryne se sorprendió de que Terni conociera a Noemis, igual sabía algo.

      ‘¿Conoces a Noemis?’, preguntó Phryne.

      ‘Es un tipo peculiar ese Noemis…’, contestó Terni.

      Terni frunció el ceño.

      ‘Desde que tengo memoria es el dueño del circo, parece como si los años no pasaran por él’, continuó diciendo Terni.

      ‘Siempre he tenido buenos amigos allí, pero los últimos años la gente está mucho más distante… como si hubiera algo que les nublase el razonamiento’, añadió Terni,

      Terni se rascó la barbilla pensativo.

      Terni, el viejo soldado, dice: Es como si todo lo que dicen estuviera manipulado.

      ‘¿Has averiguado algo de la hija de esta vagabunda?’, preguntó Phryne

      ‘¿Qué me dices, una niña desaparecida?, ahora que lo dices el año pasado también desapareció un niño durante el mes de Osucaru’, contestó Terni.

      ‘Es muy raro… también recuerdo que otros años han pasado cosas similares’, continuó diciendo.

      ‘Estos últimos años he visto gente muy rara por el circo. La gente empieza a rumorear que algo oscuro se esconde tras la parafernalia del espectáculo’, dijo Terni.

      ‘Gracias Terni, seguiré investigando por el circo, aunque todo esto me da mala espina…’, dijo Phryne.

      Una sombra recorrió el rostro de la vagabunda al escuchar estas últimas palabras.

      Phryne se dirigió de nuevo al circo, ya había cumplido la tarea que le había impuesto el gnomo.

      ‘Hombre, pero si está aquí la semi-drow de la que no me acuerdo el nombre pero me ha hecho un favorcito!’, dijo el gnomo nada más ver a Phryne

      Phryne sonrió, había sido una tarea sencilla y había averiguado algo acerca de Noemis.

      ‘Ya me ha contado Terni que fuiste tú quien le aviso de la llegada del circo’, continuó diciendo el gnomo.

      ‘En agradecimiento ten este pase con el que podrás moverte por zonas que antes no podías’ dijo el gnomo mientras le tenía una entrada dorada a Phryne.

      Phryne recogió la entrada y la guardó con recelo, no pensaba perderla.

      La Carpa del circo era enorme, tan grande como una Catedral. Estaba hecha de lona de colores rojo y blanco, con forma de cono y sujeta por un montón de cuerdas fijadas a postes y al suelo.

      Phryne continuó andando hasta que llego al descampado donde estaban las carretas circenses.

      Era un descampado que había sido preparado para albergar la caravana de carretas para los artistas y animales que componían el circo. El sitio estaba limpio de hierbas y vegetación para que fuera más cómodo arrastrar los múltiples carros, toneles, cajas y demás objetos que habían desperdigados por toda la zona.

      Escuchó unas voces en una de las carretas del descampado, buscó un lugar donde esconderse, no quería ser descubierta en esa zona si salían de la carreta.

      Se ocultó en el hueco que dejaban unas cajas y un arbusto y prestó atención a la conversación que se filtraba a través de la ventana que tenía justo encima de ella.

      ‘Sssseráh mejor que lo encuentresss cuanto antes essso hermano, o nossssss meteremos en un buen lío. A él no le gussssssstan los contratiemposssssss.’

      ‘Igual creess que soy imbecil GE-ME-LO, me gussssta la idea de decepcionarle tan poco como a ti, o menossssssss.’

      ‘El no es misericordiossssso con los inútiles o los despistadosssss. Debesss recordar, ¿Dónde recuerdassss haber tenido la llave por última vez? ¿Dónde la pudissste perder?’

      ‘!Me matará! Ssssi no podemos entrar en la sala oculta de los espejos a la hora previsssssta…’

      ‘¡Necio! Lassss paredessss tienen oídos, y essse maldito Noemisssssss nunca ssssse sssabe donde está, cuidado con lo que dicessss…Al menossss este año hemos encontrado un essssspecimen lo bastante joven.»

      ‘Buscaré la llave por la carreta de la entrada creo que se me ha podido caer por allí cerca.’

      ‘Essssa lengua bífida y tu mala memoria acabarán matándote hermano. Voy a buscar mi Pase VIP, se me ha caido por aqui, y no quiero que esa estúpida Esir me deje fuera.’

      En ese momento los dos hombre-lagartos abandonaron la carreta, nerviosos y con cierto temor.

      Phryne trató de asimilar lo que había escuchado, en primer lugar tenía que encontrar esa llave antes que ellos, ya averiguaría más tarde qué abría.

      Abandonó el descampado, registrando cada caja, cada tonel,… incluso levantó los felpudos de todas las carretas.

      Cuando estaba a punto de salir del circo observó una carreta destartalada, tenía una ventana rota.

      Apoyándose en una caja de madera se asomó por la ventana rota, una desvencijada mesa se encontraba bajo ésta.

      Introdujo su mano por la ventana tratando de alcanzar el cajón de la mesa,… ¡CLICK!, el cajón se abrió y extrajo de él un papel arrugado.

      Abrió el papel y apareció una pequeña llave de hierro.

      Era el momento de buscar esa sala de los espejos, se encaminó al circo.

      Justo en ese momento el público abandonaba la carpa, la función había terminado en ese momento, algunos se afanaban en limpiar la arena del circo y en recoger los excrementos que los animales habían dejado en ella.

      Un domador practicaba con su lobo, chasqueando el látigo y haciendo que el pobre lobo mantuviera el equilibrio sobre una enorme bola.

      Phryne aprovechó la distracción del domador y se introdujo por una puerta.

      Se trataba de un recinto estrecho y agobiante, lleno de espejos donde uno podía verse reflejado mil y una veces. Estaba más iluminado que el circo ya que tenía unas lámparas de aceite en el techo que alumbraban, débilmente y los espejos potenciaban esa luz reflejándola.

      Phryne recorrió la sala, no había nada raro, espejos y nada más que espejos.

      Se colocó en el centro de la habitación y giró sobre sí misma, viendo su reflejo idéntico en todos los espejos.

      Menos en uno de ellos, en el que su reflejo era diferente, aparecía más bajita.

      Se acercó al espejo y lo golpeó suavemente con los nudillos, parecía hueco por detrás.

      Colocó su mano sobre uno de los bordes del espejo y percibió una ligera corriente de aire, había algo detrás de ese espejo…

      Giró el espejo con mucho cuidado hasta un tope donde ya no se movía más y escuchó un sonido mecánico.

      Detrás suya se había abierto una pequeña puerta, mover el espejo había activado algún tipo de mecanismo

      El recinto era pequeño, todo él pintado de negro. Solo había una puerta de hierro y una mesa, llena de restos de comida, el hedor aquí dentro era casi tan insoportable como el calor.

      Rebuscó entre sus bolsillos y sacó la llave de hierro que había encontrado en la carreta abandonada.

      Metió la llave en la cerradura y se dispuso a abrir la puerta.

      Un fogonazo de luz invadió la habitación y todas las puertas desaparecieron tras un destello.

      ‘Así que has descubierto como consigo mantenerme con esta vitalidad… será mejor que acabe contigo entrometido’, dijo un hombre que apareció justo en medio de la habitación.

      Debía ser Noemis, pensó Phryne.

      Sin mediar palabra Noemis se abalanzó sobre Phryne y se enzarzarón en una pelea.

      Phryne sacó de su bota derecha una afilada daga y, con un movimiento repetitivo, la clavo multitud de veces en el abdomen de Noemis.

      En ese momento la piel de Noemis comenzó a descomponerse poco a poco, envejeciendo.

      Noemis se levantó del suelo, la sangre en su abdomen era oscura, pero no le impidió enzarzarse de nuevo con Phryne en una pelea.

      Phryne trató de encontrar su daga, pero se encontraba lejos, estaba sin armas.

      Agarró a Noemis por el cuello y apretó con sus pulgares en la tráquea del viejo, hasta que escuchó un crujido.

      Noemis se apartó y la piel de su rostro se fue cayendo, hasta dejar a la vista la cara de una anciana

      La anciana comenzó a golpear violentamente a Phryne que, tratando de separarla, la lanzó de un empujón contra la pared.

      La anciana, sorprendida por ese empujón, perdió el equilibrio y cayó contra la pared, golpeándose la sien con el rodapié de la habitación.

      Un charco de sangre comenzó a manar de la cabeza de la anciana.

      Un fogonazo invadió de nuevo la habitación, apareciendo las puertas que antes habían desaparecido.

      De la puerta que trató abrir Phryne salió una pequeña niña llorando, que abandonó la sala gritando palabras sin sentido.

      Phryne miró el cuerpo de la anciana, que se iba desvaneciendo, dejando un polvo grisáceo en el suelo.

      Salió de la sala y abandonó el circo, nunca le había gustado el circo y no pensaba volver.

      Dirigió sus pasos a Anduar, quería asegurarse de que la niña rescatada era la hija de la vagabunda.

      Cuando llegó a la plaza de Anduar se confirmaron sus sospechas, la vagabunda abrazaba con todas sus fuerzas a su hija.

      La vagabunda miró a Phryne y sonrió, le había devuelto su más valiosa pertenencia, su hija.

      Phryne posó su mano sobre el hombro de la vagabunda y con un leve gesto se despidió de ambas, había llegado el momento de descansar en la taberna.

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