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Lindria se encontraba cerca de las maravillosas ruinas de la antigua ciudad llamada Bhenin la milagrosa, que pese a que a simple vista solo era un buen refugio para bandidos que querían asaltar a los transeúntes que salían de la ciudad de Keel a las peligrosas entrañas de Naggrung, guardaban grandes secretos de la civilización que había sobrevivido incluso al Cataclismo.
Pese a lo nombrado, la razón de su visita, era esta vez otra. Lesfora, actual regente de Keel le había solicitado que encontrara y matara a un lich que estaba causando problemas por la zona.
Si bien uno pensaría que la regente estaba velando por el bienestar de sus ciudadanos y posibles visitantes, lo cierto es que el lich había terminado con algún grupo de bandidos de la zona, que se encargaba de asaltar a los mercaderes y que pagaba una generosa mordida a Lesfora para operar en la zona.
Esos detalles eran irrelevantes para Lindria y en otras circunstancias no habría aceptado el encargo, sin embargo, esta vez tenía un especial interés en el objetivo.
Dar con el lich no fue difícil, solo tuvo que seguir el río de muerte compuesto por tripas, sangre y algún que otro órgano innecesario para los recién bautizados en la no-vida.
El encuentro con el lich fue tal y como uno podría esperar, Lindria se ahorró malgastar palabras y mediante una bola de fuego encadenada eliminó la pequeña horda de no-muertos que había logrado levantar de entre los cadáveres de bandidos. El lich que con un simple vistazo la catalogo como un potencial esbirro de alto nivel, tampoco dudo en pasar a la ofensiva, puesto que cuanto antes muriera, antes sería su esclava en la muerte.
El no-muerto formuló un arco encantado con flechas acuosas, pero antes de que lograra disparar la primera de ellas, el hechizo había sido destejido por Lindria, que adicionalmente, en un muy rápido movimiento, se había acercado a una distancia cuerpo a cuerpo, donde ella tendría la ventaja.
– Esta espada es mágica – dijo Lindria presionando contra el cuello de su presa
Antes de que pudiera abrir la boca para maldecirla, Lindria volvió a hablar:
– Si respondes a un par de preguntas y me prometes no acercarte a la ciudad, te permitiré vivir.
El liche se percató de la diferencia de poder y que las palabras de la maga no destilaban odio alguno y aceptó el trato.
– Está bien humana, dime lo que quieres saber – dijo el Lich proyectando su voz en la mente de la rúnica.
Lindria miró de forma calmada al ser intangible.
– Necesito saber más sobre las filacterias y sé que los tuyos domináis ese secreto
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El no-muerto pensó dos veces la respuesta, puesto que temía por su existencia.
– Lo cierto es que no puedo ayudarte, puesto que la forma en la que conseguí crear la mía fue basándose en perder mi cuerpo físico, es la forma más básica de conseguirlo.
Lindria suspiró.
– Entonces, ¿me has engañado? – preguntó acercando el filo de su espada al cuello del monstruo mientras pronunciaba la runa FUE.
De la espada brotaron lenguas de fuego que obedeciendo a su portadora, quemaron débilmente como forma de advertencia al enemigo.
– ¡Espera! – Exclamo el lich
– No pretendo faltar a mi palabra, pese a no poder ayudarte, sé quien puede.
El espectro comentó a Lindria que en la torre nigromántica de Agnur habitaban multiples magos que dominaban el arte de dividir el alma y depositarla en objetos, para así, generar las famosas filacterias que les permitían revivir a partir de ese fragmento de alma.
– Esto es mucho más útil – Lindria asintió – ¿Pero cómo voy a asegurarme la entrada a la torre?
– Permíteme.. – dijo el lich, apartándose de la espada con respeto
– No hagas ninguna tontería – dijo Lindria en tono amenazante.
El no-muerto conjuró un disco mágico donde guardaba objetos diversos y sacó una señorial capa con el escudo del castillo de Agnur.
– Con esto podrás engañar a todos los siervos de menor nivel y estoy seguro de que no tendrás problemas para negociar con el señor de la torre cuando llegue el momento.
Lindria agradeció la información y cumpliendo su parte del trato se alejó del lich.
– Informaré a la persona que me contrató de que no operaras más por la zona, puedes irte en paz.
Lindria se dirigió a keel a informar sobre el éxito de la misión, pero de camino a la oficina donde Lesfora gestionaba sus turbios negocios, se detuvo a saludar a su viejo amigo Quadzish y a escuchar en su taberna que rumores se escuchaban por la ciudad.
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Al entrar a la taberna notó la cálida bienvenida de la chimenea, herramienta que usaban todos los edificios de la ciudad para combatir el gélido clima de la isla.
Lindria sonrió al corpulento lagarto que regentaba la posada y que se encontraba sirviendo platos a sus clientes.
– ¡Hola Quadzish!, lo de siempre, por favor.
En este caso, lo de siempre significaba lo único que el estómago de la humana era capaz de digerir de todo el variopinto menú de carnes no cocinadas que ofrecía el establecimiento.
Quadzish enseñó los dientes en lo que parecía un intento de sonrisa.
– Hacía mucho que no te pasabas, pensé que te habían matado – dijo el lagarto en tono jocoso.
– Por el momento sigo viva y coleando – sonrio Lindria – Pero he estado ocupada con otras aventuras que exigen mi presencia en el continente.
Quadzish que era un lagarto de pocas palabras cuando se trataba de conversaciones públicas, se dirigió a la cocina a preparar la comida.
Mientras esperaba la comida, Lindria se acomodó en la silla y se quitó la capa de piel de Yeti aún cubierta de nieve, que poco a poco se iba deshaciendo en pequeñas gotas de agua que ahora formaban un charco debajo de la silla.
La rúnica se propuso distraerse escuchando a los demás clientes mientras esperaba la comida.
Pudo ver un gnomo y un gnoll en una fogosa conversación sobre si establecer la base de operaciones de su clan en Alandaen o Keel, sorprendentemente el gnomo tenía menos modales que el gnoll y parecía comer la carne cruda, cosa extraña para los de su raza.
Pronto su atención se dirigió a otra conversación entre lo que parecía un guardia y un pirata.
– Entraremos en dos días, por la noche – dijo el pirata
– Me encargaré que la vigilancia sea mínima y de confianza – comentó el guardia
– Pero el precio ha subido a 300 platinos – añadió
– ¿Cómo pretendes que pague eso? ¿Y mis ganancias donde quedan? – Dijo el pirata alzando la voz enfadado.
– Eso no es mi problema, las circunstancias han cambiado y de la misma manera lo ha hecho el precio – aseveró el guardia.
– ¡Joder! Teníamos un trato – El pirata golpeó la mesa y se tropezó, chocando con la mesa de otro cliente sentado detrás y tirando al suelo su comida.
Quadzish salió de la cocina rápidamente al escuchar los gritos.
– ¡Calmaros u os calmo! No quiero pelea en mi local
El guardia, que ya conocía el barman, se quedó quieto sin dudarlo y adoptó una posición más calmada.
Sin embargo, el forastero pirata aún malhumorado, se giró hacia el lagarto y empezó a vociferar un insulto pirata.
– He oído que eres un soplón …
La cabeza del pirata desapareció entre las mandíbulas del lagarto.
– Qué pena que nadie haya oído hablar de ti.
Quadzish se limpió los dientes con un trapo y se dispuso a recoger el desorden.
– Disculpa la molestia, ahora le preparo una nueva ración – dijo mirando al cliente que había sido golpeado por el ya fallecido pirata.
Seguidamente, volvió a entrar a la cocina arrastrando el cuerpo del pirata con él.
El resto de la comida fue tranquila, nadie levantó la voz y Lindria tuvo un precioso tiempo de relajación para pensar cómo encararía sus siguientes reuniones.
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Lindria se acercó a la consigna de Lesfora, la segunda había establecido la oficina en el centro de la ciudad, cerca de la parte residencial más adinerada y en ella dirigía Keel y sus negocios menos ilegales.
El edificio era solo un poco más alto que los otros que lo rodeaban y no había rastro de lujo, sin embargo, eso no era debido a la bondad o humildad de Lesfora, sino más bien porque prefería llenar sus bolsillos y ella sabía bien que la ciudad no le pertenecía, ya que no había una sola palabra que escapara de los oídos del Sombrío.
Lindria agarró con fuerza la argolla de hierro que decoraba la puerta, notando con sus manos desnudas el frío que había penetrado hasta el plateado metal y tiró de ella, dejando ver así el interior del edificio.
En la recepción encontró a un semi-drow que la saludó con un movimiento de cabeza.
– Siéntate, ella está reunida- dijo calmadamente mientras volvía a dirigir su mirada hacia el pequeño libro encima del escritorio.
Lindria sonrió por sus adentros y pensó que hasta un sordo se habría dado cuenta de tal afirmación.
Los gritos se escuchaban en la otra habitación, más allá de la puerta cerrada, desafortunadamente para Lindria, seguir la conversación se hacía imposible, pero la maga logró escuchar algo de los aguas negras y un timador llamado Tliroth.
Media hora después de incesantes gritos, dos corpulentos guardias salieron de la puerta.
– Como se supone que tenemos que encargarnos de todo esto mientras contenemos a los leprosos en los suburbios – susurró con miedo uno de ellos.
El segundo miró primero a Lindria y luego a su compañero y frunciendo el ceño espetó:
– Cállate o terminarás envuelto en un saco y tirado por el desagüe de las alcantarillas.
Los soldados desaparecieron por la puerta y Lindria esperó unos minutos más para evitar ser víctima del conocido mal humor de Lesfora.
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Lesfora se encontraba mirando hacia la ventana, su perfil mostraba un rostro enfadado, pero al entrar Lindria, este cambio a una forzada sonrisa.
– La mercenaria del momento ha llegado – Dijo la regente.
– Y con buenas noticias – Se apresuró a decir Lindria
– El lich no volverá a molestar por las ruinas – Añadió con un guiño con el ojo derecho.
– Rápida y efectiva, nunca me fallas, a diferencia de esos imbéciles que tengo a sueldo – Lesfora apretó su puño hasta que los nudillos se tornaron blancos mientras pensaba en los soldados que acababan de salir por la puerta.
– Pero bueno, vamos a olvidarnos de la ineptitud de los demás y centrarnos en tu buen trabajo – dijo mientras sacaba una sonora bolsa llena de platinos – Y en platinos, tal y como me has solicitado.
Lindria acercó la mano y guardó la bolsa de monedas en su bolsillo, con este gesto pretendía hacer entender a Lesfora que confiaba lo suficientemente en ella como para no tener que revisar que las monedas acordadas estuvieran ahí, aunque lo cierto es que los platinos que contenía esa bolsa le eran totalmente irrelevantes.
– Es siempre un placer hacer tratos contigo, señora regente.
Lindria hizo una ligera reverencia y con un movimiento grácil de su capa se giró hacia la puerta.
– Espera – dijo Lesfora haciendo una breve pausa – ¿has considerado ya mi propuesta?
Un suspiro escapó de la boca de Lindria, pero rápidamente se recompuso y volvió a girarse.
– Le debo mucho a esta ciudad y entiendo los beneficios que ser una ciudadana de pleno derecho me ofrecería. Pero por encima de todo soy una aventurera, por más que me pese no puedo arriesgarme a perder mis clientes y contactos de Dendra.
– Esos hijos de puta… – empezó a gritar Lesfor
– Entiendo tu posición, al igual que entiendo lo que le hicieron a Naggrung, pero sabes que estoy al margen de los dioses y sus esquemas políticos.
– Espero que algún día logréis llegar a un acuerdo y finalmente pueda ser una orgullosa ciudadana de la nación más libre del mundo conocido.
A Lesfora le enfadaba de muchas maneras no poder aprovechar todas las oportunidades que le brindaría tener a Lindria como ciudadana, la más importante es que la rúnica dejaría de ser una empleada temporal y pasaría a ser una subordinada directa. Pero también entendía las motivaciones de la maga, puesto que, al igual que ella, era una individualista que jamás permitiría que se interpusieran en su camino o su ideal de libertad.
Esta no era ni la primera ni la última vez que esta situación se repetiría, pero hoy, nuestra historia dirigirá la atención al castillo de Agnur.
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Tal y como había prometido el lich, el paso por Agnur fue tranquilo, cuando Lindria se cruzaba con uno de los no-muertos que custodiaba el castillo, este bajaba la cabeza en forma reverencial, los humanos, por otra parte, soltaban una retahíla de halagos mientras le abrían las puertas.
Pese a que el poder no seducía a Lindria, no podia negar que era una sensación agradable y quizá incluso algo adictiva, pero no por ello desenfoco su mente del objetivo principal de la visita.
Caminando por los pasillos principales no tardó en encontrar a un maestro nigromante que la llevó a que tuviera su tan deseada reunión con el señor.
Pese a ser un señor de la torre, rango al que muchos magos aspiran, Lindria no temía al taumaturgo, ya que no parecia desprender un gran poder mágico, pero solo un estúpido o un mago novicio juzgaría a un hechicero por lo que dejaba ver de él. Por esa razón no bajó la guardia en ningún momento de la posterior conversación:
– Habla extranjera, que te lleva hasta mis dominios – Gruñó molesto el hechicero mientras posaba su vista hasta la capa.
– Disculpa mis modales – Lindria hizo una bella reverencia digna de la más noble de las cortes.
– Vengo en busca de su conocimiento- Siguió su relato con un tono respetuoso -Mi nombre es Lindria y estoy investigando la no-muerte, específicamente las filacterias y no pude pensar en un nigromante más versado que vos.
Lindria miro de reojo al señor de la nigromancia, esperando ver en él sus reacciones.
El anfitrión parecía satisfecho con las últimas palabras de la humana.
– Por supuesto, no espero que este tan preciado conocimiento sea gratuito, si lo desea yo misma podré compartir mis hechizos o conocimientos mágicos, o incluso compartir alguno de los objetos que he adquirido en mis aventuras.
Una risa maliciosa se escapó de la boca del Nigromante.
– Interesante, muy interesante, aceptó el trato.
– Y por usar esta capa sin mi aprobación y colarte en mi casa, ¿qué me ofrecerás?
Lindria se estremeció.
– Mis más sinceras disculpas, no pretendía…
– Quiero los restos del ser que te la entrego colgados del torreón más alto del castillo.
– Así será – dijo Lindria sin dudar.
– En este caso, vete y no vuelvas hasta que no traigas a esa rata traicionera, una vez lo hagas te contaré lo que deseas saber y tu me enseñaras este útil hechizo que usas para cubrir tu piel con capas de piedra.
Lindria marchó decidida a cumplir su parte del trato, mientras cruzaba el arco de la puerta principal del castillo no pudo evitar pensar que a pesar de sus intentos el destino del lich había sido sellado desde que cruzaron caminos.
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La búsqueda no tomó mucho tiempo, debido a que en la refriega había marcado con una runa de localización al lich, por lo que Lindria sabría donde estaba en todo momento durante un periodo de una semana.
El mejor bardo de los reinos habría tenido un gran trabajo en explicar de forma épica lo que sucedió a continuación. La situación fue similar a un lobo cazando un conejo, brutal aunque piadosa, Lindria mató a su víctima sin mediar palabra alguna, debido a la gran diferencia de poder, el no-muerto no logró dar un combate digno.
Lindria se apresuró a volver a Agnur y colgó los restos en la torre más alta, tal y como le habían ordenado.
El señor al ver la situación no pudo evitar soltar una carcajada maligna.
– Solo estaba siendo dramático, no era necesario colgarlo, pero tu trabajo ha sido rápido e impecable y yo utilizaré esto como recordatorio para todos aquellos que pretendan traicionarme en un futuro, estoy satisfecho.
Lindria se hospedó un mes en el castillo y allí aprendio como se creaban y operaban las filacterias, esto le ayudó en su investigación para crear mediante la artesanía y la magia un objeto del cual había adquirido un diseño en un antiguo mausoleo cerca de Ancarak, la filacteria del avaro.
La aventura había sido un éxito, uno teñido de agridulce, puesto que a pesar de tener unas cualidades similares a la magia que parecía haber empleado su yo del pasado para reencarnar y guardar sus memorias en la espada arcana que sostenía en sus manos, tenía muy claras diferencias que la volvían a apartar de su camino a la verdad.
¿Qué tipo de magia había usado su antiguo yo?
¿Por qué la espada y el nuevo cuerpo se encontraban cada ciclo?
¿Había una magia lo suficientemente poderosa como para manipular al destino para que lo anterior sucediera sin fallo?
Una vez más un mar de preguntas inundaba su mente y el mundo se negaba a darle respuestas satisfactorias.
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