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      Aesiria pisa firme los tablones flotantes que conforman el camino hacia el muelle. Sus botas húmedas dejan un charco de agua en cada pisar. Se dirige firme hacia el interior del puerto, cuando de repente se oyen explosiones tras de sí y trozos de madera y astillas salen volando, pasando cerca de Aesiria. Las fuertes corrientes de aire producidas por los estruendos le desordenan el pelo, pero ella sigue caminando. Tras de sí, su barco es atacado por una flota de piratas y aparenta ya estar más roto que dentadura de goblin. Pero ella camina firme, sin girarse. Recoge sutilmente su catalejo de latón de su mochila y lo tira hacia el mar. Lluego, agarra el sextante, juega con el entre sus manos y lo arroja hacia el tejado de una casa. Ha dejado Keel, ciudad de vagabundos, piratas, vomitivos borrachos y las bromas pesadas de Lésfora, para buscar un lugar nuevo de mejor clima y donde no pueda ser reconocida fácilmente; Anduar. Su barco se hunde lentamente bajo la mirada estupefacta de los agentes portuarios, pero a ella se la trae sin cuidado.

      Recorre la senda hacia Anduar, acribilla algunos coyotes por el camino y finalmente, pieles en mano, se dirige hacia la sede de oficios. Allí, paga una tasa, firma unos papeles y es aceptada en el gremio de herreros. Pero… ¿qué motivo puede llevar a nuestra clériga a abandonar el mar y cambiarlo por la forja y el yunke…? Pues sencillo, el mar no da para vivir. Ella es trampera, pero el comercio de cadenas, cepos…etc. Es demasiado caro, así que decide montar el suyo propio.

      Lleva los papeles firmados ante el maestro herrero de Anduar, un hombre corpulento de voz profunda, gran barba y mayor estómago, el cual los observa y le permite el uso de la forja. Éste le da un consejo: Empieza por reparar pequeños objetos metálicos, dagas… puñales…, así irás cogiendo el asunto. Dicho esto, nuestra protagonista se dirige hacia los senderos de Ostigurth y de la forma más egoísta posible, empieza a asesinar sin piedad a bandidos, ladrones y forajidos. ¿Existe acaso mejor forma de obtener dagas, cuchillos y punzones…? Seguro que sí, pero más económica no creo.

      Una vez cargada de dagas de bandido y algún que otra hoz recogida de los esclavos de las marismas de zulk, regresa al día siguiente a la herrería. Bajo la supervisión atenta del maestro armero, aprende el uso de la fragua. El asunto del metal, la calidad del hierro, las aleaciones, el efecto del carbono en el metal y qué composición usar para cada parte de un arma. Pule las dagas, las suelda, les da forma, las templa…  todo el proceso va aprendiéndose poco a poco, con el paso de los días y el paso de cadáveres de bandidos en las afueras de Anduar.

      Cierto día, observando con cara de circunstancias los destellos de luz de la perfecta daga que templó, pulió y limpió con un paño con cuidado en la herrería, el maestro herrero le ofreció una serie de papiros; eran planos y diseños de armas básicas de hierro.

      Maestro Herrero: Ya estás preparada para dejar de reparar cosas de otros y empezar a hacer cosas propias.

      Aesiria aprendió el arte de forjar. No estaba muy lejos de aprender a crear abrojos, cepos, cadenas… aunque aún necesitaba más práctica, pero iba por el buen camino. Podemos decir que la paciencia y la perseverancia le ayudaron en el asunto, dotes que ya poseía de serie al ser una clériga de la mentira táctica, frágil y algo endeble.

      Los días iban pasando y Aesiria hizo amistad con algunos de los aprendices de el arte de la forja que acudían allí. En ocasiones, con los golpeos de sus mazas sobre el metal candente, se creaban harmonías no intencionadas. Uno golpeaba y otro continuaba, luego dos más acompañaban con sus golpeos. Si uno paraba, el resto también lo hacían observando qué ocurría. En una ocasión, uno de ellos empezó a cantar una canción al ritmo de los martillos.

      “Pasan los días, pasan…

      Entre el carbón, metal y las brasas.

      Lo único que un hombre puede hacer aquí

      No es dar forma al metal, sino a nuestro porvenir.”

      La voz del resto de herreros acompañaba el cantar, como la brisa y el rumor de las olas acompaña al mar.

      “Este es el resultado obtenido de mis manos,

      Metal cortante, perfectamente afilado.

      Falta pasar la hoja por la piedra de pulir,

      Pero no es el metal que pulimos, sino nuestro porvenir”.

      Aesiria no golpeó ni una sola vez, observó atenta aquella canción y la grabó en su mente como primer hechizo aprendido por novicio.

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