Inicio › Foros › Historias y gestas › La Garra del Pasado (Historia de Alahrdrobu CantoGelido)
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En el abarrotado salón de una de las muchas y poco fiables tabernas de Keel, un cronista escribía en un pergamino viejo, raspado ya multitud de veces para permitir su reutilización en aquellas tierras donde todo era escaso. Había llegado días antes en la goleta de unos mercaderes dendritas e intentaba rescatar los registros de la vieja Bhenin para ponerlos en su libro. Detuvo un instante su labor y levantó la mirada para descubrir que ya no estaba solo en su mesa.
—Buenas noches -dijo él-.
La figura que se había sentado en frente al cronista era como mínimo asustadora. Un gnoll, cubierto de pies a cabeza por un denso pelaje marrón y greñoso, con largas y maltrechas uñas y en uno de los dedos una garra cristalizada a modo de anillo.
—¿Cuál es su nombre, mi señor? -preguntó el cronista-.
—Yo nombre Alahrdrobu -respondió el gnoll, y su voz era un sonido a medio camino entre el gruñido y el murmullo grave-. Yo buscar cronista pa scribir historia mía.
—Veo que no dominas bien el dendrita -observó el cronista-. ¿Hay alguna lengua en la que te sientas más confortable?
— Todas lenguas malo -respondió el gnoll-. Kobold mejor, un poco. Dendrita y negra malo. Cronista hablar como quiera. ¿Tú entender yo?
—Sí, señor -dijo el cronista-, te entiendo. Mirae, señor, no tengo ningún problema enregistrar su historia. Pero, si no le ofende la pregunta, ¿porqué querrá usted registrarla?
—Izgraull querer -respondió Alahrdrobu.
El cronista estremeció ligeramente. Aquel nombre causaba escalofríos en todos los académicos. Un dios irracional, que creaba y destruía según criterios que a lo mejor solo serían conocidos por el mismísimo Escriba.
—Vale… -dijo el cronista-. Y, con todo el respeto, ¿puede usted pagarme?
Alahrdrobu metió la mano debajo de su manto compuesto de multitud de huesos y cogió una gran bolsa, de la que sacó varios montones de monedas de todos los reinos, naciones y pueblos, que amontonó en la mesa.
‘’¿Alcanza? -preguntó la criatura-.
—Sí – respondió el cronista, contándolas-. Creo que alcanzará.
El cronista enrolló el pergamino donde había registrado sus descubrimientos en las ruínas de Bhenin y sacó de su bolsa un otro, también reutilizado, pero sin nada escrito además de las marcas que él mismo lo había infringido al raspar la tinta antigua.
—Si quieres, puedes empezar -dijo el cronista, desplegando la piel de oveja y fijando las puntas con dos piedras de cuartzo que llevaba con esta finalidad.
—Primera memoria mía eres de niño -dijo el gnoll, cambiando al idioma kobold-. Mi failia huir de Danarte, cuando demonio destruir. Solo papá, yo, un primo, un primo y nadie más.
Como solía suceder cuando registraba historias agenas, el cronista se vió arrastrado hacia dentro de lo que contaba, y de pronto pudo ver a la familia vagando por la tundra, escuchando a lo lejos los aullidos de lobos y ghantus, buscando la senda que conducía hacia la antigua senda comercial. Debieron haber huído hacia el otro lado, hacia el paso del viento helado, pero allí habína estado los secuaces de Seldar, cortando cabezas y cuerpos enteros, así que se habían internado en la tundra y ya no sabían salir.
Hipnotizado por las palabras del gnoll, el cronista se vio en su piel. Joven, inexperto y asustadizo,, seguía los pasos de su padre, sin saber ya cuanto tiempo llevaban en ello, sin saber ya si algún día dejarían de andar.
De súbito algo rompió la monotonía de aquel lugar, pero no para bien, como ocurría a menudo en Naggrung. De un risco cercano saltó un yeti de la tundra, sus colmillos listos, su aliento asqueroso haciéndoles toser a todos los miembros de la familia refugiada. El padre trató de entablar algún tipo de comunicación con la bestia. Ladró, aulló, hizo ruidos extraños, pero la fiera apenas le dio importancia. Saltaba e intentaba alcanzarle con sus enormes patas, interesado solamente en su cena de aquel día. Alahrdrobu se volvió a ver si sus primos todavía les seguian, pero a su espalda estaba otro yeti de la tundra, fauces abiertas, listas para comerse a un cachorro de gnoll. Alahrdrobu cargaba un pedazo de madera, recogido de entre los escombros calcinados de su ciudad ancestral, y atacó a la criatura con eso, sin apenas hacerle daño. Incluso todo lo contrario: el pinchazo de la madera en su cuello hizo que el yeti soltara un aterrador sonido gutural que resonó por toda la tundra como un trueno y fue respondido por otros. Dos yetis más venían corriendo hacia el grupo, dispuestos a pelear por dividir aquel festín con sus parientes aberrantes.
Mirando alrededor, Alahrdrobu vio a su padre, aplastado bajo el peso del primer yeti, luchando por alcanzarlo con el puñal rústico que poseía, mientras el monstruo se le acercaba a la cara con la boca abierta. Su primo más nuevo había desaparecido y el más viejo trataba de impedir que un yeti de un solo ojo le agarrara el brazo con las fauces. Claramente era el fin de la historia de su gente. “wQué le habremos hecho a esa tierra?”, pensaba.
El aullido de dolor de su padre le hizo congelar en su sitio. Le asaltaron las ganas de llorar, de gritar, de correr hacia su lado, pero la mirada del yeti que se le acercaba le tenía plantado en el lugar. Pero en el siguiente instante lo que se escuchó fue un gutural y aplastante rugido, pero que no venía de ninguno de los yetis presentes. Aquello resonaba en la tundra, en el cielo, en las montañas lejanas, en el bosque blanco más allá del horizonte. El suelo tembló y pareció doblarse alrededor del grupo y todos cayeron de bruces en el suelo mientras todo el mundo parecía contorcionarse sobre sí mismo.
Alahrdrobu se agarró a la hierba helada del suelo, sin importarse con el frío que laceró sus manos al hacerlo. Tenía que acerrarse a algo, o se iría con el resto del mundo. entonces la tierra se abrió delante de sus ojos y un remolino de energía se precipitó hacia él, en medio del cual se vía una garra colosal y retorcida.
Lo próximo que vio fue una caverna, cálida y agradable. Estaba acostado, alumbrado por una luz que venía de todas partes y de parte alguna. Se levantó, miró alrededor y andó con cuidado hacia la entrada, vislumbrando afuera lo que había. Hombres y mujeres bailaban, con los puños hacia el aire, soltando rugidos guturales y gritos fieros. Un tipo con rasgos élficos que se había separado del baile se acercó de la entrada de la gruta.
—¡Bienvenido, chico! -dijo él-. Nuestro señor te trajo en su furia, me imagino. ¿Cómo te llamas?
—Alahrdrobu -respondió-.
—Alahrdrobu -repitió el sujeto-. Un gran nombre para uno de nosotros. Bueno, da igual. ¿Sabes dónde estás?
—No saber nada -dijo Alahrdrobu-. No saber que pasó, no saber donde está yo. Confusión mucha.
—¿Conoces al señor Izgraull? -dijo el hombre al paso que se acercaba más y se sentaba en el suelo.
Alahrdrobu se estremeció. Conocía a aquel nombre. Sus ancestros lo habían adorado, sin saber si escuchaba o no sus plegarías, sin saber si se importaba o no con su sufrimiento.
—Yo conocer -dijo Alahrdrobu-. Familia mía rezar siempre. Nunca escuchó. Danarte acabar toda, Izgraull no hizo ni una cosa.
—Nuestro señor Izgraull se vio muy afectado por la muerte de su padre, el inolvidable Osucaru -dijo el semielfo, meciéndose hacia atrás y adelante-. Cuando ello sucedió, sumió a nuestro bosque en la maldición del congelamiento y cayó en un profundísimo sueño. Pero ahora… ¡Ahora despertó!
—¿Nuestro bosque? ¿Congelamiento? Bosque de Cristal, ¿eso hablar tú?
El semielfo soltó una amplia carcajada.
—¿Así lo llaman? -dijo-. Bueno, sí, a lo mejor es así. Nosotros lo conocimos por otro nombre, y con la bendición de El Terrible se volverá a llamar así en todo el mundo. Es donde estamos ahora. La tierra te ha traído hacia nosotros, porque nuestro señor es uno con Naggrung y reina absoluto sobre todo lo que existe en ella.
—¿Naggrung? -preguntó alahrdrobu, confundido-.
—Naggrung, ¡nuestra tierra! -exclamó el semielfo-. ¿Ya no se conoce el nombre de nuestra cuna?
—Yo solo siempre conocer Danarte -dijo el gnoll joven-. Nadie hablar nunca de Naggrung.
—Naggrung es como se llama todo -dijo el semielfo-. Danarte, Kyriss, Bhenin, Rekin’sthar…
La conversación se extendió por horas. Allí, Alahrdrobu descubrió que podía ser parte de algo más grande que él. Que su vida no se resumía a vagar por la tundra, escuchando aullidos y respondiéndolos con tal de no morir. Supo que la muerte de su familia podría valer la pena y que todo lo que sucedía tenía que ver con los caprichos de El Terrible y a los capirhoc s de El Terrible no se los cuestionaba nunca.
Y fue con ese espíritu que salió de la gruta y se unió al baile. Alzaba el puño y gritaba con los otros por el despertar de El Terrible y el surgimiento del viejo bosque de los fieles de Izgraull.
Finalmente, al cabo de unos años, el maestro de aquella congregación de sacerdotes de la naturaleza llamó a Alahrdrobu y le dijo:
—Acabas de volver de una misión que prueba su aptitud para respetar a esa tierra. Conoces a algunos de sus secretos y ya probaste su fe en Izgraull, quien te ha traído por las entrañas de la misma tierra para nuestro lado. -El viejo cogió la mano de Alahrdrobu y empezó a trenzarle una cuerda de cuero atada a una garra de color ligeramente azulado-. Todavía tienes mucho que evolucionar, todavía te faltan conocer los secretos más profundos de nuestra hermandad. Pero no podrás evolucionar ni conocer nada si sigues al margen de nuestra organización. Bienvenido a nuestro círculo, joven. De ahora en adelante, se te conocerá como Alahrdrobu Canto Gélido, tal y como todos los hermanos que vivíamos aquí en la segunda era.
Al percibir que la criatura ya no hablaba, el cronista se despertó de su transe, o viaje astral. Ninguno de los eruditos que había consultado jamás hubiera sabido explicarle de qué se trataba aquello.
—¿Y después? -inquirió el cronista-. ¿Después viniste a buscarme?
El gnoll hizo un ruido que pudiera haber sido una risa.
—No -dijo él-. Eso todo más de 9 dveces diez años.
—¿Noventa años, me dices? -dijo el cronista-.
—Sí -dijo el gnoll-. Después sucedió mucha cosa. Buscar secretos de Naggrung, destruir maldición de Seldar El Maldito Puerco, aprender mucho con hermana Notza, navegar por mares y mares …
—¿Cómo has ido desde los Acantilados del Trueno hacia los muelles para aprender el arte de navegar? -preguntó el cronista-.
—El Terrible protegerme y ayudarme -dijo el gnoll-. Marineros de Keel contratar yo y enseñar como maneja los aparejos. Conseguir plata, trabajando pal rabioso y capitanes de barco. Comprar barco y después salir pal mundo y mundo.
—¿Y por qué quisiste navegar? -preguntó e cronista mientras escribía-.
—Todo el mundo tiene que conocer a El Terrible -dijo Alahrdrobu, clavando su mirada bestial en el cronista-. En Dalaensar, gente escuchar Izgraull y ríen. Gente decir: es folclore, leyenda. Izgraull y Nirvë igual: nadie nunca ver, no hay pruebas. Necesitan parar la risa. Necesitan callar y escuchar lo que escuchar yo niño. El trueno rugido, tierra sacude y sacude. El Terrible nos cubrió de invierno pa parar de llegar gente mala que se ríe. Y nosotros Canto Gélido llevar el invierno pa quien se ríe en otra parte lejos. Por eso navegar. Y con barco fuerte, que si uno ríe en la cara de yo, le doy bum bum bum. Barco hundido no folclore. Ahogarse muy real.
—Pero no siempre tendrás un barco listo para el combate, ¿verdad? -intervino el cronista-.
—No siempre, verdad. Pero siempre que puede. Y si barco no es fuerte, yo ser. Espada de fuego y rayo y plantas rabiosas, todo Izgraull mandar a mí si necesario. Por eso escribir historia. Osucaru muerto, sí, muerto y muerto. Pero hijo de Osucaru vivo y despertado. Vivo pa proteger Naggrung. Vivo pa destripar a Seldar Puerco.
—¿Algo más que quieras registrar, mi señor? -preguntó el cronista, echando un vistazo alrededor por si alguno de los dendritas de su barco andaba cerca-.
—Yo quiero papel tuyo -dijo-. Llevar pa bibliotecas del mundo.
El cronista sonrió, guardó las piedras de cuartzo y enrolló el pergamino. El gnoll sacó de su bolsa, debajod e la mesa, algo que se parecía demasiado a un intestino y lo amarró.
—Izgraull te bendiga -dijo, levantándose. El cronista se estremeció de nuevo. Muchos se reían de la historia de Izgraull, sí, pero los nobles de buena educación y los eruditos lo conocían. Él, personalmente, le tenía miedo a lo que pudiese entender El Terrible por “bendecir”.
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