Inicio Foros Historias y gestas La hija del mar y las estrellas

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    • amneris
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      «El mar es la voz de todas las almas, eco de todos los que nacen y los que mueren»: Salmo I de los Aquanesti.

      —¡Más fuerte, Aliso!
      —¡Lo hago, Linus, pero no creas que es fácil, este maldito pez pesa demasiado!
      Pero de los mares no salió un pez ni una sirena, no salió una bestia marina ni mucho menos, ante dos pares de ojos atónitos una elfina malherida surgió del agua, con una flecha clavada en el brazo y los ojos azules como si el mar se hubiese encapsulado en ellos; su largo cabello azul turquesa relumbraba ante el sol y su pálida piel la hacía ver aún más bella de lo que en sí era, poseía algunos ropajes confeccionados a base de caracolas y algas cual sirena con piernas, y su sangre verdosa caía a borbotones, confundiéndose con el agua oceánica.
      Linus la tomó entre sus brazos, la elfina no podía ni quería hablar, por más que preguntaban cuál era su nombre, simplemente se dedicaba a cerrar los ojos y negar con la cabeza; Linus, recordando algunas clases de élfico que había tomado gracias a su amigo Aliso se acercaba todos los días a la elfina sin nombre y cantaba con su banjo mal afinado, aunque sabía que esto para la elfina podría ser más una tortura que una muestra de atención, ya que su oído era mucho más perceptivo no desistía, había quedado prendado de su belleza; y pese a saberse un ser inferior para los de su raza deseaba, anhelaba conquistar aquel corazón de agua.
      Una noche de Vilie, cuando ya llevaban algunas semanas en el mar y la herida de la elfina se hallaba curada, humano y Aquanesti observaron la marejada juntos, ante la luz de las lunas gemelas Linus empezó a cantar una vieja cancioncilla que había traducido al élfico con esfuerzo.
      Tu amor es como el río,
      profundo y cargado de matices,
      tu amor es como el río,
      oscuro y cargado de raíces,
      ¡Ay, amor!
      Tu amor es el motor
      que mantiene vivo
      a este corazón,
      cual Anthala has sanado
      la herida de mi alma,
      cicatrizando
      la falta de mi calma.
      quiero cruzar tus barreras,
      darte paz y dulce armonía.
      ¡Oh, paz y dulce armonía!

      AL mirar a la Elfina la vio intentando contener las lágrimas, le sonrió ligeramente y se quitó una caracola del cabello, la cual le tendió; fue la primera vez que Linus escuchó su voz.
      —El buen arte se paga, humano con ascendencia feérica.
      Linus abrió la boca para intentar decirle que le gustaba, que le parecía la mujer más hermosa entre agua, cielo y tierra; pero solo pudo mirarla y tomar la caracola con delicadeza.
      Era una delicada pieza iridiscente, cuyos colores eran en su mayoría rosas y violetas.
      La llegada a tierra fue algo complicada, pescaron muchísimo en el camino, decía Aliso que era por la presencia de la Aquanesti; mientras Linus solo se preguntaba como supo aquella preciosa Elfina que tenía ascendencia Feérica, parecía completamente humano, tenía ojos marrones y el cabello cobrizo, típico de los ALdeerenses, era su cabello cobrizo y lacio lo único que podría hacerlo destacar entre los demás.
      Al bajar del barco ayudó a la elfina, puesto a que la herida de la misma se hallaba en curación.
      Entraron abrigados por la noche para evitar que los contrabandistas capturaran al curioso ser y lo vendieran para disfrute de otros.
      —Neriah —comentó en voz baja, sentada en un saliente observando el mar.
      Linus sonrió, a su lado, siempre a su lado.
      —¿Qué?
      —Es mi nombre, significa luz del agua.
      Un temblor sacudió al humano, el cual se quitó la camisa y le enseñó una marca que tenía en el omóplato derecho, una hoja azul; al sentir el contacto de la Aquanesti su piel se erizó, algo en él, un llamado antiguo y primitivo despertó al sentir sus manos blancas como perlas rozar la marca de nacimiento que poseía.
      Se giró y la abrazó, no pudo contenerse, sus ojos parecían contener todas las constelaciones en ellos.
      Ella parpadeó y sonrió.
      —Tienes un corazón puro, Linus.
      —¿Por qué no has intentado regresar al mar? —inquirió él, muerto de curiosidad.
      Neriah asintió, más para ella que para él.
      —Me repudiaron —comentó agachando la cabeza y sincerándose con él; su voz se apagó y sus ojos se oscurecieron.
      —¿Por qué! —Linus no pudo evitar preguntar, los ojos marrones fijos en ella aunque sin verla, observaba más allá, al mar.
      —Mi especie no es como pensáis los terrestres —dijo, mirada fija. —Para empezar, la ley es estricta, y las elfinas tenemos que rendir culto a la diosa Nerida, todo aquel ser de agua que se precie lo sabe. —Linus sentía su corazón latir con fuerza, casi como si quisiera salírsele del pecho. —Somos sus sacerdotisas allá donde llegue el mar, no hay nada más sagrado que una de nosotras, al menos hasta los 20 años.
      —¿Qué ocurre entonces?
      —El matrimonio —masculló ella, con la lengua azul como adormecida.
      —Y no te quisiste casar —dedujo él.
      —Me querían casar con un sumo sacerdote de Nerida —lo miró. —Y me negué.
      Linus la miró como hechizado, su voz era dulce pero fuerte, como una ola marina.

      —Mi gente me repudió cuando me negué, me dijeron que si me negaba a los designios de la diosa merecía morir; pero no morí, Linus —Hizo una pausa y lo miró; o no del todo.
      —¿Entonces cuando te encontramos?
      —Yo quería sobrevivir, me sometieron al ritual de extracción de magia, por eso no pude curarme, no tengo magia —confesó con lágrimas en los ojos.
      Linus acarició su mano con suavidad.
      —Eres muy valiente —musitó.
      Neriah dejó su mano enganchada a la del humano, sintiendo que aquel pescador de manos grandes y corazón suave era su ancla a la vida.
      Dos estaciones más tarde

      Linus y Neriah habían iniciado un hogar juntos, un precioso hogar a las orillas de un lago; lugar donde nació su primera hija, a la cual decidieron ponerle Naenia, nombre que significaba Flor marina.
      Desde pequeña Naenia mostró una enorme conexión con el agua y la naturaleza, sus raíces feéricas y élficas tan solo acentuaron su personalidad alegre y dulce; su padre se encargó de enseñarle todo lo que sabía del agua, educándola a corta edad en el arte de la pesca.
      Su madre la enseñó a valorar y cuidar la naturaleza, entrenándola en el arte de la guerra.

      AL cumplir los quince años tuvo a su hermana, Mirna; el nombre se lo puso ella, recordando la vieja lengua élfica.
      Naenia no adoró a Eralie, ni dedicó su vida a Nerida; ella acudió a lo salvaje, a lo primitivo, Radler.
      Su padre nunca estuvo de acuerdo en imponerle una fe, y su madre no quiso ni mencionar a la diosa a la que le rezaba cada que el río se crecía pidiéndole por el bienestar de sus hijos, su esposo y sus hermanas, allá en el agua.
      Una noche Naenia salió de la casita que habían construido años atrás Linus y Neriah, observando a su madre rezar junto al agua.
      Mirna, ya con cinco años y un precioso cabello cobrizo, igual al de Naenia, pero con los ojos azules de su madre observaba el agua con preocupación.
      —Vete a dormir —ordenó Naenia asustando a su hermana menor.
      —El agua trae malos augurios, Nani —dijo la pequeña, sorprendiéndola.
      —¿Lo sientes?
      Mirna asintió y metió un dedo al lago; el agua se llenó de hondas y de espuma, Neriah empezó a gritar.
      —¡Niñas, apartaos del agua!
      Naenia lanzó a su hermana tras ella y tomó una roca del suelo.
      Un grupo de elfinas iguales a su madre salieron del agua.
      «No, no». Pensó la mayor de las hijas.

      La que parecía la mayor de aquellas elfinas se acercó a su madre, los ojos acules marcados por runas que Naenia no supo reconocer.
      —Neriah, tu diosa clama tu sangre —dijo con voz grave y profunda.
      —No entregaré a ninguna de mis hijas, Nimriel.
      —Eres impía, asquerosa, no eres merecedora de la vida. —Los ojos de Neriah se apagaron.
      —Tú no eres merecedora de la cárcel que te impones, Nimriel, pero te comprendo, algún día fue la misma mía.
      —Matadla —ordenó Nimriel en voz baja.
      Naenia ya tenía preparado el cielo con nubes grises, iba a pedir a Radler por una tormenta en el mismo momento en el que las elfinas se negaron.
      —No podemos matarla —iniciaron; una a una se empezaron a arrodillar en el agua ante Neriah.
      —Bendito sea el fruto de tu vientre, hija del agua.
      —¿Estás embarazada? —preguntó Linus tras Naenia, que tenía los brazos abiertos hacia el cielo, dejando caer un arco.
      —Neriah sonrió y fue poniendo a cada elfina en pie con delicadeza sin dejar de mirar a Linus con profundo amor.
      —Eso parece, querido.
      Su padre se acercó al agua y aferró a su en aquel instante esposa, acariciando su cabello azul.
      —Eres lo más hermoso entre agua, cielo y tierra, Neriah Adirolf.
      —¿no podéis desobedecerme! —gritó Nimriel con los ojos hechos una tempestad.
      —No podemos parar el movimiento de las mareas si ellas no lo desean —musitaron un viejo salmo de los sagrados escritos acuariaes.

      Nimriel retrocedió cuando las lanzas apuntaron a su vientre.
      —¡Queremos ser libres!
      Las elfinas salieron del agua y rodearon a Neriah.
      Nimriel, azul de cólera regresó por donde había venido, y su madre, tomando una sabia decisión y con una mano en el vientre, convirtió junto a Linus aquella humilde casita de madera en un refugio para los Aquanesti que quisieran conocer la tierra, con completa libertad.
      En los meses siguientes el refugio tomó tal fuerza que se transformó en un asentamiento, dándole una gran felicidad a Neriah, permitiendo que Mirna y Earlas crecieran en un ambiente lleno de risas y secretos revelados, de fórmulas y plantas milagrosas en sus manos.
      —Me marcho —dijo Naenia un día a sus padres. Linus ya era un humano bastante mayor, tan solo rejuvenecido por su sangre feérica. AL escuchar las palabras de la mayor de sus hijas, ya con 25 años sacó una pequeña caja de su túnica y se la tendió.
      —Que tu Dios te bendiga, hija mía, y nunca olvides de dónde vienes.
      La besó en la frente y Neriah la aferró con unas manos ligeramente arrugadas, ya con 65 años.
      —Tengo algo que regalarte, hija.
      —¿Qué es, madre?
      —Acompáñame —pidió la mujer.
      Naenia siguió a sus padres por los intrincados pasillos de madera de roble y pino blanco, hasta llegar a una habitación que la jovencita no había visto.
      Al abrir la puerta vio dos altares, uno de lapislázuli y otro de rosas.
      —Aquí rezamos tu padre y yo, lo llamamos la unión de la fe.
      —Es hermoso, madre —dijo, observando las paredes azules, repletas de corales y flores.
      Neriah asintió y se acercó a un baúl de pino blanco del cual sacó algo envuelto en telas azules ricamente bordadas.
      Lo fue descubriendo despacio, casi con veneración; ante los ojos de la familia se abrió paso una lanza en una hermosa vaina de escamas iridiscentes, al quitar la vaina del arma la boca de la jovencita se abrió, pese a ser una persona que no se sorprendía con facilidad.
      —Esta lanza está confeccionada con el colmillo de un Kraken —inició Neriah.
      Y vaya que si lo estaba, la punta, confeccionada con el colmillo del mítico y ciclópeo animal relumbraba con los colores del arcoíris, reflectando la luz de una forma cautivadora, casi hipnótica; su asta, hecha en una piedra solo conocida para los Aquanesti, conocida como Astraelix, relucía en un precioso color azul intenso, poseedora de la dureza del diamante y de la belleza del zafiro; en la empuñadura, completamente confeccionada en oro y coral, ornamentada por algas de colores como diversos tonos de azules y caracolas blancas y añiles podía leerse: «Nai elen siluva Lyenna». (Que las estrellas guíen tu camino)
      Las lágrimas cayeron por los ojos de la joven al tomar y empuñar la preciosa lanza, mientras su madre aprovechaba para tomar la cajita que minutos atrás le había dado su padre y la abría, dejando a la vista una caracola que Naenia conocía muy bien.
      La caracola con la que su madre había pagado la primera canción de su padre, justo cuando le reveló su nombre yacía engarzada en una cadena de platino.
      —Llévala contigo, te dará suerte —pidió Linus.
      —Pero papá, mamá —esto es demasiado para mí —dijo la joven, con lágrimas en su bello rostro.
      —Nada es demasiado para ti —musitaron ambos padres.
      Naenia envainó la lanza y los abrazó.
      —Vendré a visitaros.
      —Eso esperamos, cariño.
      Aquel día Naenia besó a sus hermanas y salió de casa con el corazón en la mano y una enorme sed de conocer Eirea.
      Trabajaría para los mercenarios, y para su amado dios, buscando el conocimiento y la libertad en la mar que tanto le había dado y tanto le había quitado.

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