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Glang nació un día cualquiera de un año olvidado en Acannon. Las circunstancias de su parto fueron de lo más sorprendentes. Sus padres, Drizgur i Kayra, viajaban por el mar de Ortos, rumbo a Naduk, en una de sus muchas travesías comerciales. Aquel día, tan tranquilo como otros veinte hasta el momento, la suerte caprichosa decidió volverse en su contra, y es que de camino a su tierra natal en Urlom, una corbeta de la Triada decidió perseguirlos.
Ya la situación en sí era tensa, pues al mal de la persecución, que atosigaba a los remeros y demás marineros, se sumaron unas contracciones cada vez más crecientes. Y es que el amor por el acto no pudo hacerse esperar hasta tocar tierra y, a consecuencia de la imprudencia de sus padres, se vieron obligados a realizar la vuelta a Eirea en minoría. Y es que una guerrera humana, por muchas agallas y valentía que tenga, no es nada si está herida, enferma, o postrada en un lecho, a causa de una barriga cuyo peso supera con creces al de un vacuno, tan nutritivo como ninguno.
Se las vieron y desearon los progenitores para que, con ayuda de algún sacerdote de Eralie, lograsen traer a su hijo al mundo, entre vuelos de saetas que golpeaban el agua a su alrededor, haciendo saltar espuma blanca y brillante, como las lunas que alumbraban con sus rayos las olas de plata y azul, anunciando lo inminente de la muerte. Poco después, sucedió lo impensable:
Perdían terreno, los lobos de mar se les acercaban sin cuartel. EN medio de la confusión, no se sabe cómo, desaparecieron a ojos de todo el mundo. Fue así, como en completa invisibilidad, la tripulación del Iskarozt consiguió salvarse, por un pelo.
Varias semanas después de tomar tierra en la urbe natal de Drizgur, la curiosidad no pudo hacerse esperar. Fue así como, gracias a los contactos de Ringbardan, abuelo de Clanbardan, descubrieron lo sucedido, lo tan bueno acontecido.
Algo insólito había pasado. El don de la magia era abundante en Glan. Poderoso sería un eufemismo a la magnificencia de su verdadero potencial, pues aun siendo apenas un feto de pocos minutos de vida, intuyendo el peligro, fue capaz de ocultar un barco entero a ojos de sus perseguidores. En su contra cabía mencionar la poca eslora del navío y el hecho que, debido al sobre esfuerzo, casi no lo cuenta.
Todo ello, a lo que se suman además una gran inteligencia del joven Glan, hicieron ver a sus padres que el camino de la magia era el idóneo para su hijo, por lo que no tardaron demasiado en animarlo a entrar en la escuela de magia local.
Tras años y años de duro, que no desagradable trabajo, acabaría sus estudios especializados de magia de ilusiones, en la torre de hechicería de Yriel, situada en el barrio noble de Takome, acogida por el mismísimo maestro cuyo apellido da nombre a la inmensa edificación, llena a más no poder de objetos arcanos de belleza inconmensurable.
El aprendizaje de un mago está en continuo desarrollo hasta la muerte del mismo. Siendo la fuente de estudios más preciada los caros pergaminos que se ofrecen a los de bolsillos más llenos, a cambio, eso sí, de un abultado saco de oro, aprovechó sus buenas dotes sociales y maña en actividades poco nobles para un seguidor del bien. Acumulando cientos, miles, decenas de miles de monedas de platino, apostando en las tabernas y jugando a Mistic a más no poder, un maestro del azar, cometió el mayor de sus errores, precisamente en la ciudad de la que proviene. Desafiando al mismo dirigente mayor de la ciudad de los gnomos, su gran habilidad en los juegos, acompañada del hecho de que obtuvo las mayores riquezas de su vida, hicieron de la presencia de Glang una cruz para la ciudad, por lo que no tardó demasiado en ser desterrado, abandonando sus cuantiosas riquezas en el camino, so pena de sufrir el castigo capital. Y es que parece que el mero hecho de adorar a un dios misericordioso como Eralie no convierte a todo el mundo en una persona de buenos haceres. Díganselo al mayor consejero de ak’anon, quien, herido en su orgullo, no pudo, sino tomar la decisión más irracional e injusta. Nadie tampoco se la discutió, puesto que lo que más adoran los gnomos es la tranquilidad para continuar con sus creaciones bajo y sobre tierra, y la verdad, es que un inventor enrabietado puede provocar situaciones bastante estresantes. Sea testigo de los daños ocasionados por iracundos e imprudentes los tsunamis que, cada dos por tres, golpean las costas de Alandaen, rompiendo redes de pescadores a más no poder. EL aparato de creación de olas gigantes, lo llaman. Mejor suerte sería la de todos si su denominación fuese, el aparato que es capaz de hacerse inmolar a sí mismo para siempre, acabando con su fútil existencia sin matar a otros en su implosión.
La venganza no fue necesaria, tampoco deseada por Glang, quien fríamente ya hubo predicho la muerte del citado consejero. La fiebre amarilla acabó con el signatario de su sentencia de exilio, apiadándose del desterrado haciendo de su vida de mendigo algo menos dura y llevadera. NO buscó de nuevo la admisión en su ciudad natal, puesto que no deseaba pertenecer a los yugos de ningún pueblo. Tras tantos varios meses de malos tragos a la intemperie, finalmente se acostumbró a la libertad, y por nada volvería a atarse a ningún pueblo, sino tan solo a la seguridad de quienes tiene en alta estima y de los que, desgraciadamente, a pesar de su gran altruismo, no pueden defenderse ante las huestes de un ejército imparable. De este modo, entre las sombras de la soledad apátrida, este poderoso mago se dedicaría a combatir, hasta nuestros días, a los ejércitos seguidores de Draifeth, Ozomatli y Seldar.
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