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Un sonoro rugido invadió por completo el desierto de Shafrarma a la vez que un pequeño temblor se extendía por el suelo del mismo.
El temblor levantaba pequeñas partículas de arena, que quedaban en suspensión, reduciendo la visibilidad casi por completo.
El temblor iba creciendo, desplazando diminutas piedras, provocando sacudidas propias de un seísmo.
El viento cambiaba de dirección, una y otra vez, de repente soplaba desde el este, y raudo cambiaba y soplaba desde el sur, formando pequeños remolinos de aire que iban aumentando su tamaño, como si los remolinos más grandes se nutrieran de los más pequeños.
Una extraña silueta apareció sobre una de las dunas, se trataba de una caravana de orgos que trataba de atravesar el desierto en el peor momento.
Los carros, tirados por unos enormes anélidos, trataban de mantenerse sobre la duna.
El viento, junto a la inestabilidad del suelo debido a los temblores, provocaban que fuera casi imposible mantenerse sobre la duna, arrastrando a los carros duna abajo.
Al principio trataron de ofrecer resistencia, intentando no deslizarse duna abajo, pero este esfuerzo titánico agotó por completo a los anélidos, que exhaustos se dejaron llevar duna abajo.
El líder de la caravana tomó entonces las riendas de la situación y organizó los carros formando un pequeño círculo, dejando el interior de éste algo más protegido.
Los componentes de la caravana, comenzaron a clavar piquetas en el suelo y aseguraron los carros con cuerdas.
En el interior del círculo extendieron una enorme lona a modo de parapeto para resguardarse aún mejor del viento.
Fue entonces cuando ocurrió lo que todos temían, una de las orgas soltó un quejumbroso alarido y se retorció mientras un espasmo subía desde su bajo vientre hasta su espinar dorsal.
Se dejó caer sobre la arena a la vez que perdía el conocimiento.
Una de las ancianas de la expedición se reincorporó y trató de socorrer a su compañera.
Le palpó el vientre, que era de donde provenía el intenso dolor y notó algo que se movía.
‘¡Está de parto!’, exclamó la anciana.
Uno de los ogros alcanzó una enorme caja de madera de la parte trasera de uno de los carros y la depositó a los pies de la anciana.
La anciana rebuscó en el interior de la caja y extrajo unas sábanas y envolvió con ellas a la parturienta de cintura para abajo, dejando espacio suficiente para poder acceder.
Una de las orgas mas jóvenes se acercó con un recipiente con agua y lo dejó cerca de la anciana.
La anciana sumergió unos trapos en el recipiente y comenzó a limpiar a la mujer, debía mantener la zona lo más limpia posible.
La parturienta soltó un grito a la vez que se retorcía.
La anciana separó ligeramente las sábanas e introdujo sus manos. Notó un extraño apéndice que asomaba. Aún cubierto de mucosas, consiguió identificar este apéndice como un pequeño cuerno. Todo iba bien, venía con la cabeza por delante.
Mojó de nuevo uno de los trapos con agua y limpió con suavidad la zona.
La parturienta empujó con todas sus fuerzas y soltó una última exhalación, perdiendo la consciencia.
La anciana palpó de nuevo la zona, sólo había salido hasta los hombros. Dado que la madre sería incapaz de empujar de nuevo, introdujo sus dedos por las axilas del pequeño y tiró hacia afuera.
Sostuvo entre sus brazos, cubierto de mucosa y restos de placenta, al pequeño recién nacido. Y tomándolo de sus diminutos pies, le soltó un par de sonoras palmadas en las nalgas, provocando el llanto del pequeño.
La anciana protegía al recién nacido del viento comprimiéndolo contra su cuerpo mientras se dirigía a la parte trasera de uno de los carros. Abrió la lona y con cuidado depositó al pequeño en una caja de retales.
El líder de la expedición se apresuró a cerrar la lona del carro, no quería que nada saliera por los aires, y mucho menos el recién nacido.
La anciana se inclinó sobre la parturienta que descansaba rígida sobre la arena, con una mueca de dolor que desencajaba su rostro. Con cuidado, posó sus manos sobre los párpados de ésta y los cerró…
Recogió los restos de placenta del suelo y, excavando un pequeño agujero en la arena con sus propias manos, los enterró. No quería que el olor de estos restos atrayera a las bestias que merodeaban el desierto.
Parecía que el viento soplaba con menos fuerza, momento que aprovecharon los orgos para encender una pequeña hoguera. Aunque se tratara del desierto, la temperatura descendía drásticamente durante la noche.
Los orgos se congregaban en el centro de la caravana, apoyados los unos en los otros mientras trataban de dormir algo a pesar de la ventisca.
El viento cesó por completo, los miembros de la caravana levantaron la cabeza y miraron al cielo. El viento había barrido con todas las nubes, dejando que la bóveda celestial iluminara por completo el desierto.
El líder de la caravana, embelesado por la belleza de las estrellas, alzó su jarra y se dispuso a brindar, cuando de repente cayó fulminado sobre el suelo.
Una flecha le había atravesado el corazón. La potencia del disparo había sido tal, que casi la totalidad de la flecha asomaba por su espalda.
Los viajeros comenzaron a correr despavoridos tratando de refugiarse mientras una lluvia de silbantes flechas caía por todas partes.
El tumulto cesó de repente, dejando un nutrido número de cuerpos acribillados a flechazos descansando sobre la arena.
Dos encapuchados se aventuraron entre los carros, con sus arcos volteaban los cuerpos para registrarlos.
Iban recogiendo cualquier cosa de valor que portaran los muertos, allá donde fueran no lo iban a necesitar.
Una vez registrados todos los cuerpos tocaba el turno de los carros, se trataba de una expedición de nómadas, por lo que la mayoría de la carga eran alimentos o utensilios, pero ellos sabían que los nómadas, aunque austeros, siempre llevaban cosas de valor.
Separaron la lona de la parte trasera de uno de los carros, cuando se encontraron al recién nacido dentro de una caja.
Los dos asaltadores se miraron y, sin pronunciar palabra alguna asintieron.
Uno de ellos se agachó sobre la hoguera, cogió un tronco en llamas y lo arrojó dentro de la caravana donde habían encontrado al recién nacido.
No tardó en comenzar a propagarse el fuego dentro de la caravana, mientras una mueca de sadismo e indiferencia se dibujaba en la cara de los asaltantes.
De repente algo salió de la caravana ardiendo, un varón orgo de pelo azulado.
Llevaba consigo, apretado contra su pecho, al recién nacido.
Alzó su mano derecha mientras pronunciaba unas palabras ininteligibles y unas brillantes esferas comenzaron a formarse justo delante de la palma de su mano.
Con un rápido movimiento arrojó esas esferas a los dos asaltantes que cayeron fulminados sobre el suelo mientras su cuerpo se consumía lentamente.
Rijja, que así se llamaba el orgo, posó la palma de su mano sobre la arena y la alzó rápidamente, provocando que una colorida esfera surcara los cielos del desierto.
Un ligero temblor comenzó a propagarse sobre la arena, hasta que cesó de repente.
Justo a los pies de Rijja la arena comenzó a arremolinarse, produciendo una oquedad que iba aumentando de tamaño.
Un enorme anélido brotó de la arena y se quedó a escasos centímetros de Rijja mientras agachaba su cabeza en señal de sumisión.
Rijja, tomó las riendas del anélido y de un salto se subió a él, aún con el recién nacido entre sus brazos.
Dando un ligero tirón a las riendas, el anélido y los dos orgos se perdieron en el horizonte.
Rijja se giró suavemente y depositó al pequeño en una de las alforjas del anélido, lo miró con ternura, desconociendo el vínculo que acababa de crearse entre ellos…
Los años pasaron y Sissak, que así era como decidió llamar Rijja al joven orgo, fue creciendo.
Rijja lo trató como si fuera un hijo suyo, aunque sin demasiadas concesiones. Si una cosa no toleraba Rijja era a los orgos consentidos.
Mantuvo en secreto el origen de Sissak, pues no estaba dispuesto a que apareciera algún familiar y reclamar al joven Sissak.
Sissak, disperso en sus comienzos, poco a poco comenzó a mostrar interés por la magia arcana, sin duda había tenido muchísima suerte en ser acogido por Rijja.
Rijja ostentaba el puesto de Alto Teócrata Arcano en Ar’Kaindia, lo que lo hacía el mago más poderoso.
Cada mañana los dos orgos comenzaban su entrenamiento incluso antes del amanecer, tenían que aprovechar que en el desierto las primeras horas del día eran las más suaves.
Poco a poco Rijja fue instruyendo a Sissak en las artes arcanas, primero con el aprendizaje de runas. Una tarea algo menospreciada pero de gran necesidad si Sissak quería llegar algún día a ser un reconocido mago rúnico.
Sissak las conocía todas, conocía su uso, cuándo no utilizarlas bajo ninguna excepción… Pero aún quedaba mucho por hacer.
A los pocos días de que Sissak alcanzara la mayoría de edad, Rijja partió y le entregó una carta.
‘Cuando Velián eclipse por completo a Argán abre esta carta.’, fue lo único que dijo Rijja al despedirse de Sissak.
¿Cómo iba a saber Sissak cuándo iba a ocurrir eso?
Sissak miró el cielo, aún faltaba horas para que anocheciera y entonces sabría si hoy habría eclipse o no. Mientras tanto se encaminó hacia la biblioteca arcana, en algún sitio debía poner algo acerca de los eclipses lunares.
Por suerte para Sissak la biblioteca estaba desierta, apenas una pareja de orgos de edad indetermindad escrutaban un pergamino a escasos centímetros de este.
Sissak contempló una de las bibliotecas, había un sinfín de volúmenes en ésta. Empezó a recorrer con su dedo el lomo de estos libros hasta que al final se detuvo.
‘Guía de Astronomía para principantes, esto es justo lo que estaba buscando.’
Sissak tomó el libro, sopló el polvo de éste y lo colocó sobre uno de los atriles de la biblioteca.
Acercó un taburete de madera al atril y acomodando sus posaderas comenzo a leer el libro.
No tardó en encontrar un capítulo que hacía referencia a los eclipses lunares.
… Se tratan de un hecho que no debe pasar desapercibido, pues cuando Velián eclipsa en su totalidad a Argán se liberan energías. Estas energías si son canalizadas de forma conveniente pueden convertir al más simple ser en el más poderoso. Sería algo parecido a canalizar toda la luz del astro Sol sobre una lente y concentrarla sobre una hoja seca. La canalización de esta energía sin control podría provocar unas terribles consecuencias …
Sissak levantó la vista del libro y trató de fijarla en el Sol, hasta que no pudo aguantarla más y la apartó de golpe.
Cuando dejó de ver pequeños destellos y extrañas figuras continuó con su lectura.
… Predecir cuándo va a ocurrir un eclipse de este tipo es complicado. Algunos astrónomos de renombre, como Yhlhamadhar el Rojo, aseguran en sus libros que se puede predecir si se ha realizado un seguimiento de la órbita de cada astro. Sólo hay que dibujar las órbitas de los astros y buscar el punto en el que convergen. Según Yhlhamadhar se puede producir un eclipse de Argán en las siguientes fechas …
Sissak exclamó ‘¿A qué día estamos?’
Uno de los orgos levantó la vista del pergamino, miró a Sissak y abrió su boca despacio, muy despacio..
‘Hoy -hizo una pausa para respirar- eeeees -hizo otra pausa- cu-cu-cu-cuaaaaaaatro…’
‘¡De Cobe!’, se apresuró a terminar el orgo que le acompañaba mientras le echaba una mirada.
Sissak rebuscó entre el conglomerado de fechas hasta que dio con lo que buscaba, si todo iba como ese Yhlhamadhar predecía, habría un eclipse de Argán en cuatro días.
Sissak cerró el libro de golpe, formando una pequeña nube de polvo, y lo depositó de nuevo en su estante.
Sonrió a la pareja de ancianos orgos y abandonó la biblioteca, sólo tendría que esperar cuatro días para saber qué contenía la carta.
Sissak recorrió las calles de la ciudad, era la primera vez que se había separado de Rijja en todos estos años, y aunque sólo habían pasado unas horas se sentía vacío-
Para hacer más llevadera la espera trató de mantenerse ocupado, se presentó antes el tutor de Al-qualanda para ver si podía encomendarle alguna tarea.
El tutor sacó un pergamino arrugado de entre sus ropas y comenzó a examinarlo.
‘Hummmm,… las letrinas… ya están limpias. Desatascar los desaguës de los baños… Llevar comida a los soldados de las almenas… Controlar esos asaltantes que merodean…’
El tutor sonrió al fin, a la vez que entregaba una extraña escoba a Sissak.
‘Pues puedes echarme una mano limpiando los desagües de las bañeras, se ve que alguien con demasiado pelo se ha dado un baño y esto ya no traga.’
Sissak miró la escoba, la cogió a la vez que suspiró profundamente.
Sissak abrió las puertas de los baños y una densa nube de vapor le golpeó en la cara.
Poco a poco sus ojos se acostumbraron a la humedad extrema, fue entonces cuando vio a dos orgos que se apresuraban a tapar sus partes íntimas con una toalla mientras se alejaban el uno del otro.
En una de las bañeras cuatro orgos jugaban a un extraño juego con dados mientras reían.
Sissak encontró lo que buscaba, una de las bañeras contenía un agua más verdosa de lo normal, tenía todas las papeletas de ser la bañera que debía desatascar.
Se metió en ella e intentó introducir el extremo de la escoba en el desagüe.
No conseguía encontrar el desagüe, tiró la escoba lejos de la bañera y empezó a tantear con sus manos.
A los pocos minutos sacó del agua sus manos, repletas de pelos rizados de todos los colores, y trató de limpiarlas lanzando la porquería que acababa de sacar lejos de él.
Introdujo las manos de nuevo en la bañera y, a tientas, siguió hurgando en el desaguë, hasta que tocó algo extraño… Se trataba de un objeto metálico.
Sissak cogió lo que parecía una cadena y tiró con todas sus fuerzas, cayendo de espaldas sobre la bañera.
Notó como algo iba succionando por sus pies, parecía que el desagüe ya tragaba, había conseguido desatascar la bañera.
Fue entonces cuando notó que aún estaba agarrando algo entre sus manos.
Se trataba de un extraño medallón de cristal verdoso, al que parecía faltarle exactamente la mitad. La cadena era de un extraño metal que no había visto nunca, parecía de oro, pero pesaba mucho más que el oro.
Sissak guardó el medallón entre sus ropajes y, recogiendo la escoba, abandonó los baños mientras contemplaba su obra de arte, la bañera que por fin tragaba.
No tardó en llegar donde se encontraba el tutor y darle la buena nueva, aunque no le comentó nada del medallón.
Sissak se levantó como de costumbre antes del amanecer. Se encaramó a la ventana de su habitación y observó extasiado el cielo nocturno que comenzaba a perder intensidad mientras que las estrellas perdían su brillo hasta desaparecer por completo de la bóveda.
Dejó sobre su camastro el camisón, y se paseó desnudo por su habitación. Hacía poco había descubierto que no había sensación más placentera que pasear por su habitación «sin ataduras», mientras que la brisa que entraba por su ventana mecía su…
Después de deambular por la habitación, se limpió concienzudamente, rellenó un orinal casi hasta desbordarlo y lo apartó con cuidado con uno de sus pies intentando no derramar un gota.
Tras vestirse, se aproximó a la estantería, abrió un bote de cristal y sacó un puñado de hojas verdes de éste que introdujo en su boca. Le encantaba la sensación de tener un aliento fresco de buena mañana, por eso adoraba la menta.
Abandonó su habitación y se dirigió a la Biblioteca, quería asegurarse que no había omitido información alguna y que todo estaba controlado. Era un día muy importante y quería tener controlado hasta el más mínimo detalle.
Encontró la biblioteca vacía, habían libros en el suelo y restos de ropa, además un extraño olor invadía la estancia. Levantó su cabeza hacia el techo e inspiró con todas sus fuerzas tratando de indagar más sobre el extraño olor. Retuvo la bocanada de aire en su paladar y fue soltando poco a poco el aire…
Sissak cerró los ojos y por fin exclamó ‘Pero bueno, aquí alguien ha practicado un coi…’
‘¡Todos fuera, que hay que limpiar esto primero!’, exclamó un mozo al ver a Sissak observando el desastre.
Sissak recogió disimuladamente el libro y lo escondió entre sus ropajes, abandonó la biblioteca con precaución de que no se le cayera.
Volvió a su habitación y atrancó la puerta. Sabía que si lo encontraban con un libro robado el castigo sería ejemplar.
Abrió el capítulo que hablaba de los eclipses y lo leyó minuciosamente, hasta que dió con un detalle que se le había pasado por alto, hablaba de un bosque,…
…
A la hora de canalizar las energías liberadas en los eclipses lunares, se recomienda la visita del bosque de Orgoth, por motivos que no se me permite describir en este compendio
…Sissak cerró el libro de golpe, si tenía que llegar a Orgoth iba a tener que darse prisa, el Sol comenzaba a despuntar y la travesía del desierto sería muy dura.
Se encaminó por las escaleras de las ciudad y las descendió todo lo rápido que pudo, llegando casi sin aliento a la base de ésta.
Se concentró en su mano hasta que notó que comenzaba a vibrar y la levantó con todas sus fuerzas a la vez que una luminosa esfera salió de su mano y se extinguió en el cielo.
Sissak esperó impaciente, y al fin notó una vibración en la arena que iba aumentando hasta hacer casi imposible mantenerse en pie.
Un oscuro anélido emergió de la arena y se quedó mirando fijamente a Sissak, a la vez que inclinaba la cabeza en señal de sumisión.
Sissak se lanzó sobre el anélido y agarrando con fuerza sus riendas tiró de ellas.
No tardó mucho en atravesar el desierto, pues la pericia que tenían estos anélidos para andar por la arena era comparable con la de los peces para nadar por las aguas.
El gusano frenó en seco, ya no había más arena. Sissak tendría que utilizar otro medio de transporte.
Sissak desmontó el gusano, le dio un par de palmaditas afectuosas y se encaminó hacia Ryniver.
‘¡Alto!, ¿quién va?’, preguntó uno de los guardias.
‘Soy Sissak, ciudadano de Ar’kaindia, discipulo de Rijja, necesito pasar, he de ir a Orgoth’.
‘¿A Orgoth?, pero si allí solo viven prostitutas y comeflores, y no veo que lleves ropajes de mujer…’
El guardia soltó una carcaja mientras miraba de reojo a su compañero de guardia.
‘Se trata de una misión de vida o muerte, he de reunirme allí con mi maestro.’
‘Está bien pequeño, sólo bromeaba. Aún vas a tener suerte, puedes llevarte uno de nuestros huargos jorobados, pero que no se enteren los orcos…’
El guardia acompañó a Sissak a las caballerizas y le exigió al mozo que liberase al huargo y le entregara las riendas a Sissak.
Sissak contempló al huargo, resultaba curioso, pero nunca había montado algo con pelo…
Se encaramó de un salto sobre el huargo y tirando de las riendas con cierto respeto se dirigió a la ciudad de Anduar.
Tuvo suerte, pues no era muy buena la fama que tenían las colinas de Ostigurth. Se decía que una banda de bandidos se había establecido en las colinas de Ostigurth y asaltaban a los caminantes. No se había conocido en años una crueldad igual a la que mostraba el líder de esta banda.
Sissak llegó a las pocas horas a las puertas de Anduar, se dirigió en primer lugar a las caballerizas, está cabalgata había dejado extenuado a su huargo.
‘Mozo, necesito que alimente mi montura, y un poco de agua también, por favor’. Lanzó una bolsa pequeña a las manos del mozo.
El mozo abrió la bolsa y vió tres monedas, que tras examinarlas durante un momento, las lanzó al suelo, yendo a parar a una montaña de estiercol fresco
‘¿Pero qué moneda son estas?,¿No estarás tratando de engañarme?’
Sissak exclamó ‘Safrios, son safrios. Es la moneda oficial de Ar’kaindia, de donde yo vengo’.
‘Ah bueno, es que soys tan raritos…’, contestó el mozo mientras se afanaba en recuperar las monedas del estiercol.
Sissak esperó en la plaza de la ciudad a que su montura se recuperase. Se trataba de un sitio curioso, en el que seres de todas las razas deambulaban en paz.
Pudo observar mestizos, hombres lagarto, humanos, enanos, e incluso algún orco, todos ellos miembros de la guardia de Anduar.
Se detuvo a pensar en qué criterios tendría esa guardia para aceptar nuevos miembros, por lo visto ninguno…
Sissak se dirigió de nuevo a las caballerizas donde su montura ya había recuperado parte de sus fuerzas.
‘Gracias mozo, nos veremos en otra ocasión.’, dijo mientras guiaba de las riendas su huargo en dirección a la puerta este de la ciudad.
Sissak montó sobre su montura una vez hubo abandonado la ciudad, pues no quería armar alboroto en la ciudad, la guardia tenía unas normas demasiado absurdas y no quería tener problemas con ellos.
No tardó en llegar al bosque de Orgoth, dejó su montura en la entrada del bosque y se adentró en él.
Observó cómo el Sol desaparecía entre las copas de los árboles y una luz anaranjada cubrió por completo el bosque.
El aire era cargado, la humedad en esa zona era extrema, tanto que a Sissak le costaba respirar en esa situación.
Sissak extenuado por la densidad del aire se apoyó sobre un árbol para intentar recuperar el aliento, miró hacia arriba y contempló cómo el último rayo de Sol desaparecía entre las copas.
Un pequeño temblor se propagó por la corteza del árbol sobre el que se había apoyado, asustado se separó de él y cayó de bruces al suelo.
Sissak levantó la vista desde el suelo y observó la corteza del árbol, en algunas partes parecía comenzar a brillar, una luz serpenteante recorría la corteza por debajo, como si se tratara de una crisálida.
Sissak miró fijamente esa luz, parecía seguir un orden… de hecho… parecían runas que se iluminaban bajo la corteza, siguiendo un orden
Sissak se levantó de un salto y se acercó al árbol, justo en ese momento las runas se apagaron. Pasó su mano sobre la corteza y fue pulsando las runas conforme se habían ido iluminando.
Al terminar de pulsar la última runa un ruido comenzó a sonar desde la base del árbol y súbitamente se abrió un hueco en la base del árbol.
Sissak contempló el hueco que se había abierto en la base del árbol, en la oscuridad parecía vislumbrarse una escalera que se perdía en la más profunda oscuridad.
Se agachó y se introdujo por el hueco recién abierto.
Cuando terminó de descender la escalera notó que el suelo era blando, se encontraba sobre la tierra, pero no conseguía adivinar nada más.
Palpó a su alrededor en busca de alguna pista, pero sólo había tierra y más tierra.
Cuando sus ojos se hubieron acostumbrado a la oscuridad le pareció ver una línea de luz rojiza en el horizonte.
Con las manos por delante y moviéndose despacio consiguió llegar hasta la línea de luz.
Intentó seguir caminando pero algo se lo impedía, la luz esa se fitlraba por debajo de lo que parecía una robusta puerta de piedra.
Trató de empujar la puerta con todas sus fuerzas, pero era maciza…
Agotado por el esfuerzo se dejó caer sobre el suelo y miró fijamente la oscuridad.
En ese momento notó como la puerta se abría y la estancia se inundaba de una luz rojiza.
‘Bueno, bueno, ¿estas son horas de llegar?’
Sissak reconoció esa voz, era Rijja, su maestro, ¿pero qué hacía con un golem?
‘No temas Sissak, es amigo, te lo explicaré algún día, pero tenemos que hacer algo antes, corre, sígueme.’
Sissak se reincorporó y siguió a Rijja por unos pasillos que se encontraban en ruinas.
Finalmente Rijja se detuvo y mirando a Sissak le dijo ‘Túmbate, tenemos que empezar ya o todo esto no habrá servido de nada.’
Sissak observó la habitación, un pedestal de piedra presidía la habitación en el centro, un conjunto de incontables columnas en ruinas rodeaba la estancia, el suelo
se encontraba cubierto de cascotes y algunas piedras carbonizadas.Sissak se tumbó sobre el pedestal a la vez que una increíble sensación de paz le invadía, notaba como su cuerpo se hacía ligero, cada vez más ligero. Sus párpados pesaban, era incapaz de oponer resistencia alguna a que se cerraran. Un extraño hormigueo comenzó a crecer en su pecho…
‘Despierta Sissak’, exclamó Rijja mientras empujaba a Sissak suavemente.
‘Eh, ¿qué ha pasado? Mi espada, he visto una espada!’
‘Tranquilo Sissak, recupera las fuerzas y te aclararé todo’
Una vez hubo recuperado las fuerzas, Rijja le habló del secreto ritual de iniciación de la congregación rúnica, de la importancia de realizar este ritual cuando se produce un eclipse de Argán, de la historia de esta congregación, sus ruinas y antiguos maestros de la magia.
Si el vínculo que los unía era fuerte, ahora con este ritual, no habría nada que lo rompiese…
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