Inicio Foros Historias y gestas La historia de Yvoline

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    • lordsoth
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      A petición de uno de los avatares de gestas comparto la historia por el foro, espero que os guste.

       

      Mudlet, main console extract from Reinos de Leyenda profile

      Mi guardia ha terminado. Paseo por las calles de Anduar, la ciudad que, si bien no me vio
      nacer, si me ha visto crecer. Saludo a Terni, como cada día, y me dirijo al Dragón Verde a
      relajarme tomando una cerveza fría, mientras veo a los transeúntes de la ciudad, a los novicios,
      a los bardos que intentan que su voz destaque por encima del murmullo general, a los borrachos,
      a los gallardos aventureros intentando impresionar a las mujeres presentes en la taberna, sin
      saber que no es impresionarlas lo que necesitan sino tener metal en el bolsillo, y a los
      silenciosos. Les denomino así porque, lógicamente, no suelen cruzar palabra con nadie, hunden
      su cabeza en las jarras mientras los demonios los atormentan. Los veo todos, aunque más bien
      debería decir que los vigilo a todos. Pese a estar fuera de servicio, mis manos descansan en mis
      armas prestas a ser desenfundadas al menor indicio de problemas. Mis ojos miran fijos y fríos a
      cualquiera que ose detener su mirada en mí. Nadie osa sostenerme la mirada, mi reputación me
      precede. Pese a que nunca he transgredido las normas de la ciudad, no tolero la más mínima
      incorrección, y al menor indicio de altercado, mi sola presencia como representante de la
      Guardia de Nivrim, suele bastar para calmar los ánimos. Este es mí día a día, esta es mi vida.
      Como cada día un anciano, viene a presentarme sus respetos, lo hace desde que, un día en la
      cantera, lo salvará de un altercado con unos bandidos. Pese a no estar dentro de los márgenes de
      la ciudad, lo reconocí de cruzarme con él por la calle, y acudí presta en su ayuda. Blandiendo
      mi hacha de lado a lado decapité en el primer movimiento a uno de los bandidos, y me encaré
      rápidamente contra los otros tres. No eran novatos, atacaron de manera coordinada y bien
      organizada. Detuve a duras penas el envite del primero y el segundo, mientras giraba, dándole la
      espalda al tercero y permitía que su pequeña daga chocará contra las guardas de mi coraza.
      Aprovechando la proximidad de este utilice mi cola para zancadillearlo, y rápidamente salte
      hacia detrás aterrizando con los pies juntos encima de su cabeza, la cual no pudo resistir mis
      casi 200 kilos peso y escuche con satisfacción como se fracturaba el cráneo, fijándome en las
      caras de repulsión que pusieron sus aliados al escucharlo. Aprovechando esta pequeña
      distracción, envaine mi hacha y empuñe la gran almádena que portaba y salte en medio de ambos
      hendiendo el aire con ella, y trazando un amplio arco. Uno de ellos retrocedió atropelladamente,
      él otro no fue lo suficientemente ágil. El crujido de sus costillas indicó que mi ataque lo
      había alcanzado de lleno y que estaba fuera de combate, así que me encaré contra mi último
      oponente. Este, con paso vacilante, se alejaba de mí mientras yo, con gran parsimonia, empuñaba
      un estiloso florete. Hice bailar mi arma mientras él intentaba a duras penas seguir la
      trayectoria de la misma. Mi estocada fue tan sutil que tardo varios segundos en darse cuenta de
      que estaba muerto. Con una maravillosa floritura hundí el estoque en su tráquea perforándosela,
      y retirándome rápidamente. El extrañado me miro, y al intentar respirar, una bocanada de sangre
      inundo sus pulmones. Me aleje de él a ayudar al anciano a levantarse, mientras el bandido
      continuaba inútilmente respirar.
      Pero eso fue hace ya varias estaciones y cada día desde entonces viene a presentarme sus
      respetos, no por el hecho de haberlo salvado, sino por haberlo hecho fuera delos márgenes de la
      ciudad, cuando mi obligación no era tal. Sin embargo, hoy percibo algo distinto, un paso más
      vacilante, una segunda ojeada a mi mesa. Mi mente se pone en guardia, mis pies pasan de estar
      relajados delante de mi silla a situarse debajo de ella, con el objetivo de levantarme lo más
      rápida y potentemente posible. Una de mis manos se dirige a mi cuello, en posición de guardia,
      con el objetivo de bloquear cualquier ataque por sorpresa y la otra se coloca debajo de la mesa,
      con la intención de arrojarla contra cualquier oponente. El anciano, percibiendo mi tensión
      levanta las manos y lentamente arrastra un taburete enfrente de la mesa y toma asiento.
      Yo no me he movido. Ni un musculo, apenas he tenido un par de inhalaciones. Mi mente permanece
      alerta pero serena, mis músculos en relajación, pero preparados.
      – Joven, no deberías estar tan tensa. Apenas soy un anciano.
      – Anciano, he visto muchos hombres mayores que tú cometer atrocidades innombrables. He visto a
      poderosos hechiceros, con una sapiencia que se mide por centurias, deshacer el cuerpo de sus
      oponentes, he visto…
      – ¿Y acaso no has visto a un hombre simplemente, beber y agradecer a su salvadora la ayuda
      prestada?
      – Si – respondí vacilante – pero no es necesario, solo ayudé a proteger a un ciudadano de la
      ciudad de Anduar.
      – Pero fuera de sus márgenes…
      – Largamente he debatido con el general sobre los márgenes de la ciudad. En mi opinión estos
      deberían abarcar la cantera, la antigua muralla y las cloacas. Además, sabía que eras un miembro
      de la ciudad, jamás permitiría que un ciudadano de la gran ciudad de Anduar sufriera daño en mi
      presencia.
      – Y por ello te doy las gracias.
      – No es necesario.
      – Insisto. – Lentamente acerca su jarra a los labios y da un largo sorbo. Yo espero
      pacientemente mientras, mi mente solo desea retornar a su soledad – ¿Y cuál es tu historia?
      – ¿Disculpa anciano?
      – Si, tú historia. Porque una mujer-lagarto del pantano acaba en la guardia de Nivrim. Pensé que
      los tuyos eran leales a Ozomatli y a Grimoszk.
      Mis manos se crispan mientras señalan mis orígenes. Pero consigo mantener la calma.
      – No creo que sea de tu incumbencia anciano. Aunque me sorprende ver a un humano que se capaz de
      averiguar a simple vista la subraza de una mujer-lagarto.
      – Eso es porque no soy un simple anciano, ni un simple humano. Antaño era un hombre de gran
      renombre, y aún de vez en cuando escucho a los bardos cantar mis hazañas. Por suerte, aunque mi
      nombre real se recuerda, mi rostro ahora ya envejecido, ha quedado en el olvido.
      – ¿Y cuál es ese nombre anciano? ¿Es que tengo ante mí al gran Hydeface? ¿O quizás me encuentre
      ante la otra cara de la moneda Andorogynus?
      – No, jajajajaja. Lejos estas de mi nombre. Aunque sería más el primero que el segundo sin duda.
      – ¿Acaso eres un seguidor de los dioses del bien? – Mientras decía esto empecé a incorporarme,
      lejos de desear compartir mesa con uno de esos aborrecibles seguidores del llamado «panteón del
      bien».
      – No te levantes todavía, pues las deidades a las que seguía no tienen presencia en la época
      actual. Pregunta a cualquiera de los presentes por Lumen, Oskuro, Gestur u Onnex. Ninguno de
      ellos sabrá decirte nada. Así que en lo que nuestra conversación atañe podríamos decir que soy
      ateo.
      Con desconfianza tomo asiento, ya no tanto porque me agradase la conversación sino porque quería
      saber a dónde me llevaba.
      – Bien anciano, entonces quién eres.
      – Saberlo o no te corresponderá a ti – respondió el anciano – todo dependerá de lo que me
      cuentes. Y bien como acaba una mujer lagarto del pantano en la guardia de Nivrim.
      La voz del anciano me encandilaba. Su timbre me hacía relajarme y por primera vez en mucho
      tiempo me di cuenta que no era consciente de todas las caras que había en la taberna.
      – Anciano, mi historia es larga, y haberte salvado una vez no te hace merecedor de escucharla.
      Además, no es una historia agradable.
      – Casi ninguna de las que merecen la pena escuchar lo es.
      – Si, ¡pero no quiero contarla! – Exclame con vehemencia. Empezaba a cansarme de ese jueguecito.
      – ¿Por qué? ¿Serás menos dura si lo haces? ¿Tienes acaso miedo de que tus compañeros se apiaden
      de ti? La pobre mujer lagarto tratada como si fuera una mercancía….
      – VIGILA TUS PALABRAS ANCIANO – Grite incorporándome. Toda la taberna se había quedado en
      silencio, todos los ojos estaban fijos en mí. Recorrí con la más fría de mis miradas la sala y
      fui viendo como la gente volvía a hundir sus rostros en sus jarras y retomaban nerviosamente las
      conversaciones. – No sé qué sabes de mí, pero mide tus palabras o te arrancaré la lengua
      – Se más de lo que la gente puede llegar a saber, es posible que sepa más que tú. La gran
      pregunta es… ¿Tú sabes quién eres?
      Me volví a sentar pesadamente, y volvía a notar que las palabras del anciano volvían a
      encandilarme, y que esta vez me hundía sin remedio en su léxico.
      – Hagamos un trato, soldado – volvió a retomar el anciano – Cuéntame tu historia y te diré quién
      soy. Créeme cuando te digo que es uno de los secretos mejor guardados de toda Eirea.
      Y así comencé, casi sin darme cuenta las palabras fluyeron a mi boca, y me encontré sentada en
      una mesa, con un anciano que apenas conocía relatando una historia que no quería contar.
      Me acuerdo que llovía – empecé a narrar – Es mi primer recuerdo de mi llegada a Anduar, llovía y
      mucho. Los caminos estaban pantanosos y mi cola dejaba un surco por donde iba andando al ir
      rozándose con el suelo. Llegue de la mano de mis padres, buscábamos al que de aquella era el
      general de Anduar. Nada más llegar a las puertas los guardias aprestaron las armas y se
      dispusieron a hacer sonar las campanas, pero mi padre rápidamente extendió las manos en signo de
      paz.
      – Tranquilos guardias, no he venido a perturbar vuestra ciudad. Decidle al general de la guardia
      de Nivrim que Kreux, el Gran Incursor Saurio ha venido a la ciudad a debatir con el general
      sobre la multa que les ha imputado. Me acompaña Sszarkar, mi cónyuge, una de las más grandes
      chamanes que nuestro pueblo ha conocido. Igualmente viene con nosotros Yvoline, nuestra hija –
      dijo adelantándome unos pasos. – El general espera nuestra visita.
      – Saludos, Kreux. Soy Edorun, el capitán de la guarida de la puerta Este de Anduar. Mi compañero
      ha ido a avisar al general. ¿Mientras podrías decirme que es eso? -Dijo mientras señalaba al
      cuarto miembro de nuestro grupo.
      He de decir que yo me había acostumbrado a ellos, pero me sorprendía ver las reacciones de la
      gente al encontrarse delante de un representante de los planos inferiores.
      – Es Torquul, el ancestro Guardián. – Se adelantó mi madre – Responde plenamente a mis órdenes.
      – Yo solo sé que eso no va a entrar en nuestra ciudad de la mano de unos proscritos – respondió
      el guardia.
      Las manos de mi padre se crisparon al escuchar la palabra proscritos, pero rápidamente se
      relajaron al sentir el contacto de la mano de mi madre sobre su brazo.
      – Eso no será ningún problema – respondió ella. – Solo lo llevamos por protección de la niña. Es
      demasiado joven para permanecer en Grimoszk, sobre todo en estos días cuando recibimos ataques a
      diario de nuestros enemigos de Takome y Kattak.
      – Sin duda merecidos – repuso él – Aun recuerdo la horda lagarta atacando diariamente estas
      ciudades.
      – Merecidos o no, no es asunto tuyo, guardia – pronunció esta última palabra con todo el
      desprecio que pudo imprimir – Pero, entiendo tu inquietud. Torquul no nos acompañará dentro de
      los márgenes de la ciudad. Toquul, te ordeno que regreses al abismo.
      – Será un placer señora.
      Con un fogonazo una grieta en el espacio de abrió y por ella se adentró Torquul, de vuelta a los
      planos inferiores. Al mismo tiempo el guardia volvía acalorado y jadeando.
      – El general los recibirá en su despacho en la guardia, señor. Dice que los escoltemos hasta
      allí.
      – Entendido soldado – respondió el capitán – Señor, señora, el general los recibirá ahora…
      – Vayamos pues – dijo mi padre interrumpiéndole y adelantándose a los demás
      – … pero antes deberán entregarnos las armas – termino el capitán.
      Mi padre se puso lívido de ira mientras los inspeccionaba.
      – Esto no es un arma normal, guardia. Es un tridente rúnico, solo un incursor bendecido por
      Ozomatli puede empuñarlo.
      – Me parece fantástico, pero si quieres ver al general deberás dejarlo a mis pies – respondió
      altivamente el general. Se notaba confiado respaldado por sus guardias.
      – Bien, sea. – Respondió mi padre tras un rápido vistazo a mi madre. Él sabía que ella podría
      acabar con toda la ciudad sin ninguna arma en la mano. Solo debía invocar de los planos
      inferiores a otro sirviente. Además, era una de las pocas que aún era capaz de invocar al
      poderoso Targhas.
      Ambos se acercaron a los guardias y depositaron con sumo cuidado las armas en un cofre a ello
      destinado en el cubil de la guardia.
      Tras ello nos encaminamos dentro de la ciudad.
      Mi primer vistazo a Anduar me pareció grandioso. No es que Grimsozk no lo fuera, pero esto era
      distinto. En Grimoszk solo pueden acceder miembros del bando malo, o incluso anárquico – cuando
      no están guerreando contra ellos – pero en esta ciudad podías ver en la misma calle a un elfo,
      un orco, y semi-drow, sin que intentarán matarse entre ellos. Ese simple hecho me fascino.
      Antes de lo que me hubiese gustado llegamos al cuartel general de la guardia de Nivrim.
      Accedimos a él, siempre acompañados de nuestra escolta, y tras subir unas breves escaleras
      llegamos al despacho del general.
      – ¿Quién era el general de la guardia en ese momento? – Me interrumpió el Anciano.
      – Juré nunca más pronunciar su nombre. Y jamás faltaré a esa palabra.
      – Disculpa la interrupción, prosigue.
      Accedimos al despacho del general, y me sorprendió que fuera otro hombre-lagarto. ¡Un hombre
      -lagarto mandando en humanos! Pensé estupefacta, me pareció casi tan poderoso como el gran
      patriarca. Casi. El patriarca emanaba un aura de poder que te hacía acongojarte solo con su
      presencia. Este emanaba un aire de suficiencia, del que se siente ampliamente respaldado. Su
      despacho estaba cuidadosamente decorado, con bienes procedentes de todos los rincones de Eirea.
      Su arma brillaba lustrosa, símbolo de que realmente llevaba mucho sin utilizarla. El tridente
      del patriarca, pese a que estaba sin mella dadas sus propiedades mágicas, casi siempre tenía
      algún rastro de sangre seca y barro en sus recovecos.
      – Sientate, Kreux. Bienvenida Sszarkar, bienvenidos a Anduar. Creo que sería interesante que la
      pequeña Yvoline nos espere en el salón contiguo, quizás lo que hablemos aquí no sea apto para
      oídos tan jóvenes.
      – Mi hija es un lagarto del pantano – señalo mi madre, dejando ver claramente que consideraba a
      los lagartos de las costas, como lagartos de segunda categoría – Puede oír y escuchar cualquier
      cosa que hablemos. Sus oídos están acostumbrados a escuchar el grito de los moribundos cuando
      asolan nuestra ciudad, y sus manos han asido un arma, al parecer, bastante más veces que las
      tuyas.
      – Me parece genial, Sszarkar pero la niña debe irse. Uno de mis guardias la escoltará en todo
      momento
      – Hija, acompaña al guardia al salón contiguo y acabemos de una vez. Quiero resolver esta
      falacia de acusación que pende sobre nuestras cabezas lo antes posible, mujer – dijo
      enérgicamente cuando mi madre iba a protestar – Me hace la misma gracia que a ti dejar a mi hija
      con estas gentes, pero esa acusación falaz e injusta sobre un altercado dentro de la ciudad debe
      desaparecer cuanto antes. Lastramos a la horda cada vez que debemos rodear la ciudad en vez de
      atravesarla cuando nos dirigimos a nuestras incursiones en Kattak. HIJA, haz lo que te digo.
      Adoraba a mi padre, y lo quería con todo mi pequeño corazón, pero cuando alzaba la voz sabía que
      debía obedecer. Y rápido.
      – Por supuesto padre. – respondí obediente. Siempre me acordaré de mi padre mirándome con ojos
      orgullosos, por mi obediencia y a mi madre guiñándome un ojo mientras salía de allí. Estaban
      tranquilos y confiados, pese a no tener armas. Mi madre sería capaz de derrumbar el edificio
      sobre las cabezas de nuestros enemigos con apenas 4 palabras, mientras mi padre contenía a los
      guardias y le daba tiempo a terminar su hechizo. Es normal que estuvieran confiados. Jamás pensé
      que esa sería la última vez que los veía
      Me condujeron a una sala contigua, donde espere pacientemente a que vinieran a buscarme.
      Recuerdo a un halfling que entro en el despacho en el que se encontraban mis padres y salía
      apresuradamente.
      De vez en cuando escuchaba algún fragmento de la conversación, especialmente cuando mi padre
      alzaba la voz (la suya nunca ha sido una voz tenue). Y así fueron pasando las horas. Al cabo de
      un rato llego otro humano. Este en vez de portar las típicas armas y armaduras de la guardia,
      vestía de una manera totalmente distinta. Se adentró en la sala donde estaban mis padres y seguí
      esperando. Al cabo de un rato algo me extraño, deje de escuchar ningún ruido. Es como si todo el
      mundo en la sala continua se hubiera cayado y lo achaqué a que debían haber llegado a algún tipo
      de acuerdo y la conversación se había relajado haciendo esta inaudible.
      Recuerdo que aún era una niña, y cuando me dirigí a la sala en mi cabeza fantaseaba la idea de
      que tuviera que desarmar al guardia y armada con una espada que posiblemente no fuera capaz ni
      de sostener con las dos manos, me adentraba en el despacho de mis padres dispuesta a salvarlos
      de sus enemigos y degollar al general. Sueños de niños, que no tienen nada que ver con la
      realidad. La realidad es que, con el silencio, las horas y el cansancio, me quede dormida.
      No sé cuántas horas dormí, pero cuando me desperté el general de la guardia de Nivrim se
      encontraba frente a mí. Lo primero que hice fue lo más evidente.
      – ¿Dónde están mis padres? – pregunte extrañada.
      No respondió inmediatamente, continúo mirándome con ojos extraños mientras se pensaba la
      respuesta.
      – Se han ido, Yvoline.
      – ¿CÓMO?
      – Se han ido. Te han dejado como pago por sus deudas.
      – ¡Pero eso es imposible! – Exclamé. En mi mente no podía caber dicha eventualidad.
      – Pues si lo es, ahora te formarás como miembro de la Guardia de Nivrim. No solemos tener
      lagartos del pantano por aquí. Pero aprenderás cuál es tu lugar. Te entrenarás y protegerás,
      llegado el día, la ciudad de sus enemigos. Quien sabe igual esos enemigos son tus padres y tus
      hermanos – Añadió socarronamente.
      Mis manos se crisparon y de un salto me puse en pie. Pillado por sorpresa el general se
      sobresaltó y no fue capaz de reaccionar a tiempo. Me cole a su espalda y le puse la zancadilla.
      Rápidamente inspeccione la habitación en busca de un arma, algo que poder clavarle para poder
      escapar de allí. En su mesa había un abre cartas, lo empuñé y me dirigí hacía el lentamente como
      me había enseñado mi padre. Analicé sus debilidades como me había enseñado mi madre. Su nuca
      estaba desprotegida, ahí dirigí mi improvisado puñal. Pero como siempre, volví a olvidarme de
      que apenas era una niña y mi improvisado puñal choco contra sus escamas y fue incapaz de
      atravesarlas. En cambio, él si fue capaz de incorporarse y de un sonoro revés de su mano derecha
      me mando de vuelta a los brazos de la inconsciencia.
      Cuando volví a despertarme estaba sola, imaginé que en una celda, cuando en realidad estaba en
      uno de los catres que tienen a su disposición la guardia. Al día siguiente empecé mi instrucción
      como soldado de Nivrim. Recuerdo las arduas horas de sudor y como me emplee a fondo en mejorar.
      En mi mente solo repetía que utilizaría estas mismas técnicas para librarme de mi cautiverio y
      volver junto a mis padres.
      Había algunos reclutas de mi edad, casi todos jóvenes mercenarios vagabundos, que había
      encontrado en la guardia una profesión. Casi todos eran corteses y amables, y trataban al pueblo
      con deferencia y respeto, el mismo con el que me trataban a mí. Intentaban ayudar a todos y
      reinaba entre ellos una gran camaradería. Me sorprendió el hecho de que la mayor parte mantenían
      una buena relación con casi todas las ciudadanías y de hecho muchas veces actuaban de
      intermediarios en transacciones entre miembros de distintos bandos que de encontrarse a solas,
      intentarían clavarse un cuchillo el uno al otro. El general y su guardia privada eran totalmente
      distintos, apenas ayudaban al pueblo y se jactaban de las cuantiosas multas que imponían a los
      transeúntes, fueran merecidas o no.
      Apenas llevaba dos meses ahí cuando resonaron las campanas de Anduar. Vi pasar a todos los
      soldados de Nivrim corriendo hacia las puertas. Gritaban asustados:
      – ¡No es un proscrito! ¡Están atacando la ciudad!
      – ¡Grimsozk ha venido a la ciudad!
      Al fin pensé que mis padres habían vuelto a por mí. El general llego a mi lado y me agarro por
      el tabardo. Intente revolverme, pero, he de ser sincera, él era mucho más fuerte. Sin demasiada
      dificultad me inmovilizo y me arrastro a una de las celdas de la ciudad. Cuando me soltó allí me
      giré y le dije:
      – Mi padre hará que te arrepientas de esto cuando su tridente emerja por tu sucia boca. ¡Y mi
      madre te traerá de vuelta para que pueda volver a hacerlo!
      – No creo que eso pueda llegar a suceder – Dijo mientras cerraba la puerta y echaba la llave.
      Y otra vez volvieron a pasar las horas. De rodillas me puse a rezar a Ozomatli con todo mi
      corazón. Nunca había sido la creyente más devota, pero aquel día recuerdo que lo ore con mi alma
      en la mano.
      Un ruido, el sonido de unas llaves, el roce de la llave con la cerradura. El chasquido del perno
      al girar. La puerta se abrió.
      Esperanzada me levante esperando encontrarme a mi padre, pero era el patriarca quien habría la
      celda. Mi sonrisa se difumino de pronto. Era cierto que el patriarca y mi padre se llevaban
      bien, eran buenos compañeros de armas. ¿Pero porque había sido él y no mi propio padre quién
      había acudido en mi rescate? Más sorprendida aún me quedé cuando vi a uno de mis compañeros
      soldados de Nivrim acompañándolo, y ¡llevaba el arma en la vaina! ¡No estaba preso!
      – Aquí la tienes patriarca. Tal y como te dije, nos hemos preocupado de que no le faltase de
      nada, y jamás hemos conocido a nadie como ella. Derrotaba a los reclutas de años superiores con
      una facilidad pasmosa, y siempre se ha comportado correctamente.
      – Tal y como corresponde a la hija de mi viejo amigo. Ven pequeña, es hora de marcharnos.
      – ¿Dónde están mis padres? – Pregunté.
      Jamás estas preparada para lo que vi a continuación. Ambos se miraron, y después volvieron la
      vista hacia mí.
      – Lo siento pequeña, pero tus padres nunca volvieron a Grimoszk.
      – Yvoline, durante estos meses has sido una recluta y compañera de armas, aunque aún estuvieras
      instruyéndote. Y por eso cada día me dolía verte a los ojos, pero el general me hubiese cortado
      la cabeza si te desvelaba lo que ahora voy a contarte.
      El general como bien sabes era un corrupto y con él todos sus fieles consejeros. En el momento
      en que vieron a tus padres poner sus armas en el cofre, hicieron llamar a un hafling que estaba
      compinchado con ellos para que les echara un ojo. Aún no habían sido recibidos por el general, y
      el halfling ya estaba buscando compradores para ellas.
      – Tus padres murieron en aquel despacho – Continuo el Patriarca – He hablado con este soldado
      que me ha relatado los hechos, ya que, aunque no estaba presente, alguno de los que sí lo
      estaban no tenían ningún problema en hablar de sus deshonores en público, más aún si había un
      par de jarras de cerveza de por medio.
      – Pero eso es imposible – repuse yo – Mi padre estaba desarmado, pero aun así podría derrotar a
      4 hombres solo, y mi madre podría haberlos matado a todos solo con murmurar unas palabras.
      – Si, eso lo tenían muy claro – respondió el Nivrim – Por eso hicieron llamar a un clérigo que
      desde la puerta y sin que tus padres se percatarán de su presencia formuló un hechizo de
      paralización sobre tu padre. Al momento 2 guardias pusieron las espadas en el cuello de este y
      le dijeron a tu madre que si decía algo las hundirían. Tu madre bien conocedora de este tipo de
      hechizos, se dispuso a esperar, sabiendo que en breves tu padre se liberaría de este y se
      desharía rápido de los guardias, mientras ella desencadenaba su magia. Lo que no conto es que el
      clérigo acto seguido sumió la habitación en un silencio mágico. En ese momento y con tu padre
      aun paralizado saltaron sobre ella y la acuchillaron. Tu padre tuvo que contemplarlo y en cuanto
      se liberó de la inmovilidad decían que apenas habían sido capaces de contenerlo entre los 10 que
      estaban. De hecho, solo 4 sobrevivieron. Se deshicieron de los cadáveres y decidieron contarte
      la historia de que te habían dejado como pago de su deuda.
      Mi mente era un torbellino. Mis padres. Muertos. Era imposible, mis padres eran invencibles.
      Eran… por dios, ¡eran mis padres! No podían ser derrotados.
      – En cuanto pasaron los días y vimos que tus padres no volvían quisimos venir a buscarlos – dijo
      el patriarca. – Yo mismo encabece la marcha junto con tus hermanos, y 15 de nuestros mejores
      guerreros y chamanes. Por desgracia al salir de márgenes nos encontramos con una incursión de
      Takome que precisamente se dirigía a atacar la ciudad. Pillados por sorpresa, fuimos derrotados
      y nos vimos obligados a retirarnos a la ciudad. Allí conseguimos contener el ataque. Por
      desgracia, tuvimos varias bajas por el camino, y tus hermanos, que se encontraban en primera
      línea dispuestos a arrasar Anduar para liberar a tus padres y a ti, fueron los primeros en caer.
      Desde entonces no ha habido un día que no deseará venir a rescataros, pero mi deber para
      Grimoszk me obligaba a permanecer en la ciudad, más aún después de haber perdido valiosos
      guerreros en el primer intento. Hasta hace un rato no he sabido nada de que tus padres estaban
      muertos.
      – En cuanto escuche que Grimoszk atacaba la ciudad sabía porque era – retomo el Nivrim – así que
      decidí salir por la puerta sur y acercarme a ellos en son de paz. Casi no vivo para contarlo,
      pero pude hablar con vuestro patriarca y esclarecer lo sucedido. Me complace anunciar que la
      corrupción ha sido extirpada de nuestra ciudad. Apresamos al general y a sus súbditos y se los
      entregamos al patriarca.
      – Y ya he hecho justicia, pequeña. Sus cuerpos yacen en los márgenes del camino real, como pasto
      para las carroñeras. Ahora es hora de volver a casa.
      Mis padres… mis hermanos… muertos. No. No puede ser. ¿Qué casa? ¿A Grimsozk? A honrar a un
      dios que había dejado morir a mis padres y que cuando mis hermanos acudían a la ciudad a
      resarcir su honor había dejado que los matasen.
      – Creo patriarca, que ya estoy en casa. – Respondí con la voz más firme que fui capaz de sacar
      en aquel momento.
      Al levantar la vista de mi jarra veo que la noche ya ha caído sobre la ciudad. Veo el rostro el
      anciano, comprensivo e interesado. Veo las sillas vacías y algunas dadas la vuelta encima de las
      mesas, señal inequívoca de que han empezado a limpiar. Mientras me recompongo me dirijo a la
      barra a pagar las consumiciones. El anciano me espera en la puerta cuando me doy la vuelta
      dejando una moneda encima de la barra para el tabernero. Nos adentramos juntos en la noche de la
      ciudad.
      – Ha sido una buena historia. Deberías sentirte orgullosa y no deberías renegar de tus orígenes.
      Tus padres murieron con honor y tu pueblo lucho por ellos hasta vengar sus muertes.
      – Y yo mantengo los mismos principios que mis padres, anciano, pese a que soy un miembro de la
      cola a la cabeza de la guardia de Nivrim, fuera de los márgenes de la ciudad no me verás
      estrechar la mano de un enano, elfo o razas semejantes. Será mi espada lo que vean más de cerca.
      Teñida con su sangre.
      – Me ha gustado escucharla, creo que ahora se algo más de ti y eso me ayuda a comprenderte. Ve
      ahora a tu hogar, con tus hermanos de armas y descansa. Mañana es otro día.
      Asentí lentamente, mientras me gire y me encamine hacia la guardia. Me sentía mejor, como una
      losa que llevaba atada a la espalda y había arrojado al río. Tan ensimismada iba que tarde en
      percatarme de un detalle.
      – ¡Increíble! Me he olvidado de exigirle que cumpliera su parte del trato, que me dijera quien
      es y porque sabía tanto sobre mi cuando esta historia está enterrada, y apenas un par de
      personas la conocen… Bueno, como dijo el anciano, mañana será otro día. Mañana me tocará a mi
      saber la verdad.
      Nunca más volví a ver al anciano.
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