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- El abedul
Arkhram agarró fuertemente el mango del hacha y, trazando un punto imaginario en la corteza del árbol, inclinó su cuerpo hacia atrás y, como si de un resorte se tratara, descargó un tremendo golpe sobre la corteza del árbol, hundiendo su herramienta en el tronco del abedul.
Respiró profundamente y, tras sacar la herramienta del árbol, repitió la misma rutina, pero esta vez en lugar de imaginar un punto en la corteza trató de recordar los rasgos de alguien.
Consiguió vislumbrar sobre la corteza del abedul un rostro reptiliano, en el que predominaba una prominente mandíbula, recorrida por varias cicatrices que habían provocado también la perdida de algunas piezas dentales. Una rojiza lengua bífida parecía susurrar algo ininteligible. Algunas de las escamas del rostro reflejaban brillos de una tonalidad dorada.
Arkhram deslizó sus manos hacia el final del mango de madera y, aprovechando aún más si cabe la longitud de la herramienta, comenzó a descargar un frenesí de golpes contra la corteza del abedul, uno tras otro, sin descanso, hundiendo el hacha más y más en el tronco del abedul, hasta que escuchó un crujido.
Cayó de rodillas al suelo y contempló cómo el abedul se inclinaba sobre el claro, seguido de una serie de chasquidos y un tremendo golpe contra el suelo, en el que se rompieron varias ramas de este.
Arkhram contempló el tocón que ahora ocupada el lugar del abedul, percibió ese rostro reptiliano que aún lo observaba, siseando algo con su lengua bífida.
Se miró las manos, cubiertas de la misma sangre que manchaba todo el mango del hacha.
Sintió un sudor frío que recorría casi la totalidad de su piel, escuchó un extraño zumbido en su oído izquierdo que iba viajando al derecho para volver de nuevo al izquierdo. Sus piernas flaqueaban, a pesar de estar de rodillas en el suelo notó como su cuerpo se balanceaba.
Temió estamparse contra el suelo sin poder controlarlo, plantó sus enormes manos en el suelo tratando de recuperar algo de estabilidad.
Respiró profundamente, tratando de recuperar la compostura, no era propio de él perder los papeles así, aunque no era la primera vez.
Los episodios ocurrían cada vez con más frecuencia, la primera vez fue hace un par de años. Arkhram no le dio la más mínima importancia, lo achacó a la ansiedad provocada por la llegada del nuevo General de la guardia.
En un principio había agradecido la llegada del nuevo General, era el relevo que había estado esperando durante muchos años, un relevo que haría que el viejo orco recuperase su anterior vida. Una vida sin preocupaciones, sin necesidad de tomar decisiones importantes y sin las repercusiones diplomáticas que tanto parecían afectarle.
Comenzó un par de meses después del nombramiento del actual General, Arkhram se despertó en mitad de la noche, bañado en sudor y sujetando entre sus manos su almohada, sobre la que había visto un rostro escamoso.
No le dio mucha importancia, convencido de que se trataba de una pesadilla y de que no ocurriría más.
Volvió a ocurrir un par de semanas después, pero esta vez en la taberna de Naduk.
No le gustaba acudir a la taberna del Dragón Verde, no por la atención del tabernero ni por el ambiente, sino porque no era de su agrado que sus conciudadanos lo vieran beber, aunque no estuviera de servicio, pensaba que no era un buen ejemplo para la guardia.
Por eso acudía a la taberna de Naduk, tampoco es que lo hiciera con demasiada frecuencia, únicamente cuando necesitaba evadirse de sus obligaciones. Un buen asado junto con varias jarras de cerveza bastaban para saciar al soldado orco y evadirlo de sus quehaceres.
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Las Aguas Cristalinas
Arkhram se detuvo a los pies de la fuente de Naduk, recorrió con la mirada la plaza, tratando de identificar a los viandantes que allí estaban.
No reconoció a ninguno de ellos, si algo tenía Arkhram era una memoria prodigiosa, le bastaba con haber coincidido aunque fuera un instante con una persona para recordar los rasgos de esta.
A su edad, rozando casi los doscientos años, no había habitante de Anduar que no se hubiera cruzado con él, se podría decir que conocía a cada uno de los habitantes de Anduar, al menos de vista.
Un pequeño grupo salió de la taberna y se dirigió hacia la fuente.
Un semi-orco se encaramó al borde de la fuente y, tras bajarse los pantalones hasta los tobillos, comenzó a orinar en su interior.
Arkhram se acercó raudo a la fuente y, sin pensarlo dos veces, le arreó un puntapié al trasero del semi-orco, haciendo que cayera dentro de la fuente.
Tras varios intentos de incorporarse y subirse los pantalones para esconder su pequeña vergüenza, el semi-orco exclamó:
- ¿Quién te eesh que edesh? ¡Vash a sabed lo que esh bueno!
Arkhram se acercó al borde de la fuente y, apartando ligeramente la parte superior de su capa, mostró al semi-orco un emblema dorado.
- ¿Edesh un nivdim?
Arkhram asintió.
- Como te vuelva a ver orinando en esta fuente, vas a pasar una temporadita en los calabozos.
Sin esperar una réplica por parte del semi-orco, encaminó sus pasos hacia la taberna.
Arkhram suspiró al cruzar el umbral de la puerta, esa taberna transmitía cierta tranquilidad, una especie de estado de paz interior, esas cosas que había escuchado de los habitantes del poblado a mitad camino entre Thorin y Golthur.
La taberna no era de las más grandes que había visitado, contenía apenas una docena de mesas y una enorme barra de roble, pintada de un tono oscuro, que permitía escaquearse de las labores de limpieza de la misma.
Arkhram avanzó hacia la chimenea y se sentó en la mesa más próxima a esta.
Tras comprobar la identidad de los parroquianos, se descalzó casi a hurtadillas y acercó sus pies desnudos al calor de la lumbre.
Notó como los pies iban calentándose y recuperando poco a poco la movilidad.
Alcanzó una de sus botas con la mano y le dio la vuelta, la suela estaba muy desgastada, en la parte superior comenzaba a adivinarse lo que pronto sería un agujero. Le dio la vuelta y examinó la parte trasera, algunas costuras comenzaban a soltarse, todo esto explicaría el estado en el que se encontraban sus pies.
Ahora mismo renovar el calzado era la última de sus preocupaciones, tenía otras metas en las que gastarse la birria de sueldo que le pagaba el Consejo de Mercaderes de Anduar.
Se inclinó y acarició un enorme arma que había apoyado en una silla. Se trataba de una descomunal vértebra a la que un herrero rúnico había añadido un resistente mango de mithril. Según Sirtek, se trataba de una de las vértebras del fallecido dragón Kavaladurum. Esa aportación de Sirtek no había hecho otra cosa que aumentar esa obsesión que tenía con mejorar el arma.
Se había gastado cada sesiom que ganaba en llevarla a los mejores herreros rúnicos que conocía para que imbuyeran en ella las más poderosas runas para conseguir aumentar su poder, o al menos eso aseguraban ellos.
No sería el General de la Guardia de Anduar, pero tendría un arma mucho mejor que la suya, de eso no cabía duda.
La acarició como quien acaricia a una mascota, o incluso a un hijo, y la apoyó de nuevo sobre la silla, a su alcance.
La puerta se abrió, dos viajeros entraron en la taberna, empapados por la lluvia que había comenzado hace casi una hora y, tras bajarse las capuchas, se sentaron en la mesa más próxima a Arkhram.
- Esta respuesta fue modificada hace 2 years, 9 months por Alambique.
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