Inicio Foros Historias y gestas La marcha de Takome

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      Aesiria se arremanga hasta la altura del hombro su camiseta, dejando ver su tatuaje en el hombro derecho. “Muerte y guerra” ha sido hábilmente recompuesto por: Muerte a Seldar y a sus Guarras harpías. Donde había una calavera, ahora está la calavera de Seldar explotando bajo un martillo de Luz Sagrada.

      Se despide de los sacerdotes del templo, del viejo de mantenimiento, del bibliotecario y de todo el personal conocido de la Catedral de Takome.

      Anciano hábil en la limpieza: No entendemos por qué has de marcharte.

      Aesiria: Los mandatarios me han expulsado.

      Anciano hábil en la limpieza: ¿Por “molestar” a un lagarto infractor que ha acabado expulsado de la ciudad?… en estos tiempos difíciles la lógica no impera. Takome pierde un fuerte apoyo para ganar un vacío en su templo y en nuestros corazones.

      Aesiria: ¿Oyes las campanas de la Cruzada? Cada día suenan. Pero las de nuestro templo … no se les reconoce su sonido ya. No se a dónde nos llevaran estos gobernantes, pero mientras el sonido diario sea el de la campana de guerra y no las de las campanas ceremoniales… No podemos esperar nada bueno en esta ciudad. Tampoco me importa ya, la Palabra de Eralie va más allá de las murallas y de sus cómodos gobernantes sentados en sillas de cuero, retorciéndose el bigote tramando algún malvado plan para favorecerse a ellos mismos.

      Anciano hábil asiente.

      Anciano hábil: Supongo que ese es el motivo por el cual existe este templo y por el cual existen las velas. Para otorgar luz, en los lugares más sombríos.

      Aesiria se da un fuerte abrazo con anciano hábil.

      • Aesiria: Nunca olvidaré la lección del primer día ni la del último.

      Con ambas manos en el palo de su fregona y pesar en su mirada, sin mediar una sola palabra más, el anciano ve como Aesiria abandona el templo y la ciudad. Allí queda inmóvil, pensativo.

      Deja la fregona a un lado y se sienta. Al poco rato, un joven humano con un par de libros en sus manos, túnica grisácea y algo patoso, entra tropezando en la catedral. Recoge torpemente sus libros, se incorpora, observa al anciano y dice…

      Joven torpe: Buenas, eh… vengo a… ¡Quiero decir, buenos días señor!, vengo a hacerme fiel sirviente de Eralie.

      Anciano: Ah… así que quieres ser seguidor… bien, ¿has oído hablar de las pruebas?

      Joven torpe: No, ¿qué pruebas?


       

      Aesiria carga su equipaje en su mula y cuando ya el sol se pone en el horizonte, abandona la ciudad. Pasa por delante del templo de Eralie, al sur. Habla con Onewen y este le ofrece un medallón sagrado. Luego continua su camino hasta Anduar, donde pasará la noche.

       

      Relajada, como si se hubiera quitado un gran peso de encima. Esta vez pone atención a esos detalles que antes parecían superfluos. Sera la falta de prisa. El canto de los pájaros, la brisa, el olor a lluvia aproximándose. Esos pequeños detalles que cuando era una enana joven y a toda prisa se dirigía hacia Takome pasaban desapercibidos, camuflados solo para el que sabe dónde encontrarlos. El paso constante de su pony marca un ritmo. Aesiria cierra los ojos y se concentra en él. Algo ha cambiado.

      En perfecta harmonía con su entorno, percibe todo lo que es invisible a los sentidos del viajero apresurado. El gotear de una hoja en un charco. El cantar de una rana. El bien emanando de los árboles de su alrededor. Una ninfa revoloteando a su alrededor con un cántaro…

      De repente golpea el aire con fuerza y gime:

      ¡Me cago en la Ninfa de los Dioses y el portal que la mandó! ¡¡No me la saco de encima! ¡No la soporto! Todo el día revoloteando… ¡Que soy alérgica al polvo de hada, ¿¡No te entra en esa diminuta mollera?!

      Aesiria estornuda fuertemente.

      Al parecer, no todo ha cambiado.

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