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Una inesperada revelación.
La semi-drow se abrió paso por el mercado de Anduar, últimamente estaba poco transitado, apenas se acercaban muchos ciudadanos a las tiendas.
Abrió la puerta con cuidado, evitando hacer sonar la campanilla que había en la parte superior de la puerta, sin éxito.
¡Tilin, tilin, tilin!
El tendero se quitó rápidamente la pipa de entre los labios y, dando un golpe seco en el mostrador, la guardó aún humeante entre sus ropas. No quería que le vieran fumar en la tienda.
¡Vaya, mira a quién tenemos aquí…!, pronunció Bilops mientras miraba a la semi-drow de arriba a abajo.
La semi-drow dirigió la mirada hacia el suelo, mientras apretaba fuertemente algo contra sus ropajes.
‘Espero que hayas venido a devolver lo que robaste, maldita ladrona’, dijo el tender al reconocer a la semi-drow.
‘Yo… yo no he robado nada, no sé de qué me hablas’, dijo la semi-drow defendiéndose.
‘Venga, no me tomes el pelo, cómo voy a olvidar esa cara tan particular’, respondió Bilops.
La semi-drow desató la lazada que recogía su cabello y lo dejó caer, ocultando la quemadura que cubría la parte izquierda de su rostro.
‘Sé que lo tienes ahí, supongo que habrás venido a devolverlo’
La semi-drow, viéndose sin salida, sacó de entre sus ropajes un pergamino amarillento y lo colocó en el mostrador.
‘Tanto jaleo por un pergamino en blanco, no lo entiendo…’, dijo la semi-drow tratando de justificarse.
‘En blanco dices,… en blanco… ¡No tienes ni idea, jovencita!’, exclamó Bilops soltando una sonora carcajada.
La semi-drow, alterada por los comentarios del tendero, desató el pergamino y lo extendió sobre el mostrador de cristal.
‘¡En blanco, está en blanco!’, gritó la semi-drow, perdiendo la compostura.
‘¡Mira y aprende!’, exclamó Bilops mientras pasaba su mano sobre el pergamino.
Al recitar unas incomprensibles palabras, unas tenues runas rojizas comienzan a aparecer sobre el pergamino.
La semi-drow observa perpleja cómo el pergamino, que antes era blanco, se cubre por completo por unos extraños símbolos rojizos.
‘¿Cómo es posible?’, preguntó la semi-drow asombrada.
‘Siempre he sentido una fascinación por la magia, estudie libros, tratados antiguos, e incluso tuve un maestro. Pero tuve que dejarlo todo para mantener esta tienda. Aunque como has podido comprobar, aún conservo ciertos poderes.’, contestó Bilops.
‘Aunque tenga algo escrito no consigo entenderlo, ¿en qué idioma está escrito?’, preguntó la semi-drow.
‘Si careces de la habilidad necesaria, jamás lograrás comprender estas runas’, dijo Bilops.
‘Quiero aprender a leer estas runas, ayúdame.’, imploró la semi-drow.
‘Yo no puedo enseñarte, aunque conozco a alguien que tal vez podría ayudarte. Espero que no se moleste por mandarle a alguien a su cabaña… Se llama Tharir, es un viejo amigo mío que vive en la arboleda de Ucho. Hazle una visita, recuerda ser educada y tranquila, lleva demasiado tiempo viviendo aislado’, dijo Bilops.
‘¡Buscaré el camino a esa arboleda y encontraré a ese extraño ermitaño’, dijo la semi-drow mientras abandonaba la tienda de magia.
Bilops sacó su pipa y, tras llenarla de unas brinzas de tabaco seco, la encendió y dio una eterna calada.
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El ermitaño de Ucho.
La semidrow se detuvo frente a la señal, el polvo del camino hacía ininteligible lo que alguien había garabateado en ese desvencijado trozo de madera.
Vaeryl frotó con insistencia el trozo de madera hasta que los caracteres escritos en adurn comenzaron a dibujarse de nuevo.
‘Hacia el norte, Arboleda de Ucho’.
Vaeryl tomó el sendero del norte y poco a poco se fue introduciendo en lo que parecía un pequeño bosque de coníferas. No tardó en llegar a un pequeño claro en el que una destartalada cabaña de madera realizaba un esfuerzo titánico para no venirse abajo.
La puerta se encontraba abierta, llamó suavemente con sus nudillos y, al no obtener respuesta alguna, entró sin pensárselo.
Un decrépito anciano se mantenía erguido mientras contemplaba ensimismado las llamas de la chimenea.
‘Buenos días, Tharir.’, dijo Vaeryl en un tono suave, para no sobresaltar al anciano.
‘¡Eh!, ¿qué haces en mi cabaña, forastera?’, preguntó Tharir algo molesto por la interrupción.
‘Hola Tharir, vengo de parte de Bilops, creemos que puedes ayudarme.’, contestó Vaeryl.
‘Ya estamos, el maldito Bilops llenándome la cabaña de forasteros.’, recriminó Tharir.
‘Cuando no son estos malditos extranjeros que vienen a por mis riquezas son estos animales los que me molestan.’, continuó diciendo Tharir.
Un jabalí, aprovechando que la puerta se encontraba abierta, se introdujo en la cabaña y, sin pensárselo, saltó sobre el catre de Tharir y comenzó a revolcarse, llenando las amarillentas sábanas de Tharir de restos de barro reseco y pelos.
‘¡Míralo, otra vez, que manía tienen con saltar sobre mi camastro!’, exclamó Tharir mientras alargaba la mano hacia un enorme bastón.
‘¡Fuera bicho, fuera!’, exclamó Tharir mientras sacudía la grupa del animal, guiándolo hacia la puerta.
Cuando el jabalí consiguió abandonar la cabaña, Tharir cerró con fuerza la puerta y apoyó el bastón contra ella, asegurándose que nadie la abriría desde fuera.
‘Veo que no os falta entretenimiento.’, se aventuró a decir Vaeryl.
‘Precisamente es eso lo que no quiero, entretenimiento. Si he venido a vivir en este bosque es porque pensaba que no me molestaría nadie.’, dijo Tharir.
Tharir se quedó de nuevo ensimismado mientras contemplaba las llamas de la chimenea.
Vaeryl tosió ligeramente, tratando de llamar la atención del disperso anciano.
‘Eh, sí, sí. No me olvido de ti, ¿decías algo de Bilops?’, preguntó Tharir.
‘Así es, Bilops me comentó el otro día que podrías ayudarme a descifrar pergaminos arcanos, no consigo leer las runas escritas en ellos.’, dijo Vaeryl con algo de tristeza.
‘Pues has llegado al sitio correcto, aunque quien algo quiere, algo le cuesta…’, dijo Tharir.
‘¿Y cuánto va a costarme esto?, si puede saberse…’, preguntó Vaeryl.
‘Mira, puedes estar tranquila, no hace falta que saques la bolsa de monedas. Pero te voy a pedir un pequeño favor.’, continuó diciendo Tharir.
‘Te escucho, veré si puedo conseguirlo’, dijo Vaeryl.
‘Hace unos años, en uno de mis viajes, caí en un descuido en las alcantarillas de Anduar. No, no había bebido, si es lo que te estás preguntando.’, dijo Tharir.
Vaeryl no pudo evitar sonreír al imaginarse al anciano caerse en las alcantarillas de Anduar debido a la borrachera.
‘Como iba diciendo, me caí en las alcantarillas, cuando recobré el conocimiento conseguí salir de allí. Fue al llegar a la cabaña cuando me di cuenta de que no llevaba mi libro conmigo, debí perderlo en la caída.’, dijo Tharir.
Vaeryl asintió.
‘Como has podido ver, no puedo dejar la cabaña vacía, estos malditos jabalíes se pasan el día intentando entrar. Si salgo de viaje a recuperar mi libro, esto se va a convertir en una maldita pocilga.’, dijo Tharir.
Vaeryl trató de no reírse ante el último comentario del ermitaño, ya le había advertido Bilops de que fuera educada y respetuosa.
‘Por eso necesito que vayas por mí a las alcantarillas de Anduar y trates de recuperar mi libro. Si consigues encontrarlo te recompensaré enseñándote a descifrar las runas de los pergaminos.’, dijo Tharir.
‘Volveré a Anduar y traeré ese libro, cueste lo que cueste.’, dijo Vaeryl.
‘Si no lo encuentras no pasa nada, ha pasado tanto tiempo y con esa humedad, es poco probable que ese libro haya sobrevivido allí abajo.’, dijo Tharir.
‘Bueno, haré todo lo que esté en mis manos para encontrar ese libro, recorreré cada palmo de las alcantarillas’, dijo Vaeryl.
‘Suerte amiga, aquí te estaré esperando. No tengo mucho más que hacer…’, dijo Tharir mientras se volvía de nuevo hacia la chimenea para contemplar las llamas.
Vaeryl apartó el bastón de la puerta y abrió la puerta con cuidado. Una vez fuera de la cabaña cerró la puerta, asegurándose de que ningún jabalí podría abrirla de nuevo.
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Capítulo 3. Las alcantarillas de Anduar.
Vaeryl cruzó las puertas de Anduar, la vuelta a la ciudad se le había hecho mucho más corta.
Recorrió la calle de la Justicia buscando el acceso a las alcantarillas. Mientras los cruzados discutían sobre en qué iban a gastar su paga, Vaeryl se introdujo de un salto en las alcantarillas.
Un nube fétida golpeó violentamente a Vaeryl, indicándole que el saneamiento de las alcantarillas de Anduar no se había llevado aún a cabo, al contrario de lo que aseguraban los burgueses de la ciudad.
Conforme se aventuraba en las alcantarillas iba encontrándose con algunos grupos de obreros, liderados por capataces que no dudaban en utilizar el látigo si era necesario.
Los escombros que extraían los obreros se iban acumulando a los lados de los túneles, estaban demasiado ocupados cavando y limpiando los túneles como para sacarlos.
Girando uno de los túneles Vaeryl se topó con un extraño hombre de baja estatura. Se trataba de un hombre de edad avanzada, con una brillante coronilla rodeada de un canoso pelo revuelto. Sus diminutos ojos examinaban con detenimiento el techo en busca de fisuras. Iba cubierto con una grisácea gabardina.
‘Hola’, dijo Vaeryl.
‘¿Dónde están tus herramientas?’, preguntó el hombrecillo.
‘Yo no trabajo aquí, estoy en una misión.’, se aventuró a decir Vaeryl.
‘Una misión, aquí abajo…’, replicó el hombrecillo mientras soltó una sonora carcajada que retumbó entre los túneles hasta desaparecer.
‘Estoy buscando el libro que ha perdido un amigo’, continuó diciendo Vaeryl.
‘Aquí no encontrarás ese libro, mis obreros remueven el suelo todos los días, es imposible que no hayan encontrado ese libro.’, dijo el hombrecillo.
‘¿Sabes si han encontrado un libro?’, preguntó Vaeryl.
‘Si lo han encontrado, cosa que no dudo, lo habrán guardado en el almacén. Allí vamos acumulando todo lo que encontramos aquí abajo y si nadie lo reclama nos lo repartimos entre nosotros.’, dijo el hombrecillo.
‘Por cierto, ¿con quién tengo el gusto de hablar, que no nos hemos presentado?’, preguntó Vaeryl.
‘Soy Tozil, el arquitecto de estas alcantarillas, la asociación de Mercaderes de Anduar ha contratado mis servicios para supervisar las obras en el alcantarillado de la ciudad.’, dijo Tozil.
‘Hola Tozil, yo soy Vaeryl, Tharir me ha comentado que hace tiempo perdió su libro aquí y me he ofrecido a recuperarlo.’, dijo Vaeryl.
‘Pues ya te he dicho, si ese libro estaba aquí abajo ahora estará en el almacén, junto con todo lo que encontramos aquí. No tienes idea de lo que tira la gente a las alcantarillas.’, dijo Tozil.
‘¿Puedes llevarme a ese almacén para que eche un vistazo?’, preguntó Vaeryl.
‘Poder puedo, otra cosa es que quiera…’, dijo Tozil.
‘Puedo pagarte algo por esa información.’, dijo Vaeryl mientras echaba mano a la bolsa de monedas.
‘No hace falta que me pagues por esa información, pero sí podrías hacerme un favor.’, dijo Tozil.
‘Otro con favores, así no voy a aprender nunca a descifrar las runas arcanas’, se dijo Vaeryl a sí misma.
‘Está bien, ¿en qué puedo ayudarte, Tozil?’, preguntó Vaeryl.
‘Pues verás, Lord Omelan es quien gestiona todo esto de las obras del alcantarillado. Llevamos ya tres semanas que no ha bajado a pagarnos. Que si tiene que reunirse con los líderes enanos, que si ahora con los de Veleiron, que si no sé qué con la Horda Negra… Entre unas cosas y otras aquí no baja. Los obreros necesitan ese dinero para vivir, aquí no les falta agua y algo que llevarse a la boca, pero sus familias están pasando hambre’, dijo Tozil.
‘¿Y qué tengo yo que ver en todo esto?’, preguntó Vaeryl.
‘Pues, podrías hacerle una visita a Lord Omelan y recordarle la situación en la que estamos. Los obreros están al límite, alguno de ellos ya están sugiriendo dejar su puesto de trabajo e irse a recolectar verduras a los campos de Celedan, allí al menos les pagan a diario.’, dijo Tozil.
‘Buscaré a Lord Omelan y le recordaré que lleva varios pagos retrasados, ¿algo más?’, preguntó Vaeryl.
‘Pídele también que nos baje un par de barriles de aguardiente, seguro que los obreros sabrán agradecer ese gesto.’, dijo Tozil.
‘¡Hecho!, ¿dónde puedo encontrar a Lord Omelan?’, preguntó Vaeryl.
‘Vive en la zona residencial de Anduar, si vas por la calle de Osucaru hacia el sur verás el desvío hacia el oeste.’, dijo Tozil.
‘Entendido, iré a transmitirle lo que me has contado a Lord Omelan’, dijo Vaeryl mientras se adentraba de nuevo entre los túneles del alcantarillado.
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Capítulo 4. Lord Omelan y la extraña plaga.
Vaeryl vislumbró el haz de luz que se filtraba a través de las rejillas de la alcantarilla. Empujó con fuerza y salió ante la atónita mira de los cruzados.
‘¿Qué hacías ahí dentro?’, inquirió uno de los cruzados.
‘Vengo de hablar con Tozil, el arquitecto. Me ha encomendado un trabajito.’, respondió Vaeryl orgullosa de su cometido.
Los cruzados asintieron mientras no perdían de vista a Vaeryl hasta que llegó a la Plaza de Anduar.
Vaeryl continuó su trayecto por la calle de Osucaru hasta que llegó a la bifurcación que le había indicado Tozil.
En ese tramo de la ciudad, las casas eran más pudientes, se hacía patente que estaba entrando en la zona adinerada de la ciudad. Apenas había mercaderes en la calle, además la guardia Nivrim había reforzado la seguridad en esa zona. La mayoría de mercaderes solían vivir en esta zona, buscando exclusividad y tranquilidad. No tenía nada que ver con otras zonas de la ciudad, en la que maleantes y borrachos alteraban el orden a cualquier hora del día.
Vaeryl se detuvo frente a una enorme casa, repleta de ventanas y con una enorme puerta de madera de roble recién barnizada.
Llamó suavemente con sus nudillos y, tras no obtener respuesta alguna, empujó la puerta y entró en la casa.
Al abrir la puerta contempló un enorme recibidor, no recordaba haber visto una entrada de una vivienda así. Una enorme alfombra se extendía por todo el pasillo hacia el salón. Al final del recibido podía verse a alguien sentado en el salón, detrás de una mesa. Detrás de él podía verse una pared repleta de cuadros, con varios retratos de lo que podría ser la nobleza de Anduar.
Vaeryl continuó por la alfombra en dirección al salón, tratando de pisar despacio, sin arrastrar los piés. No quería llenar la alfombra rojiza de barro.
‘Buenas tardes.’, dijo Vaeryl al entrar en el salón de la vivienda.
El hombre, al ser sorprendido, colocó unos papeles apresuradamente sobre una bandeja que contenía restos de comida.
‘Eh, hola, ¿qué haces aquí?’, preguntó el hombre sorprendido.
‘Soy Vaeryl, estoy buscando a Lord Omelan, Tozil me dijo que vivía aquí.’, dijo Vaeryl justificando su presencia.
‘Pues has venido al sitio correcto, soy Lord Omelan. ¿Se puede saber qué te ha contado ese haragán?’, preguntó Lord Omelan sin titubeos.
‘Resulta que me ha dicho que llevan tres semanas de retraso en los pagos, los obreros están molestos por la situación, muchos de ellos están considerando dejar las obras y buscar trabajo en los campos de Celedán.’, dijo Vaeryl.
‘¿Cómo?¿Retraso en los pagos?¡Eso es imposible!’, sentenció Lord Omelan.
‘No estoy inventando nada, eso es justo lo que me ha dicho Tozil. Los obreros necesitan ese dinero para alimentar a sus familias’, dijo Vaeryl.
Lord Omelan abrió uno de los cajones de su mesa y extrajo un pesado libro que colocó sobre la mesa. Lo abrió con cuidado y comenzó a leer con detenimiento una de las páginas mientras recorría la página con su dedo índice.
‘Tienes razón. El último pago fue justo hace tres semanas. Te voy a ser sincero, con esto de los enanos y la guardia Nivrim he estado demasiado ocupado, reuniéndome con Renalkar Comellas, tratando de poner un poco de paz en el asunto. Además el asunto este de la pandemia no está ayudando demasiado.’, dijo Omelan.
‘¿Pandemia?’, preguntó Vaeryl.
‘¿No te has enterado aún? Por lo visto una extraña enfermedad está asolando la ciudad. Uno de los primeros síntomas es una especie de tos seca, después llegan las fiebres y después…’, el rostro de Lord Omelan se tornó sombrío.
‘No tenía ni idea de esta plaga.’, dijo Vaeryl con cierta preocupación.
‘Solo puedo aconsejarte que evites los suburbios, es la zona más insalubre de la ciudad, nuestros expertos sugieren que el foco de esta enfermedad se encuentra en los suburbios.’, añadió Lord Omelan.
‘Gracias por el consejo. Olvidaba que otra de las peticiones de Tozil era que se les suministrara a los obreros un par de barriles de aguardiente.’, añadió Vaeryl.
‘Me temo que eso no va a ser posible, nuestras reservas de aguardiente se han agotado. Hemos usado todo el aguardiente que teníamos para desinfectar algunas zonas de la ciudad y los cadáveres, para tratar de frenar la propagación de la enfermedad.’, dijo Lord Omelan.
‘Entonces le diré a Tozil que lo del aguardiente no va a poder ser.’, dijo Vaeryl algo decepcionada.
‘Espera, podemos hacer algo con eso.’, dijo Lord Omelan.
Lord Omelan comenzó a escribir en uno de sus pápeles, pese a su obesidad, deslizaba la pluma sobre el papel con una velocidad vertiginosa. Cuando hubo terminado de escribir, dobló el papel en cuatro partes y lo lacró, marcándolo con su sello.
‘Toma, llévale esta carta al escribiente de Darin, en Kheleb-Dum, confiemos en que los enanos nos puedan proporcionar un par de barriles de cerveza al menos.’, dijo Lord Omelan mientras entregaba la carta a Vaeryl.
Vaeryl tomó la carta y la guardó entre sus ropajes.
‘No te preocupes por el tema de los pagos, yo mismo me encargaré. Bajaré a las alcantarillas y me disculparé con Tozil.’
Vaeryl sonrió y se encaminó hacia la puerta de la vivienda, dejando a Lord Omelan con sus quehaceres.
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Capítulo 5. No hay burbujas.
Vaeryl se abrió paso a través de la entrada de Kheleb, el trasiego de enanos que viajaban a Kattak a vender el excedente de minerales hacía que las majestuosas puertas de la montaña no se cerraran.
Contempló los enormes pasillos de la ciudad, unas hercúleas columnas sostenían una bóveda a la que no alcanzaba a ver el final.
Observó la atmósfera del lugar, de uno de los pasillos emergía una ligera nube con partículas grisáceas, posiblemente se tratara del acceso a la mina situada en los niveles inferiores. Un hipnotizante sonido mecánico confirmó sus sospechas, se trataba del montacargas.
Finalmente llegó a una enorme sala, un pilar descomunal con incrustaciones de mithril y curiosos grabados presidía la habitación. Una multitud de alfombras cubría los suelos, silenciando completamente sus pisadas. En cada una de las paredes de la habitación en forma de rombo un gran número de antorchas iluminaba la estancia.
Bajo el pilar se alzaba una enorme estatua, alguien había tallado magistralmente la forma de una doncella enana. Portaba en una de sus manos un enorme barril que escanciaba continuamente cerveza en una gruesa jarra de piedra. Junto a la extraña fuente, un anciano decrépito revisaba concienzudamente unos pergaminos.
‘Hola.’, dijo Vaeryl, tratando de llamar la atención del anciano.
El anciano enano levantó la mirada y se quitó unos extraños lentes.
‘¡Una mestiza!¿Cómo has entrado aquí?’, preguntó el anciano.
‘La puerta estaba abierta, desconocía que mi visita fuera un problema.’, dijo Vaeryl excusándose.
‘Mira que les tengo dicho que vigilen la puerta, que luego se nos llena esto de chusma.’, contestó el enano.
‘Vengo de parte de Lord Omelan.’, se aventuró a decir Vaeryl mientras rebuscaba entre sus ropajes la carta.
‘Pensaba que estaba todo hablado ya con Anduar, que ya habíamos solucionado todo este embrollo.’, dijo el enano.
‘No sé qué es eso de los enanos y Anduar, pero últimamente lo escucho en todas partes.’, dijo Vaeryl mientras le entregaba al enano la carta que había escrito Lord Omelan.
El anciano tomó la carta y, tras colocarse de nuevo los lentes, comenzó a leerla en voz alta.
‘Por la presente… bla bla bla… Tozil… bla bla bla… barriles de cerveza…’, dijo el enano en voz alta.
‘Así que nuestro buen amigo Lord Omelan necesita un par de barriles de nuestro oro líquido.’, dijo el enano.
‘Eso es, por eso he venido hasta vuestra ciudad, para solicitaros un par de barriles.’, dijo Vaeryl.
El anciano miró la enorme fuente de cerveza que presidía la habitación y suspiró.
‘Supongo que te habrás percatado de nuestra grandiosa fuente de cerveza. Pero no te has aproximado lo suficiente. Observa el fondo de la jarra y dime qué ves.’, dijo el enano.
Vaeryl se asomó a la fuente, contempló el contenido de la enorme jarra. La cerveza era casi transparente, podía verse con total claridad el fondo del recipiente, en el que se vislumbraban algunas runas enanas talladas en él.
‘No veo nada especial, no sé qué debería ver.’, dijo Vaeryl.
‘Eso es, no están. ¡No hay burbujas!’, exclamó el anciano.
Vaeryl se asomó de nuevo a la fuente y contempló la cerveza, el anciano tenía razón no había burbuja alguna.
‘Nuestra cerveza ya no es lo que era. ¡Beber cerveza sin burbujas es como beber orín!, exclamó el enano con disgusto.
‘Sí que lo siento.’, dijo Vaeryl tratando de compadecer al enano.
‘Mira.’, dijo el enano mientras daba la vuelta a la estatua de la doncella enana.
Con su bastón golpeó un casi imperceptible tubo metálico que pasaba por detrás de la estatua hasta llegar al barril desde donde manaba la cerveza.
‘¡Está atascado!’, exclamó el enano.
‘Alguien ha descuidado sus funciones y ha dejado que ese tubo se atasque. Ese tubo insufla diminutas burbujas de un gas que hace que la cerveza tenga las burbujas que la caracteriza’, dijo el enano.
Vaeryl asintió, tratando de comprender toda esta nueva tecnología.
‘Resulta que la única forma de limpiar este maldito tubo es introduciendo unas hierbas por él. Estas hierbas destruyen el óxido que tapona el tubo y hace que el gas fluya de nuevo por él.’, continuó diciendo el enano.
‘Y deduzco que no tenéis esas hierbas en vuestro poder.’, se aventuró a decir Vaeryl.
‘Correcto, como supondrás dentro de esta ciudad no tenemos hierbas, recuerda que estamos bajo una montaña, amiga.’, dijo el enano.
‘¿Dónde puedo conseguir esas hierbas?’, preguntó Vaeryl adelántandose al anciano.
‘Hay una pequeña herboristería en el poblado de Ormerak. Allí solemos surtirnos de estas hierbas. Si pudieras hacerme el favor de acercarte y traernos un cargamento de esas hierbas, conseguiré que la cerveza tenga de nuevo sus burbujas y podré llenarte un par de barriles.’, dijo el anciano.
‘Está bien, iré a Ormerak, pero no sé qué hierbas son.’, dijo Vaeryl.
‘Te lo anotaré en un papel, ya que se trata de varias hierbas y las proporciones importan. No queremos que la estatua reviente de nuevo.’, dijo el anciano.
El enano anciano garabateó sobre un papel una pequeña lista y se la entregó a Vaeryl.
Vaeryl guardó en uno de sus bolsillos la nota del anciano y sonrió.
‘Gracias mestiza, si tienes algún problema para volver hazle saber a los guardias que tienes cita con el Escribiente de Darin.’, dijo el enano.
Vaeryl asintió y volvió sobre sus pasos en dirección a la entrada de la ciudad. Contemplando de nuevo la inalcanzable bóveda que presidía los pasillos de la fortaleza.
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Capítulo 6. Un gnomo demasiado risueño.
Vaeryl recorrió la empalizada tratando de buscar la entrada al poblado. Examinó de nuevo el mapa, si no se había extraviado cruzando el desfiladero, esto debía ser el poblado de Ormerak.
Finalmente encontró el acceso al poblado, le sorprendió la ausencia de guardia alguno. Aunque pensándolo bien, ¿quién iba a querer atacar un poblado en mitad de la nada?
El poblado lo formaban un conjunto de casas y cabañas de madera, separadas por varias calles que habían dejado sin adoquinar. A ambos lados de las calles crecían algunos arbustos y árboles que habían podado. Los habían podado en sus ramas superiores, tal vez pensando que así crecería a lo ancho, proporcionando algo más de sombra. Algunas cabañas habían sido abandonadas, puertas de madera podrida se resistían a descolgarse por completo del marco.
En el centro del poblado, se abría un gran espacio entre las casas. Una enorme plaza circular presidía el lugar. Un majestuoso roble se hallaba plantado justo en el centro.
Al norte de la plaza se encontraba el mercado. Vaeryl vislumbró una cabaña, algo más baja de lo normal, de la que manaba un intenso aroma a hierbas. No había duda alguna que se trataba de la herboristería del poblado.
Vaeryl se encorvó y entró en la pequeña tienda.
‘Hola, supongo que esto es la herboristería, ¿No?’, preguntó Vaeryl.
Un gnomo de proporciones algo más grandes de lo normal salió a recibirla. Sus ropajes, de tonalidades verdáceas y amarillentas, hacían que prácticamente se camuflara entre los sacos de hierbas de la trastienda.
Vaeryl observó la ropa del gnomo, jamás había visto tanta variedad de verdes en la misma pieza de ropa. Observándolo con más detenimiento no percibió costura alguna. Alguien con un don magistral en la sastrería había cosido esa pieza o bien había sido tintada cuidadosamente.
‘¿HolaAmigaEnQuéPuedoAyudarte?’, preguntó el gnomo.
‘Necesito algunas hierbas.’, dijo Vaeryl mientras rebuscaba en su bolsillo el papel que le había entregado el escribiente.
‘PuesEstásEnElSitioIndicado,AquíTenemosHierbas,Plantas,Flores,Semillas,…TodoLoRelacionadoConElMundoVegetal.HiHoHiHo.’, dijo el gnomo mientras soltaba una extraña carcajada.
‘Necesito estas hierbas.’, dijo Vaeryl mientras le entregaba la nota al gnomo.
‘AhoraMismoTenemosEntreOtrasCosasShalomn,Anthalas,Alhovas,Akrar,Bolhvas,Tabaco,Durshas…YPorUnMódicoPrecioPuedoBuscarteMarihuanaTambién,SiLoQueQuieresEsEvadirteUnPoco.HiHoHiHo.’, dijo el gnomo riendo de nuevo mientras alcanzaba la nota que le entregaba Vaeryl.
El gnomo desplegó la nota y la examinó con detenimiento.
‘VayaVayaDugmuthur,GefnulYLaudano.QueMalaSuerteAmiga,NoTengoNadaDeEsoAhoraMismo.’, dijo el gnomo con cierta resignación.
‘Vaya, sí que tengo mala suerte. ¿Dónde puedo encontrar otra herboristería entonces?’, preguntó Vaeryl.
‘¿OtraHerboristería?No,No,No.NiHablar,NoQueremosCompetencia.PrecisamenteEstabaEsperandoLaLlegadaDeUnCargamentoDeEsasHierbasQueIncluíaTambiénUnasHojasDeMarihuana.HiHoHiHo.’, dijo el gnomo con su risa característica.
Vaeryl asintió, le resultaba difícil asimilar todo lo que decía el gnomo, apenas hacía pausas mientras hablaba.
‘¿Y cuándo llegará ese cargamento?’, preguntó Vaeryl.
‘SiTeDigoLaVerdadNoLoSé,LaCosaEsQueYaDeberíaHaberLlegado.EsteIsaíasCadaVezAndaMásDisperso.’, dijo el tendero.
‘¿Isaías?’, preguntó Vaeryl.
‘Sí,Verás.IsaíasEsUnKathense.EstabaPasandoPorUnMalMomento,YaSabesTemasFamiliares.SuFamiliaViveEnDendra.YaSéQueSuenaRaro,UnKathenseDeDendra.PeroTuvoUnLíoConUnaSoldadoDelImperio.’, dijo el gnomo.
‘No entiendo qué tiene que ver eso con las hierbas.’, dijo Vaeryl levantando un poco el tono.
‘AmigaNoTePongasAsí.HayQueVivirMásRelajada.LeDimosTrabajoAIsaías,NadieConoceElBosqueDeZelthaimComoÉl.AsíQueRecolectaAlgunasHierbasParaElPoblado.AdemásSabeDondeCreceMarihuanaYSueleSuministrarnosBien.HiHoHiHo.’, añadió el gnomo riéndose de nuevo.
‘Entonces, ¿Hay que esperar a que venga Isaías?’, preguntó Vaeryl.
‘Bueno,SiNoQuieresEsperarPuedesAcercarteAZelthaimYPedirleTúMismaLasHierbas,AsíAdelantasQueVeoQueTienesAlgoDePrisa.’, dijo el gnomo.
‘Buscaré entonces a Isaías, últimamente todo está retrasando mi aventura. ¿Podrías devolverme la lista de las hierbas?’, preguntó Vaeryl.
‘SíClaroAmiga.Toma,’ dijo el gnomo mientras, pensativo, le devolvía la lista a Vaeryl.
Vaeryl tomó la nota de nuevo y la guardó en uno de los bolsillos de su túnica.
El tendero se acercó al mostrador y, tras abrir un sinfin de cajones, encontró una carta.
‘Toma,YaQueVasABuscarAIsaías,HeRecordadoQueHaceUnosDíasLlegóEstaCartaParaÉl.EntrégaselaCuandoLoVeasYNoOlvidesRecordarleQueEstamosEsperandoElCargamentoDeYaSabesQué.HiHoHiHo.’, añadió el tendero.
Vaeryl tomó la carta que le entregaba el tendero y observó un extraño sello. Se parecía bastante al sello usado por el Imperio de Dendra. La guardó en su bolsillo, junto con la lista de hierbas.
‘PorCiertoAmiga,TenCuidadoConLasSetas.EnElBosqueDeZelthaimCrecenUnasExtrañasSetasQueExplotanAlPisarlas,SumiéndoteEnUnProfundoSueño.HiHoHiHo’, digo el gnomo mientras volvía tras el mostrador y se perdía entre los sacos de Akrar y Alhovas.
Vaeryl respiró profundamente, tratando de que el intenso aroma de la tienda llenara sus pulmones y abandonó la herboristería camino del Bosque de Zelthaim.
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Capítulo 7. Una triste noticia.
Vaeryl se adentró en el bosque que rodeaba la ciudad de Kattak. Recordó el origen de este bosque, era una de las pocas historias que recordaba de su infancia. Tras el Cataclismo, la ciudad de Kattak fue arrasada por las hordas de Drakull. Los enanos que sobrevivieron, liderados por Darin, plantaron un árbol por cada víctima del ataque, formando un bosque en honor de los caídos, por eso se le acabó llamando Bosque Nuevo.
Encontró el sendero que daba paso al Bosque de Zelthaim a través de un destartalado puente sobre el río Naindel. El nivel de las aguas había crecido bastante desde la última vez que lo había cruzado.
Le sorprendió la cantidad de cavidades en toda la superfície del bosque. Muchas de estas daban cobijo a los animales que habitaban el bosque. El terreno estaba húmedo y multitud de pequeños arbustos poblaban el suelo. No cabía duda de que la proximidad del río Naindel favorecía la fertilidad del sustrato. Los árboles eran mucho más altos que los del Bosque Nuevo y apenas unos tímidos rayos de luz se filtraban a través de sus copas.
Siguió su camino, errática, buscando a Isaías que debía estar en algún lugar del bosque. Examinaba el suelo en buscar de algún rastro. Pero únicamente consiguió encontrar pisadas de algún mamífero de gran tamaño y restos de pelo y barro en algunas cortezas de los árboles.
Se detuvo en seco, justo cuando iba a pisar un extraño montículo.
Se trataba de una pequeña proliferación de hongos que había crecido en la base de uno de los árboles y se extendía ocupando casi la totalidad del sendero. De tonalidad verdecina, parecía que habían sido pasto de una extraña putrefacción. Alcanzó una pequeña piedra y, alejándose, la arrojó sobre el extraño montículo de hongos. Al contacto con la piedra, expulsaron una amarillenta nube de esporas. Vaeryl se alejó aún más, debían ser los hongos de los que le había hablado el gnomo.
Finalmente dio con Isaías, se encontraba sentado en un pequeño claro, sobre un tocón. Dando unas interminables caladas a una pipa de madera, mientras miraba absorto las copas de los árboles.
Isaías levantó la mirada, no se sorprendió al ver a la semi-drow delante de él. Dio una última calada a la pipa y, tras golpearla sobre su bota para vaciarla, la guardó en su zurrón.
‘¿Te has perdido?’, preguntó Isaías.
‘La verdad es que no, no contaba con encontrarte tan pronto.’, contestó Vaeryl.
‘¿Encontrarme?, ¿Me estabas buscando?’, preguntó Isaías sorprendido.
‘Así es, el herborista de Ormerak me habló de ti y de un cargamento que no habías entregado.’, respondió Vaeryl.
‘Dudo que ese herborista se acuerde de mí. Siempre anda algo despistado, creo que una de las hierbas que le proporciono le está afectando demasiado.’, dijo Isaías.
Isaías sacó un par de hojas de su zurrón y se las mostró a Vaeryl. Se trataban de un par de hojas con forma de palma, con siete ramificaciones dentadas.
Vaeryl asintió, como si entendiera de hojas.
‘Estas son las hojas que me pide con insistencia. Según he escuchado, puede mezclarse con las hojas de tabaco y tiene efectos relajantes. Aunque, como ya te dije, creo que nuestro amigo está fumando demasiado.’, dijo Isaías.
‘Bueno, el motivo de mi búsqueda es que necesito ciertas plantas. El gnomo me dijo que tu próximo cargamento incluía estas plantas y como tengo algo de prisa…’, dijo Vaeryl llevando la conversación a lo que realmente le importaba.
‘Claro, aquí tengo varias plantas que he ido recolectando, dime qué plantas son y veré si tengo.’, dijo Isaías mientras daba unas palmaditas al zurrón.
Vaeryl sacó la lista del escribiente de su bolsillo y al hacerlo una carta cayó al suelo.
‘Espera, esta carta era para ti. Me la entregó el gnomo, lo había olvidado.’, dijo Vaeryl.
Isaías se agachó y recogió la carta. Examinó el sello impreso en ella, alguien había marcado una moneda de bela con el lacre. Examinó de nuevo el sello, se trataba de una bela antigua, de las que llevaban la efigie del emperador Keltur Vorgash.
Isaías rompió el sello con cuidado, tratando de destrozar lo mínimo posible el sello del Emperador.
Cuando terminó de leer la carta cayó al suelo de rodillas y ocultó su rostro con sus enormes manos mientras comenzaba a sollozar.
Vaeryl, sin saber qué hacer, se acercó a Isaías y apoyó su mano en la espalda de Isaías.
Isaías, al sentir la mano de la semi-drow, se levantó y trató de limpiarse las lágrimas con la manga de la camisa.
‘Mi hija, mi hija… y yo no estaba allí…’, balbuceó Isaías.
‘Lo siento mucho.’, se aventuró a decir Vaeryl, temiéndose lo peor.
‘Era lo único que tenía, ya no tengo nada…’, dijo Isaías.
‘Esa maldita plaga, se la ha llevado.’, añadió Isaías.
‘¿Plaga? He escuchado algo de una plaga que asola Anduar.’, dijo Vaeryl.
‘Ha llegado a Galador. Ella estaba sana, en menos de una semana ha sucumbido a la enfermedad.’, dijo Isaías.
Vaeryl guardó la lista de las hierbas en su bolsillo, la recolección de las extrañas hierbas había pasado a un segundo plano.
‘No pude estar con ella para decirle adiós y dudo que pueda ir a su sepultura.’, se lamentó Isaías.
Isaías miró fíjamente a Vaeryl mientras cogía fuerzas para hablar.
‘Necesito que me hagas un favor. Yo no puedo abandonar el bosque, perdería mi empleo y entonces sí me quedaría sin nada.’, dijo Isaías.
Vaeryl suspiró, algo le decía que tardaría en recolectar sus preciadas hierbas.
‘Claro, ¿qué necesitas?’, se ofreció Vaeryl.
‘Necesito que hables con Oweler, es el párroco de Mnenoic. Tienes que pedirle que oficie el entierro de mi hija. Su madre lo habría querido así.’, dijo Isaías.
‘¿Qué tiene de malo Galador?’, preguntó Vaeryl.
‘Mi esposa se crió en Mnenoic, luego fue reclutada por la Inquisición. Pero allí todo eran mentiras y traiciones, no te puedes fiar de nadie, el ansia de poder los ha corrompido a todos. Por eso te pido que hables con el párroco, si en algún lugar tiene que yacer el cuerpo de mi hija es en Mnenoic, junto a su madre.’, dijo Isaías.
‘Está bien, hablaré con el párroco.’, se ofreció Vaeryl.
‘Gracias, no sabes lo importante que es ésto para mí. Dile que vas de mi parte, él conocía a Rowenna. Cuando vuelvas te tendré preparado el cargamento de plantas, descuida.’, dijo Isaías.
Vaeryl sacó la lista de las hierbas y se la entregó a Isaías, que la guardó en uno de sus bolsillos.
Isaías se sentó de nuevo en el tocón, sacó su pipa y la llenó de unas briznas de tabaco húmedo.
Vaeryl supo que ya no tenía mucho más que hacer en ese bosque, hizo un gesto a Isaías y volvió sobre sus pasos a la entrada del bosque. Esta vez tendría que hacerse con alguna montura, Mnenoic estaba demasiado alejado como para ir caminando.
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Capítulo 8. El párroco de Mnenoic.
Vaeryl desmontó la mula y ató concienzudamente las riendas en el poste de las caballerizas. Abrió unas de las alforjas y sacó una pequeña bolsa de cuero.
‘Que no le falte de nada a la mula, mozo.’, dijo Vaeryl dirigiéndose a un joven que se encontraba cepillando los caballos.
‘¡Eso está hecho, cuidaré esta mula como si fuera mi madre!’, exclamó el mozo mientras esbozaba una sonrisa.
Vaeryl abandonó las caballerizas y se dirigió en dirección norte, hacia el valle.
El sendero de tierra atravesaba el valle. La superficie del valle se encontraba cubierta por una espesa hierba. Algunas carretas iban y venían por el sendero, transportando los minerales que extraían de las minas.
El poblado de Mnenoic mostraba una visible separación de clases. En la calle principal se encontraban las calles de las familias más adineradas, los negocios y algunos edificios emblemáticos. En los extremos del poblado estaban los barrios mineros. En los que un gran número de viviendas se aglomeraban trazando calles laberínticas, lo que hacía casi imposible orientarse. Un olor nauseabundo provenía de estos barrios, en los que la higiene brillaba por su ausencia.
En la parte este de la plaza, de aspecto circular, se levantaba una pequeña capilla de base pentagonal.
Vaeryl se limpió las botas de barro en la entrada y entró sin miramientos en la capilla.
Como había visto antes, la base de la capilla era pentagonal, como era tradicional en la construcción de templos en honor a Seldar. Las paredes se encontraban cubiertas por cristaleras, que representaban imágenes de sangrientas torturas y mutilaciones. La bóveda la sostenían cinco enormes columnas, en las que habían tallado más escenas de torturas. Al final de la capilla, unas cortinas entreabiertas dejaban parcialmente a la vista una estatua dorada del mismísimo Seldar. Bajo los pies de la efigie se encontraba un hombre entrado en carnes, ataviado con una túnica púrpura. El hedor que desprendía ese hombre era casi insoportable.
‘Saludos, estoy buscando al párroco de Mnenoic.’, dijo Vaeryl.
‘¡Ese soy soy!’, exclamó el párroco mientras hacía un esfuerzo por incorporarse.
‘¿En qué puedo ayudarte jovencita? Si necesitas abrazar la Fe de Seldar, por un módico precio podemos hacerlo.’, dijo el párroco.
‘No necesito abrazar la Fe de ningún dios.’, dijo Vaeryl tratando de no sonar tajante.
‘¿Entonces qué se te ha perdido en mi capilla?’, preguntó el párroco.
‘Vengo de parte de Isaías, el recolector de hierbas.’, dijo Vaeryl.
‘Lo conozco, era un ciudadano ejemplar del Imperio, hasta que ya sabes qué… ahora pesa una orden de ejecución sobre él, será mejor que no se acerque.’, dijo el párroco.
‘Desconozco su pasado, además no podría asimilar tanta información.’, dijo Vaeryl.
‘¿Entonces qué quiere el viejo Isaías?’, preguntó el párroco con cierta curiosidad.
‘Se trata de su hija, Rowenna, falleció hace unos días, sucumbió a la plaga que asola el Imperio.’, dijo Vaeryl.
‘Rowenna murió hace años, supongo que te refieres a su hija, Wynna.’, dijo el párroco.
‘No lo sé, él nombró a Rowenna, entendí que se estaba refiriendo a su hija, lo siento.’, dijo Vaeryl.
‘No tenía constancia de que había muerto su hija, esta maldita plaga está llenando nuestros depósitos de cadáveres, es imposible registrar a todos.’, se excusó el párroco.
‘La cosa es, que a Isaías le gustaría que su hija fuera enterrada junto a su madre, en Mnenoic.’, dijo Vaeryl.
‘Supongo que no será un problema, por unas monedas puedo mover unos hilos y encontrar el cadáver de su hija.’, dijo el párroco mientras sonreía.
‘También solicitó que oficiaras la misa.’, añadió Vaeryl.
‘Mira, eso lo haré sin dudarlo, pero como un favor a Rowenna, no quiero que asocien mi nombre al de ese desertor.’, dijo el párroco.
‘¿De cuántas monedas estamos hablando?’, preguntó Vaeryl echando mano a la bolsa que llevaba oculta.
‘Mira, sé que son tiempos difíciles, por 20 belas me encargaré de todo.’, dijo el párroco.
‘De acuerdo, trato hecho.’, se apresuró a decir Vaeryl antes de que el párroco cambiara de opinión.
‘Aunque…’, dijo el párroco mientras meditaba algo.
‘¿Sí?’, preguntó Vaeryl.
‘Si me consigues cierta información no hará falta que hagas desembolso alguno.’, terminó diciendo el párroco.
‘¿Qué clase de información?’, preguntó Vaeryl.
¡Verás, al oeste de Galador hay un pequeño poblado ganadero, Brenoic. En ese poblado hay una tienda, regentada, digamos por alguien «especial». Muchos forasteros acuden a esa tienda a vender sus botines. No hace mucho he escuchado que ese tendero tiene información relevante sobre la plaga que asola Galador. Si yo me hiciera con esa información podría hacérsela llegar al Imperio y salir de este maldito cuchitril.’, dijo el párroco.
Vaeryl sopesó la sugerencia. No disponía de mucho dinero, el viaje iba mermando poco a poco sus riquezas. No era mala idea ir a hablar con ese tendero en lugar de deshacerse del puñado de belas.
‘Está bien, hablaré con el tendero.’, dijo Vaeryl.
‘¡Perfecto, sabía que dirías que sí! Mientras iré organizando el funeral de Wynna.’, dijo el párroco.
Vaeryl hizo una extraña reverencia al párroco y abandonó la capilla de Mnenoic en dirección al poblado de Brenoic.
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Capítulo 9. Wlor y sus historias.
Vaeryl pasó por delante de las caballerizas, Brenoic estaba lo suficientemente cerca como para dejar que la mula descansara, había cargado con la semi-drow desde Anduar, necesitaba recuperarse.
Recorrió las murallas de Galador, no sentía necesidad alguna de internarse en esa ciudad de fanáticos.
El camino entre Galador Y Brenoic era polvoriento, apenas crecía vegetación alguna. Numerosos penitentes trataban de llegar a Galador a tiempo para la ceremonia que oficiaba el Sacerdote Inquisidor. Algunos mercaderes abordaban a los viajeros con sus mercancías, frutar de dudosa procedencias, vistosos carretes de hilo e incluso a escondidas trataban de vender algunas bayas de Cyr.
Finalmente consiguió llegar a Brenoic, un cartel en la entrada del poblado daba la bienvenida a los forasteros que llegaban y por detrás del cartel se deseaba suerte a los habitantes de Brenoic que partían hacia Galador. El camino ahora se encontraba empedrado, aunque su estado era lamentable, no se habían preocupado en reponer las piedras que habían ido soltándose. A ambos lados del sendero se acumulaban restos de basura. No había duda de que este poblado no contaba con la riqueza de Galador.
Casi al final del poblado, Vaeryl encontró la tienda de la que le había hablado el párroco. Una amalgama de tablones clavados con desgana hacía de puerta. Vaeryl empujó la puerta tratando de no desmontarla y se internó en la pequeña tienda.
La pequeña cabaña de madera albergaba un mostrador de madera al fondo y algunas armaduras y armas oxidadas colgaban de unos ganchos del techo, haciendo que los clientes tuvieran que estar agachados constantemente. Un hombre de mediana edad regentaba la tienda.
‘Buenas tardes.’, dijo Vaeryl.
‘Buenas, haga el favor de esperar. Cuando termine con este cliente le atiendo.’, dijo el tendero.
Vaeryl miró a su alrededor, en la tienda solo se encontraban el tendero y ella.
‘Sí, claro. Tengo espadas, espadones, estoques, estiletes, puñales, dagas… hasta agujas para hacer calceta.’, dijo el tendero mirando hacia la pared.
‘No, no, no, de eso no tenemos. Nunca hemos tenido pociones. ¡Esto es una armería!’, exclamó el tendero.
Vaeryl contemplaba sorprendida la extraña conversación que estaba manteniendo el tendero con sí mismo.
‘Entonces le dije que si lo que quería era buscar fama, a ese, no veas.’, dijo el tendero.
¿Me vas a atender?’, preguntó Vaeryl levantando el tono.
‘Sí, cuando termine con este cliente. Parece que va a ser una buena venta.’, respondió el tendero.
El tendero sacó una oxidada espada de bajo del mostrador y la mostró.
‘Esta espada, una maravilla, amigo. He decapitado dragones, despellejado orcos, descuartizado bestias marinas. No hay arma mejor que ésta en todo el reino. Si la compras puedo contarte todas estas aventuras.’, dijo el tendero sonriendo.
Vaeryl se preguntó qué clase de información podría proporcionarle una persona así, no tenía duda de que algo le ocurría a este hombre.
‘Bueno está bien, no pasa nada. Hasta la próxima, amigo’, dijo el tendero.
¿Es mi turno ya?’, preguntó Vaeryl.
‘Sí, perdona. Al final se ha ido sin comprar nada. Últimamente no consigo vender nada. La gente sólo viene a mirar y a molestar.’, dijo el tendero.
‘Precisamente no vengo a comprar nada, vendo de parte de Oweler, el párroco de Mnenoic.’, dijo Vaeryl.
‘Si eres uno de sus matones que viene a recaudar, no tengo nada más. Apenas consigo vivir con lo que saco aquí y ese maldito usurero no hace más que cobrarme extraños impuestos. Siempre amenazándome con encerrarme, anda diciendo que no estoy bien de la cabeza.’, dijo el tendero.
‘No vengo a cobrar nada de nadie. Solo vengo a por algo de información.’, dijo Vaeryl.
‘Ah bueno. Pues lo creas o no, no siempre he vivido aquí. Nací en una isla de sirenas, sí, sí, sirenas. Nunca conocí a mi padre, aunque mi madre a veces decía que fue un atún y otras veces un temido pirata, no sé qué me gustaría más, si ser hijo de un atún o de un pirata…’, dijo el tendero.
‘No vengo en busca de esa información, lo siento.’, dijo Vaeryl.
‘Bueno, bueno, no hay que ponerse así. Mira, si me compras esta espada, puede contarte cómo acabé viviendo en el estómago de una ballena durante dos años, convencido de que ocurría algo extraño con el Sol y no amanecía…’, dijo el tendero.
Por favor, no insistas. Necesito información sobre la plaga que está acabando con los habitantes del Imperio.’, dijo Vaeryl.
‘¡Ah!, la plaga.’, dijo el tendero mientras guiñaba el ojo a Vaeryl.
Vaeryl no entendía a qué se debía tanto guiño.
‘Todo empezó con la roca. Verás, estaba yo en la entrada de la tienda, a la fresca. De repente escuché un ruido, una especie de silbido que provenía del cielo. Miré hacia arriba y ví una enorme roca en llamas que se estampó contra la muralla de D’hara.’, dijo el tendero.
Perdona, voy a ir al grano. Oweler me ha dicho que tienes información de algún visitante, un extranjero…’, cortó Vaeryl tratando de centrar al tendero.
‘¡Ah!, ya sé, ¿te refieres al pergamino?’, preguntó el tendero mientras hacía como si desenrollaba un pergamino imaginario
‘Podría ser. ¿Cómo llegó a tus manos?’, preguntó Vaeryl.
‘Entró aquí buscando algo, lo sorprendí tratando de esconder el pergamino dentro de esa armadura. Me lo arrojó y salió corriendo, no he vuelto a saber de él.’, dijo el tendero.
Esto último parecía lo más coherente que había escuchado Vaeryl en todo el tiempo que llevaba en esa tienda.
‘¿Dónde tienes es pergamino?’, preguntó Vaeryl.
‘La cosa es que ya no lo tengo encima.’, se lamentó el tendero.
‘Fui a la Necrópolis de Takome con él y estuve saqueando algunas tumbas. No pensarás que lo que saco en la tienda me da para vivir… Cuando regresé de allí ya no lo tenía encima, debí perderlo rebuscando entre los mausoleos.’, añadió el tendero.
Vaeryl suspiró, algo le decía que tendría que viajar hasta la Necrópolis de Takome.
‘Si pudieras acercarte allí seguro que lo encuentras. Estuve en el Mausoleo de los Reyes, tiene que estar allí. Puedes quedártelo si lo encuentras. Desde que cayó en mis manos no he tenido más que problemas.’, dijo el tendero.
‘No tendré más remedio que ir a buscarlo.’, se lamentó Vaeryl.
‘Pues si vas a viajar hasta allí necesitarás una espada como esta.’, dijo el tendero ofreciéndole a Vaeryl la espada oxidada.
No me interesa, de verdad. No sabría cómo blandir esa espada tan poderosa.’, dijo Vaeryl siguiéndole la corriente.
‘Bueno, si algún día la necesitas estará aquí esperándote. Pero date prisa en volver, una espada tan poderosa como esta no creo que permanezca demasiado tiempo a la venta.’, dijo el tendero.
Vaeryl sonrió y abandonó la tienda en dirección a las caballerizas, confiaba en que el mozo hubiera cuidado bien de su mula, pues les esperaba un largo viaje hasta la Necrópolis de Takome.
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Capítulo 10. Rebuscando entre los huesos.
Tras varios días de travesía y después de dormir en Ysalonna, Alell y Anduar, Vaeryl consiguió llegar con su mula a las puertas de la Necrópolis de Takome.
Los restos mortales de incontables generaciones de nobles y reyes reposaban en este recinto sagrado. Una gruesa muralla rodeaba este lugar sagrado, tratando de asegurar a los muertos el descanso que se merecían.
Una destartalada cabaña ocupaba casi la totalidad de la entrada del recinto. A través de una de sus ventanas, Vaeryl vio a un hombre de mediana edad, delgado y con el cabello canoso. A pesar de su extremada delgadez había algo en él que denotaba una extraordinaria fortaleza física. La cabaña estaba desordenada, cubierta por una gruesa capa de polvo, todo menos un arcón que parecía ser usado con bastante frecuencia.
Vaeryl dejó la cabaña atrás y se internó en el recinto sagrado. Cientos de tumbas y algunos mausoleos estaba dispuestos sin orden alguno, creando un pequeño caos arquitectónico. El suelo era resbaladizo, cubierto por una pequeña capa de barro que hacía casi imposible no resbalarse.
Vaeryl encontró el mausoleo al que se refería Wlor. Una enorme estructura de mármol blanco, en la que habían tallado las efigies de los reyes de Takome. El suelo del mausoleo se encontraba cubierto por un manto de flores que posiblemente el vigilante del cementerio se encargaba de renovarlas a diario.
Vaeryl percibió que a la izquierda del mausoleo la tierra había sido removida no hace mucho, posiblemente era la zona que Wlor había estado profanando. Una pequeña lápida abierta mostraba el cuerpo putrefacto de una mujer. Observó restos de las cuentas de un collar y varios dedos habían sido seccionados. Entendió entonces la forma en la que Wlor se ganaba la vida.
Se inclinó sobre la tumba y empezó a rebuscar entre la tierra, el pergamino podría estar ahí escondido.
‘Espero que estés mostrando tus respetos a la Condesa.’, dijo una voz detrás de Vaeryl.
Vaeryl se reincorporó y se limpió las manos de tierra en sus ropajes.
‘Eh, sí, sí. Eso hacía.’, dijo Vaeryl.
El hombre, que era el mismo que Vaeryl había visto antes en la cabaña, se acercó a Vaeryl y la examinó de arriba a abajo.
‘Ya veo, tenemos a otra saqueadora. Pues este mausoleo será tu tumba y nunca mejor dicho.’, dijo el hombre.
Vaeryl trató de huir abriéndose paso hacia el camino de salida, pero el hombre se puso frente a ella y la derribó de un golpe.
‘Justo lo que necesitaba hoy, un poco de diversión.’, dijo el hombre mientras se acercaba a Vaeryl que yacía en el suelo.
Vaeryl, sin pensarlo, se levantó corriendo y se lanzó contra el hombre, si quería salir de este cementerio debía librarse de él.
El hombre sujetó ambas muñecas de Vaeryl. Forcejearon intensamente hasta que Vaeryl, colocando su pierna entre las del hombre, hizo que ambos perdieran el equilibrio y cayeran sobre el barro.
Vaeryl trató de librar sus manos de las del hombre, mordió con todas sus fuerzas el hombro del hombre y consiguió liberar sus manos.
El hombre soltó un escalofriante grito al sentir los punzantes dientes de Vaeryl desgarrando su hombro.
Vaeryl aprovechó la incapacitación momentánea para asestar un zarpazo en la cara al hombre que, tratando de defenderse, se tapó la cara con ambas manos mientras trataba de inmovilizar a Vaeryl con sus piernas.
Vaeryl, viéndose atrapada por las robustas piernas del hombre, trató de separar las piernas para liberarse. Zarandeó las piernas del hombre para separarlas de su cintura. En uno de estos zarandeos desgarró el bolsillo del pantalón del hombre y una pequeña nota salió disparada de este.
El hombre palideció al saber que se le había caido la nota.
Vaeryl, notando que el hombre ejercía menos presión con sus fuerzas, se lanzó sobre la nota.
Se incorporó, desplegó la nota y la leyó en voz alta: ‘Necesito que vuelvas a traerme dos cadáveres más al anochecer, los últimos no fueron suficiente.’
‘Necesito que vuelvas a traerme dos cadáveres más al anochecer, los últimos no fueron suficiente.’
El enterrador palideció.
‘No es lo que parece, esa nota la encontré en uno de los mausoleos, no sé de qué va todo eso.’, dijo el enterrador tratando de excusarse.
‘Pues por tu cara parece que sabes más de lo que dices.’, dijo Vaeryl.
Un sudor frío recorrió la espalda del enterrador, había tratado siempre de llevarlo con la máxima discreción posible. Si no se hubiera lanzado a por esta profanadora, jamás habría aparecido la nota.
El enterrador sopesó la situación, sería mejor que le contara la verdad a esta semi-drow.
‘Mira, estas notas empezaron a llegar hará un mes. Al principio no les hice caso, alguien las iba colando por debajo de la puerta de la cabaña. Una noche llego una nota especial.’, dijo el enterrador.
Vaeryl asintió, jamás habría imaginado que en la propia Necrópolis de Takome existiera un mercado negro de cadáveres.
‘En esa nota decía que por cada noche que no le proporcionara un par de cadáveres acabaría con la vida de dos seres queridos. Además en la nota había una espiga de trigo. Sabía de sobra dónde vivía mi familia. Mi familia vive en Nimbor, yo tuve que venirme aquí para cuidar este cementerio.’, dijo el enterrador.
Vaeryl sintió cierta compasión por el enterrador, posiblemente ella habría hecho lo mismo.
‘Yo no quería, pero eran los muertos o mi familia. No tuve elección.’, dijo el enterrador rompiendo a llorar.
‘Puedo ayudarte a librarte de estos encargos. Seguro que encuentro la forma.’, se ofreció Vaeryl.
‘En una de las notas había algo de un aparato extraño, un ajustador o algo así, nunca entendí a qué se refería.’, dijo el enterrador.
‘¿Un ajustador para ajustar el qué?’, preguntó Vaeryl algo desconcertada.
‘Yo qué sé, hablaba de un ajustador y un goblin en las Colinas de Ostigurth, seguro que allí tiene que estar la respuesta. Igual con ese ajustador me libro de todo esto.’, dijo el enterrador.
‘Iré a las Colinas de Ostigurth y buscaré a ese goblin. Mientras tanto sigue con esos encargos, tienes que mantener a tu familia a salvo.’, dijo Vaeryl.
El enterrador sonrió, parecía que pronto sus problemas tendrían solución. Se secó las lágrimas mientras lanzaba una pequeña bolsa de cuero a Vaeryl con un par de gemas.
‘Por las molestias.’, dijo el enterrador.
Vaeryl abandonó la Necrópolis de la ciudad, últimamente sentía que la vida no le daba para más, demasiadas emociones.
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Capítulo 11. El bufón y un nuevo compañero.
Vaeryl se secó el sudor, subir las colinas de Ostigurth la dejaba agotada, miró hacia el horizonte y fue cuando vislumbró a un extraño ser vestido con ropajes multicolores.
Se aproximó al curioso hombrecillo que tenía un pequeño corrillo a su alrededor, como si se encontrara en mitad de una representación.
El goblin dio un par de saltos y se quitó su estrafalario sombrero picudo y, con una reverencia, lo mostró al público que lo rodeaba.
La multitud abandonó al intérprete, algo decepcionada por el curioso humor del goblin.
Un pequeño goblin permaneció inmóvil próximo al bufón, observando como la multitud se dispersaba.
‘Saludos, artista.’, dijo Vaeryl tratando de romper el hielo con el bufón.
‘Oh, la siguiente función será en una hora, o cuando haya más de dos personas de público, lo primero que suceda.’, dijo el goblin.
‘Bueno, no he venido a tu función, he visto parte de la anterior y he quedado impresionada.’, dijo Vaeryl.
‘¿Ves?, pues esos catetos que estaban no lo han visto así, ni un mísero cobre me han dado.’, dijo el goblin mostrando el contenido de su sombrero.
‘El motivo de mi visita es que ando buscando algo llamado ajustador o algo así, he oido que tienes alguno en tu poder.’, añadió Vaeryl.
‘¿Ajustador dices?… ¡REAJUSTADOR!’, exclamó el goblin.
‘Sí, ajustador, reajustador, requeteajustador, lo que sea, eso.’, dijo Vaeryl.
‘No es tu día de suerte, parece. Hace un rato me deshice de mi último reajustador. Los halfling de Eloras los solicitan con frecuencia.’, dijo el goblin.
‘¿Último es que ya no vas a tener más?’, preguntó Vaeryl.
‘No, no, no. Lo más seguro es que esta tarde consiga hacerme con un par más.’, dijo el goblin.
‘Bueno, me pasaré por la tarde, guárdame uno.’, dijo Vaeryl.
‘¡Ay amiga!, no se aceptan reservas, si quieres tu reajustador tendrás que darte prisa, aunque…’, dijo el goblin mientras se quedaba pensativo.
‘Aunque…’, repitió Vaeryl.
‘Aunque si me haces un pequeño favorcito puedo hacer una excepción con tu reajustador.’, añadió el goblin.
‘¿De qué clase de favor estamos hablando?’, preguntó Vaeryl.
‘Verás, llevo desde anoche que no he probado bocado, no puedo moverme de aquí, nunca se sabe si va a llenarse esto de gente. Podrías acercarte al Lago Rundos, allí conozco a un pescador, dile que vas de mi parte y que te dé un par de pescados en salazón. Eso servirá.’, dijo el bufón.
‘No sé de qué lago me hablas. No he estado en mi vida allí.’, contestó Vaeryl a la petición del bufón.
El goblin que permanecía inmovil se aproximó a Vaeryl.
‘Yo sé dónde está ese lago y, como no tengo mucho que hacer, podría acompañarte.’, dijo el goblin.
‘Y tú eres…’, dijo Vaeryl
‘Ugrum, para servirla’, dijo mientras hacía una pomposa reverencia.
‘Yo soy Vaeryl, encantada, pues si no tienes nada mejor que hacer partamos al lago Rundos, tengo curiosidad por conocer ese lago.’, dijo Vaeryl.
La pequeña comitiva formada por el goblin y la semi-drow dejaron al bufón ensayando la siguiente función y se encaminaron hacia el oeste, camino del Lago Rundos.
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Capítulo 12. Un pescador sin cebo.
Los dos aventureros descendieron por un pequeño agujero entre las rocas de Ostigurth. Las colinas se cortaban de golpe, dando lugar a una playa desolada de rocas. Las rocas procedían de los cortados de las colinas, se habían ido desprendiendo hasta formar una playa de pequeñas rocas. Un oscuro musgo cubría casi por completo las rocas de la orilla.
Ugrum dice: Míralo, ese de ahí tiene que ser el pescador.
Ugrum señala a un hombre de mediana edad, metido hasta la cintura en el agua con una caña de pescar.
Dices en dendrita: Sí, tiene toda la pinta.
Vaeryl suspira al percatarse de la inteligencia del goblin que le acompaña.
Ugrum dice: Yo he estado muchas veces aquí, incluso he buceado en las aguas de este lago.
Vaeryl dice: Ahora que lo dices, aún tengo pendiente aprender a nadar, prefiero no acercarme demasiado a la orilla.
Pequeñas olas golpeaban las rocas de la orilla, creando una espuma grisácea que salpicaba las botas de los dos aventureros.
El pescador, al escuchar la conversación, se encamina hacia los dos aventureros mientras recoge el sedal con toda la paciencia del mundo.
Ugrum dice: Míralo, ya viene. Déjame que hable yo con él, aquí no son bien vistos los mestizos.
Vaeryl dice: Ya estamos, ni aquí, ni en Takome, ni en Galador…
Vaeryl le da un puntapié a un guijarro con visibles signos de enfado.
Ugrum pregunta: Amigo, ¿qué tal la pesca?
El pescador tras mirar de arriba a abajo al goblin, al final decide hablar.
El pescador dice exclamando: ¡Una ruina!
Ugrum pregunta: ¿Qué te ocurre? ¿No pican?
El pescador dice: Mucho peor, no suelo hacerlo nunca, pero me metí en el agua con la bolsa de cebos.
Ugrum pregunta: ¿Y se te han mojado?
El pescador dice: No, mucho peor, la carnaza ha atraído a los peces serpiente, que son una especie extremadamente voraz que habita en el lago. Cuando me he dado cuenta ya habían roto la base de la bolsa de cebos y no quedaba nada, no tengo ni un maldito cebo.
Ugrum dice: Vaya, no tengo mucha idea de pescar, lo mío es más la sastrería y la artesanía. Pero conozco a alguien que puede tener cebos.
El pescador sonríe ante tal ofrecimiento.
El pescador dice: Me harías un enorme favor si consigues algunos cebos para mí. Te recompensaré si lo haces.
Ugrum dice: Por un par de pescados en salazón te traeré una bolsa llena de cebos.
El pescador dice exclamando: ¡Que sea media docena de pescados en salazón!
Ugrum dice: Amiga, parece que vamos a tener que ir a Alandaen a por cebos.
Vaeryl dice: Espero que esta sea la última parada del viaje, necesito descansar.
Ugrum dice: No te preocupes, en cuanto recojamos los cebos descansaremos en la taberna de Anduar y cogeremos algo de fuerzas.
Vaeryl suspira mientras intenta vislumbrar en el horizonte del lago la otra orilla.
Dices en dendrita: Bien, vayamos a Alandaen, cuanto antes mejor.
Los dos aventureros abandonan la orilla del Lago Rundos en dirección Anduar, mientras el pescador, entretenido, desenrolla el sedal.
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Capítulo 13. Alandaen.
Ugrum empujó la puerta de la tienda, mientras una pequeña campana avisaba de la entrada de clientes al tendero.
Las paredes de la habitación estaban adornadas con peces de todas las formas, tamaños y colores. Un enorme pez espada colgaba disecado sobre la chimenea. Una pequeña puerta daba paso al almacén.
Ugrum y Vaeryl dejaron atrás la sede de los pescadores de Alandaen y entraron en el pequeño almacén.
Se trataba de una pequeña habitación con un par de estanterías repletas de cebos, plomos, sedales, prácticamente todo lo que un pescador podía desear.
Ugrum exclama: Buenas, ¡cuánto tiempo!
Dices en dendrita: Saludos, tendero.
El tendero se incorpora y se sacude algunas escamas del delantal mientras inspecciona al pequeño grupo que ha entrado en la trastienda.
El tendero pregunta: Buenas, ¿qué se le ofrece?
Ugrum da un pequeño paso, colocándose delante de la semi-drow, tratando de llevar la voz cantante.
Ugrum dice: Bueno, necesitamos algunos cebos, tenemos un amigo pescador que se ha quedado sin ellos.
El tendero pregunta: Mira, ¿ves ese bote de la última balda de la estantería?
Vaeryl y Ugrum levantan la vista y observan un enorme bote de cristal vacío.
Dices en dendrita: Pues no veo nada.
El pescador dice: Eso es, no me queda ni un solo cebo. Tuve que tirarlos todos hace unos días. Estaban podridos.
Ugrum pregunta: ¿Por qué estaban podridos?
El pescador dice: Resulta que tuvimos mala suerte con el proveedor de madera para las cañas de pescar, lo engañaron y le suministraron cañas de bambú podridas.
Asientes con la cabeza.
El pescador dice: Nosotros tenemos una reputación, pero enseguida llegaron las quejas, las cañas se rompían enseguida. Empezó a correr la voz de que nuestro material era defectuoso y la gente dejó de venir.
Ugrum pregunta: ¿Y se pudrieron los cebos?
El pescador dice: Sí, teníamos un buen volumen de ventas hasta ese día, todo el cebo que teníamos acumulado lo tuvimos que tirar, no venía nadie. Sois los primeros que entráis en toda la semana.
Vaeryl mira a su alrededor, el pescador tiene razón hay algunas cañas partidas apiladas en una de las esquinas del
almacén.El pescador dice: Si tan solo tuviera un buen material para las cañas, podría reflotar el negocio. Como no consiga bambú tendré que cerrar…
Ugrum pregunta: ¿Dónde podemos conseguirte algunas cañas de bambú?
El pescador dice: Nuestro primer proveedor las traía del Río Derebar en la zona oeste de Golthur, allí el bambú que crece es fuerte y flexible, una maravilla.
Preguntas en dendrita: ¿A Golthur? ¿Tenemos que ir a Golthur?
Ugrum dice: Eso parece, pero no preocupes, que ahora vamos juntos, seguro que es más ameno el viaje.
El pescador dice: Mientras me conseguís algunos trozos de bambú iré pidiendo vuestro cebo, no os preocupéis que corre de cuenta de la casa.
Ugrum sonríe.
Ugrum pregunta: ¿Ves como al final van saliendo las cosas?
Preguntas en dendrita: ¿Saliendo?
Dices en dendrita: Vayamos a Anduar, necesito un trago bien fuerte y aclarar un poco las ideas.
Ugrum dice: Me parece un buen motivo, vayamos a la taberna y brindemos por aclararnos las ideas.
El pequeño grupo abandona el almacén de pesca de Alandaen y se dirige rumbo a Anduar, a la taberna del Dragón Verde.
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