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- <h2><b>La ilusionista</b></h2>
Parge sonreía intentando controlar sus facciones. Avanzaba por la calle Mayor de Ak’anon y alrededor de él correteaban docenas de diminutas criaturas, pomposamente vestidas unas, ridículamente disfrazadas otras y desaliñadas las demás. Era una situación cómica, como si un centenar de los niños más charlatanes de la ciudad más habladora del reino de Takome estuvieran muy excitados por alguna aventura y se la contaban unos a otros a la vez.
A pesar de lo caótico, y de que le resultaba completamente incomprensible lo que decían, el ruido general se entretejía con los soplidos y chirridos provenientes de los famosos inventos gnómicos que se veían por todos lados. En un cruce dos gnomos discutían desaforadamente junto a una masa humeante de hierro y madera casi tan alta como ellos. Un tercero los superó fácilmente de un salto con unas botas de muelles incorporados riéndose de su forma de transporte para caer encima de una frutería callando la discusión que se convirtió en agudas risas entremezcladas con los gritos del frutero quien, de su diminuto bolsillo sacó un descomunal martillo, más alto que dos gnomos uno sobre otro, que empezó a agitarse violentamente entre chirridos y a intentar aplastar al accidentado que rebotada por las paredes huyendo asustado. El griterío no contrastaba con el colorido en absoluto. Los gnomos, con un desdén sincero y absoluto por la moda y el buen gusto disfrutaban combinando los colores más dispares y chillones posibles. Las fachadas de las casas, lejos de querer quedar atrás, lucían con espirales y figuras trigonométricas en rosa chillón, amarillo limón y azul eléctrico.
Parge se sentía fascinado a cada paso que daba por la ciudad y, con todas sus fuerzas, intentaba evitar que la risa se apoderara de él porque dudaba poder detenerla algún día. Con su metro noventa y siete de altura era alto incluso para la mayoría de sus conciudadanos takomitas y doblaba en altura a prácticamente todos los habitantes de Ak’anon. Con cierta complicidad, saludaba a cualquier otro que superara el metro y medio con un débil encogimiento de hombros que solo podía significar: ¿Puedes creer lo que ves?. No había muchos extranjeros, apenas unas decenas, pero eran fácilmente visibles por toda la ciudad. Siguió avanzado fascinado por el bullicio de la capital de Urlom, el reino de los gnomos, cuando un destello rojo llamó su atención. Una pequeña deflagración frente al templo, al final de la Calle Mayor, había creado cierto revuelo entre los habitantes de la ciudad. Se acercó con curiosidad y gracias a su ventajosa altura pudo ver lo que ocurría: Una joven gnoma yacía en el suelo, magullada y llorosa, al parecer asaltada por dos bribones que le habían intentado robar. Junto a ellos la flamígera anciana de Ak’anon, Sheerinive, que había acudido en su ayuda y los tenía acorralados contra la pared, rodeados por un muro de llamas que les impedía la huida. La gente los abucheaba a respetuosa distancia, tras el cerco de muros y ligeramente más lejos de lo que un gnomo enrabietado podría saltar en su mejor momento. Es decir, estaban muy cerca. Los ojos de Parge se centraron en la pequeña gnoma, si hubiera estado subida a un poste no se habría sentido capaz de distinguirla de una cerilla. Pequeña, diminuta incluso entre los gnomos apenas superaba el metro de altura, su llamativa melena roja prácticamente rozaba el suelo y parecía casi un recurso para ser vista en vez de pisada. Vista de espaldas sólo se distinguía de su cabello un alto bastón cristalino que pasaba casi 20 centímetros por encima de su cabeza. El bastón de Sheerinive parecía una lámpara brillante de multitud de colores que, en un efecto casi hipnótico, fluctuaban a lo largo del bastón. Ahora se atenuaban, luego aumentaban su brillo, cambiaban de color y contraste, en una inexplicable danza de luz y formas. Con la facilidad para las palabras de los gnomos habían dado en llamarlo el BastónDeSheeriniveConfusoPorSusInnumerablesColores y algunas personas aseguraban que tenía cierta personalidad, replicaba con frecuencia a su dueña telepáticamente y reaccionaban los colores a su temperamento. Otros decían que solamente era una vieja senil que hablaba sola, o peor aún, que hablaba con un bastón. Lo que nunca hacían era decirlo delante de ella, de temperamento afable pero ira rápida algunos murmuraban que tenía sangre de enano. También era rápida en el olvido, por lo que nunca solía eternizar sus disputas, argumento que muchos usaban para discutir a los primeros. Sea como fuere, el puesto que ocupaba en la jerarquía social gnómica le había granjeado cierto derecho a ser admirada y respetada pese a toda su mala fama, pues ostentaba el cargo de Gran Inventor por sus hazañas más allá de las fronteras de Urlom.
Parge sonrió por su fortuna, pues localizar a la siempre errante Sheerinive era el principal objetivo de su visita a la ciudad de los gnomos tras haber perseguido su estela por todo el toda la mitad occidental del continente. Miró bajo el jubón raído que vestía para confirmar que todavía llevaba la carta de Kashiwa para Sheerinive en un gesto que casi había convertido en automático, y apretándola contra su pecho avanzó con decisión hacia la gnoma…
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La frase que en el 97 leí en la pantalla de Galmeijan y me abocó a este oscuro mundo:
Orco te golpea con su cimitarra.
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