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III. La audiencia
Un diminuta multitud de gnomos se organizaban con sorprendente eficiencia en el ciempiés arcoiris que dibujaba la cola. Cada vez que una discusión por la posición les incomodaba los gnomos se mostraban un papelito que resolvía las diferencias. Parge se acercó al principio de la cola con fingida timidez y rápidamente le indicaron una destartalada máquina que eficientemente repartía papelitos con el turno para quien lo solicitara. Se acercó a la máquina que se orientó hacia él con lo que, presumiblemente, sería el rostro y comenzó a hablar tremendamente rápido, incluso para un gnomo. Estupefacto intentó solicitar un número pero la máquina le ofreció una fregona mecanizada que Parge rechazó lo más educadamente posible, tras varios intentos finalmente la máquina le ofreció su papel pero sus ojos no daban crédito, ¡tenía el número 1940!No era capaz de imaginar que siquiera hubieran tantos gnomos en la pequeña ciudad, unos pocos cientos como máximo. Decepcionado pensó que tardaría días en ser atendido, aunque intentando sacar algo bueno esto le permitiría conocer el terreno, pero no tenía ni idea que fuera tan complicado acceder a la audiencia. Con desazón se acercó a los primeros de la fila y ojeando con disimulo intentó observó algunos de los números por encima de los hombros de los gnomos que esperaban; 1500, 1440 . Aliviado pensó que no iba a ser tan larga la espera, parecían faltar muchos de los números intermedios aunque quizá fueran llegando sobre la marcha. Sea como fuere, aún quedaban horas o días hasta que pudiera ser atendido, eso si no empezaban a aparecer todos los turnos intermedios por lo que deambulando por las calles salió a visitar la ciudad en la montaña. Deambuló por las calles sin dirección, ya había pasado antes un rato en la taberna y la experiencia no había sido del todo agradable. Finalmente el cansancio atenazó sus huesos y con la lección aprendida se dirigió a un lugareño y le preguntó educadamente:
– Disculpe amigo, ¿podría indicarme la hora? – a lo que cortésmente le contestaron:– Por supuesto, son las mil novecientas treinta y siete
Parge parpadeó intentando comprender qué quería decir esa extraña forma de leer los relojes y su evidente ignorancia provocó un bufido en el gnomo que le atendía quien, aparentemente le enseñó directamente el reloj para que se sirviera por sí mismo. La esfera del mismo tenía dibujada una hermosa Luna blanca, Argan, y una menguante Velian. El fondo del mismo tenía una laboriosa representación de la ciudad con las horas marcadas entre la 1 y las 12, como la propia ciudad. Parge se dió cuenta que eran las siete y treinta y siete de la tarde y un flash en su memoria le recordó que los gnomos, al estar ocultos al sol no medían las horas entre 1 y 12 de la mañana o de la tarde, sino entre 1 y 24 horas, y bastaba sumar 12 horas para indicar la tarde. Con un rápido cálculo Parge identificó las diecinueve horas y treinta y siete minutos, que el gnomo las expresaría como una única cifra, mil novecientos treinta y siete.
De repente escalofrío recorrió su espina dorsal al darse cuenta de la verdad. Su turno no era el 1940, ¡¡¡¡¡sino a las 19:40!!!!! Quedaban solamente 3 minutos y gritando un agradecimiento salió corriendo hacia el centro de la ciudad, llegó justo a tiempo para evitar ser descartado y finalmente, todavía jadeante, fue llevado al portal. Un gnomo de ojos saltones y rictus severo en el labio cogió el papel de su turno disgustado por la impertinencia de los visitantes, que osaban hacerle perder su tiempo. Murmuraba entre dientes quejas incoherentes mientras le cedía el paso al portal. Parge titubeó ligeramente antes de dar el último paso pero finalmente se decidió a atravesarlo arrepintiéndose al instante. Tenía la sensación de que le habían atado la cintura a un gigantesco perro que se perseguía la cola, su cuerpo sacudido en una espiral que se le antojó eterna acabó chocando bruscamente contra el suelo donde, perdida ya toda elegancia, sus nalgas rebotaron varias veces antes de detenerse completamente. Y al instante una amistosa mano le agarró por debajo del antebrazo para ayudarle a levantarse, se dejó ayudar haciendo un pequeño esfuerzo pero la amistosa mano no conseguía ponerle en pie, al centrar su vista sobre la figura auxiliadora lo comprendió. Se trataba posiblemente de la gnoma más bajita que había visto nunca, apenas alcanzaba los sesenta centímetros y debía pesar menos de quince kilos, su cara enrojecida del esfuerzo intentando levantarle resultaba cómica haciendo juego con su chillón vestido.
Conteniendo la risa Parge se levantó del suelo y se dió cuenta que, a pesar de la evidente manufactura gnómica, los techos estaban pensados para alojar todo tipo de criaturas, puesto que podía estirarse sin problema alguno. La pequeña gnoma avanzó dando saltitos mientras le hacía ademanes para que le siguiera y Parge, finalmente, entró en la sala de Audiencias.
La influyente familia de Parge le había dado la opción de acudir en más de una ocasión a las audiencias de la reina Priis, la solemnidad y sobriedad de la dama dotaba de un cariz ancestral a cada palabra dictada allí, las fanfarrias resonando en el palacio y los gigantescos pendones de las familias nobles del reino producían a la vez respeto, temor, admiración y una subyugante serenidad. La audiencia en Ak’anon debía ser aproximadamente lo que pasaba en las cocinas de Takome durante esos momentos. Tantos gnomos como no esperaba que cupieran en la sala contemplaban fascinados un artefacto mecánico de tan considerables dimensiones que Parge se preguntaba cómo habían podido introducirlo a través de la pequeña puerta de la sala.
Era un engendro mecánico tan grande como un buey y casi con el mismo formato. La parte correspondiente a la cabeza era una jaula en la que una gallina cacareaba nerviosa. De repente uno de los gnomos curiosos accionó una palanca y una bocina tras la gallina sonó fuertemente, del susto soltó un huevo que bajó rodando hacia el centro de la máquina donde unas pinzas acolchadas lo sujetaron con precisión y delicadeza, de repente un juego de contrapesos se activaron elevando una piedra afilada como un hacha que se balanceaba cual espada de Damocles sobre el huevo. Al llegar a su punto máximo, dos chirridos y cuatro crujidos después, un resorte se soltó y la vigorosa hacha se precipitó sobre el huevo con violencia. Parge esperaba verlo estallar en cualquier momento e inconscientemente parpadeó para evitar las salpicaduras pero al volver a abrir los ojos la gigantesca hacha de piedra se había detenido a la altura exacta para quebrar la cáscara en el punto exacto. Las pinzas retiraron los medios óvalos de cáscara sobrantes y una pequeña abertura bajo el huevo succionó la yema y la clara limpiamente a un plato bajo toda la maquinaría que contenía ya varias yemas de posibles anteriores pruebas. Con verdadero gozo los gnomos empezaron a discutir sobre el gran avance que significaba y la grandísima precisión matemática y otros temas cuando Parge preguntó en voz alta algo una duda que no podía contener en su cabeza ni en su lengua:
- – ¿quién iba a querer doscientos kilos de maquinaria para algo tan sencillo como cascar un huevo?
- Al instante, doce pares de ojos saltones en doce respectivas diminutas cabezas se giraron para clavarse en él con infinita rabia.
- ¿Acaso nunca podrían entenderlo? – dijo uno
- La cuestión es si una máquina de doscientos kilos es buena o mala, sino que es posible hacerlo, ¡y se hace! – espetó otro
- ¡Acaso no te has fijado que no se ha roto la yema!? – clamó un tercero
La furibunda retahíla de argumentos inconexos sorprendió a Parge pero aún más le sorprendió la velocidad con la que se desviaron de la conversación para deliberar cuando uno preguntó:
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- – ¿Créeis que la distancia de la cabeza hasta el suelo es inversamente proporcional al ingenio?
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- – Las criaturas en la Torre Negra tienen la cabeza cerca del suelo y no son precisamente ingeniosas – replicó una
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- – Caso contrario son los Orgos, sus cabezas están tan lejos del suelo que cinco gnomos uno sobre otro no llegarían a encararse con uno – le replicó un segundo
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- – Yo tengo una máquina para eso, la llamo BombaDeAireBajoUnEscudoQueAlDispararseTePermiteEncararteConUnOrgo
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- – ¿No será igual que tu BombaDeAireBajoUnPlatoParaLlegarALaEstanteríaMásAltaDeLaCocina, verdad?
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- – ¡Y qué si lo fuera?
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- – Esa máquina rompió el techo de mi cocina, y aún no la has arreglado
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- – Y la cabeza de mi cuñado, y aún no te lo he agradecido lo suficiente, ¿podría prestarte mi SuccionadorDeTechosAbombadosHastaDejarlosRectosDeNuevo en compensación? Así estaremos en paz
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- – ¿Ese succionador tuyo no lo habrás usado para sentarte?
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- – ¡Solo una vez! ¿Porqué?
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- – ¡Porque el efecto en tu culo ha sido permanente!
Todos los gnomos detuvieron su charla y estallaron en carcajadas mientras el gnomo ofendido, de generosas posaderas, enrojecía de rabia
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- – ¡Te aplastaré! – bramó
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- – ¿Sentándote encima de mi? ¡Estoy perdido! – replicó aumentando las risas hasta un volumen insostenible
La tensión parecía a punto de liberarse de la peor forma cuando el afectado empezó a formular un conjuro con puro odio y su bromista interlocutor trastabillando mientras intentaba alejarse empezaba a formular la réplica.
-¡ Basta ! – un voz aguda y algo cascada, agrietada por los años pero con una fuerte autoridad interrumpió cualquier desdicha. Recordad que nos queda la última audiencia y estamos haciéndole esperar</span>
Parge reconoció a la Gran Inventora de Ak’anon, Sheerinive CocoLoco, como la fuente de esa voz, y esperó que por fín la llevaran a la sala de audiencias, imaginaba que habría una gran circunferencia con asientos para la docena de inventores que prestaban audiencia y quizá un puesto más elevado para la Gran Inventora, imaginaba que hasta ahora solo había llegado a una antesala de locura, con paciencia esperó educadamente a ser dirigido a la sala y el silencio poco a poco se hizo a su alrededor.
Con delicadeza Sheerinive se acercó a él y tras consultar detalladamente la hoja de su mano le dijo – Bien… – bajó la mirada de nuevo a la ficha – Parge de Takome… Has venido a pedir permiso para ordeñar … ¡¡¿troncos de abedul?!! … ¡¡¡¡¿En el desierto? !!!!
Parge se quedó atónito, no entendía la pregunta, ¿era una trampa?¿una broma?
Sheerinive clavó sus diminutos ojos marrones interrogantes en los de Parge:
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- – Disculpa Parge de Takome, ¿necesitas un traductor de lengua de signos? ¿Eres mudo? – Preguntó educadamente
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- – N.. no
Una mezcla de lástima y compasión cruzó el rostro de Sheerinive que parecía comprender
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- – ¡Claro joven! Viste la máquina que da los turnos y quisiste jugar, ¿verdad? – se giró hacia el resto y con un gesto de cabeza solicitó colaboración de la comitiva
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- – ¡Ahhh! – dijeron al unísono
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- – ¡pobre chico! Parecía tan normal – dijo una
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- – ¡Darle un caramelo!¡Quizá le distraiga! – sugería otro
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- – Deberíamos estudiar si la frecuencia de los problemas de ingenio en las razas grandes – empezó un tercero
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- – ¡Pues yo tengo una máquina! – se oyó por detrás
Parge empezó a comprender que le estaban tomando por una especie de discapacitado mental y rápidamente quiso cortar la conversación que parecía querer volver a enredarse:
- – Alto, alto, ¡alto ahí! Yo no tengo ningún problema mental
Cogió por sorpresa a todos los gnomos que le miraron intentando discernir si era o no cierto
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- – Entonces.. ¿qué mierda de propuesta es esta? – le espetó cortante Sheerinive – ¡Es una broma? – la dulce expresión que hace unos segundos lucía su rostro mutaba rápidamente hacia una rabia que era inconcebible que cupiera en su diminuto cuerpo
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- – ¡Fue la máquina! ¡Yo sólo quería…! ¡Yo sólo….!
Nervioso, Parge rebuscó entre su jubón y sacó el pergamino que Kashiwa le dió al partir y prácticamente lo arrojó a Sheerinive que no lo esperaba recibiéndolo con toda la cara.
- – ¡Maldito! ¿Qué es est…?
Sheerinive se detuvo al reconocer el sello de la misiva, correspondía a Kashiwa, su mentora en los secretos más oscuros de la magia de protección. Lo recogió casi a cámara lenta, con una mezcla entre vejez y reverente respeto y lo desplegó para leerlo.
Conforme avanzaba en la lectura su frente se arrugaba más y más, algo digno de mérito porque era difícil pensar que cupieran más arrugas en tan reducido espacio. Parge casi podía saber la línea por la que iba conforme cambiaba su expresión pues conocía la correspondencia de memoria:
<p style=»text-align: center;»>“Estimada Sheerinive,</p>
<p style=»text-align: center;»>el portador de esta correspondencia es Parge Angra, su padre, un gran amigo mío al que tengo en alta estima y debo prácticamente mi vida, me ha encomendado su formación dadas las altas cualidades para la magia que ha detectado en el chico. Lamentablemente un requerimiento real, de la misma Reina Priis, me impide atender esta obligación que, con el mayor de los pesares he de pedirte, mi querida amiga y discípula, que puedas cumplir en mi nombre. Tengo absoluta confianza en tu destreza para completar esta tarea, que me pondrá por siempre en deuda contigo.</p>
<p style=»text-align: center;»>Atentamente, Lady Kashiwa Belefont”</p>
Lo que no podía saber Parge era que un sencillo conjuro de disipar magia había revelado el verdadero contenido de la misiva sólo a los ojos de la destinataria:
<p style=»text-align: center;»>“Estimada Sheerinive,</p>
<p style=»text-align: center;»>el inútil que lleva esta correspondencia es Parge Angra, su padre, un prestamista usurero al que debo un montón de dinero y prácticamente mi vida como no pague, me ha chantajeado para llevar la formación del chico, que si es tan lerdo como su padre será imposible. Como me debes una bien gorda te comerás tú el marrón, mi “querida amiga y discípula”. Me basta con que mantengas al muchacho alejado de Takome y si consigues que escriba a su padre hablando de lo mucho que aprende pues perfecto. Haz esto y consideraré saldada nuestra deuda.</p>
<p style=»text-align: center;»>Atentamente, Lady Kashiwa Belefont”</p>
La hechicera levantó los ojos de la carta y su sonrisa más artificial salió a relucir con tanta crudeza que quienes más la conocían retrocedieron un paso asustados. Miró a Parge, un joven takomita, de aspecto algo aniñado para su edad y radiante de ingenuidad que le miraba con cierta reverencia y pletórico de ilusión. Con callado disgusto lo aceptó:
- – Parece que vas a ser mi aprendiz.
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La frase que en el 97 leí en la pantalla de Galmeijan y me abocó a este oscuro mundo:
Orco te golpea con su cimitarra.
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