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El chamán observó de arriba a abajo al orco que esperaba pacientemente cruzar las puertas de la fortaleza.
- Pues que queréis que os diga… a mi este orco me suena…
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¿Pero cómo no te va a sonar? ¡Sí es Guthrurk!
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Pero… si Guthrurk está muerto… – contestó el chamán.
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¿Cómo va a estar muerto? ¡Si lo tienes en frente tuya! – Le contestó el guardia.
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Está bien, que pase… , pero juraría que se ahogó en la fuente de la inmundicia.
Guthrurk sonrió a los guardias y atravesó las puertas de la fortaleza.
Cruzó la Avenida lateral, en dirección al pasillo central.
Guthrurk contempló el pasillo conforme lo iba recorriendo, las baldosas que lo cubrían se habían agrietado con el paso del tiempo y por el tránsito de tropas. En algunas grietas asomaba alguna brizna de hierba, parecía mentira pero dentro de esa fortaleza florecía la vida.
Guthrurk se deleitó observando el techo del pasillo, excesivamente decorado, como si en el fondo estos orcos tuvieran un curioso gusto por los labrados en la piedra.
No tardó en llegar al corredor principal de la fortaleza. Una oscura alfombra parecía recorrerlo en su totalidad.
La alfombra hacía tiempo que había perdido todo su esplendor, en algunos tramos había sido tan excesivamente pisoteada que llegaban a adivinarse las baldosas que permanecían bajo ella, en otros tramos se había doblado, provocando más de un tropezón a los orcos despistados.
Guthrurk miró hacia atrás, pero no consiguió vislumbrar la puerta de la fortaleza, la longitud del pasillo superaba con creces el centenar de metros.
El orco se detuvo frente a una escalera custodiada por dos empaladores y un chamán.
El Ejército Negro escogía entre sus filas a los más fieros empaladores para que mantuvieran el orden dentro de la fortaleza. Para un orco era todo un honor ser elegido Custodio Gragbadur. Uno de los requisitos para pertenecer a este cuerpo de élite era no practicar el canibalismo con sus congéneres.
Por otro lado, para ser un gran Chamán de la Orden, escogían a los chamanes más notables de la horda, tenían que haberse ganado la fama en numerosas carnicerías y rituales, y finalmente, si cumplían todos estos requisitos eran nombrados Chamanes defensores de las puertas.
Guthrurk se detuvo ante ellos, levantó la mano en señal de saludo.
El chamán defensor observó al orco, tratando de intuir si estaba autorizado a subir al segundo nivel de la fortaleza, su cara le era familiar…
Si tardaba demasiado en decidir si podía subir o no mostraría a sus compañeros de guardia síntomas de debilidad, así que se apresuró a tomar una decisión.
- Nombre. – inquirió el chamán
Guthrurk. – contestó el orco
Guthrurk, Guthrurk… , está bien pasa.
El chamán defensor hizo un gesto a los custodios, que bajaron sus cimitarras y permitieron el paso al orco.
Guthrurk subió por las escaleras, le llamó la atención una pequeña ventana que había sido tapiada con piedras volcánicas.
El segundo nivel de la fortaleza era sólo accesible a orcos con cierto renombre, parecía más limpio, si puede decirse limpio…
Este nivel, estaba destinado principalmente a las prisiones y a la tortura de los prisioneros.
Guthrurk intentó alcanzar con la vista el final del pasillo, pero lo único que veía era como el pasillo central era recorrido por pequeños pasillos que lo cortaban, en algunos de estos recovecos estaban los cubiles de la guardia.
El pasillo estaba recorrido por una infinidad de antorchas, no había ventana alguna, por lo que no existía ningún tipo de iluminación natural. El techo era más tosco, parece que los escultores orcos se habían cansado de las filigranas y habían dejado simplemente un techo abovedado.
Varias patrullas recorrían el pasillo, vigilando que no escapara ningún preso.
De vez en cuando, un alarido de dolor recorría el pasillo, que junto con el eco creaba un macabro efecto.
De repente una patrulla salió corriendo, uno de los presos había escapado. En la fortaleza no existían las segundas oportunidades…
Guthrurk se apartó de golpe para no ser arrollado por la patrulla, con tal mala suerte que cayó de bruces en una habitación.
Se trataba de una habitación pequeña, casi en penumbra. Aquí las antorchas habían dado paso a una hilera de velas que recorría el rodapie de la habitación, como si marcara los límites.
En el centro de la habitación había una enorme bañera. Oxidada en toda su superficie contenía un líquido verde negruzco y algo denso que podría ser cualquier cosa menos agua…
Un fornido orco se acercó a Guthrurk y le ayudó a levantarse del suelo.
Guthrurk levantó la vista y contempló horrorizado al orco que tenía en frente suya.
Se trataba de un orco que únicamente llevaba puesta una ridícula toalla marrón que trataba difícilmente de tapar sus vergüenzas.
Guthrurk dio un paso en dirección a la puerta, pero sintió como el orco le posó su firme mano sobre el hombro y cerró la puerta de un puntapié.
El orco agarró a Guthrurk y lo arrojó contra la bañera.
- Tu konmigo bieeeeeen.
Guthrurk intentó incorporarse, pero se encontraba inclinado sobre la bañera, y el orco apoyaba su mano fuertemente contra su espalda.
- No, noooo, tu bien konmigoooooooooo.
Guthrurk comenzaba a angustiarse, tendría que reaccionar pronto.
De repente, algo sobrevoló su cabeza, se trataba de la toallita marrón que antes cubría las partes del orco…
Guthrurk notó entonces como el orco le cogía ambos hombros y se le aproximaba.
- Ahora ziiiii, bañeraaaaaa konmigoooooo.
Guthrurk rebuscó en su túnica hasta que alcanzó algo frío, lo sostuvo con fuerza y lo hendió con todas sus fuerzas sobre el orco.
Con el forcejeo había desgarrado la bolsa escrotal del orco, que se retorcía en el suelo tapándose, ahora sí, sus vergüenzas.
Guthrurk se reincorporó, se sacudió los ropajes y abandonó la estancia dejando al orco revolcándose en el suelo.
A los pocos metros encontró lo que andaba buscando.
Se trataba de la habitación más lujosa que había encontrado, y que podría encontrar en toda la fortaleza.
El suelo de la habitación se encontraba cubierto en su totalidad por cojines y almohadones de todos los tamaños y formas. Eso sí, compartían una características, todos estaban hechos de terciopelo rojo y con una infinidad de cascabeles en sus bordes.
Un intenso olor a incienso y otras hierbas imposibles de identificar sacudió a Guthrurk cuando entró en la habitación.
Un enorme orco se encontraba en la habitación rodeado de mujeres orcas, que podrían cumplir con los cánones de belleza orca.
El orco se reincorporó haciendo sonar los cascabeles que estaban bordados en los cojines.
- ¡Eh!, ¿qué haces en mis aposentos?
Vengo a ver al Caudillo, traigo algo para él.
Glorbaugh, que así era como se llamaba el orco, dirigió una mirada inquisitiva a Guthrurk tratando de averiguar qué podría traer al Caudillo.
Guthrurk dio un pasó hacia atrás escondiendo una pequeña bolsa.
- ¡Trae eso que llevas ahí!
Sólo hablaré con el Caudillo.
¡Como sigas con esa actitud te arrojaré por esta maldita trampilla!
Y diciendo esto se abalanzó sobre Guthrurk.
Guthrurk trató de esquivar a Glorbaugh con tan mala fortuna que tropezó con una de las concubinas, soltando la bolsa que sostenía y dejando su contenido a la vista…
- ¿Una cabeza? ¡Le traes al Caudillo una cabeza!
Así era, una cabeza descansaba ahora sobre uno de los cojines aterciopelados.
Se trataba de una cabeza de un varón hombre lagarto de mediana edad. Sus escamas, deterioradas por el precario transporte, aún conservaban una curiosa tonalidad dorada. Sus ojos, entrecerrados, dejaban ver unas blancas pupilas que se tornaban borrosas. Por la boca asomaba discretamente su lengua bífida, que había perdido su característico color rojizo. Una fornida mandíbula, ancha y robusta, asomaba prominente, como si fuera producto de alguna malformación.
- Esta no es una cabeza cualquiera. – Contestó Guthrurk.
Con cabezas como estas, yo me limpio todos los días los…
!Es de Rexythor! – interrumpió Guthrurk.
Glorbaugh miró la cabeza, tratando de identificarla.
- Por si no lo sabéis, se trata del General del Ala Roja de Grimoszk… – continuó diciendo Guthrurk.
Glorbaugh no daba crédito, cómo un orco en esas condiciones había dado muerte al General del Ala Roja.
- Está bien, esto sí que merece que vayas a ver al Caudillo.
Glorbaugh se dio la vuelta y se dirigió a su despacho, atravesando los cojines.
A los pocos minutos abandonó el despacho con algo entre manos, se trataba de un trozo de cuero enrollado y atado con una cinta carmesí.
- Toma, con esto no tendrás problema alguno en reunirte con el Caudillo, pero si algún guardia te dice algo se las verá conmigo. Orcos como tú es lo que necesitamos en la fortaleza, y no estos… que parecen elfos…
Glorbaugh tendió el pergamino a Guthrurk y le dedicó la mejor de sus sonrisas.
Guthrurk abandonó la curiosa estancia y se encaminó hacia el tercer nivel de la fortaleza, donde le esperaba, si no se había equivocado, un poderoso hechicero Drow.
Todo estaba saliendo como había planeado, éste iba a ser el comienzo del gran cambio…
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