Inicio Foros Historias y gestas Las crónicas de Drys Jovenmano I

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    • Dhurkrog
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      Las manos del guardia estuvieron a punto de cogerle del borde de la túnica. Drys se agachó, se retorció, se contoneó, gimoteó, y al fin, con los ojos saliéndose de las órbitas, consiguió dejar atrás al maldito adulto que lo perseguía, ganando unos pocos metros que le sirvieron para perderlo entre los vociferantes mercaderes que ofrecían sus productos sin tener en cuenta lo que sucedía a su alrededor.
      – ¡Al ladrón! – exclamó el guardia, sin aliento. Y la gente lo buscaba, oh, claro que sí. Pero Drys era pequeño, y la gente pequeña siempre es ignorada por la gente adulta. Así que la gente se giró, buscó al ladrón, pero no lo vieron hasta que justo pasaba él, escurriéndose entre piernas, manos ansiosas y brazos sudorosos. Con un suspiro de alivio, se perdió entre los callejones que rodeaban el mercado y se detuvo a descansar, jadeante, junto a un muro mugriento. Había estado cerca, muy cerca. Y Drys sabía que ahora ya había más guardias que lo reconocían, por lo que a partir de ese día las cosas serían mucho más difíciles. Pero má estará orgullosa, concluyó. Observó su botín, sintiendo nacer en su interior esa sensación que tanto le confundía. Una satisfacción salvaje, un júbilo triunfante. El sabor de la victoria. Algunos dirían que es una pobre recompensa a cambio de robar, pero Drys tenía 6 años. Y los niños de 6 años, nacidos y crecidos en las calles, tomaban lo que podían, y seguían adelante. Siempre seguían adelante. Porque era todo lo que conocían.
      Una punta herrumbrosa se apoyó en su espalda. – Bien hecho, chiquillo. Eres bueno para esto. Quizá algún día te permitamos entrar a nuestra banda. Ahora, nuestra parte del botín.
      Drys se tensó, sintiendo como el miedo se enzarzaba con una indignación creciente en su interior. El mercado de galador estaba dividido en secciones, cada una controlada por una banda. Estas bandas estaban constituidas por los peores niños y adolescentes de los bajos fondos. Antiguos ladroncillos, estafadores, embusteros y matones que creían que ya no se merecían hacer todo el trabajo duro, por lo que cobraban una comisión a cambio de permitir que los niños más pequeños o que no formaban parte de su núcleo delinquiesen dentro de sus fronteras. Gresly era el vigilante de esa zona en concreto, la zona donde Drys nació. Apretó los dientes, pero separó una porción de lo robado, y se lo pasó. Gresly parecía sorprendido. Estas bandas también se encargaban de controlar que el robo no sea demasiado sustancioso, ya que eso podría ser perjudicial al centrar la vigilancia de la ciudad en esa zona al completo, por lo que el chico intentaba calcular lo que Drys había robado. Sin embargo, Drys sabía que no podría quejarse de nada. Había calculado todo a la perfección. 2 manzanas lozanas, algunas naranjas, pequeñas frutillas, frutos secos, 2 filetes de carne, huevos frescos, queso… parecían ser muchas cosas, pero todo en tan poca cantidad que sería imposible tacharlo de pasarse el límite. Gresly lo miró, con el ceño fruncido, pero no encontró nada de lo que agarrarse para llevarse todo lo que Drys había robado. Asintió, sucinto, y se alejó con su parte. Drys se relajó, y se perdió entre los oscuros callejones de la capital imperial.

      El hombre junto a la entrada de la taberna lo miró con curiosidad mientras se acercaba. Encorvado, unos ojitos diminutos y negros que brillaban bajo la sombra de una frente que sobresalía. Peludo más allá de toda razón, unos mechones retorcidos salían como un estallido de ambas orejas. Los rizos del color del ébano se encaminaban al suelo para fundirse antes con el inmenso nido de gaviotas que era su barba, que a su vez le envolvía el cuello y continuaba bajando, sin merma alguna, a lo que era visible del inmenso pecho del hombre; y, también, iba trepando para recubrirle las mejillas y unirse de camino a los dos mechones de pelos de la nariz, como si se hubiera metido unos árboles arrancados diminutos por la misma, solo para fundirse entonces y sin interrupción alguna con las cuerdas de cáñamo saltonas que eran las cejas, que a su vez se fusionaban sin problemas con el aparatosamente bajo nacimiento del pelo que disimulaba a conciencia lo que tenía que ser una frente inclinada y muy exigua. Y, a pesar de la edad absurda del hombre (lo que se rumoreaba que era su edad, de hecho, en sus gruesas y rechonchas extremidades se marcaban poderosos músculos capaces de levantar, como mínimo, a 3 borrachos problemáticos y arrojarlos a 2 metros de la puerta de la taberna.
      Se encontraba sentado a contraluz, por lo que solo se veían sus recias piernas estiradas, hasta que inclinaba el cuerpo hacia adelante y aparecían desde la penumbra sus facciones junto con la mitad superior de su cuerpo. Cosa que hizo justo antes de que Drys ingresase al local. Le dirigió un asentimiento seco, y volvió a desaparecer en la negrura de la noche. El niño le dirigió una sonrisa y un asentimiento burlón mientras pasaba. La taberna del Halcón Nocturno no destacaba por una comida exquisita, ni por unos aposentos regios y dignos de reyes, sino que, dentro del barrio del cataclismo, era la taberna más limpia, ordenada y decente que podía encontrarse. Regentada por dos matronas de aspecto fiero, Yrilna y Jazna, junto con el portero, Bálsamo, era también la más antigua en el barrio. Todo el mundo conocía a los 3 maduros adultos, y para todos habían estado allí desde siempre, incluso desde antes de que Galador se convirtiese en la capital imperial. De hecho, algunos ancianos jurarían que también regentaban una taberna en la ciudad de Dendra, pero bueno, ¿quién escucha a los ancianos?
      La posada se encontraba bastante concurrida aquel día, por lo que nadie percibió la entrada del niño al local, excepto Yrilta, por supuesto. Cuando Drys se acercó a su mesa habitual, en la esquina más oscura de aquel sitio, sus compañeros de siempre ya lo estaban esperando allí. Syltas, con su perpetua expresión sardónica, burlándose de todo y de todos; Deldra, observando a su alrededor con sus profundos ojos oscuros, vestida con ropas más que provocativas. Solo tenía 6 años, pero su madre era de la idea de que cuanto antes se notase la belleza de una mujer, antes podrá crearse su clientela; Andry, con su expresión inocente y siempre optimista; y por último keldra. Siempre inexpresiva, ocultando siempre mucho más de lo que muestra. A pesar de la corta edad de todos ellos, la vida en los bajos fondos exigía el rápido desarrollo de la madurez, si se quería sobrevivir. Drys se sentó junto a ellos, todos estaban en silencio. Antes de que nadie tuviese tiempo de decir nada, Yrilta apareció con una bandeja de filetes y verduras frescas, acompañado con jarras de un zumo especialidad de la casa, cuya receta solo conocían las 2 robustas mujeres dueñas del local. Algunos especulaban sobre leche fermentada junto con extractos de bayas de kyr, pero nadie podía demostrar nada, y las susodichas señoras no refutaban ni aceptaban ninguna de las teorías. Sin embargo, la mayor parte de la concurrencia tenía esta bebida en sus mesas. Incluso por encima de la cerveza o el vino aguado. Comieron en un silencio agotado, cada uno rumiando su día y deshaciendo los nudos que apretaban sus jóvenes hombros. Después de terminar de comer, y de saciar a consciencia su sed con aquel zumo, los 5 se levantaron al unísono, recogiendo sus jarras y cuencos, que llevaron al interior de las cocinas, donde se pusieron a lavar cada uno lo que había usado. Después de terminar esto, cada uno se alejó en silencio a ayudar a las meseras que atendían a los parroquianos. Eran recibidos con sonrisas compasivas, pero ellos, aún en completo silencio, recogían jarras y cuencos, limpiaban las zonas del suelo que habían sido ensuciadas con distintos tipos de sustancias…
      Solo al terminar el ritual, y dejando la taberna por la puerta trasera, después de despedirse con silenciosos y agradecidos abrazos de las matronas, rodearon el lugar hasta llegar a las caballerizas, donde escalaron por las paredes de madera hasta subir al techo de paja, donde se sentaron en círculo bajo la luz de la luna. Deldra habló, los ojos inexpresivos a pesar de que su voz sonaba quebradiza.
      – Padre ha muerto- dijo. Drys sabía que, aunque su voz parecía ocultar alguna especie de emoción demasiado poderosa para nombrarla, la que gobernaba las demás era un oscuro regocijo. Todos se habían comportado de aquel modo en la taberna porque lo habían sentido, algo importante había sucedido. Así que el silencio había sido la muestra de respeto por los sentimientos de su amiga, aún sin saber el qué. Los demás asintieron, e incluso syltas permaneció serio mientras ella les contaba como su padre se había metido con quien no debía. No quería esperar a que sus hijas crecieran más, por lo que se llevó a su hija mayor, ¡por Seldar, tenía 9 años! a un grupo especialmente que habían llegado en una carreta hace unos días a la ciudad. AL parecer se encargaban de comprar menores de edad para prostituirlas fuera de la ley, ignorando la edad mínima establecida por el imperio, 13 años para la prostitución legal. Sin embargo, la madre de Deldra cometió algún error, una palabra mal dicha, una mirada que no fue ocultada con rapidez. Y lo mataron. Pero claro, se llevaron a la niña. Sí, la voz de Deldra ocultaba un oscuro regocijo, pero también un horror que no parecía dejarla reaccionar aún. Y ellos estaban allí para descongelar esas emociones, para ayudarla a descargarse. Así que hablaron. Comenzó Drys, contando su peripecia por el mercado, comentando su preocupación por los guardias que ya le conocían, hablándoles de los matones que cobraban las comisiones en los distritos, que cada vez se volvían más osados y querían más, y más, y más. Pero al mismo tiempo su mirada no abandonaba los petrificados ojos de Deldra. Siguió Syltas, hablando sobre los sacerdotes de seldar de la pequeña capilla del barrio, de sus absurdas manipulaciones y la continua llegada de nuevos niños que eran utilizados, ah, sí, como acólitos de seldar, pero también como fuentes de placer de los sacerdotes más ancianos. Andry habló del río, de lo hermoso que era el suave canto del agua, el juego de dedos necesario para anudar las redes, su hipótesis de que el cielo estaba echo de agua, ya que, visto desde el río, ambas eran del mismo color y se reflejaban mutuamente. Y de su temor de que algún día el cielo se caiga y los ahogue a todos. Su teatral expresión de pánico ante semejante situación hizo que ni si quiera Deldra pueda evitar sonreír con dulzura. Y eso fue todo lo que pudo soportar. Encogió las rodillas y comenzó a llorar. Sollozos cortos, espasmódicos. Drys apretó los dientes mientras veía las expresiones compasivas de sus amigos. Nadie se acercó, nadie dijo ninguna palabra de consuelo o se acercó a ella. Sin embargo, cada mirada estaba posada en la niña, y sus miradas decían todo lo que las palabras nunca podrían expresar. Y fue suficiente. Una vez más, fue suficiente. La noche se hizo más profunda, la luna se movió en el cielo, y Deldra por fin dejó de llorar. Se levantaron al unísono, una vez más, Keldra, la única que no había dicho ninguna palabra, se acercó a la hipante Deldra, y la abrazó. Nunca la habían escuchado hablar, pero era el pilar del grupo. Y lo fue una vez más. Su expresión inexpresiva se ablandó, y apretó a la otra niña entre sus brazos. El amanecer los encontró allí, de pie, y los vio bajar y dispersarse cada uno a su casa una vez más. Porque los niños nacidos y crecidos en las calles, tomaban lo que podían, y seguían adelante. Siempre seguían adelante. Porque era todo lo que conocían.

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