Inicio Foros Historias y gestas Las crónicas de Natyel. Introducción.

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    • Dhurkrog
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      La noche poseía una magia que siempre la había atraído. Era oscura, guardaba secretos, pero no se escondía. Aunque ocultaba cosas, también mostraba con orgullo otras de inexpresable belleza. Los árboles parecían brillar con un fulgor entre plateado y verde, y el canto de los animales nocturnos hacía que cada noche sea una nueva experiencia. sus pequeños pies no hacían ningún sonido al caminar, y sus ojos violetas observaban todo con infantil admiración. Su negra cabellera bailaba sobre sus hombros al ritmo de una música espectral, mientras la joven mujer parecía flotar por el bosque. El silencio era casi palpable y las brillantes estrellas parecían haberse acercado al suelo nevado.
      De pronto, unas sombras fantasmales aparecieron tras ella. Sin prisa, pero sin detenerse, una docena de figuras la alcanzaron. sin rodearla, solo caminando junto a ella. Su marcha se fue acelerando, mientras el bosque parecía emborronarse a su alrededor.
      Alzó la cabeza, sobresaltado. No parecía suceder nada. Tenso, volvió a mordisquear las hierbas del claro. Sus 3 compañeros no parecían haber notado nada, cosa que, aunque no lo tranquilizaba del todo, sí le daba una sensación de seguridad. Supo que había cometido un error cuando escuchó aquel susurro. Intentó correr, esperando que sus ágiles patas lo llevasen muy lejos antes… antes… Con horror, se dio cuenta que era demasiado tarde.
      La sonata del bosque acariciaba sus oídos, mientras su corazón parecía cantar en su pecho. Los aromas la abrumaron, la llenaron. La sensación de los músculos moviéndose bajo su piel era exquisita. Saltó con agilidad detrás de la pareja, ofreciéndoles protección. No era habitual que la madre y el venerable jefe saliesen a cazar con ellos, pero esta era una ocasión especial. El solsticio de invierno no era una ocasión cualquiera, y la luna brillaba enorme y plateada en el límpido cielo.
      Cuando vio a sus objetivos, su boca comenzó a salivar. Se abandonó a la caza, y dejó que la naturaleza la guiase. Con un fuerte impulso, una joven pareja de lobos cortó la retirada a los aterrorizados ciervos mientras otro par de veteranos cubrían los laterales. Los pobres animales estaban rodeados e indefensos. Intentaron oír, por su puesto. Pero la coordinación fue perfecta. La pequeña hembra se lanzó sobre uno de los ciervos, retirándose luego rápidamente de nuevo mientras su pareja esperaba su momento para hacer lo mismo. Una mancha carmesí adornaba ahora los cuartos traseros de uno de ellos.
      Entonces ella aprovechó su momento. Con una majestuosidad inconsciente, embebida de la situación, se lanzó al ataque. Sintió como sus dientes se hundían en la carne de su presa, mientras desgarraba los músculos del pecho. El sabor de la sangre hizo que sus ojos brillasen con temible ferocidad.
      Con un rápido vistazo se hizo cargo de toda la situación. 2 presas habían sido abatidas, mientras otros 2 desaparecían en la noche. El otro grupo de lobos habían hecho un buen trabajo, también. Miró la sangre, y no pudo evitar que su boca salivase con deseo. La caza había sido todo un éxito.
      – Quédate a comer con nosotros en este día especial, pequeña hermana. – La loba que la miraba tenía unos profundos y sabios ojos amarillos. La observaba con solemnidad, y la invitación tenía un mensaje oculto.
      – No, madre. -Respondió en el lenguaje de los lobos. -Aún no soy digna. -Además, las noches serán más frías y los cachorros necesitarán la carne para calentar su cuerpo en las cortas noches y largos días que se acercan.
      La loba pareció asentir, mientras esos cálidos ojos la miraban con cariño atravesando sus endebles escusas.
      -Tú sabrás cuando será el momento, hija de la luna. -Nosotros te estaremos esperando.
      Refrenó sus ganas de ir corriendo a su encuentro, y fundirse con la manada. Clavando las garras entre la nieve, levantó la cabeza con rabia y aulló a la lejana, tan lejana luna. Los demás lobos, sus hermanos, interrumpieron su festín para acompañarla en su lamento.
      Mientras se giraba y se alejaba entre los tupidos árboles, el eco de su aullido lleno de dolor, impotencia y melancolía siguió flotando en el ambiente, haciendo estremecer hasta lo más profundo del bosque.
      En una taberna, un solitario thorinya tiritó al escuchar el desgarrador sonido, mientras bebía una jarra de hidromiel. La noche era fría, aunque los druidas seguían festejando abajo el solsticio de invierno. Entre tanta alegría aquel contraste tan repentino era como un golpe en el estómago.
      Nadie fue consciente de que una pequeña niña de ojos violetas trepaba a uno de los árboles del claro nyathor, atando su cintura a una de las ramas más altas con un cinturón de hojas. Nadie fue consciente, tampoco, de que una pequeña mancha carmesí adornaba la comisura de sus labios. Cuando cerró los ojos, un rayo de luna se escabulló entre las hojas del árbol, acariciando su rostro y deteniéndose en su frente con un pálido beso espectral.

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