Inicio Foros Historias y gestas Libro de Khaol – La visita a Gedeón

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    • Satyr
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      Mientras flotaba en el Éter del portal mágico, Khaol evaluó por tercera vez sus movimientos: había metido en el pastel a Seldar y Eralie. Ambos tenían partes de la empuñadura de la espada, ahora solo faltaba el viejo. Para él se guardaba lo más jugoso: el filo del arma. Con semejante objeto en su poder, ya ningún dios respetaría su neutralidad, sin importar sus nobles ideales.

      Sintió el inconfundible gruñido de las bestias del Éter mientras estas rodeaban su figura inmóvil con sus asquerosos tentáculos rosados. En un movimiento relámpago, Destello Sombrío convirtió en rodajas a los babeantes apéndices, haciendo que enormes burbujas de sangre rosada comenzasen a levitar en la antigravedad. Sabía que pronto vendrían más, atraídas por su olor, por lo que dejó de darle vueltas a las cosas y se decidió a terminar lo que había empezado.

      Atravesando la salida del túnel mágico sin ningún miramiento, Khaol volvió de nuevo al plano celestial. Entrecerró los ojos y los cambió de color a uno más claro para adaptarse a la luminosidad del Pleno del panteón divino. Allí estaba Gedeón, esperándole. El siempre vigilante Gedeón, que sabía perfectamente todo lo que tramaba el príncipe de las mentiras -o casi todo- gracias a la bola mágica de la que nunca se separaba.

      Gedeón, en su ya aburrida humildad, adoptaba la forma de un humano envuelta en túnicas blancas y largas que se arrugaban sobre sus brazos flácidos. De sus ojos colgaban dos bolsas grises y sus cabellos, de un blanco níveo, estaban despeinados. El augur manipulaba su bola de cristal con sus manos esqueléticas, haciendo aspavientos con sus dedos arrugados que tenían unas uñas largas y mugrientas. Este se detuvo cuando escuchó el ‘zzzap!’ característico del portal mágico cerrándose. Resignándose, agarró la cruz de bronce bruñido que colgaba de su cuello y le pidió a su ayudante, un minotauro de tres metros de alto y de pelaje anaranjado, que le ayudase a erguirse y a encararse hacia el Príncipe de las mentiras.

      – Khaol, uno ve que por fin te has acercado a él. Pero has de saber que uno no cederá…

      – Silencio, Guardián -interrumpió Khaol-. Los dos sabemos como están las cosas y no tengo tiempo para perderme en tus divagaciones. Traigo el filo de la espada para que lo custodies. Ya sabes como funciona esto.

      Gedeón tendió una mano a su guardián, que resoplaba y arrastraba los pies en el suelo, enfadado por la arrogancia que mostraba Khaol mientras se dirigía al mismísimo Vigilante. Tras conseguirlo, se dirigió a Khaol.

      – Sí, el arma de Rutseg. Uno sabe lo que quieres hacer con ella. Has de saber que el arma solo traerá el fin de este ciclo. Nada cambiará. Si la espada se usa, Eirea se romperá. El ciclo terminará y todo comenzará de nuevo. Todo, Khaol. Uno ha vivido ya muchos ciclos para saber que esto es así -pronunció Gedeón mientras jugueteaba con su cruz de Bronce-.

      – Augur, hay una cosa que no tienes en cuenta. O tomas el filo de la espada y la defiendes o se la daré a Draifeth. Puede que tú no estés dispuesto a involucrarte en las guerras, los dos sabemos que esa bonita cruz tuya tiene algunas desventajas -Khaol sonrío maliciosamente-. Sin embargo, no creo que estés dispuesto a que sea la Dama Oscura la que lleve la ruina a Eirea. ¿Qué pasaría si ella consigue el arma de Rutseg?, ya controla a los Dwerg, los Drow y los ilícidos, con ella podría hundir el mundo en la infraoscuridad.

      – Eso es irrelevante, Príncipe -Gedeón comenzó a recitar un texto que había explicado un centenar de veces durante los ciclos pasados-. Uno sabe que el arma de Rutseg está hecha para crear y destruir mundos, no para la guerra. Si alguno de los dioses la blandiese, Eirea se partiría, causando el fin de este ciclo. Solo Rutseg podría hacer algo tan preciso como hundir el mundo en la infraoscuridad. Sencillamente, el planeta se desvanecería, el equilibrio de la magia haría que los planos se rompiesen, los dioses se aburrirían y abandonarían esta dimensión. Otros vendrían y crearían otro mundo. El ciclo comenzaría de nuevo y yo seguiría aquí, mientras que tú, seguramente, desaparecieses con la magia que te creó -Gedeón señaló con una uña ennegrecida al orbe de obsidiana que colgaba del cuello de Khaol-.

      – Sabía que esto no te iba a convencer. -Khaol se arrebujó con su capa, ocultando celosamente el orbe de obsidiana-. Te diré entonces de que va todo, viejo. No quería hacerlo, pero tampoco va a cambiar nada: he encontrado la Tumba de Osucaru.

      – ¡Uno solo ve mentiras!, ¡como siempre en tu presencia!, ¡la tumba de Osucaru no se encontró en la guerra de las mil Lágrimas y no se encontrará jamás!, yo me encargué de ello -replicó Gedeón visiblemente alterado-.

      – Sobrevivió a las mil Lágrimas, pero hay alguien a quien no tienes en cuenta: Vagnar. En su biblioteca los ojos de tu oráculo no funcionan, él me enseñó donde estaba la tumba. La espada es la única que puede abrirla y si la abrimos…

      – ¡Mentiras otra vez!, ¡Vagnar jamás traicionaría el pacto que nos protege de los vagabundos dimensionales!

      Khaol estalló en carcajadas y su capa dejó a la vista, de nuevo, el orbe de obsidiana que colgaba de su cuello.

      – Anciano, puedes estar tranquilo, te garantizo que Vagnar no colaboró voluntariamente. Ahora te voy a decir lo que va a pasar a continuación…

      Khaol retiró el filo de la espada de Rutseg de una de sus mangas, haciendo que la siniestra pieza de dos metros levitase sobre la palma de su mano, girando sobre si misma mientras permanecía gravitando.

      – Ahora vas a tomar este filo -continuó Khaol-. Y lo vas a preservar. Como hay intereses de otros dioses en juego, tu pacto de neutralidad se romperá y esa bonita cruz que tienes no te servirá de nada. Está claro que puedes negarte, pero si lo haces, le daré el arma a Draifeth y le diré a los dioses lo que tu y yo sabemos: el arma solo vale para cerrar el ciclo y no debe blandirse, sin embargo, la tumba de Osucaru puede abrirse con ella. La tumba traerá a vagabundos dimensionales y estos decantarán la guerra a uno de los bandos, terminando con este ciclo y con todos los que vienen. Acabando contigo, con tu bonita isla temporal y con tu cruz.

      – Uno no te llamará inconsciente, aunque lo seas. Incluso si el resto de panteones conociesen la verdad, sería inútil. Forjar la espada de Rutseg no es algo que pueda hacer cualquiera. Nadie sería capaz de abrir la tumba. El ciclo está a salvo. Tu plan ha fallado, Khaol, no me involucraré más en tus juegos. Vuelve a la oscuridad a la que perteneces.

      – Esto es así de fácil: o tomas la espada, o me aseguraré de que todos sepan la verdad. Tienes razón, nadie puede forjar de nuevo la espada, a excepción del propio Rutseg. Sabes que volverá algún día y que las ambiciones de Seldar, Draifeth o Eralie son demasiado grandes como para permitir que la Creadora de Mundos permaneciese neutral. La tomarían y la obligarían a reforjar el arma. Entonces abrirían la tumba. Todo terminaría con eso. No hay nada que puedas hacer, anciano.

      – Uno ve que no tiene otra solución. Me has arrinconado, Khaol. Uno te perseguirá a ti y a tus hijos hasta que no quede rastro de ti en los anales de la memoria. Uno no ha ido a la guerra en mucho tiempo, pero tu ataque ha de ser castigado… reforjaré la cruz de nuevo, si es necesario, te has convertido en una amenaza demasiado grande para el equilibrio…

      La figura de Gedeon estalló en una telaraña de carne y tendones que comenzó a dar latigazos y enrollarse sobre si misma. Una mole de músculos comenzó a formarse ante Khaol, quien no estaba interesado en ver en que demonios se iba a convertir Gedeón. El príncipe dejó el filo de la espada de Rutseg y abandonó el plano celestial atravesando otro portal mágico mientras el guardián de Gedeón acometía al aire.

      El príncipe de las mentiras entró a toda velocidad en el Éter, girando sobre si mismo como un proyectil enloquecido. Khaol carcajeaba: la partida le había salido que ni pintada. Gedeón se había involucrado. Ahora los dioses pelearían entre ellos por la tumba de Osucaru mientras él se centraba en Draifeth: nadie se involucraría ahora en su Vendetta.

      Khaol abrió un portal mágico y se dirigiío al Volcán de Ormeion, en el plano material. Al atravesar el portal se encontró en el cráter, cara a cara con Lessirnak, que volaba en picado contra él -como las otras veces- y abria las fauces de sus tres cabezas, llenando el cráter con su hálito mortal -como las otras veces-.

      Khaol dejó caer una bolsa repleta de topacios, olivinas y diamantes, que distrajo al dragón el tiempo suficiente para colarse en su cubil. Allí ignoró las riquezas amontonadas y se dirigió a una montaña de oro que ocultaba una trampilla. Atravesando la trampilla llegó al laboratorio que había dado vida al dragón cuando el malvado Tarhilon quiso crear un arma de destrucción que usar contra Ak’Anon.

      Allí, escondido entre probetas y tubos de alimentación, estaba su arma maestra, el triunfo que usaría para tomar la suboscuridad y luego el mundo. Los dioses se peleaban entre ellos por evitar que nadie abriese la tumba de Osucaru… ¡necios!, él ya había abierto la tumba. Él ya había traído a alguien de otra dimensión para usarlo en su guerra personal. ¿El precio?: devolverle lo que antaño era suyo una vez Draifeth ya no estuviese. Devolverle Dendara. Pero eso aún estaba por ver.

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