Inicio › Foros › Historias y gestas › Los orígenes de Lindria (RegII | Parte 2)
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A medida que pasaban los minutos notaba como algunos de los falsos clientes estaban cada vez más interesados en mí. Mi nerviosismo aumentó y busqué a Dalvin con la mirada, pero no parecía estar en ninguna parte. Había llegado muy lejos, pero las ganas de levantarme y abandonar el lugar para no volver nunca más eran cada vez más fuertes. Me sobresalté cuando Dalvin golpeó la mesa con una jarra de cerveza, derramando parte de su contenido. Se sentó frente a mí con una enorme sonrisa mientras se disculpaba por el desastre y pasamos los siguientes minutos poniéndonos al día.
Pese a haber ido a la misma escuela, nuestras circunstancias habían sido muy diferentes, sobre todo a partir de los doce años. El padre de Dalvin había sido un respetado miembro del consejo de mercaderes, pero había caído en desgracia cuando se descubrió que vendía en secreto a diversos grupos de bandidos y renegados enemistados con la ciudad. En consideración a su antigua posición la familia había evitado el exilio, pero con la retirada de la licencia de venta y el embargo de prácticamente todos sus bienes habían caído en la pobreza rápidamente. Sin poder soportar la vergüenza, su padre se había quitado la vida ingiriendo veneno y poco después su madre se había casado en segundas nupcias con un prometedor mercader que había medrado ocupando el nicho de mercado que la caída de su padre había dejado disponible.
Dalvin hablaba en voz baja pero con pasión cuando me relataba cómo había renegado de su madre y había jurado limpiar el nombre de su padre, según me contó la acusación había sido una vil mentirada urdida por sus enemigos en el consejo. Yo, que conocía en parte la historia de labios de mi madre, lo dudaba bastante, pero me mantuve en silencio. Cuando terminamos de relatar nuestras respectivas historias, Dalvin hizo por fin la pregunta que esperaba.
“¿Y qué hace una respetable miembro de la escuela de eruditos acechando entre las sombras a la puerta de este antro?”
Me revolví incómoda, sin saber como abordar la situación.
“Quería contratar los servicios de un ladrón y sé que es aquí donde se reúnen”
“Dirás que querías contratar los servicios del gremio de ladrones.”
“Bueno… no exactamente, verás, el asunto que me trae aquí es de la máxima importancia y se requiere la máxima discrección.”
Procedí a relatar la historia de las llaves y el mago rúnico, omitiendo la espada y cualquier detalle que pudiera involucrarme personalmente en la historia. Para Dalvin, mi deseo de encontrar el resto de llaves se debía simplemente a la ambición de un erudito de impresionar a sus superiores con una tesis doctoral que grabara su nombre en la historia. Él me escuchó atentamente sin interrumpirme ni una sola vez y cuando termino habló clara y pausadamente.
“¿Y quieres contratar al gremio para que roben las llaves?”
“No, quiero contratarte a ti, Dalvin.”
“Pierdes el tiempo, ningún ladrón de esta ciudad trabajaría al margen del gremio y te aseguro que no dispones de suficiente dinero para superar los sobornos que esas familias pagan para evitar, precisamente, que robemos en sus hogares.”
Dejé caer la espalda sobre el respaldo de la silla, sintiéndome abatida.
“Tiene que haber algo que podamos hacer. Te ofrezco todas las riquezas que pueda haber en esa cámara, yo solo quiero los pergaminos.”
Dalvin mudó el rostro y habló en voz alta.
“Me ofendes, Lindria. Yo nunca traicionaría al gremio. Ellos me han acogieron cuando no era más que un pobre infeliz que malvivía en las calles y me enseñaron todo lo que sé. Te aconsejo que salgas de aquí antes de que alguien te muestre que les sucede a aquellos que intentan operar al margen del gremio.”
La respuesta de aquel al que consideraba mi amigo me pilló sorpresa. De pronto me sentí consciente de la situación, de dónde me encontraba y quienes eran los hombres y mujeres que charlaban y bebían a mi alrededor. Me sobresalté cuando alrededor de la bailarina estalló una algarabía de risas y vi como un hombre gateaba fuera del grupo con la cara ensangrentada. Busqué temblorosa mi bolsa para pagar la comunicación, pero la mano de Dalvin, que se había levantado y ahora se encontraba junto a mí observándome con rostro ceñudo, me detuvo.
“Déjalo y vete de una vez.”
Salí de la taberna tan rápido como pude y recorrí las calles vacías con el temor de encontrarme a un matón cada vez que doblaba una esquina, pero llegué a mi hogar sin contratiempos. Mis padres se habían acostado y la casa permanecía silenciosa. Caminé de puntillas hasta mi cuarto y cerré la puerta con cuidado, cuando por fin me sentí a salvo, me derrumbé sobre la cama y lloré.
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