Inicio Foros Historias y gestas Los orígenes de Lindria (RegII | Parte 2) Revisada

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    • Lindria
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      Estoy retomando el RegII de Lindria y me di cuenta que cuando subí esta parte me deje una buena parte al copiar el texto que hacia que hubiera un salto temporal no intencional, la vuelvo a subir revisada.

      Adicionalmente si estais interesados esta es la primera parte:  https://www.reinosdeleyenda.es/foro/ver-tema/los-origenes-de-lindria-regii-parte-1/

       

      Mi corazón latía con fuerza mientras me deslizaba en silencio por las calles de la ciudad vistiendo una capa negra con capucha que ocultaba mi rostro y mi silueta, como un ladrón cualquiera. Dentro de mi mente dos voces opuestas y complementarias discutían sin descanso, una gritaba que lo que pretendía hacer era una locura peligrosa e inútil, la otra trataba de silenciarla animándome a seguir adelante hasta las últimas consecuencias.

       

      “El destino te aguarda, pero debes ir a buscarlo” repetía sin cesar.

       

      Observé el antro desde las sombras durante un rato, podía escuchar los sonidos que surgían de su interior, no muy diferentes a los de cualquier otra taberna. Si no hubiese conocido la verdadera naturaleza del lugar nunca hubiese sospechado que era el punto de reunión habitual de los integrantes del gremio de ladrones, pero cuando has pasado toda tu vida en la misma ciudad pocos de sus recovecos te son ajenos.

       

      Me encontraba inmersa en mi lucha interior, tratando convencerme de que lo que hacía era lo correcto cuando la puerta se abrió de golpe y los sonidos, antes amortiguados, llenaron el silencio de la noche. Una figura emergió al vuelo del interior, aterrizando en el suelo como un  saco de patatas, la comparación resulto acertada cuando, al levantarse, resultó tratarse de un enano del mismo tamaño y complexión. El agraviado se deshizo en insultos hacia el interior de la taberna hasta que la puerta se cerró de golpe y se alejó tambaleándose entre la oscuridad. Si mi ya de por si debilitada voluntad necesitaba alguna otra exhortación para terminar de quebrarse, fue esa.  

       

      Al darme la vuelta con la intención de regresar a la burguesa tranquilidad de mi hogar me di cuenta de que no estaba sola. Una figura envuelta en una capa muy parecida a la mía me contemplaba con los brazos cruzados en un gesto de curiosidad, una risita surgió de entre las tinieblas de su capucha al notar como me asustaba y trataba de huir. Antes de darme cuenta se abalanzó sobre mi y me empujó contra la pared, aprisionádome con su antebrazo. Sentí como el aire abandonaba mis pulmones y mi cabeza rebotaba contra la dura piedra, dejándome confundida durante unos segundos. Quizá por eso no fui capaz de responder cuando el extraño me pregunto con voz burlona:

       

      “¿Esperas a alguien?”

       

      Tampoco me defendí cuando usó el brazo libre para retirar mi capucha, supongo que el destino o algún dios de carácter generoso estuvieron de mi parte ese día, pues en lugar del robo y la posible paliza con que mi mente fantaseaba el asaltante se retiró y me pregunto con una nota de genuina sorpresa en la voz:

       

      “¿Lindria?”

       

      Parpadeé en la oscuridad tratando de poner mi mente en orden, no fue hasta que se retiró la capucha y pude ver su rostro que recordé de quien se trataba.

       

      “¿Dalvin?”

       

      Dalvin rió y me invitó a entrar en la taberna para charlar con tranquilidad. Al lado de un viejo amigo el miedo se diluyó hasta desaparecer y el lugar me resultó inclusó agradable. En lugar de la de madriguera cochambrosa llena de criminales con gesto siniestro que esperaba me recibió un recinto lleno de luz, música y conversaciones a voz en grito. Sobre un escenario improvisado una mujer de aspecto exótico bailaba al ritmo del láud que un joven tocaba a sus pies, de vez en cuando una mano se alzaba tratando de alcanzar la carne oscura y ella le lanzaba una patada, lo cual era recibido con alegría entre los presentes, como si fuera una parte más del espectáculo.

       

      Avanzamos hasta encontrar una mesa libre en una esquina apartada y mi amigo se excusó, prometiéndome que volvería en seguida. Mientras esperaba, observé el lugar con atención. Había que fijarse para descubrir las señales de que aquella no era una cantina como cualquier otra: al final de la barra un hombre fingía beber de su vaso mientras recorría incesantmene el lugar con ojos vivos y despiertos, unas mesas más allá cuatro hombres discutían en voz baja, con las cabezas juntas sobre un mazo de cartas que nadie se había molestado en repartir. De vez en cuando la puerta del trastero se abría discretamente para dejar entrar a alguien que no volvería a salir. 

       

      A medida que pasaban los minutos notaba como algunos de los falsos clientes estaban cada vez más interesados en mí. Mi nerviosismo aumentó y busqué a Dalvin con la mirada, pero no parecía estar en ninguna parte. Había llegado muy lejos, pero las ganas de levantarme y abandonar el lugar para no volver nunca más eran cada vez más fuertes. Me sobresalté cuando Dalvin golpeó la mesa con una jarra de cerveza, derramando parte de su contenido. Se sentó frente a mí con una enorme sonrisa mientras se disculpaba por el desastre y pasamos los siguientes minutos poniéndonos al día.

       

      Pese a haber ido a la misma escuela, nuestras circunstancias habían sido muy diferentes, sobre todo a partir de los doce años. El padre de Dalvin había sido un respetado miembro del consejo de mercaderes, pero había caído en desgracia cuando se descubrió que vendía en secreto a diversos grupos de bandidos y renegados enemistados con la ciudad. En consideración a su antigua posición la familia había evitado el exilio, pero con la retirada de la licencia de venta y el embargo de prácticamente todos sus bienes habían caído en la pobreza rápidamente. Sin poder soportar la vergüenza, su padre se había quitado la vida ingiriendo veneno y poco después su madre se había casado en segundas nupcias con un prometedor mercader que había medrado ocupando el nicho de mercado que la caída de su padre había dejado disponible.

       

      Dalvin hablaba en voz baja pero con pasión cuando me relataba cómo había renegado de su madre y había jurado limpiar el nombre de su padre, según me contó la acusación había sido una vil mentirada urdida por sus enemigos en el consejo. Yo, que conocía en parte la historia de labios de mi madre, lo dudaba bastante, pero me mantuve en silencio. Cuando terminamos de relatar nuestras respectivas historias, Dalvin hizo por fin la pregunta que esperaba.

       

      “¿Y qué hace una respetable miembro de la escuela de eruditos acechando entre las sombras a la puerta de este antro?”

       

      Me revolví incómoda, sin saber como abordar la situación.

       

      “Quería contratar los servicios de un ladrón y sé que es aquí donde se reúnen”

       

      “Dirás que querías contratar los servicios del gremio de ladrones.”

       

      “Bueno… no exactamente, verás, el asunto que me trae aquí es de la máxima importancia y se requiere la máxima discrección.”

       

      Procedí a relatar la historia de las llaves y el mago rúnico, omitiendo la espada y cualquier detalle que pudiera involucrarme personalmente en la historia. Para Dalvin, mi deseo de encontrar el resto de llaves se debía simplemente a la ambición de un erudito de impresionar a sus superiores con una tesis doctoral que grabara su nombre en la historia. Él me escuchó atentamente sin interrumpirme ni una sola vez y cuando termino habló clara y pausadamente.

       

      “¿Y quieres contratar al gremio para que roben las llaves?”

       

      “No, quiero contratarte a ti, Dalvin.”

       

      “Pierdes el tiempo, ningún ladrón de esta ciudad trabajaría al margen del gremio y te aseguro que no dispones de suficiente dinero para superar los sobornos que esas familias pagan para evitar, precisamente, que robemos en sus hogares.”

       

      Dejé caer la espalda sobre el respaldo de la silla, sintiéndome abatida.

       

      “Tiene que haber algo que podamos hacer. Te ofrezco todas las riquezas que pueda haber en esa cámara, yo solo quiero los pergaminos.”

       

      Dalvin mudó el rostro y habló en voz alta.

       

      “Me ofendes, Lindria. Yo nunca traicionaría al gremio. Ellos me han acogieron cuando no era más que un pobre infeliz que malvivía en las calles y me enseñaron todo lo que sé. Te aconsejo que salgas de aquí antes de que alguien te muestre que les sucede a aquellos que intentan operar al margen del gremio.”

       

      La respuesta de aquel al que consideraba mi amigo me pilló sorpresa. De pronto me sentí consciente de la situación, de dónde me encontraba y quienes eran los hombres y mujeres que charlaban y bebían a mi alrededor. Me sobresalté cuando alrededor de la bailarina estalló una algarabía de risas y vi como un hombre gateaba fuera del grupo con la cara ensangrentada. Busqué temblorosa mi bolsa para pagar la comunicación, pero la mano de Dalvin, que se había levantado y ahora se encontraba junto a mí observándome con rostro ceñudo, me detuvo.

       

      “Déjalo y vete de una vez.”

       

      Salí de la taberna tan rápido como pude y recorrí las calles vacías con el temor de encontrarme a un matón cada vez que doblaba una esquina, pero llegué a mi hogar sin contratiempos. Mis padres se habían acostado y la casa permanecía silenciosa. Caminé de puntillas hasta mi cuarto y cerré la puerta con cuidado, cuando por fin me sentí a salvo, me derrumbé sobre la cama y lloré.

       

      • Este debate fue modificado hace 5 years por Lindria.
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