Inicio › Foros › Historias y gestas › Los Viejos Tiempos – Parte 2
-
AutorRespuestas
-
-
Al sentir que la corriente ya empezaba a alejar al barco del muelle, Archdallam corrió al timón y tomándolo firmemente hizo girar a la embarcación en dirección al horizonte meridional. Tuvo que hacer varios
quiebros para eludir a los inmensos cargueros que obstaculizaban el tráfico en las cercanías del muelle, pero una vez los hubo superado, estabilizó al timón y se fue a desacerrojar al camarote. Mientras lo hacía, inquirió al druida:
–Oye, ¿sabes manejar un barco?
–¡Pues claro! -le contestó Hadracael-. He pasado muchos años ayudando a los takomitas en Aldara.
–Pues -le dijo Archdallam desde la puerta del camarote-, ¡alzar velas, marinos!
Hadracael le ofreció una sonrisa cómplice y se dirigió a la popa del barco, manejando con gran habilidad las cuerdas y los cables del escaso velámen del Cabalgador. Al cabo de
unos minutos, la vela-madre se henchó y el barco empezó a cobrar veelocidad, impulsado por un fuerte viento que soplaba desde el noroeste. Saliendo del camarote, Archdallam se
apresuró hacia el timón, para evitar que la embarcación navegara en diagonal. Mientras tanto, Hadracael se dirigió a la proa y sacó de su mochila un elegante catalejo de lentes prismáticas, cuyos tubos confeccionados a partir de caoba
abían sido bañados en plata. Se puso a otear el horizonte.
Archdallam siguió maniobrando el timón para que el barco mantuviera su curso recto acompañando el Cuivinien, y al cabo de media hora ya empezaban a ver como este se ensanchaba
hacia ambos lados, denunciando lo cercanos que estaban del mar. Bajando su catalejo y volviéndose hacia el monje que conducía el Cabalgador, Hadracael preguntó:
–¿Y bien? ¿Adónde vamos?
— Te lo dije ayer -dijo Archdallam, sonriendo-. Espera… MMMM… dónde he metido a las cartas nau…. ah, aquí está -dijo, señalando unos amarillentos papeles recubiertos de sal, seguramente por
las largas temporadas pasadas en el mar-. Archipiélagos, Orthos… verás, he estudiado acerca de una comunidad que vive en algunas islas en medio del Orthos y que viven únicamente de la caza y pesca. Creí que
podríamos investigarlo y establecer contacto. Además, mi amigo, siempre fuimos curiosos, tú y yo. Cuando leí acerca de este archipiélago, pensé que podríamos algún día visitarlo.
— Ándale, Arch, ándale. Por supuesto que estaría interesado en visitar contigo este lugar. Los druidas solíamos recibir noticias de misioneros lejanos y, ahora que lo comentas, recuerdo que recibimos
reportes de uno que allí vivía, dándoles las enseñanzas de Eralie.
Archdallam hizo una mueca de disgusto, mirando fijamente al druida.
— Precisamente no me complace en absoluto que los sacerdotes de Eralie se dediquen a estos menesteres. ¿Ayudar comunidades lejanas? Por supuesto que está bien. Sin embargo, en Eldor mucho hemos escuchado acerca de
fanáticos de la Cruzada que se marcharon a reinos distantes para imponer la fe de Eralie a cualquiera. — Se detuvo pensativamente escrutando los alrededores con el catalejo, puesto que se acercaban a
la costa de Zulk y por lo tanto a la temida Armada Sauria. — Hiros nos enseñó la senda del equilibrio. Y si los fieles de otra deidad no rompen este equilibrio… — Hizo un gesto como si apartara algo de golpe. — NO nos interesa en absoluto.
Hadracael asintió con un movimiento de cabeza y se quedó pensativo, mirando al horizonte. El sol se veía alto en el firmamento, iluminando las verdosas aguas del mar de Soramha. El barco seguía rumbo
hacia el este, mientras Archdallam corrigía a cada tanto con el timón para que no se acercaran demasiado a la costa de Zulk. Sus planes consistían en seguir hacia el Mar de Plata y, por fín, un desvío al Orthos.
— Así es, mi amigo — Hadracael dijo por fin. — Nos han llegado, por cierto, informes de frecuentes ataques a la isla de Avarana, perpetrados por… ¿Al-déjins?
— Aldhezims — Dijo seriamente Archdallam. — Enemigos de nuestro pueblo desde el cataclismo. El fanatismo religioso y xenófobo, mi amigo, los hay por todos lados. En eldor existe quiénes predican la pureza de
sangre y, por lo tanto, escaramuzas entre elizhims y aldezhims son
frecuentes. — Miró tristemente al semielfo. — Menudo lío vivimos con los nuestros, ¿eh? vosotros vivís lo suyo con los fanáticos de la Santa Cruzada. Nosotros con los constantes altercados entre la gente de Eldor.
— Así es, mi amigo — Dijo hadracael con aire pensativo.
— Verás, Hadracael. La historia nos dice que los enanos eran fieles seguidores de Gloignar. Y, de la nada, se han vuelto fervorosos seguidores de eralie, dándole sus gemas y minerales — Dijo
Archdallam con una sonrisa irónica. — Desde luego no se hizo constar en los sagrados Cánones la razón por la que se hayan vuelto fieles de Eralie.
— Así es, mi amigo. Así es. Los fanáticos suelen rezarayúdanos a defender a los más débiles'. Y, en nombre de Eralie, asesinan a un sinfín de criaturas de Dalaensar en nombre de su dios, porque desde
ayúdanos a perdonar’ pero alentan el odio.
luego no es el Eralie que tengo mi confianza -- Dijo hadracael, con la voz cargada por la emoción. -- Dicen
Archdallam asentió solemnemente.
Los dos amigos siguieron conversando y, trás pasar algunas horas, Hadracael le comentó al monje:
— Eh, Arch. El viaje será largo y creo que debemos atracar en
Aldara para comprar algo que defendernos en el Orthos.
— Sí, mi amigo. También debemos reponer la cantidad de carbón en el almacen. Ya sabes, para tener con que cocinar. No querrás estar formulando columnas de fuego a cada pescado y sereales, ¿eh? — sonrió el monje, juguetón.
— Para nada, Arch, para nada — Dijo, soltando una sonora carcajada.
Archdallam oteó una vez más el horizonte y posicionó su sextante. 24º sur, 56º oeste. Y, como que por primera vez, Hadracael se percató de la inscripción presente en el lateral del catalejo de Archdallam. La escrita era en
Eldorense, idioma que no dominaba en absoluto.
— Oye, Archdallam. ¿Qué has puesto ahí? — preguntó el semielfo, señalando el catalejo.
— ¿La inscripción? verás, mi amigo. Cuando se producieron los cambios en Eldor, fuí uno de los pocos en alzar voz. No me escucharon, en absoluto. Creen que soy un anticuado viejo con opiniones anticuadas
— Hizo un rápido gesto con la mano. — Sin embargo, cuando estuve en claustro, me de cuenta. Juré proteger los mandamientos de mi dios. Juré defender a mis hermanos y a mi pueblo. — Se quedó pensativo por algunos
segundos. — Inscribí, entonces, la cita que ves en mi catalejo. «Prometo brindar mi mano abierta a mis hermanos, bien como alzar mis puños contra quienes los
amenacen». La fecha se refiere al día que pusieron un banco en Eldor — Archdallam tenía la voz dura como las rocas del Arilven. — Un banco. En Eldor. ¿Puedes creerlo?
— Oye, ¿tú no crees que con un banco y economía estándar tendríais más gente interesada en vuestra cultura e idioma?
— Desde luego que no. Jamás aceptaré que el conocimiento de un pueblo sea conquistado a la ruína de mi gente. Éste es posible apenas en
vuestro reino, dónde los fanáticos de Eralie imponen su fe a los enanos y a días de hoy casi no se sabe de Gloignar ni de la importancia que tuvo en la cultura enana
— dijo en tono cortante el monje.
Los dos quedaron en un silencio cómodo. El druida sabía reconocer un buen argumento cuando veía uno.
Archdallam orientó la proa del Cabalgador de las Mareas en dirección norte, rumbo a Aldara. Nada más acercarse a la costa, un barco, cuyo nombre `Llama de Eralie’ se veía pintado en el casco, se aproximó para investigarles.
— ¿QUiénes sois y adónde váis? — inquirió un soldado, a los gritos, desde la embarcación que ahora estaba a pocos metros del barco de Archdallam.
— ¡Hadracael Ler’Inen Cadarn, hijo de Thorin! — contestó
Hadracael. — Venimos de Veleiron y atracaremos en Aldara — Miró
fijamente al soldado. — Ordena a tu tirador que baje la ballesta, amigo. Vinimos en paz -concluyó el druida-.
— Perdón, druida — Dijo el soldado, haciendo gestos al tirador para que bajara el arma. — Hemos tenido sucesivos asaltos por piratas y creo que usted entenderá que la situación requiere máximo cuidado.
— Por supuesto. ¿Algún informe de Thorin o Takome?
— Atacaron Thorin hace una semana — dijo el humano. — No tenemos notícias de fallecidos, aunque quemaron parte de los árboles sagrados del claro. Se sabe que Loredor expulsó a los invasores, que se trataba de una incursión de hombres-lagarto.
— Archdallam Gweeshf de Eldor — se presentó. — ¿Algún informe acerca de los piratas del Orthos?
— Se rumorea acerca de una caravela fantasma que ataca por las noches — contestó. — Y los iembros de la triade, por supuesto. Si váis por allí, tened cuidado.
— Lo tendremos, soldado. Muchas gracias y que la luz de Eralie te bendiga — dijo el Druída.
Archdallam, con sumo cuidado, acercó la embarcación al muelle y la amarró en uno de los cables disponibles. Bajaron y conversaron rapidamente con los encargados del almacen del astillero. Querían partir
aquel mismo día. Necesitaban únicamente algo de munición y Carbón. Y, trás conseguir los suministros necesarios, alzaron velas y se fueron de Aldara.El barco era empujado suavemente por el viento que soplaba del sur, henchando las velas y salpicando agua y sal por la proa del barco mientras éste avanzaba hacia el norte, aprovechándose del viento y la
corriente marítima favorables. Trás el barco, se veía un rasto de espuma que se formaba gracias a la agitación de las olas y el avance de la embarcación. El ocaso se aproximaba y Archdallam se sentía cansado.
— Oye, Hadra. ¿Puedes asumir el comando del timón? — preguntó el monje. — Iré al camarote a descansar algunas horas.
— Desde luego que sí, Arch. Además, siempre me ha encantado el mar.
— Ahí puedes llamarme si necesitas algo — Dijo el monje señalando las campanas de la embarcación, postada extratégicamente junto al timón. — Me parece que tendremos una leve tormenta a camino, pero no debería ser suficiente para preocuparnos.
— Vale, vale. Tranquilo. Ve y descansa, amigo — Dijo Hadracael, echando una mirada tranquilizadora al monje.
Archdallam se retiró al camarote mientras Hadracael guiaba la embarcación por las plateadas águas del mar que hacía de frontera este de Takome, desviando suavemente la orientación al noreste, adentrándose
en el profundo Orthos. «La sensación es hermosa » pensó Hadracael. «Nada como guiar un barco por las tranquilas y azules águas del Orthos para pensar y reflexionar.». De pronto se percató de la razón por la
que Archdallam había marchado sólo al mar, en compañía únicamente de Hiros. La tranquilidad, el murmullo insesante de las olas. La permanente sensación de insignificancia ante la inmensidad del mar. «Yo también lo
haría, si necesitara estar a solas con mis pensamientos y Eralie.»
El druida firmó sus manos en el timón, consciente de las olas rompiéndose en la proa, el estremecimiento en el casco que evidenciaba la agitación del océano. Alzó el catalejo, oteando alrededor
en busca de embarcaciones enemigas. Sin avistar apenas nada, siguió meditando. «Cabalgador de las Mareas», pensó Hadracael, mientras otra ola se rompía en la proa de la embarcación, haciéndolo saltar adelante,
cual un corcel de las estepas de Eldor. «Ahora lo comprendo todo.» y una enorme sonrisa se dibujó en el rostro envejecido del druida. Se acordó de las conversaciones de días antes, en la taberna de Veleiron. Había
dicho al amigo Eldorense que su trabajo como Archidruida se trataba únicamente de papeleo. No obstante ser totalmente verdadera su afirmación, había sido un período estresante cuyo tiempo parecía
escurrir entre los dedos. Hadracael Echaba de menos la sensación de libertad y el acariciar de la brisa marítima en el rostro.
El ocaso en medio del Orthos había emocionado al Druída. La luz reflejándose en el água hasta que, poco a poco, se fue. Entretanto, la noche se asomaba y las lunas se veían en el firmamento, puesto que
muchas horas transcurrieron desde el ocaso. Nubes de tormenta se formaban en el horizonte, de modo que Hadracael no podía otear más que pocas millas. Echó una mirada al barómetro y sus sospechas se confirmaron. «Menudo susto tendrá Arch», pensó.
Alzó el catalejo y, como que surgiendo de la nada, se veía los contornos de un barco a lo lejos. Habían sido avistados y alguién se asomaba desde las tormentas para investigarles. Formuló un sortilegio de
luz sobre el catalejo y lo enfocó hacia la embarcación. «Oh, un velero», pensó Hadracael. «Maldita sea, tendré que despertar Archdallam.»
El velero era una de las embarcaciones más rápidas de Eirea y, apesar de no ser visible el mascarón de la embarcación que denotaría si era un pirata, por el aura, cuyas docenas de años depráctica en el arte del
sacerdocio lo habían enseñado a detectar, deducía el origen maligno cuyo mensaje parecía ser: queremos matar alguién; ¿queréis voluntarizaros?
«Maldita sea. la Caravela Fantasma. Sin embargo, vosotros quienes no sabéis con quiénes os habéis dado. Estos viejos todavía pueden haceros lamentar el día que cruzaron nuestro
camino», pensó
Hadracael con una amplia sonrisa formándose en su rostro. Miró al firmamento y otra vez al barómetro. «Espero que sea rápido. No me gustaría estar perdido en medio del océano con una tormenta de estas acercándose.»
El drúida hizo sonar las campanas de la embarcación varias veces.
— ¡¡Archdallam, barco aviiiiiiiista!!
El llamado hizo despertar Archdallam, quien se asomó por la puerta del camarote, frotándose los ojos con las manos.
— Maldita sea, Hadra. ¿Nadie puede dormirse un poco en este lugar? — Preguntó el monje, súbitamente alerta. — ¿Qué ha pasado?
— Velero enemigo acercándose desde el sudoeste, en velocidad 4 de crucero, hace más o menos… —
–¿Y qué? — le cortó Archdallam. — ¿No te enseñaron la objetividad en Thorin?
— Muy bien. Quieren darnos de alimento a los tiburones y hundir tu barco. ¿He sido suficientemente claro? — Dijo El Druída, intentando aumentar la velocidad de la embarcación,
de modo a que el capitán de la caravela no sospechara en absoluto de sus intenciones. — Dentro de poco estarán a la distancia de un disparo de cañón, así por lo menos que piensen que somos presas fáciles.
— ¡Por la herradura de Hiros! — Maldijo Archdallam. — ¿Una Caravela Fantasma?
La embarcación enemiga empeñada en capturar el Cabalgador de las Mareas se acercaba inexorablemente abriendo sus troneras, dónde se veía cañones despuntando del costado de la Caravela. La intención era clara,
barrerles con una salva de popa a proa, destrozando todo a su paso.
El mascarón del velero se hacía visible ante los atónitos ojos de los amigos. Una calavera salpicada de sal y agua, con las órbitas vacias y encarando a la nada. Los rumores contaban que Nirvë, la diosa del
océano había hundido la embarcación porque algun capitán incauto habría osado despreciar la diosa de los mares. Sin embargo, lo que se mostraba era una embarcación podrida que flotaba gracias a algún maligno sortilegio,
cuya tripulación convertida en muertos vivientes aullaban ávidos de venganza.
— ¡Maldita sea! — gritó Hadracael. — ¡Estos esqueletos mohosos quieren barrernos de popa a proa!
Como si de eco se tratase, el costado de la caravela se recubrió de humo mientras el sonido atronador de los cañones disparando alcanzaba al Cabalgador de las Mareas y las balas silbaban a su alrededor, golpeando
el mástil central y esparciendo astillas en su paso.
Archdallam, cuyas enseñanzas del equilibrio estaban grabadas a fuego en su mente, cogió un arpeo de abordaje de su mochila y miró tranquilamente al semi-elfo.
— Prepárate al abordaje, Hadracael — Dijo, concentrándose en el calculado equilibrio de sus energias, según le había enseñado su dios.
El druida hizo varios gestos, empezando a formular un hechizo. De pronto, la cubierta se llenó de zarcillos y flores silvestres. Posando su mano sobre una de las mayores
plantas de las que habían aparecido, Hadracael cerró sus ojos y pareció ausentarse por unos momentos, durante los cuales la silueta de la caravela se iba haciendo más y más nítida
a la luz de las lunas gemelas. De pronto el druida abrió su boca en un grito sin sonido y separó su mano de la planta que tocaba, al paso que esta empezó a crecer continuamente en
altura y porte hasta tomar la forma de un ent, una criatura ancestral de la primera era, dispuesto a ayudarle y seguirle adónde fuese. Através de una conexión telepática Hadracael le dijo al ser que protegiera a él y al monje y así se hizo.
— Archdallam, acércate, mi amigo — llamó Hadracael. — Fuimos hermanos, tú y yo. Desde jóvenes, luchamos en un sinfín de batallas y
una vez más lucharemos juntos. — Sonrió el druida. La hermandad que los unía no era el sangre, sino la amistad y la creyencia que, en una batalla, necesitaban uno del otro para permanecer vivos.
Hizo gestos con las manos en la dirección del monje, propagando el enlace vital. De pronto se hizo consciente de los latidos del corazón de Archdallam, de la sangre que circulaba por sus venas. Estaban
preparados, puesto que, como en Golthur, más de 50 años antes, serían hermanos de armas.
–Distráigalos -dijo Archdallam, todo él equilibrio y serenidad-. Necesitamos proximidad para el abordaje.
Hadracael asentió y, haciendo rápidos gestos, hizo que brotara en su mano una diminuta y fulgurante llama. Acercándose al borde de la cubierta, el druida hizo un ágil
movimiento de pulso y la llama salió despedida por el aire en dirección a la caravela, sin embargo no la alcanzó, sino que se precipitó al agua haciendo que una columna de humo se
levantara del mar. Advirtió que el monje se había marchado de la cubierta y siguió formulando. De pronto negras y tormentosas nubes se juntaron en el cielo sobre la caravela,
descargando una granizada que, si bien no hacía mella en los muertos vivientes, les confundía un poco y era esa la idea. Aprovechando que los tenía momentáneamente confundidos,
Hadracael empezó a hacer complicados ademanes y se empezaron a levantar multitud de hojas que se desprendían de las plantas mágicamente invocadas y al rato estas se convirtieron en
un remolino que giraba a gran velocidad alrededor del semi-elfo, quien esbozó una larga sonrisa, volviendo a sentirse como en su juventud cuando se marchaba a defender el bastión
de plata.
–Ya casi los tenemos -dijo la serena voz envejecida de su amigo justo detrás de él y el druida se volvió para mirarlo, abriendo sus ojos de par en par nada más hacerlo.
El monge lucía una larga y flexible cota de mallas, cuyo entramado fino y complejo hacía recordar multitud de telarañas bajando hasta sus pantorrillas, donde se encontraban con
sus botas confeccionadas a partir de la rugosa piel de un yeti. Arropado en su gruesa y negra capa de piel, sostenía en las manos su bastón tallado, que emitía una ligera
luminosidad blanquecina y en su cintura, en una vaina azulada, traía un sable ornamentado con jirones de tejido blanco y dorado. Sus ambarinos ojos traslucían serenidad y la sombra
de una sonrisa se dibujaba en su arrugada cara.
–¿Y qué? -preguntó Archdallam-. Los fantasmas están en el otro barco, no en ese.
–Vaya, vaya, disculpa -dijo Hadracael, volviéndose de nuevo hacia el mar-. Esque me impresionaste.
–Ya veo -dijo Archdallam, poniéndose a su lado-. Ojalá suceda lo mismo con los condenados de ahí adelante.
Hadracael sonrió, pero en ese momento ya no cabían más conversaciones. Un aullido ensordecedor se hizo oír por sobre las olas del Orthos y la caravela en ruinas ya se les venía
encima. Archdallam cogió de nuevo el arpeo de abordaje, una larga cadena metálica arrematada con un acentuado garfio.
–Oye -dijo el monje-, voy a tenerles cogidos y en cuanto los tenga saltamos a su cubierta, ¿vale?
–Ten cuidado -dijo Hadracael-. Estos tipos son muy poderosos. No sé si podremos aguantar mucho.
–Aguantar algo es mejor que no aguantar -dijo Archdallam-. Hagamos lo siguiente: les abordamos, nos dirigimos recto al puesto de artillería, lo inutilizamos y luego echamos a
correr. ¿Qué te parece?
–Que va, que va -dijo Hadracael-. Eso lo vemos sobre la marcha. Ya vienen.
De hecho, el velero venía justo en su dirección, las troneras de disparo abiertas, el mascarón mirándoles fijamente a la distancia, el aullido de su tripulación acercándose por
momentos. Archdallam empezó a girar el arpeo mientras se acercaba al velero. Cuando ya podían ver con claridad a toda su cubierta y a sus tripulantes, el monje utilizó todo el peso
de su cuerpo y la inercia acumulada para lanzar el arpeo, que se clavó en la madera a medio pudrir con un «!Crash!» cortante. Una vez lo hubo clavado, Archdallam reunió sus fuerzas
para atar la cadena a una de las vigas de la embarcación y sonrió al druida.
–Adelante, mi amigo -dijo. Y mirando a los aberrantes espectros que aullaban en la cubierta de la caravela, gritó:
-¡Por Hiros! ¡Por el recuerdo de Eldorhäm!
Y nada más lanzar su desafío, saltó hacia la otra cubierta, blandiendo su bastón y amparando con él el impacto de su caída. Un espectro vino hacía el, arrastrando su ruda
indumentaria y el monje le dio con el bastón en un golpe arrás del suelo, produciendo al instante una ráfaga de luz que lanzó al espectro varios metros lejos de su posición. Al oír
trás de sí el impacto de la llegada de su amigo druida y del ent, Archdallam apuntó con el bastón hacia la izquierda:
–¡Por allí, Hadra! -orientó, y los dos empezaron a moverse por la cubierta del velero. Al instante los espectros empezaron a arremolinarse para obstaculizar su paso. Uniendo
sus manos, Hadracael empezó a recitar un cántico y una tormenta de fuego se abatió sobre las fantasmáticas figuras, arrancándoles gritos y chillidos que les forzaron a taparse los
oídos por un momento. Ejecutando un barrido con su bastón, Archdallam logró dañar a un grupo de espectros con las ráfagas divinas de su bastón, hiriendo a muchos de gravedad y
arrojando al otro lado del barco al restante. Trás caminar otro rato y apartar otro grupo de espectros con ayuda del ent, llegaron al puesto de artillería, donde un grupo de
espectros preparaba una salva contra el Cabalgador. Archdallam les derribó de un bastonazo y Hadracael empezó a concentrarse, trayendo de vuelta a las nubes de tormenta. Al rato
alzó su puño, y una auténtica tempestad eléctrica se descargó sobre el lugar, dejando al descubierto a un espectro que trataba de formular algún sortilegio contra los dos amigos.
–¡Anda, Arch! -exclamó Hadracael-. No tenemos mucho tiempo!
Archdallam se acercó al puesto donde estaba instalado un cañón de tamaño medio. Examinó la instalación del arma y comprobó que la madera se encontraba casi pudrida.
–Eh, Hadra -dijo-, ¿puedes hacer que tu ent empuje esto hacia el mar?
–Puedo intentarlo -dijo Hadracael, mirando al inmenso árbol que se acercó pesadamente al cañón y, con un golpe de sus manos-rama, hizo saltar astillas de la base del arma,
pero sin lograr sacarla de su puesto. Archdallam se agachó a comprobarlas.
–Creo que uno más será lo bastante -dijo-.
El ent una vez más se acercó y golpeó al pesado cañón, que se soltó de sus herrumbrosas bases y con el movimiento del barco empezó a deslizarse hacia fuera. Archdallam usó su
bastón para empujarlo aún más. Hadracael cogió carrerilla y lo empujó otro tanto. Con el zarandear del barco, el cañón terminó de deslizarse y se desplomó con gran estrépito al
océano, salpicándole con agua salada. Nada más hacerlo, se dieron media vuelta y echaron a correr hacia el punto donde estaba el arpeo. Archdallam echó un vistazo hacia atrás y
avisó al druida:
–Ya vienen a por nosotros.
Los dos saltaron hacia el Cabalgador en el momento justo en que un cono de hielo venía del cielo y caía en el punto donde habían estado. Más que deprisa, Archdallam desató el
arpeo de la viga y tiró con fuerza de él, haciendo que se desclavara de la cubierta de la caravela.
Ajustó el velámen para que cogieran la máxima velocidad posible y maniobró con el timón hacia el noreste, posicionando hábilmente su sextante para no perderse en aquella
oscuridad. La caravela se dispuso a persiguirlos, pero ya no tenían artillería y algunos daños en el casco por la cantidad de zarandeos y golpes del paso de los 3, así que trás un
rato empezaron a quedarse atrás, mientras el Cabalgador galopaba las crestas de las olas a un ritmo vertiginoso.
Trás asegurarse de que ya no tenían la caravela en sus talones, Hadracael ajustó el velámen para reducir la velocidad mientras Archdallam se apoyaba pesadamente sobre el mango
del timón.
–Vaya -dijo Archdallam, la respiración pesada-. Estoy fuera de forma.
Hadracael empezó a reírse y de pronto los dos se estaban riendo jubilosamente. Se abrazaron y entre risas Hadracael exclamaba:
–¡Les dimos, viejo! ¡Les dimos!
–¡Sí que les dimos, amigo! -le contestó Archdallam-. Pero… -Miró alrededor-. ¿Dónde estamos?
-
-
AutorRespuestas
- Debes estar registrado para responder a este debate.