Inicio Foros Historias y gestas Luz y Oscuridad (Registro II para Lurth)

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    • Rijja
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      Algunos Eruditos y estudiosos advenedizos de las artes oscuras comentan que los sucesos más relevantes en el ámbito malvado pueden darse durante un eclipse de Argan provocado por Velian. Discrepo. Cuanta más fuerte brilla la luz de del bien, más oscuras y profundas son las sombras que se proyectan. Y eso es lo que sucedió el 20 de Yeslie del 118 de la Cuarta Era.

       

      El nacimiento de Lurth Baelzhemon quedaba atrás en el tiempo, pasados más de 30 años desde aquel acontecimiento, dando paso a un Paladín de Seldar bien entrenado y disciplinado. Los recuerdos de sus largos años de preparación recorrían la mente de Lurt siempre que iba a entrar en combate. En esta ocasión no iba a ser diferente.

      Afianzada era su posición en una de las colinas que dan paso al angosto sendero que comunica el Reino de Golthur-Orod con el del Imperio Dendrita, Lurth apretaba la empuñadura de su espada mientras oteaba el horizonte. Tras de sí, el grueso de un contingente dendrita bien pertrechado y organizado férreamente. A su frente, una numerosa horda de Orcos se arremolinaba en las proximidades del Castillo de D’hara a cientos de metros de su posición.

      La batalla estaba próxima.

      El murmullo de los soldados dendritas quedó mudo ante los sucesivos toques de cuerno para que las guarniciones avanzaran hacia el combate. El suelo empezó a retumbar debido a las pisadas, completamente acompasadas, en el avance de dichas formaciones de combate.

      Varios Paladines del Mal que acompañaban, posicionados en la misma colina, a Lurth seguían con la vista la entrada de los Soldados en aquel pequeño valle rumbo a dar muerte a las tropas de Gurthang. Todos sonreían magnificentes ante el inminente derramamiento de sangre para mayor gloria de su todopoderoso Dios.

      Una vez las tropas alcanzaron cierta posición, detuvieron su avance y formaron una muralla con sus escudos pavés, esperando el avance del enemigo en pos de optar a una posición ventajosa.

      Los Orcos se aventuraron en el valle de manera caótica, pero avanzaban a una velocidad vertiginosa hacia las huestes dendritas. Una vez llegaron a la distancia esperada del contingente de infantería del Imperio Dendrita, siendo incapaces de poder voltear a tiempo, el estruendoso sonido de un cuerno de caballería resonó en el Valle. Las formaciones dendritas abrieron un gran pasillo entre ellas para dar paso a la caballería pesada que avanzó a gran velocidad para llegar al encuentro de los Orcos que, irremediablemente, no pudieron percatarse a tiempo de lo que se venía encima. El choque fue brutal.

      La primera línea de la horda fue barrida con gran facilidad, los Antipaladines ensartaban los cuerpos de sus adversarios, perforando sus pesadas armaduras punzantes, como si fueran masas de gelatina. La visión privilegiada sobre el campo de batalla que obtenían desde la colina fue una imagen de gran belleza para Lurth. Mientras se colocaba su lustroso yelmo bien afianzado en su testa, se giró hacia sus compañeros de armas y dijo:

      -Hoy es un gran día. Bañemos este terreno con la sangre enemiga para gloria de nuestro señor. ¡Por el Emperador, por el Todopoderoso Seldar!

      Entre gritos de guerra, Lurth y el resto de Paladines de Seldar comenzaron a descender la colina, imprimiendo una gran velocidad a sus monturas, para atacar por uno de los flancos a la horda enemiga. La imagen fue realmente gloriosa. Con sus lanzas en ristre penetraron con virulencia entre los enemigos, aplastando, ensartando y exterminando a todos y cada uno de los Orcos que se situaban en el camino de su carga. Una y otra vez, atravesaban las filas enemigas de flanco a flanco para volver a la carga sin descanso alguno.

      Los enemigos fueron masacrados.

      Cuando el combate cesó y solo quedaba un humeante campo de batalla lleno de vísceras y sangre vertida, Lurth desmontó de su impertérrita montura, llevó la mano a la empuñadura de su oscura espada y, desenvainándola grácilmente, la clavó en el suelo y se arrodilló con su puño derecho en el pecho diciendo:

      “Gracias por guiar de nuevo mi espíritu a la victoria. Seldar, consagro mi vida, espíritu y destino a tus designios.”

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