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    • rawazarr
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      Hoy, sentado bajo la sombra de una vid, dejé vagar mis pensamientos. Intenté evitarlo, pero recordé de nuevo aquella trágica escena que marcó mi vida para siempre. Siempre había visto a ese hombre, por más de 33 años, tranquilo, inconmovible como una roca, dueño de sí mismo hasta la exageración. Pero aquella mañana de invierno era cualquier cosa excepto eso. Era como si el malvado señor del mal me lo hubiera cambiado por otro, por su antítesis.

      -¡Tu, si, tu! ¡Cómo te atreves a manchar el honor de la orden!- gritaba con el rostro contraído por la furia. –¡Lo habría pensado de cualquier otro caballero, pero no de ti, Nozkyan el bastardo!

      Todavía siento el dolor de aquel día como una daga atravesada en el pecho, por la pérdida de aquel a quien consideré amigo, mucho más que amigo, pues era mi tutor, mi maestro, de quien aprendí todo lo que hoy puedo jactarme de saber.

      No fue una vida fácil la mía, empezando por el abandono de mi madre en las calles de Anduar; crecí en el templo de Eralie bajo la dura vigilancia de los dos sacerdotes que allí viven, y si bien me cuidaron, fueron duros y estrictos con mi educación. En el castillo, conocí a una joven hermosa, de la que me enamoré y con quien me casé, hija de un caballero respetado de la orden.

      Incluso he tenido una hija, a quien tanto su madre como yo amábamos con locura, y que, esperaba yo, siguiera el camino del sacerdocio. Tenía sueños, tenía anhelos, pero lo más importante que tenía era un deber para con mi gente.

      Pero el más duro de los ataques recientes por parte de los demonios de Alchanar, me lo arrebató todo, dejándome tan solo mi vida, mi arma, mi armadura, mis amigos, y, más importante, mi honor, que dijera lo que dijera Lord Nardiel, no lo había perdido.

      Sin querer, recuerdo a Liana y a Dina, y no puedo evitar que las lágrimas acudan a mis ojos, no puedo. A veces despierto en las noches bañado en lágrimas y sudor, y por más que lo intente, no soy capaz de salir de mi habitación de la posada, a pesar de todas las sonrisas y los cuidados de la bella semi-elfa que atiende a los clientes. He llegado incluso a tener fiebres, y si no hubiera sido por la rápida intervención de Laren, ese gran conocedor de las medicinas, habría muerto, sin llegar a cumplir mi propósito, y sin ese final en el que mi nombre fuera pronunciado en canciones compuestas por bardos como la gran artista Aldamare.

      -¿Sir Nozkyan?
      Sobresaltado, me puse de pie a toda prisa, y a la velocidad de un rayo, desenvainé mi espada inmaterial, antes de darme cuenta de quien era.

      -Os buscaba, mi lord- dijo Leya con su cantarina voz, en tanto que yo me ponía rojo por la vergüenza,. Rápidamente, envainé mi espada y me relajé para escucharla.
      -Hola, leya. ¿Qué sucede?- pregunté mientras me sentaba de nuevo en el suelo. Sorprendentemente, se sentó junto a mí y tomó mi mano derecha entre las suyas.

      -Mi padre dice que os podéis quedar a vivir en casa, si queréis. Estamos preocupados, y manos guerreras fuertes son lo que necesitamos, mi señor, para defender el poblado.

      Como siempre me pasa, no pude evitar mirarla, pues es una mujer joven pero muy hermosa y delicada. En nada parecida a Liana, pues Liana, como yo, era una guerrera.
      -Eres una mujer muy bella, Leya. Dile a tu padre que te cuide mucho, y que iré a hablar con él esta noche.- Esas palabras hicieron sonrojarse muy intensamente a la muchacha. Había encontrado un racimo de flores junto al camino y decidí dárselo.

      Tengo muchas ideas en la cabeza, tantas que no puedo si quiera expresarlas.

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