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La amenaza del Bosque Impenetrable I. “Memorias de Sangre, por Sajja Al’jhtar”.
El Bosque Impenetrable. Había oído todo tipo de relatos sobre aquel temible lugar. Se decía que toda suerte de criaturas mortíferas y no-muertos moraban en el bosque, custodiando impertérritamente su extensión. Existía muy poca información fiable sobre el bosque. Cuando pregunté a los guardias apostados en Ar’Mineth afirmaron que, por lo menos, una treintena de sus compañeros había entrado en el Bosque la semana pasada, pero ninguno había salido. Quedaban menos de dos horas para el ocaso y después de esta expedición debía volver a Ar’Kaindia. La noche se auguraba tediosamente larga dentro del bosque.
Una hora más tarde, después de preparar mis pertrechos, crucé el umbral del linde que rodeaba el siniestro bosque. En ese momento comprendí porque solo los aventureros más osados, o quizás más estúpidos, se atrevían a entrar allí. Una tenebrosa y maldita magia se había alojado en este bosque, arropándolo en un manto de profunda y malvada oscuridad. He recorrido muchos lugares oscuros y peligrosos, pero ninguno, salvo el Bosque Negro, tan escalofriante como este. Sin duda alguna la muerte aguardaba entre su follaje. Lo único que me impulso a seguir fue la idea de la profunda vergüenza si daba marcha atrás. Yo, Sajja Al’jhtar, la temida Sombra del Desierto, no podía permitirme tal mancha en mi reputación.
El comienzo del bosque no fue obstáculo alguno. Las ramas de un árbol se proyectaban a lo largo del comienzo del sendero varios metros. Me encaramé al árbol y escudriñé atentamente el terreno. Resultó ser una pérdida total de tiempo. Era como una espeluznante y espesa selva, con troncos retorcidos, zarzas espinosas y negra hierba enterrada en un asqueroso fango. Oí gruñidos guturales, junto con el ruido de lo que parecía una gran bestia abriéndose paso por el apabullantemente espeso follaje. Yhjlema en mano, me deslicé por la rama más robusta del árbol y me dejé caer al suelo, silenciosamente. Era como un pantano: maloliente y cenagoso. Una vez en el interior de la profundidad del bosque, la humedad me envolvió como una pegajosa sábana y pronto estuve empapada en mi propio sudor. Era como si hubiera penetrado en alguna zona de niebla densa. El hedor a podredumbre, el característico y repulsivo olor de la mortandad del bosque, me provocó arcadas. Estaba terroríficamente silencioso, demasiada serenidad. Ningún sonido, siquiera de algún tipo de ave o insecto, traspasaba el silencio sepulcral que dominaba la zona. El continuo chapoteo de mis pasos en el enlodado suelo sonaba producía un ligero eco en las inmediaciones. Me percaté que los gruñidos, antes perfectamente audibles, habían cesado. Tal vez quien quiera que los emitiese me estaba acechando en aquel instante. Esperaba notar en cualquier momento unas salvajes y afiladas garras desgarrándome la espalda. Seguí caminando expectante.
De pronto, me detuve, ante mi había unas sombras oscuras en un ligero claro en la maleza unos metros por delante.
- No-Muertos- pensé. Aguardé en tensión a que abandonaran su posición frente a mí y continuaran con su típico y errático deambular. No se movieron.
Al cabo de un rato, me arrastré sigilosamente hacia ellos y vi que nunca más volverían a moverse. Eran estatuas de fría piedra. Había seis: tres orcos, dos humanos y un orgo. Todos tenían una expresión de extremo horror y agonía en sus pétreos y agrietados rostros. Otrora estuvieron vivos, pero parecía que hubieran sido atacados por…
¿Un basilisco!…
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La amenaza del Bosque Impenetrable II. “Memorias de Sangre, por Sajja Al’jhtar”.
Un terrible rugido surgió estrepitosamente de la maleza que me rodeaba. Traicionada por mis instintos, miré repentinamente hacia el lugar donde provenían aquellos espeluznantes sonidos, para encontrarme directamente con sus ojos, desafortunadamente. Sentí que mis extremidades se tensaban bruscamente, el aliento se volvió gélido en mi garganta y mis pensamientos se obnubilaron volviéndose torpes y desacompasados. Como las infelices estatuas que me rodeaban, estaba sucumbiendo a la mortífera mirada del basilisco. Requerí todas las energías y atención de mi cuerpo, pero conseguí apartar la mirada y cerrar con fuerza los párpados. El hechizo petrificante se rompió, pero, para mi total desventaja, a partir de ese momento estaba ciega en la práctica. Me moví a ciegas rápidamente hacia la izquierda, esperando ocultarme entre la maleza próxima sin éxito. Un potente zarpazo me derribó aparatosamente y rasgó tres profundos y sangrientos surcos a lo largo de mi costado.
El dolor que me produjo la herida acentuó la disminución de mis fuerzas. El basilisco intentó, lanzando una rápida dentellada, clavarme los dientes en la carne, pero rodé sobre mi misma y me aparté de su camino. Por desgracia, en mi rodar topé con una pequeña araña, una viuda negra, la cual hincó su aguijón en uno de mis muslos antes de ser aplastada por mi peso corporal. Mi estómago se revolvía mientras luchaba agónicamente por incorporarme. Un intensísimo dolor febril me recorría el cuerpo incesantemente, pero no tenía más remedio que continuar con la batalla contra la bestia que intentaba acabar conmigo.
Sentía los miembros aún rígidos, y mis reacciones estaban bastante ralentizadas. Estaba completamente mareada por el veneno y no me atrevía a mirar de nuevo los ojos de la bestia. Sostuve mi Yhjlema simulando un débil esfuerzo, fingiendo estar agotada por la lucha. El basilisco observó mi estado con detenimiento y quiso poner fin al duelo con rapidez embistiéndome sin previo aviso ferozmente envalentonado. En aquel momento empuñé mi Yhjlema con las dos manos afianzando mi posición, la alcé y, descendiéndola con gran ímpetu, asesté un furtivo mandoble en el cráneo del monstruo, justo entre sus letales ojos.
Sufrió un único e intenso espasmo y murió.
Girando erráticamente mis pasos, intentando asimilar mi situación, me di de bruces contra un muro que se encontraba entre la maleza que me rodeaba, el cual atravesé involuntariamente. Para mi sorpresa, me encontré en el interior de un recinto amurallado que custodiaba una pequeña pirámide. La pirámide que, presumiblemente, servía de morada a Velzhar, el Rey Necrófago.
Nadie sabía quién inició la construcción de este edificio y cuánto tiempo llevaba en el Bosque Impenetrable, pero las leyendas sobre el bosque la nombraban en más de una ocasión, siquiera se conocía si realmente era un mito. Sin duda era un lugar peligroso. Este recinto estaba infectado de necrófagos que custodiaban, ferozmente, el lugar. Después de acabar, con ciertas dificultades, debido a mi estado, con los no-muertos que se habían percatado de mi presencia en aquel lugar, inspeccioné la pirámide que se erguía ante mí con atención.
Tarde un buen rato en encontrar una puerta en aquella enloquecedora trama de bloques. Cuando finalmente la hallé, no conseguí abrirla. Era demasiado sólida y, aunque no parecía gozar de cierres mágicos, no cedió ni un centímetro por mucho que la pateara o intentara, infructuosamente, su forzado. La edificación carecía de cualquier otro acceso. Una sensación completamente desalentadora invadió mi cuerpo.
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La amenaza del Bosque Impenetrable III. “Memorias de Sangre, por Sajja Al’jhtar”.
Me había vendado eficazmente las heridas producidas por las garras del basilisco, pero me dolía en extremo el costado y estaba débil por la pérdida de sangre. Gracias a un ungüento de eskumla pude mitigar los efectos del veneno producidos por mi desafortunado encuentro con la viuda negra.
Decidí salir de allí al no encontrar apertura alguna en la pirámide e investigar un poco más por el resto del Bosque en pos de alguna pista.
El sudor empapaba mi frente y mi respiración estaba agitada y entrecortada por el agotamiento. Traspasé de nuevo el umbral del recinto por la misma apertura en la maleza por la que había entrado. No tenía tiempo para descansar y tampoco era aconsejable hacerlo en las inmediaciones. De nuevo en lo profundo del bosque, encontré una antorcha en el suelo justo delante de mí, como si alguien la hubiera acomodado allí para que yo la encontrara. La encendí sin titubear.
No tenía realmente ni idea de lo que hacía, me guiaba el puro instinto de supervivencia y seguramente no acabaría en nada bueno debido a mi estado y heridas. Avancé pesadamente entre el denso fango. Un repentino desplazamiento de mi pie en el fondo de aquel lodazal y un chasquido casi inaudible me alertaron. Esta vez mi instinto no me defraudó. Me arroje de bruces al suelo, justo a tiempo de escuchar el fino silbido del proyectil que pasó rozando mi cuerpo. Aterrice, con un chapoteo, en el repugnante cieno. Volteé para ponerme en pie sin demasiada maña y con prisa, provocando un estallido increíble dolor en mi costado herido. Retrocedí cautelosamente para examinar con detenimiento la trampa de la que había escapado “in extremis”. Quizá tuviera que volver por este camino en algún momento y quería asegurarme de que la trampa estaba desactivada. Tras sacudirme buena parte del cieno, noté una maligna presencia que acechaba en las inmediaciones mi persona. Mientras avanzaba por el bosque y después de atravesar varios matorrales y troncos retorcidos llegue a un ligero claro. Telarañas, una mala manera de morir. Inmensas telarañas habían invadido esta parte del bosque, detecté algo enredado en los hilos de seda que tenía delante, al acercarme vi unos pies que sobresalían por debajo. No se movían. Desenvainé la Yhjlema y abandoné la zona reculando lentamente. Antes de alejarme por completo incendié las telarañas con la antorcha. Una gigantesca araña envuelta en llamas salió con un salto de un rincón y choco contra mí en su ansia por escapar del fuego. La araña me superaba ampliamente en tamaño, solo contando con sus patas ya eran tan largas como mi propia estatura.
Esquivé una hebra de seda que la araña escupió súbitamente contra mí. Rodé de costado y traté de ponerme nuevamente en pie sin soltar ni la Yhjlema ni la antorcha. El esfuerzo me provoco oleadas de dolor por todo el cuerpo, pero tenía que conservar la antorcha, el fuego en esta situación era demasiado preciado. Agité la llameante tea frente al colosal insecto y conseguí mantenerlo a raya durante unos segundos mientras intentaba pensar una estrategia de combate. Disparó otro hilo de seda, esta vez no a mí sino directamente a la antorcha, acertó, y con un brusco y fuerte tirón, el monstruo me arrebato la tea de la mano arrojándola contra el suelo. La llama vaciló y menguó titubeante sobre el lodoso suelo. Tenía que recogerla antes de que se apagara o estaría perdida. El arácnido me ataco de nuevo sin vacilar, corriendo hacia mí para intentar hincarme sus largos y afilados colmillos. Di un salto atrás y le rebané de cuajo parte de una pata con mi Yhjlema. Furiosa, arremetió súbitamente con la intención de rematarme. Pasó como una exhalación junto a mí, cuando me aparté de un oportuno salto, y se estrelló contra un árbol, haciendo añicos parte de su corteza y enterrándose parcialmente en el fango. Empapada en cieno y serrín, la bestia reanudo el ataque con los colmillos rezumando veneno. Me abalancé sobre la antorcha en una maniobra rápida, la recuperé y se la arrojé con fuerza. Las llamas prendieron la broza que recubría su cuerpo gracias a la viscosidad del cieno y su cuerpo se inflamó en el acto. Intenté apartarme de su errático camino, pero resbalé en el viscoso suelo y acabé debajo de la criatura que ardía entre espasmos. Su peso me aplastó parcialmente. Dos costillas cedieron ante el con un seco chasquido y el dolor me traspasó, de nuevo, con agónicas lanzadas, pero para más tortura, incluso moribunda, la araña consiguió clavarme sus colmillos en el pecho, inyectando un ardiente veneno en mis venas y dejando un par de punzadas sangrantes.
Con la mano que me quedaba libre, clavé con fuerza mi Yhjlema en el cuerpo de la criatura, que se encogió de forma estremecedora y murió, cayendo a un lado a la vez que liberaba la parte de mi cuerpo que había aplastado. Me puse en pie trabajosamente, mareada por el dolor y en estado febril por el veneno, envainé mi Yhjlema y regresé cojeando a la entrada del recinto amurallado. Las llamas se habían apagado, dejando toda la zona cubierta de negro hollín y espeso humo que quedaba ya a mi retaguardia. Cuando apoyé mi cuerpo en la pared del recinto que bordeaba la pirámide de Velzhar, una voz resonó en mi dolorida cabeza.
-Márchate ahora o afronta tu destino.
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La amenaza del Bosque Impenetrable IV. “Memorias de Sangre, por Sajja Al’jhtar”.
No se había producido ningún sonido previo, la voz parecía estar incrustada en las copas de los negruzcos árboles de la zona. No respondí.
Escudriñé con recelo cada rincón de la zona que me rodeaba sin llegar a ver nada en claro. Un movimiento fugaz en un matorral cercano fue lo único que me puso completamente alerta.
Sin saberlo me aguardaba uno de los combates más difíciles de mi vida.
Un Drow saltó de la maleza con una inusitada velocidad y me atacó con un repentino golpe descendente de sable, intentando rajarme de arriba a abajo con el afilado y oscuro metal de este. Apenas conseguí parar la primera acometida haciendo girar mi Yhjlema, todavía en la vaina, para desenvainarla a tiempo lanzando un ataque a su vientre. Desvió mi golpe con facilidad y destreza.
Sin apenas darme tiempo a reaccionar, se abalanzó sobre mí efectuando una serie de malintencionados golpes, aprovechándose de su mejor forma física para intentar cansarme. Víctima de los efectos que todavía perduraban de la mirada del basilisco, las heridas y de los venenos de araña, adopté una postura defensiva, concentrándome en mantener alejado de mi aquel mortífero y oscuro sable que blandía con destreza aquel Drow. Si bien el filo no llegaba a sesgarme gracias a mis trabas defensivas, cada vez que desviaba un golpe del sable me propinaba una soberana paliza con sus puños y piernas. Las aguanté con valía.
Al cabo de unos instantes, el Drow comprendió que su táctica no surtía demasiado efecto. Se estaba agotando rápidamente mientras yo reservaba energías para la parte final del combate.
Retrocedió, jadeando ligeramente por el esfuerzo, mirándome con una mueca de desprecio.
- ¿Seguro que es necesario esto? – dije- ¿No os conozco, que queréis de mí?
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Lucharé hasta la muerte si es preciso, he dicho que os marchéis, Orga.
Con un rápido movimiento intentó arrebatarme la Yhjlema de las manos, trabándola con la empuñadura de su sable y haciendo presión con la empuñadura en un minucioso movimiento. Resistí un momento dicha presión y luego solté una mano de mi empuñadura. El sable resbalo inofensivamente hasta salirse por un extremo. La Yhjlema Arcana, por su tamaño, no es nada fácil de desequilibrar con un sable. La repentina falta de resistencia desequilibró a mi oponente.
Aproveché para atacar en aquella situación ventajosa. Afianzando en el suelo el extremo de mi Yhjlema, que previamente se había quedado hincada en el lodo en el anterior movimiento, la utilicé a modo de pértiga y proyecté ambos pies contra su pecho. El impacto le corto la respiración y lo doblo por la mitad. Mientras luchaba por incorporarse, agarré con fuerza la empuñadura de mi arma y aporreé con fuerza, repetidas veces, la base del cráneo del Drow. Perdió el sentido en el acto cayendo al suelo con estrépito.
Me desplome a su lado, jadeando. Había agotado mis últimas fuerzas durante el combate. La oscuridad me reclamaba con ahínco.
Al despertar, sin poder definir el tiempo que llevaba sumida en mi desmayo, me encontré al Drow todavía inconsciente junto a mí. Saqué varias cuerdas de mi mochila y lo até con sólidos nudos a la base de uno de los retorcidos árboles que rodeaban la zona.
–Despierta, Drow– Dije con voz entrecortada, debido al intenso dolor que aún recorría mi cuerpo- Tengo algunas preguntas para ti…
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Interludio I
Kasuj colocó los cirios exactamente como indicaba aquel viejo libro, se sentó en el centro de la figura que estas formaban y, pacientemente, dibujó todos los símbolos y epígrafes que estaban indicados en las páginas correspondientes. Finalmente, tomó el puñal que había preparado y miró sin pestañear la bandeja que tenía delante de él. Sobre la pulida plata de la bandeja se encontraba un corazón humano que burbujeaba en sangre.
Pero algo debía de estar mal. Revisó nuevamente las páginas del siniestro libro para ver si había omitido algo, fuera lo que fuera. Todo parecía ser correcto, entonces… ¿Por qué el corazón en aquella bandeja no había comenzado a palpitar?
Habían pasado varios años ya. Largos años desde que Kasuj la vio por última vez. Su nombre era Naelina y, como se suele decir, se fue antes de tiempo. Aunque para Kasuj el tiempo nunca hubiera sido suficiente para estar con ella.
Intentó buscar consuelo, o más bien respuestas, en la ayuda divina. Las suposiciones eran tan vagas y abundantes que sólo lograban enojarlo. Quizás por eso fue a buscar una solución, o resolución, donde los límites de la moral no están tan definidos, o castigados, y todo es posible para cualquier persona que esté dispuesta a correr el riesgo, pagar el precio, obviamente.
Habían pasado diez años cuando, finalmente, dio con aquel viejo y siniestro libro. Un volumen que para muchos no debería ni existir, escrito por algún aquelarre con sangre de víctimas no tan inocentes.
En la bandeja que tenía frente a él, el corazón humano bañado en sangre que se hallaba en esta comenzó a palpitar con estrépito. Kasuj tomó el puñal con rapidez y lo clavó en el sangriento órgano, que se contraía y dilataba en forma independiente. Casi de forma instantánea la habitación se llenó de una luz tan fuerte que parecía como si el Sol mismo se hubiera materializado. Después de unos breves segundos la luminosidad disminuyó hasta que sólo volvieron a quedar las tímidas y titilantes luces de los cirios.
Kasuj tardó unos segundos más hasta que sus ojos pudieron acostumbrarse de nuevo a la intensidad de la luz. Parpadeó un par de veces y se frotó los ojos hasta que distinguió una figura humanoide que había aparecido a pocos metros delante suya. Era Naelina, que se encontraba sonriendo ampliamente. Él se arrastró por el suelo, entre la incredulidad y el asombro, empujando las velas. Ella lo esperó impasible hasta que lo tuvo en sus brazos.
-No sabía si realmente iba a funcionar —Confesó Kasuj, casi llorando entre sus brazos— Pero tenía que intentarlo. ¡Debía hacerlo! Me alegro tantísimo de haberlo conseguido. – decía Kasuj entre sollozos.
Ella lo miró con cierta ternura y él se perdió en sus ojos como lo hacía, feliz, hace diez años.
-Te extrañaba mucho – dijo Kasuj.
-Yo a ti. – Dijo Naelina con voz calmada.
-Cuéntame ¿Cómo es eso de haber estado muerta? —Mientras formulaba la pregunta, Kasuj se acomodó un poco para verla mejor.
Ella sonrió dulcemente por un instante.
- ¿Y por qué crees que ya no lo estoy? – Dijo Naelina con una voz profundamente aterradora.
Kasuj tardó unos segundos en recobrar la consciencia y en entender la verdadera situación que le acontecía. Se había dormido, junto al resto de sus compañeros, durante una expedición maderera en el Bosque Impenetrable.
Sus compañeros, o lo que quedaba de ellos, yacían desmembrados a su alrededor.
Apenas tuvo tiempo en percatarse de los colmillos que mostraba un necrófago, el cual lo tenía agarrado por los hombros, antes de clavárselos en el cuello.
Kasuj se retorció en el suelo, pataleando en espasmos salvajes hasta que, finalmente, todo quedó en silencio.
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