Inicio › Foros › Historias y gestas › Memorias de Arcil Nar’ha, Cronista Segundo de la Casa Ler’inen 3
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12 de Aylie del 191. Era 4ª
Al indagar más sobre el oscuro acontecimiento que tuvo lugar en la infancia del Señor Nildrin he podido leer varios nombres
de clérigos y soldados de aquellos días todavía presentes en la actualidad en Veleiron. Tras pasar unos días hablando con
ellos me he topado con diferentes puntos de vista, muchos por entonces sufrían ciertas envidias hacia la casa, sobretodo
desde otras casas nobles de la ciudad, por lo que las semanas siguientes muchos le acusaron de que la muerte de su querido
amigo se debía al desdén que Nildrin mostraba con frecuencia por sus sirvientes, rumor que se extendió como pólvora en la
corte. Los más sabios apuntan que los días se volvieron tortuosos para el joven Nildrin, las miradas hirientes, los
comentarios en pequeños corrillos, sumados al dolor y rabia que albergaban su espíritu esos días le convirtieron en una
irascible alma condenada que vagaba por la ciudad, bebiendo y a la constante gresca.
Con dolor para todos los Ler’inen, renegó de Eralie, perdiendo la fe y empezó a frecuentar la taberna, llegando a pasar
varios días allí, bebiendo y comiendo en una esquina, apartado de todos. Sus más allegados intentaron dialogar con él pero
no hubo manera de sacarlo de allí hasta el día en que su padre, el otrora Señor de la Casa, Elhinz de Ler’inen, acudió en
persona. El tabernero, que entonces era únicamente mozo de mesas, me contó lo ocurrido y transcribo sus palabras, letra a
letra:
«Maese Elhinz entró, iba ataviado con ropa de cortesano, sin armadura ni nada, pero portaba la espada envainada en una mano,
cuando se abrió la puerta la energía que siempre ha desprendido atrapó todas las palabras de la sala ahogándolas como un
gato en el río, los que estaban más cerca de la puerta y vieron la ira de sus ojos pudieron escapar al carrera, mientras
esas iracundos orbes recorrían una a una las caras buscando al joven Nildrin, yo nunca había visto a Maese Elhinz antes y
sinceramente doña Arcil, creo que me meé un poco en los pantalones, no tuve hueco para huir y nos quedamos tras una mesa,
Iwn, Sorek y yo, los demás salieron corriendo de la taberna y Maese Elhinz se dirigió a la única figura que quedaba sentada
en la taberna, era el joven Nildrin, el hijo del Señor de Ler’inen, que andaba bebiendo sin parar ya varios días y causando
molestias, doña Arcil, pero ninguno nos atrevíamos a echarle.
Estuvo varios minutos frente a él, esperando que levantara la cara de la jarra, pero el señor Nildrin apenas se movía, creo
que estaba medio dormido, o tan borracho que ni se enteraba, al final el Señor se cansó y desenvainó su hoja, la espada
buena Doña, nunca había visto nada tan bonito, lanzó un tajo tan rápido a la jarra que creo que había bastado el aire de esa
hoja para hacerla estallar pero.. ¡no pasó nada! El señor Nildrin la levantó tan rápido que los ojos no pueden verlo, no los
míos Doña, y dio un largo trago echando la cabeza hacia atrás, su garganta estaba descubierta, como ofreciéndola a su padre,
lo juro Doña, creo que quería que le matara allí mismo. Pero el Señor Elhinz se calmó así, volvió a envainar su espada y
puso su mano sobre el hombro del joven Nildrin, que agachó la cabeza y creo que incluso empezó a llorar, pero era muy
difícil para mí verlo doña Arcil, escondido detrás de una mesa. Nada más salió el señor Elhinz por la puerta el muchacho se
levantó y dejó varias monedas sobre la mesa, ¡todas de platino Doña! creo que nunca vi tanto dinero junto, salió de la
taberna y no le volvieron a ver en Veleiron en mucho, mucho tiempo.
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