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Bendita maldición
No son pocas, las ocasiones en las que he oído hablar de un extraño artefacto. Una gema rojiza, a rebosar de una rara sustancia que, al contacto con la sangre, aumenta la fuerza de su portador, haciéndole considerablemente letal. A costa, como no podía ser, de cierta pérdida de capacidad para soportar heridas. Y es que quien porta un collar de este tipo, se vuelve, inevitablemente, más intolerable al dolor, a causa de la maldición que lo imbuye. Al menos, temporalmente, hasta que uno decide arrancárselo, momento en el que se recuperan todas las cualidades físicas que parecían olvidadas. Tanto para lo bueno, como para lo malo, pues la letalidad de uno, tanto al usar armas, como en la lucha cuerpo a cuerpo, vuelve a ser la de siempre.
Su origen es tan oscuro, como los cientos de miles de ejemplares que existen del mismo, creados por la emperatriz sajuaguín. Aquellos que, no pocas veces, hemos contenido el avance del ejército de hidras corrompidas, evitando su expansión más allá de las cuevas de Aldara, no hemos tenido problema alguno en atribuirle un nombre. Y es que desde hace cientos de años se los conoce como collares de monitor sajuaguín.
La denominación dada no es casual. Y es que una división de esclavizados guerreros de la emperatriz, una avanzadilla de grandes combatientes, tan peligrosos como resistentes, los portan desde su nacimiento. Cierto es, que los beneficios que otorgan acaban por reducir la esperanza de vida de tales individuos infelices. Mas, al fin y al cabo, ¿qué le importa a la candidata a reina de los mares, el sufrimiento de sus siervos?
Artilugios del estilo han adquirido un cierto renombre. Siendo mucho menos peligrosos para razas no marinas (aunque no precisamente inocuos), algunos soldados y asesinos (también conocidos como cazadores de hombres y bestias), han optado por utilizarlos para mejorar su eficiencia en el combate. Eso sí, con el debido cuidado de no caer ante la tentatiba magia negra que obliga a uno a llevarlo de por vida, siendo necesaria, en algunas ocasiones, la intervención de clérigos, diestros en el arte de extirpar maldiciones.
Sin embargo, y a pesar de los contratiempos que otorga una gema de monitor a quien la lleve consigo, lo cierto es que el leve deterioro que causa en razas humanoides no es permanente, no provocando efecto alguno en la longevidad de quien lo emplea. Adicionalmente, se ha podido constatar que, razas como orcos y hombres-lagarto, muy diferentes a los humanos, elfos y drows, tampoco han experimentado problemas irreversibles, pues tales obstáculos se desvanecían casi al instante, una vez extraídos del cuello.
No obstante, sí que debo tener en cuenta que, a falta de voluntad suficiente, objetos del estilo podrían arrastrarme a una cierta dependencia de ellos. Nada que no tenga arreglo, mas sin alguien que pueda curar mis males, será mejor que esté prevenida de los riesgos, y no cometa errores absurdos al emplearlo. Equivocaciones que podrían pasarme factura en un momento dado, sobre todo, si se diesen en en un mal momento, en un lugar todavía peor, en circunstancias de índole caótica que, fácilmente, podrían acabar en tragedia.
Particularmente, desde hace años he experimentado una cierta aversión hacia tales malditas bendiciones, manifestadas en objetos materiales. Pero hoy en día, y considerando las posibilidades que pueden ofrecer, a la hora de combatir a temibles bestias que amenazan Eirea, he decidido, no sin el requerido consejo de Fornieles y Sylbira, de los mejores druidas de confianza, de Astrion, uno de los más importantes líderes de la hermandad de los Nyathor, y de Ismutus, candidato a futuro inquisidor de Seldar, docto en materia de objetos corrompidos, que ya es hora de conseguir uno. Y es que como los amigos mencionados me han advertido, todo irá bien si, a la hora de utilizarlo, soy plenamente consciente de sus beneficios, así como de la urgencia de desprenderse de él y guardarlo en lugar seguro, una vez acabado el trabajo para el que me lo hube colocado.
Y fue así como, tras decenas de pruebas con collares del estilo, obtenidos del cuerpo de algunos de los asaltantes de Aldara, y tras su correcta preparación para ser empleados, con las mejores garantías de seguridad posible, al fin me he decidido a llevar uno conmigo.
Gracias a años de fructíferas relaciones, forjadas con personas y asociaciones de diversos reinos de Dalaensar, he logrado que varios expertos curanderos limpiasen uno de estos collares, encontrados a mi medida, a la vez que se aseguraban de que era lo más inofensivo posible, dadas las circunstancias. Espero no tener que arrepentirme de incluirlo entre mis ropajes.
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