Inicio › Foros › Historias y gestas › Memorias de Irhydia -de vuelta al oficio del picador de piedra
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¿Cuánto tiempo habrá pasado? Casi nueve años, desde el momento en el que decidí abandonar las minas en mi pequeño acto de rebelión?
Y tras todos aquellos esfuerzos esponntáneos, tras todo lo logrado, aquí estoy de nuevo. Un día cualquiera del Aylie del 170 de la era 4ª, en el que, tal vez interesada, tal vez no, en mejorar mis habilidades como picadora de piedra, decido regresar a las cantinas de Anduar… Pero todo ha cambiado.
Y es que esta vez, no laboraré por contrato, sino que seré autosuficiente, como siempre tuve que ser. Un alma libre que, al igual que se aloja en tabernas, o subsiste por sus propios medios, según le apetezca una cosa o la otra, visita y admira ciudades, o bien repudia otras en silencio, sin impedimento alguno, se desliza entre los bosques, evita los pantanos cruzándolos por los árboles, atraviesa antros nevados, o por el mero capricho de eliminar algún que otro demonio molesto, se adentra en las profundidades de Naggrung, opta, esta vez, por regresar al oficio del pico, muy de vez en cuando. Y es que tampoco debo olvidar que cientos de mineros mueren en décadas, a causa de los gases subterráneos. Tampoco es que pueda afirmarse que, aquellos que, tras años y años de duro trabajo, aún siguen con vida, gozan de una perfecta salud. Claro que existen remedios que permitan la curación, mas estos están al alcance de unos pocos. Hierbas, hechizos curativos, e incluso objetos imbuidos de un arcano poder vampírico, capaz de absorber la energía vital de aquello que dañan, sea vivo o muerto, sanando a su portador y haciéndolo más resistente a enfermedades, e incluso al hambre. Antídotos a la dura vida del que, para su desgracia, ha respirado durante tanto tiempo los humos tóxicos, que jamás podrá recuperarse del todo.
Y así es como, sin pretender correr tal destino aciago, lo más probable, es que acuda a picar tan solo cuando sea necesario, o mejor dicho: cuando lo desee. Y es que no pretendo otra cosa, que no sea persistir en mi estilo de vida nómada. Entre la foresta, los caminos, las montañas, las urbes, e incluso los mares, a los que tiempo he tardado en acostumbrarme. Sirviendo únicamente a mis intereses, para conmigo misma y aquellos a los que ansío proteger. Inocentes, amigos, aquellos que se han convertido en más que amigos… Y es que de seguro, algunos pueblos verán mi abierta actitud con múltiples, aunque pocos amantes, algo extraño, incluso puede que molesto. No culpo a sus creencias, pues ni de lejos son perfectas. De hecho, tal punto en mi vida oculta algún que otro secreto, que no negativo, aunque sí perturbador, mas no es el común de los mortales el que debe conocerlo. Solo aquellos en los que confío plenamente. Aquellos, entre los que, sin duda alguna, se encuentran los que aprecio como seres queridos. Sea como fuere, si es que por algo puedo caracterizarme, es por la sinceridad en este asunto. Todos aquellos con los que comparto, y he compartido, lecho, juegos de toda índole bajo la noche, algunos más inocentes que otros, conocimientos, charlas en susurros entre las ascuas de una pequeña y rojiza hoguera menguante, bajo la estrellada bóveda celeste, o en el interior de alguna oscura cueva, al amparo de alguna tormenta, o de enemigos que pretendían darnos caza, son plenamente sabedores de la estima que les proceso, al mismo tiempo que aceptan que, bajo ninguna circunstancia, podría asentarme con ninguno de ellos en un estilo de vida típico, sedentario, al cargo de hijos que por nada del mundo ansío tener. No cuando ni siquiera puedo conocer lo que sucederá con Eirea, al despuntar el alba del mañana. Por supuesto, todos aquellos a los que amo conocen la existencia de almas a las que he considerado, o considero, de modo idéntico. De igual forma queridas. No es mi intención engañar a nadie, ni mucho menos causar dolor, sino todo lo contrario, pues de sufrimiento ya se llena el mundo, cuando el aliento de un dragón negro inunda los balcones de obsidiana de la torre negra, disolviendo a quienes serán su cena de la semana.
En fin, sin ánimo de extenderme más a ya de lo que ha sido inadecuado, continúo con lo que sucedió. Me adentré de nuevo en las minas. Accioné la palanca del elevador y descendimos al oscuro subsuelo. Sí, yo, y unos cuantos semi-drows más. Algunos de ellos no me miraron con buenos ojos. Maldito odio racial… Si pude convencer a una aliada de que podemos llevarnos bien, ¡qué me obstaculiza lo mismo con los demás de su especie? El tiempo. Simple y llanamente, el tiempo. ¿No pretendería, quizás, eliminar el estigma que existe entre ambas razas? La verdad es que sí, mas admito, a mi pesar, que tal tarea requiere años, siglos, milenios, eras. Y puede que, a pesar del tiempo transcurrido, jamás llegue a ser concluida. De acuerdo. Haré lo que esté en mi mano para colaborar en ella. Más no puedo lograr. No soy ningún dios, y ni siquiera los dioses son absolutamente todopoderosos, como hubo de demostrar el Pacto de las Quimeras, a inicios de nuestra era.
Me alegró comprobar que el número de forzados, y de capataces, era menor. Bien. Parece ser que aquella rebelión superó mis expectativas. Mas por si la duda acudía, al contemplar al primer capataz con el que me crucé, le indiqué mis intenciones como minera libre. Él no puso objeción alguna, y tan rápido como pudo, se marchó, dejándome hacer. Parece ser que los hechos aquel día acontecidos, hará ya casi 9 años, o algo más, hicieron despertar a mi alrededor una cierta aura intimidatoria, de la que obviamente iba a aprovecharme, pues nadie me subyugaría de nuevo, ni a mi, ni a mis amigos.
Y fue de este modo, como transcurridos nueve años, se escuchó de nuevo el entrechocar del acero contra la roca, cuando una nueva veta de carbón volvió a manifestarse ante mi, impaciente, al parecer, por abandonar las paredes que la aprisionaban, entre toneladas y toneladas de roca inerte.
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