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    • El ojo de Argos512
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      <p class=»s3″><span class=»s2″>Fría mediocridad.</span></p>

      1. <span class=»s2″>La cotidianeidad de los actos de renombre. </span>

      <p class=»s3″><span class=»s2″>¿Alguna vez habéis realizado una hazaña de la que os sentís especialmente orgullosos? ¿Alguna vez habéis descubierto que, para vuestro desconcierto y frustración, por no decir algo peor, tales actos épicos no fueron, sino uno más del montón, de entre los miles llevados a cabo por otros, una y otra vez desde el principio de los tiempos?</span></p>
      <p class=»s3″><span class=»s2″>Los que hayan acudido a la fría caverna de hielo del acantilado de </span><span class=»s2″>Aldara</span><span class=»s2″>, y hayan sobrevivido para contarlo, seguramente tengan mucho que explicaros sobre una paradoja tan molesta de la vida, como lo es esta. ¿Qué puede expresar alguien cuando, tras un arduo intento de salvar unas almas, liberándolas de su gélida prisión, entiende que, aun pareciendo exitosos, sus esfuerzos fueron realmente inútiles?</span></p>
      <p class=»s3″><span class=»s2″>Sí, es cierto. Muchos creen, y admiten, haber visto como los espíritus atormentados de Erik </span><span class=»s2″>Aldara</span><span class=»s2″> y de su estirpe ascendían hacia los cielos, tras destruir la espectral y letal prisión que les hacía sufrir, aun después de muertos. Esos muchos se vanaglorian, o tal vez no, por el logro que creen haber conseguido. Y así se quedan, con el tesoro que el sarcófago helado viviente y otros habitantes de la cueva han recaudado de los muertos. El beneficio es doble. Económico y social. Alguien con habilidad en los negocios podría recaudar una buena fortuna de los despojos, pergaminos, armas y armaduras antiguas contenidos en la fría caja de los horrores. Además, el reconocimiento del populacho como un liberador te otorga fama. Fama que favorece el crecimiento del ego. Y todo el mundo quiere ver su ego acicalado, sobre todo si tales tratos propician la consecución de privilegios, amigos e incluso de alguna noche de placer, con alguno o alguna que se deje encandilar por los *salvadores que a nadie salvaron*. ¿Quién querría pues, romper la magia que otorga la realización de un acto único? Tan solo los suficientemente atrevidos como para mirar a la verdad a los ojos, tal vez solo aquellos que posean el tan apreciado talento de querer aprender e investigar la historia. La verdad, es que no lo sé. Claro, que también ha habido sinceros guerreros que han reconocido la derrota sufrida contra la escarcha.</span></p>
      <p class=»s3″><span class=»s2″>La escarcha… Habitaciones de hielo, camas mullidas de blanda nieve y agua helada, hasta el punto de quemar como el mismísimo fuego arcano. En serio. NO hay seres más hospitalarios que los elementales de hielo. Esas gentes planas como el papel; mortales como el arder. Son un poco fríos al principio, pero después de un rato, ya no hay nada que temer. Os lo prometo. Los cadáveres no tienen miedo. Claro que cuando observé aquellas caras petrificadas por primera vez… Aún tengo pesadillas.</span></p>
      <p class=»s3″><span class=»s2″>Y dicen que la congelación es una dulce despedida de este mundo. No sé </span><span class=»s2″>que</span><span class=»s2″> carente de luces formuló tal falacia. </span><span class=»s2″>Gairm</span><span class=»s2″> el ingeniero, tal vez? Narcisismo no le falta, capacidad de engaño, mucho menos. Impulsión gnómica… Seguramente se refería a la impulsión </span><span class=»s2″>gongongónica</span><span class=»s2″> de su hermano. Sí, aquella inexistente de la que presume, el magnífico móvil de un elevador que no construyó. A veces la falta de inteligencia puede proporcionarte algo de felicidad. La justa y necesaria como para vivir al margen de los problemas, y con el </span><span class=»s2″>único ansia</span><span class=»s2″> de jugar. Claro que, tan solo con su perro, pues todo aquel que trata de entender a </span><span class=»s2″>Gongongon</span><span class=»s2″> acaba decepcionándose por el tremendo golpe que se propina uno contra la pared de la tozudez. El </span><span class=»s2″>inocente habitante del saliente no tiene mayor deseo ni preocupación que la de ser feliz junto a su canino amigo, manchitas. Y si se muere, siendo el retrasado tan falto de memoria, su hermanito le compra otro, y asunto arreglado. Manchitas nunca se fue, al menos para </span><span class=»s2″>Gongongon</span><span class=»s2″>. ¡Oh!, ¡pero que rico banquete se dieron los </span><span class=»s2″>takomitas</span><span class=»s2″> con el animal caído! La carne de perro se cotiza e ingiere bien entre los nobles del bastión del relativo bien. ¿O eso era en </span><span class=»s2″>Dendra</span><span class=»s2″>? No lo recuerdo, de verdad. Son tantas las ciudades con las que me relaciono que a veces confundo las costumbres de una u otra urbe.</span></p>
       

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