Inicio › Foros › Historias y gestas › Memorias de Irhydia; gusanitos 2 la noche del bardito
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Eran estas últimas líneas, pertenecientes a la página más destacable del libro «Fauna y flora de Dalaensar, los misterios de la creación», autoría del poco conocido elfo erudito Írast Ecrahir.
Al menos eso fue lo que, en el cálido y diverso ambiente de la Taberna del Dragón Verde, me explicó Yojan Vyrilis, un apuesto bardo originario de quién sabe dónde. NO lo sabe ni él mismo. Marcha por las diferentes ciudades del continente más grande de Eirea, encandilando a todos con su angélica voz y con su arpa celestial. Desde conocidas canciones de fiestas, hasta marchas de guerra dendritas, pasando por cartas de amor y dolor, e incluso obras de propia creación. Es impresionante cómo, a pesar de su baja estatura, aún menor que la mía, puede hacerse notar en el escenario con ese arte, ese carisma tan atractivo, esa caballerosidad y bondad real propia de tan pocos, ese físico de piel blanca, melena pelirroja y ojos pardos, esos pequeños dedos que, con la presteza de un presdigitador, mueven las cuerdas de su instrumento, enviando ondas de emociones a su alrededor.
Y pensar que hablar a solas con él sería un deseo bien hecho. Llevárselo al lecho… Un acto emotivo de ser pertrecho… Y vaya si lo fue. SI no, pregúntenle a las llenas lunas de Velian y Argan de la noche más larga del año, lo que sucedió entre las 12:00 y las horas desconocidas de una larga velada, en que las estrellas se veían perfectas desde la ventana de nuestra posada nobiliar. Por supuesto, no le permití pagar su estancia antes de su partida a otra ciudad, puesto que los beneficios que aquella semana había obtenido de la caza ya eran demasiados, aun mayores sumando lo adquirido por asistir a Poldarn en su eterna guerra contra los demonios y, posiblemente, contra una erupción que arrasaría varias ciudades al paso de la lava y los flujos piroclásticos.
Al día siguiente me ofrecí a escoltarlo personalmente hacia Takome, pueblo que aquella semana le llenaría los bolsillos. Sus conocimientos, neutralidad y sinceridad le hicieron ganarse grandes amigos. Otros, sin embargo, preferirían que el canario dejase de cantar. Esas malas sombras venían de todas partes. Amigos en Grimosc, enemigos en Galador. Aliados en Arcaindia, enemigos en Takome. Seldaritas, ateos, adoradores de Eralie e incluso de Khaol. En todas partes había luz y oscuridad para él, para todos nosotros. Y por este motivo siempre iba acompañado de mercenarios que lo defendían por oro, al que muchos son fieles, fuese donde fuese. Aquel día, sin embargo, una de sus guerreras no iba a pedirle nada.
El viaje transcurrió sin incidentes. Bueno, concretando mejor, sin incidentes negativos. De positivos me los reservo. Alabada sea la intimidad. Espero que al menos mi nuevo amigo no se me escurra entre los dedos, como trágicamente tuvo que hacerlo Sirgol. Recuerdo que intenté enseñarle a realizar ciertos disparos sencillos con el arco. Ni hablemos de técnicas avanzadas como las salvas o los ataques de desconcentración para hechiceros, pues eso no se aprende en un día. Con suerte, la experiencia de un arquero experto se aprende en dos años de contínuas lecciones. Al menos, podría enseñarle algo, me dije. Y eso pensaba, hasta que observé que la mayoría de flechas simples que le ofrecí iban al suelo, quedando a metros de su blanco, el cual no se situaba ni a cincuenta pasos de él.
-Pobrecito. -Le susurré apenada acariciándole una oreja. -Al menos tienes magia y composiciones que, de una manera que desconozco, son capaces de proteger a quien las interpreta, causar daño a otros hasta matarlos o hacerlos enloquecer, e incluso ejercer extrañas influencias del éter, como si fueses un auténtico hechicero.
Antes de despedirnos, en otro arrebato de atracción, bajo la amarillenta lumbre del poderoso bastión del relativo bien, me explicó algo sorprendente. Tanto criticar a los estúpidos que le aportaron el saber para sus obras por un bajo precio, casi de esclavo, y por querer observar lo que realmente le narraron sus fuentes, se adentró en las cavernas de la bestia, donde otro gusano de Kheleb dum, esta vez rojizo, lo partió en dos estampándolo y desgarrándolo contra las afiladas aristas de una pared de su pantanosa alcoba, tragándose las piernas y regalando el resto a sus hijos. El rojo de la sangre tiñó el lugar y aportó líquidos a quienes lo habitaban, y el libro quedó en la cueva. Irónico. El creador muerto a manos de su propia inspiración. Qué poético.
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