Inicio Foros Historias y gestas Memorias de Irhydia; gusanitos 3 salvando a nadie

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    • El ojo de Argos512
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      ¿Y qué fue del maldito tomo? Preguntaréis. Para quienes no lo hicieron, responderé igualmente. No vaya a ser que luego se arrepientan de no haberlo aprendido cuando tuvieron la oportunidad.

      Pues, la verdad, es que permaneció olvidado durante mucho tiempo. No fue hasta el 20 de Osucaru del 150 de esta nuestra era, cuando, por mera casualidad, dos cazadores lo encontraron. Lástima que la paz no se encontró con ellos. Temerarios y faltos de mentalidad no fueron. Únicamente el destino acordó que formarían parte del conjunto de otras muchas víctimas de la mediocridad de un heroísmo que jamás realizaron por mucho creérselo. Y esta vez, el precio por lo absurdo fue demasiado alto, y el grupo no lo soportó, quedando como vacías almas insolventes entregadas a la muerte.

      Todo empezó a al alba del primer día del año. Dugrin y Shirleth, un guardabosques veterano y una hechicera de transmutación, como no, una pareja firme y estable desde hacía algunos años, caminaba por entre las calles de Kattak, cuando la noche los alcanzó.

      Decidieron pues, que aquel día ocuparían puesto junto a la escasa guardia de la ciudad. Apoyando a los defensores del pueblo, entre las hogueras de la vigilia conversaron con sus compañeros. Un soldado enano, diestro en el hacha de doble filo como lo eran los suyos, de nombre Kysley, i Jergys, experto druida especialista del polimorfismo, les explicaron que una criatura, parecida a un gusano, aunque enorme como un dragón, estaba atacando y asesinando a mineros de Kheleb Dum, hasta el punto que la escasez de Mitrhril que por aquella época azotaba a todo el mundo fue provocada por la bestia, quien, infundiendo miedo en el corazón de hasta el pueblo más guerrero y valeroso, les impedía extraer lo que por conquista les pertenecía.

      Y fue así, como el grupo de los cuatro nuevos amigos acordó dirigirse al día siguiente a la capital de los enanos para poner punto y final a la masacre de aquel monstruo.

      Conversando con los ciudadanos, finalmente encontraron el escondite de la criatura, y como era de esperar, fueron a por ella.

      La batalla fue encarnizada. La magia de Shirlet hería al gusano, pero poco en realidad. Las armas, casi nada podían hacer contra un ácido que era capaz hasta de derretirlas en ocasiones. Las hachas tuvieron que ser reemplazadas varias veces,  y los lobos que acudieron en ayuda de Dugrin no sobrevivieron.

      Aquel largo gusano gigantesco se había enfurecido, hasta el punto que, en un acto tan extraño como sorprendente y aterrador para los de su especie, abandonó su morada y los persiguió por toda la galería inferior, guiándose por su olfato en la oscuridad, tan solo iluminada por la pobre lumbre de unos candelabros, que apenas dejaban ver lo que se extendía bajo los pies y unos pasos más allá.

      Como no podía ser de otro modo, el valeroso enano se sacrificó por sus amigos, y evitando que el maestro de la curación muriese, apartó a Jergys y se arrojó al lomo del animal, quien en un coletazo lo aturdió, en un escupitajo lo abrasó, y en una dentellada roja acabó con su fútil existencia.

      Irónicamente el segundo en caer fue el druida. Un solo zarpazo fue demasiado para él, y por motivos que desconocemos, no fue capaz de curarse. Su próximo objetivo en la oscuridad era la hechicera. En un acto de amor, el guardabosques se arrojó, puñal en mano, hacia el enorme insecto, clavándole la hoja en un costado. Aun herido como estaba, el gusano logró desprenderse de él, concediéndole el mismo destino que a Kysley.

      Presa de la ira, Shirlet invocó un haz de energía blanca. Un rayo de desintegración que, chocando contra el aliento verde, luminiscente y ácido de la bestia, se estrelló como un relámpago contra el enemigo, levantando una nube de polvo. La criatura se retorció de dolor, y agonizando en un charco de sangre rojiza, pereció, con medio cuerpo destripado y el resto desprovisto de piel y carne. El esqueleto de lo que una vez fue. Cientos de gusanitos acudieron a la escena y observaron la muerte de su progenitor.

      Recogiendo los restos, y dedicando nula sepultura a sus amigos de los que no quedaba nada, se fue de la estancia, no sin antes recoger las raídas páginas de lo que una vez fue el escrito del erudito elfo.

      Una vez Shirlet desapareció, aun observando desde la penumbra, las crías obraron algo tan insólito como aterrador, una imagen que la maga recordaría hasta el temprano fin de su corta vida.

       

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