Inicio › Foros › Historias y gestas › Memorias de Irhydia; gusanitos 4 adiós mundo cruel
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Dejando un rastro de dura pérdida tras de sí, Shirlet fue ascendiendo por las galerías, hacia la luz que, desgraciadamente, no podía alumbrar su corazón destrozado. Sus amigos. NO pasaron más de un día juntos, pero una vida entera pareció haber acontecido entre ellos. No tardaron mucho en hacer buenas migas, y aun así, todos murieron… Todos. Dugrin… SU amado Dugrin… ¿Por qué?
Fue recibida en el exterior por cientos de enanos que alabaron su trabajo, lo cual logró recomponerle el ánimo, aunque solo fuese un poco. Ya nada podía perder. Acudió a la taberna más cercana con un abundante grupo de ellos, y se embriagaron de cerveza hasta el siguiente amanecer, entre gritos de júbilo, espectáculos mágicos, canciones de festejo y habladurías vanas y amables de unas gentes divertidas y con los que era fácil entenderse y reír, si uno tenía la paciencia y el tiempo como para soportar su extraño comportamiento hasta adaptarse a él. Y la verdad, es que, habiéndolo perdido todo, lo que más le sobraba en aquellos momentos, era tiempo.
Sin embargo, con los restos de aquel cuaderno en su carpeta de pergaminos, sabía que tenía un cometido. No entendía bien lo que había leído, mas su inteligencia era privilegiada, como la de cualquier buen mago, y por ello sabía de la importancia de tratar de restaurar lo que fuese aquello.
Con su último objetivo en mente, se dirigió a Takome, no sin huir a escondidas de la avanzadilla de hombres lagarto que se apostaban en la frontera con el bosque de Orgoth. Maldita guerra…
Por aquella ciudad conocía a un bibliotecario de confianza. Si restauraba el libro en el establecimiento de aquel buen hombre y le transmitía a su conocido socio la importancia de preservar el conocimiento, lograría que se distribuyeran copias y copias por toda Eirea en unos años, escapando de la censura de los mayores fanáticos cruzados, que en su insulsa credulidad consideraban que el conocimiento no les pertenecía a los bárbaros seldaritas, o de las garras del imperio dendrita, que no permitirían que nada saliese de sus fronteras, ni mucho menos del círculo de aristócratas filósofos que adulan, idolatran, cantan y satisfacen en lo estratégico, lo político, lo económico, lo mediocre y lo mundano e indigno al emperador. Y sí compañeros, piensen mal, háganlo de nuevo peor, y no dejarán de acertar.
Así pues, la obra llegaría en una década a conocimiento de quienes quisieran leerla en su plenitud o parcialidad. Eso debería haber alegrado a la hechicera, quien había obrado en pro del conocimiento global, a pesar de la guerra que mantenía con sus enemigos, pues para Shirlet, verter sangre no necesariamente implicaba derramar jugo de ignorancia y analfabetismo a diestro y siniestro sobre todos los que le cayesen mal o supusieran una amenaza directa o indirecta para ella y los que protegía. No obstante, al descubrir que la hazaña lograda contra el gusano no había servido de nada, según lo citado por el elfo y lo visualizado en aquella cueva, se rindió a la desesperación.
Y de este modo, Shirlet decidió acabar con todo. ¿Por qué había sido ella la única superviviente? ¿Por qué Dugrin no?
Dirigiéndose a las galerías de Kheleb Dum, tras un mes de borracheras que, finalmente, no contuvieron el peso de la realidad, no otorgando más que avanzada vejez y enfermedad al cuerpo de la derrotada mujer, descendió, descendió y siguió descendiendo, hacia la oscuridad cada vez más imperante; hacia las escasas lumbres y el hedor de tierra, metal, alcantarilla, de muerte. Algunos enanos se percataron de lo que sucedía, y abandonando sus picos trataron de seguirla, pero nadie la alcanzó. Girando esquina tras esquina, corriendo como podía, a prisa por acabar ya con el dolor, le perdían. Pocos se apenaban en realidad. Los muchos que minaban, simplemente miraban, pestañeaban y volvían sus ojos a la veta, codiciosos. Los héroes obran azañas estúpidas y mueren por ellas, sin que nadie les recompense por su valor.
Allí estaba, a escasos metros de la entrada a la alcoba de la bestia. Sin hacer ruido entró, desprendiéndose de sus armas y ropajes a la entrada. Gusanito tengo frío. Dame el calor de tu tripón, trágate mi corazón, para vivir con él ya no tengo razón.
El nuevo rey de los gusanos, ahora negro con motas blancas, obedeció sin rechistar, y en un pestañeo, trituró, succionó y engulló su carne, devorando hasta la osamenta. Aquel día no alimentaría a sus crías. Estaba demasiado hambriento como para mostrar altruismo por sus estimados congéneres.
Y pensar que en poco Dugrin y Shirlet iban a casarse.
Yo, Sagoth, rey de los gusanos gigantes, os uno en sagrado matrimonio… Hasta que mi digestión os separe.
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