Inicio Foros Historias y gestas Memorias de Irhydia -gusanitos (definitivo)

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    • El ojo de Argos512
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      Y en este último acto de despedida de Quioriden (sí, hace tiempo que se fue ya, pero me despido igualmente), publico de nuevo la historia de “gusanitos”. Una explicación que creo adecuada para el reseteo del gusano gigante de Kheleb Dum. Una historia que muestre, no tanto su origen, que como es normal desconozco, sino los estragos que ha causado y los que, por el momento, seguirán produciéndose.

      Nada de gestear, pues esta historia ya fue valorada en su momento. Simplemente, trataré de aplicar las correcciones que nuestro amigo jubilado me indicó, de modo que este aporte tenga todo el jugo posible. Además, aprovecho para unificarla toda en un único  debate, sin necesidad de dividirlo en hilos. Que la disfruten.

      PD: Los gusanos son invertebrados. Yo no lo supe y por ello cometí un terrible error en los fragmentos divididos de esta historia. Además, seguro que alguno perdió el pulmón por intentar leer demasiadas palabras unidas a la vez. ¡Maldita tiranía de la puntuación! No puedo asegurar que no vayáis a sufrir algún paro cardiaco, pero al menos podréis sobrevivir si tenéis pulmones fuertes. Un réquiem por los que perezcan en el intento de leer. ¿Quién dijo que los libros no pueden ser mortales?

      PD2: Ahora que lo recuerdo, y en honor a nuestro jugador Nirin, que algún día vuelva a estar entre nosotros. Los tiradores como, Dreihz, Aerilaen, Raiduan y el propio Nirin, así como mi propia Irhydia, un servidor, poco tienen que hacer aquí, contra el gusano, o contra la bestia desplazadora que le respalda, cuando quiere. Como me comentaron algunos amigos y otros mortales en el juego, tanto la bestia como el gusano poseen la característica “ver realmente”. De este modo, los hechiceros ilusionistas ven sus espejos inútiles, puesto que, como si de adivinos se trataran, gusano y monstruo ven y huelen al auténtico. Los cazadores y ladrones, ven frustrado su subterfugio (sigilar y esconderse), pues el animal lo ve todo, y para los tiradores solitarios, la distancia no es más que un mero pasatiempo para el gusano. Podría afirmarse que hasta es su refugio. Tan solo ayudan los pies de separación si alguien lo distrae, haciéndolo más lento, predecible y alcanzable, por hallarse bajo ataque y al descubierto, fuera de la seguridad que ofrecen las duras paredes de la pequeña cueva que es su hogar. Cómodamente agazapado en su madriguera, fuera del alcance de vuestros proyectiles (es decir, que sigilando y escondiéndoos tampoco llegaréis a nada, menos si os puede cortar el paso a la segura salida, sometiéndoos a una tirada de salvación de agilidad para escapar. Tal vez los buenos exploradores como Mnet y Suka, así como todos a los que no menciono por no recordar sus nombres, tengan posibilidades mediante sus instantáneos ataques furtivos). Entrar a saludar a la super lombriz a hurtadillas es tan factible, como para un soldado bien acorazado, cruzar un mar a nado, repleto de serpientes marinas, tiburones y elementales de agua. Es decir, solo es un sueño. Un sueño absolutamente irrealizable. De intentarlo, tal vez el amable ser os responda: “A-cido un placer.” Mayor gozo le proporcionará el devoraros, eso seguro. Alimento para él y para las crías que deberán sucederle en el futuro próximo.

      Carpe diem.

      **********
      <h3>1. La rutina del monstruo.</h3>
      En lo más profundo de las tierras enanas, una asquerosa y enorme alimaña aguardaba.

      Jragol era un verdusco caqui gusano; de unas trece varas de largo y otras 7 de alto y diámetro. SU cuerpo, provisto de manchas y viscosas protuberancias, se movía lentamente por la húmeda y oscura guarida que es su hogar. En la cornucopia de la misma, una especie de cuerno invertido cavado en el suelo, no tan solo hace de túnel por el que las crías de esta bestia pueden ocultarse, sino que guarda, también, los más preciados bienes y armas de los incautos que fueron a parar a sus fauces, para la fortuna de su estómago.

      En la urbe de los pequeños y fornidos trabajadores no le ponían nombre, pues pocos lo conocían. En su lugar, lo apodaban el gusano gigante de Kheleb Dum.

      A pesar de que era preferible no acercarse demasiado a sus dominios, aquellos mineros más codiciosos, ávidos de riqueza y poder, como solo pueden serlo los peores entre los enanos, e incluso aquellos que tan solo eran jóvenes inexpertos y temerarios, ansiosos de aventuras, desobedecían las advertencias, y luego claro. Los familiares no se atrevían a recuperar los huesos de sus congéneres de donde fuese que hubiesen ido a parar… Y luego llegaban los estridentes lloriqueos de quienes creían en el viaje eterno al mundo de los dioses para quienes fuesen quemados, enterrados o quién sabe qué crédula costumbre sin fundamentos.

      Y fue este otro día, en el que la suerte le llegó a un adolescente picador de piedra, quien atraído por el hipnótico brillo del plateado mithril, que entre rocas se esconde, no tuvo, sino, la gran idea de caminar derechito a la morada de Jragol, junto a su hermano, quien perdía toda su prudencia verbal en su inconsciente acto, más de perro leal que de inteligente humanoide con un ápice de cerebro funcional,  de seguir, cuan oveja guiada por pastor, a quien le llevaría al fin de su senda, sin tirar ni un ápice del sentido común.

      Y así fue como, despertando a la bestia, ambos exclamaron un estridente «¡Aaaaaaaaahhhh!».

      NO duraron ni medio minuto. El primero, decapitado de un mordisco, directo hacia las tripas. ¡Qué aproveche gusanito! Como la presa estuvo muy dura, bajo un escupitajo de ácido, tan ardiente como el mismísimo fuego, introdujo al segundo criajo agonizante en su boca infernal, y tragó. La carne se hace pasar mejor hacia el esófago si se disuelve antes. Cuando se hubo hartado del sobrante del segundo cuerpo, reptó lentamente hacia el centro de su excavada madriguera de cuerno invertido, no sin antes arrastrar hacia la misma  los picos de los dos niñatos muertos valiéndose de su cola para tal avara tarea. Tras alimentar a las crías que le sucederían en su labor depredadora, mediante el jugo de lo restante, se enroscó y acurrucó junto a la tierra de su refugio, una costumbre de miles de años que se obceca uno en no perder, por muchos años que se tengan.

      Y así durmió, otro día más, tras una dieta más. ¿Quién sería el que en su inocente voluntad de rescatar a los que, por su falta de sentido común tal vez no merezcan ser salvados? ¿Quién mataría a esta bestia, solo para que, en unos pocos meses, una mole peor ocupase su lugar? Las crías de este alargado y grandioso ser crecen rápido. Pobres semi héroes, que en su ánimo megalómano de ser leyenda, no hacen, sino una matanza épica, mas a su vez, propiedad de la mediocridad de una leyenda inexistente, truncada por la eterna repetición. Pobres… Gusanitos míos, los mataremos a todos. Jragol os quiere, en su menú.
      <h3>2. La noche del bardito.</h3>
      Eran estas últimas líneas, pertenecientes a la página más destacable del libro «Fauna y flora de Dalaensar, los misterios de la creación», autoría del poco conocido elfo erudito Írast Ecrahir.

      Al menos eso fue lo que, en el cálido y diverso ambiente de la Taberna del Dragón Verde, me explicó Yojan Vyrilis, un apuesto bardo originario de quién sabe dónde. NO lo sabe ni él mismo. Marcha por las diferentes ciudades del continente más grande de Eirea, encandilando a todos con su angélica voz y con su arpa celestial. Desde conocidas canciones de fiestas, hasta marchas de guerra dendritas, pasando por cartas de amor y dolor, e incluso obras de propia creación. Es impresionante cómo, a pesar de su baja estatura, aún menor que la mía, puede hacerse notar en el escenario con ese arte, ese carisma tan atractivo, esa caballerosidad y bondad real propia de tan pocos, ese físico de piel blanca, melena pelirroja y ojos pardos, esos pequeños dedos que, con la presteza de un presdigitador, mueven las cuerdas de su instrumento, enviando ondas de emociones a su alrededor.

      Y pensar que hablar a solas con él sería un deseo bien hecho. Llevárselo al lecho… Un acto tan emotivo como perfecto… Y vaya si lo fue. SI no, pregúntenle a las llenas lunas de Velian y Argan de la noche más larga del año, lo que sucedió entre las 12:00 y las horas desconocidas de una larga velada, en que las estrellas se veían perfectas desde la ventana de nuestra posada nobiliar. Por supuesto, no le permití pagar su estancia antes de su partida a otra ciudad, puesto que los beneficios que aquella semana había obtenido de la caza ya eran demasiados, aun mayores sumando lo adquirido por asistir a Poldarn en su eterna guerra contra los demonios y, posiblemente, contra una erupción que arrasaría varias ciudades al paso de la lava y los flujos piroclásticos.

      Al día siguiente me ofrecí a escoltarlo personalmente hacia Takome, pueblo que aquella semana le llenaría los bolsillos. Sus conocimientos, neutralidad y sinceridad le hicieron ganarse grandes amigos. Otros, sin embargo, preferirían que el canario dejase de cantar. Esas malas sombras venían de todas partes.

      Amigos en Grimosc, enemigos en Galador. Aliados en Arcaindia, enemigos en Takome. Seldaritas, ateos, adoradores de Eralie e incluso de Khaol. En todas partes había luz y oscuridad para él, para todos nosotros. Y por este motivo siempre iba acompañado de mercenarios que lo defendían por oro, al que muchos son fieles, fuese donde fuese. Aquel día, sin embargo, una de sus guerreras no iba a pedirle nada.

      El viaje transcurrió sin incidentes. Bueno, concretando mejor, sin incidentes negativos. De positivos me los reservo. Alabada sea la intimidad. Espero que al menos mi nuevo amigo no se me escurra entre los dedos, como trágicamente tuvo que hacerlo Sirgol. Recuerdo que intenté enseñarle a realizar ciertos disparos sencillos con el arco. Ni hablemos de técnicas avanzadas como las salvas o los ataques de desconcentración para hechiceros, pues eso no se aprende en un día. Con suerte, la experiencia de un arquero experto se aprende en dos años de continuas lecciones. Al menos, podría enseñarle algo, me dije. Y eso pensaba, hasta que observé que la mayoría de flechas simples que le ofrecí iban al suelo, quedando a metros de su blanco, el cual no se situaba ni a cincuenta pasos de él.

      -«Pobrecito.» -Le susurré apenada acariciándole una oreja. -«Al menos tienes magia y composiciones que, de una manera que desconozco, son capaces de proteger a quien las interpreta, causar daño a otros hasta matarlos o hacerlos enloquecer, e incluso ejercer extrañas influencias del éter, como si fueses un auténtico hechicero.»

      Antes de despedirnos, en otro arrebato de atracción, bajo la amarillenta lumbre del poderoso bastión del relativo bien, me explicó algo sorprendente. Tanto criticar a los estúpidos que le aportaron el saber para sus obras por un bajo precio, casi de esclavo, y por querer observar lo que realmente le narraron sus fuentes, se adentró en las cavernas de la bestia, donde otro gusano de Kheleb dum, esta vez rojizo, lo partió en dos estampándolo y desgarrándolo contra las afiladas aristas de una pared de su pantanosa alcoba, tragándose las piernas y regalando el resto a sus hijos. El rojo de la sangre tiñó el lugar y aportó líquidos a quienes lo habitaban, y el libro quedó en la cueva. Irónico. El creador muerto a manos de su propia inspiración. Qué poético.
      <h3>3. Salvando a nadie.</h3>
      ¿Y qué fue del maldito tomo? Preguntaréis. Para quienes no lo hicieron, responderé igualmente. No vaya a ser que luego se arrepientan de no haberlo aprendido cuando tuvieron la oportunidad.

      Pues, la verdad, es que permaneció olvidado durante mucho tiempo. No fue hasta el 20 de Osucaru del 150 de esta nuestra era, cuando, por mera casualidad, dos cazadores lo encontraron. Lástima que la paz no se encontró con ellos. Temerarios y faltos de mentalidad no fueron. Únicamente el destino acordó que formarían parte del conjunto de otras muchas víctimas de la mediocridad de un heroísmo que jamás realizaron por mucho creérselo. Y esta vez, el precio por lo absurdo fue demasiado alto, y el grupo no lo soportó, quedando como vacías almas insolventes entregadas a la muerte. Insolventes fueron, pues jamás lograrían pagar la deuda contraída entre ellos. Y todo por un sacrificio vano y sin sentido.

      Empezó la tragedia a al alba del primer día del año. Dugrin y Shirleth, un guardabosques veterano y una hechicera de transmutación, como no, una pareja firme y estable desde hacía algunos años, caminaba por entre las calles de Kattak, cuando la noche los alcanzó.

      Decidieron pues, que aquel día ocuparían puesto, junto a la escasa guardia de la ciudad. Apoyando a los defensores del pueblo, entre las hogueras de la Vigilia, conversaron con sus compañeros. Un soldado enano, diestro en el hacha de doble filo como lo eran los suyos, de nombre Kysley, i Jergys, experto druida especialista del polimorfismo, les explicaron que una criatura, parecida a un gusano, aunque enorme como un dragón, estaba atacando y asesinando a mineros de Kheleb Dum, hasta el punto que la escasez de Mitrhril que por aquella época azotaba a todo el mundo fue provocada por la bestia, quien, infundiendo miedo en el corazón de hasta el pueblo más guerrero y valeroso, les impedía extraer lo que por conquista les pertenecía.

      Y fue así, como el grupo de los cuatro nuevos amigos acordó dirigirse al día siguiente a la capital de los enanos para poner punto y final a la masacre de aquel monstruo.

      Conversando con los ciudadanos, finalmente encontraron el escondite de la criatura. En lo más profundo de las galerías subterráneas, en un punto concreto de un laberinto. El hábitat de la temible bestia desplazadora y de engendros idénticos a esta, quienes la sucederían en el futuro próximo. Sin contratiempo alguno, llegaron a la entrada de la madriguera del gusano, no encontrándose a ninguno de los ágiles seres desplazadores que vigilan las proximidades de su nido. Una arena que decidiría el destino de los combatientes.

      La batalla fue encarnizada. La magia de Shirlet hería al gusano, pero poco en realidad. Las armas, casi nada podían hacer contra un ácido que era capaz hasta de derretirlas en ocasiones. Las hachas tuvieron que ser reemplazadas varias veces,  y los lobos que acudieron en ayuda de Dugrin no sobrevivieron.

      Aquel largo gusano gigantesco se había enfurecido, hasta el punto que, en un acto tan extraño como sorprendente y aterrador para los de su especie, abandonó su morada y los persiguió por toda la galería inferior, guiándose por su olfato en la oscuridad, tan solo iluminada por la pobre lumbre de unos candelabros, que apenas dejaban ver lo que se extendía bajo los pies y unos pasos más allá.

      Como no podía ser de otro modo, el valeroso enano se sacrificó por sus amigos, y evitando que el maestro de la curación muriese, apartó a Jergys y se arrojó al lomo del animal, quien en un coletazo lo aturdió, en un escupitajo lo abrasó, y en una dentellada roja acabó con su fútil existencia.

      Irónicamente el segundo en caer fue el druida. Una sola dentellada ácida fue demasiado para él, y por motivos que desconocemos, no fue capaz de curarse. Su próximo objetivo en la oscuridad era la hechicera. En un acto de amor, el guardabosques se arrojó, puñal en mano, hacia el enorme insecto, clavándole la hoja en un costado. Aun herido como estaba, el gusano logró desprenderse de él, concediéndole el mismo destino que a Kysley.

      Presa de la ira, Shirlet invocó un haz de energía blanca. Un rayo de desintegración que, chocando contra el aliento verde, luminiscente y ácido de la bestia, se estrelló como un relámpago contra el enemigo, levantando una nube de polvo. La criatura se retorció de dolor, y agonizando en un charco de sangre rojiza, pereció, con medio cuerpo destripado y el resto carente de piel y carne, agujereado y provisto de tantas fugas líquidas como una naranja reventada, cocida en su mismo jugo mediante un hechizo de sangre ardiente. Sí, este conjuro funciona también con el agua, en pocas cantidades. Desconozco el motivo. NO entiendo la magia. En fin. Allí quedó El conglomerado viscoso de vísceras de lo que una vez fue, tiñiendo la tierra con su amarronado y oscuro hedor. Cientos de gusanitos acudieron a la escena y observaron la muerte de su progenitor.

      Recogiendo los restos, y dedicando nula sepultura a sus amigos de los que no quedaba nada, se fue de la estancia, no sin antes recoger las raídas páginas de lo que una vez fue el escrito del erudito elfo.

      Una vez Shirlet desapareció, aun observando desde la penumbra, las crías obraron algo tan insólito como aterrador, una imagen que la maga recordaría hasta el temprano fin de su corta vida.
      <h3>4. Adiós, vida cruel.</h3>
      Dejando un rastro de dura pérdida tras de sí, Shirlet fue ascendiendo por las galerías, hacia la luz que, desgraciadamente, no podía alumbrar su corazón destrozado. Sus amigos. NO pasaron más de un día juntos, pero una vida entera pareció haber acontecido entre ellos. No tardaron mucho en hacer buenas migas. Aun así, todos murieron… Todos. Dugrin… SU amado Dugrin… ¿Por qué?

      Fue recibida en el exterior por cientos de enanos que alabaron su trabajo, lo cual logró recomponerle el ánimo, aunque solo fuese un poco. Ya nada podía perder. Acudió a la taberna más cercana con un abundante grupo de ellos, y se embriagaron de cerveza hasta el siguiente amanecer, entre gritos de júbilo, espectáculos mágicos, canciones de festejo y habladurías vanas y amables de unas gentes divertidas y con los que era fácil entenderse y reír, si uno tenía la paciencia y el tiempo como para soportar su extraño comportamiento hasta adaptarse a él. Y la verdad, es que, habiéndolo perdido todo, lo que más le sobraba en aquellos momentos, era tiempo.

      Sin embargo, con los restos de aquel cuaderno en su carpeta de pergaminos, sabía que tenía un cometido. No entendía bien lo que había leído, mas su inteligencia era privilegiada, como la de cualquier buen mago, y por ello sabía de la importancia de tratar de restaurar lo que fuese aquello.

      Con su último objetivo en mente, se dirigió a Takome, no sin huir a escondidas de la avanzadilla de hombres lagarto que se apostaban en la frontera con el bosque de Orgoth. Maldita guerra…

      Por aquella ciudad conocía a un bibliotecario de confianza. Si restauraba el libro en el establecimiento de aquel buen hombre y le transmitía a su conocido socio la importancia de preservar el conocimiento, lograría que se distribuyeran copias y copias por toda Eirea en unos años, escapando de la censura de los mayores fanáticos cruzados, que en su insulsa credulidad consideraban que el conocimiento no les pertenecía a los bárbaros seldaritas, o de las garras del imperio dendrita, que no permitirían que nada saliese de sus fronteras, ni mucho menos del círculo de aristócratas filósofos que adulan, idolatran, cantan y satisfacen en lo estratégico, lo político, lo económico, lo mediocre y lo mundano e indigno al emperador. Y sí compañeros, piensen mal, háganlo de nuevo peor, y no dejarán de acertar.

      Así pues, la obra llegaría en una década a conocimiento de quienes quisieran leerla en su plenitud o parcialidad. Eso debería haber alegrado a la hechicera, quien había obrado en pro del conocimiento global, a pesar de la guerra que mantenía con sus enemigos, pues para Shirlet, verter sangre no  necesariamente implicaba derramar zumo de ignorancia y analfabetismo a diestro y siniestro sobre todos los que le cayesen mal o supusieran una amenaza directa o indirecta para ella y los que protegía. No obstante, al descubrir que la hazaña lograda contra el gusano no había servido de nada, según lo citado por el elfo y lo visualizado en aquella cueva, se rindió a la desesperación.

      Y de este modo, Shirlet decidió acabar con todo. ¿Por qué había sido ella la única superviviente? ¿Por qué Dugrin no?

      Dirigiéndose a las galerías de Kheleb Dum, tras un mes de borracheras que, finalmente, no contuvieron el peso de la realidad, no otorgando más que avanzada vejez y enfermedad al cuerpo de la derrotada mujer, descendió, descendió y siguió descendiendo, hacia la oscuridad cada vez más imperante; hacia las escasas lumbres y el hedor de tierra, metal, alcantarilla, de muerte. Algunos enanos se percataron de lo que sucedía, y abandonando sus picos trataron de seguirla, pero nadie la alcanzó. Girando esquina tras esquina, corriendo como podía, a prisa por acabar ya con el dolor, le perdían. Pocos se apenaban en realidad.

      Los muchos que minaban, simplemente miraban, pestañeaban y volvían sus ojos a la veta, codiciosos. Los héroes obran hazañas estúpidas y mueren por ellas, sin que nadie les recompense por su valor.

      Allí estaba, a escasos metros de la entrada a la alcoba de la bestia. Sin hacer ruido entró, desprendiéndose de sus armas y ropajes a la entrada. ¡Gusanito! ¡Tengo frío! ¡Dame el calor de tu tripón! ¡Trágate mi corazón! ¡Para vivir con él, ya no tengo razón!

      El nuevo rey de los gusanos, ahora negro con motas blancas, obedeció sin rechistar, y en un pestañeo, trituró, succionó y engulló su carne, devorando hasta la osamenta. Aquel día no alimentaría a sus crías. Estaba demasiado hambriento como para mostrar altruismo por sus estimados congéneres. Y pensar que en poco Dugrin y Shirlet iban a casarse.

      Yo, Sagoth, rey de los gusanos gigantes, os uno en sagrado matrimonio… Hasta que el fin de mi digestión os separe.
      <h3>5. Selección natural.</h3>
      Tras lo sucedido con la extinguida compañía, de la que poco se supo que no fuese lo ya narrado, las exportaciones de mitrhil mejoraron hasta recuperarse por completo. Conociendo el riesgo, los enanos mineros y los extranjeros que acudiesen por razón del mismo oficio, evitaron, hasta hoy, y hasta seguramente mucho tiempo, acercarse a las oscuras entrañas de la tierra, donde reinaría el caos por siempre. Al menos, hasta que alguien diese con una solución viable a un problema de tal envergadura. Una respuesta que no consistiese solo en matar y matar gusanos y esparcir el rumor de haber logrado algo impensable que muchos otros ya consiguieron, a la par que otros miles murieron en el intento de ganar algo de fama y dinero. Claro está, que aquellos que, siendo lo suficientemente buenos en el arte de la matanza y la caza, puedan deshacerse de alguno de aquellos animales, gozarán de la ocasión de hacerse con los tesoros abandonados durante siglos. Entre tanto, otros desafortunados harán crecer el valor de lo guardado, así que todos salimos cambiados. Unos ganan mucho, otros lo pierden todo. ¿Te apetece jugar?

      Para muestra de lo que indico, hágase visible e inteligible el último testimonio de la compañía perdida de quienes mataron al gusano de Kheleb Dum, en el 150 de nuestra cuarta era. Antes de abandonar las galerías, como ya expliqué anteriormente, Shirlet observó algo perturbador. ¿Y qué fue? Bueno, seguid escuchando y lo entenderéis.

      Las crías del gusano muerto que fuera su progenitor empezaron a comerse los restos de su madre. Una de ellas se alimentó de más, y creció considerablemente, hasta alcanzar el tamaño de una pequeña yegua. Sus hermanos ansiaban más, pero la codicia del tamaño, peor que la del oro enloquecedor, se pronunció en contra. A los gusanitos más rebeldes les reventó el invertebrado cráneo con sus fortalecidas mandíbulas, llenando de rojo aquella casa de los horrores. Todo eso, si eran afortunados. En caso contrario, los estrangulaba con ensañamiento mientras derretía sus lenguas y dentaduras escupiendo ácido en sus bocas abiertas, generando un horror que nadie oiría, pues nadie podría gritar mientras se ahoga y disuelve por dentro simultánea, lenta e inexorablemente, o los golpeaba una y otra vez contra los bordes afilados de la caverna, rasgando sus pieles, carnes, y entrañas, empleando las cortantes paredes a modo de cuchillos de desollar. Mientras tanto, aún vivas, las torturadas agonizaban de dolor, emitiendo sonidos estridentes y aterradores que nada tienen que envidiar a los proferidos por dragones.

      De este modo, el gusano se hizo respetar o temer. Tanto da cómo lo llamemos. Los demás, impotentes, retrocedieron a la cornucopia, mientras el nuevo rey o reina de los gusanos, pues se desconocía su género, se ocultaba entre las sombras, esperando su turno para destripar incautos. Mientras tanto, como la triste chica leería de la obra restaurada, los ratones saciarían su apetito y le permitirían crecer y poner huevos, los cuales escondería en el fondo del agujero en el que vive junto a sus esclavizados familiares. En cuanto a sus hermanos, unos comerían, y otros no, por lo que perecerían de inanición. Sea como fuere, la generación de gusanos gigantes continuaría hasta nuestros días, un nuevo rey de nombre desconocido ocuparía el podio, y al ser desterrado por algún grupo de ignorantes otra sabandija ocuparía el hueco vacío, por un tiempo indefinido. Un ciclo macabro prolongado por décadas, tal vez siglos, que del mismo modo se repetirá por muchos años en un bucle ininterrumpido, puesto que nadie, hasta la fecha al menos, tiene la más mínima idea de cómo romperlo de manera efectiva y definitiva.

      ¿Un ritual hermoso, verdad? Duro, pero real, y si no me creen, maten al bicho enorme que ahora reine en aquel negruzco antro, recojan los tesoros que en la cornucopia de esa sucia alcoba se guardan, todo lo que quepa en sus bolsillos, quédense agazapados en un seguro recoveco durante unos minutos, y lo verán. Simplemente observen. Y muy importante. Traten de no vomitar, o los que acechan os oirán. Entonces tal vez el nuevo rey de los gusanos tenga preferencia por vuestras vísceras si regresáis a sus dominios. Fornieles y Sylbira, dos grandes amigos míos, ya lo hicieron acompañados de Nirin hace poco más de un lustro, y pueden testificar que lo que afirmo es cierto. Y sí, yo también lo he visto todo, y es una imagen que, al observarla o recordarla, no puedo hacer más que alegrarme por la dulce muerte que, por su propia voluntad, le proporcioné a mi amado Sirgol, ahorrándole un sufrimiento como el que solo bestias del estilo de tales criaturas y de los más fieros orcos pueden provocar.

       

       

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