Inicio Foros Historias y gestas Memorias de Irhydia -querido Merganillo

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    • El ojo de Argos512
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      Mergandenivasander, el 666º de su nombre, aguardaba.

      Mergandenivasander, el 666º de su nombre, acechaba.

      Mergandenivasander, el 666º de su nombre, bien paciente, devoraba.

      y es que llega la ocasión, de que un negro y temido dragón, se haga temer con razón.

      Por rugir y obtener su comida, olvidó la del cazador su vida.

      Quien antaño fue poderoso, ahora se tumba cuan oso.

      Y es que ni corto ni perezoso, aquel wyrm tan horroroso, debe y ha de pensar:

      ¿Para qué me voy a esforzar, si en Golthur todo puedo matar?

      A esos seres monstruosos, bárbaros envían, voluptuosos.

      Arremeter, ha de ser, acto por en que en fauces se han de meter.

      Y es que en aquella fortaleza,

      rudos son, pero cuando Mergan bosteza,

      Pierden todos la entereza.

      Hasta los orcos se acobardan,

      A sus deseos de hambre se achantan.

      Con tal de al dragón complacer, a la semana envían a placer.

      Carne de orco para comer,

      Huesos que con ácido, lentamente deben arder.

      Algunos creen que los dragones no piensan, ni sienten, ni mucho menos, pueden ser inteligentes.

      Tal vez fuera así, en un principio, mas las cosas han cambiado.

      Sí, no cabe duda alguna. Los estudios de  Qwuhfanp, así como de diversos transmutadores que forman parte del cónclave que la aludida preside, todos ellos, expertos en el seguimiento de los flujos cambiantes del éter, han arrojado luz sobre las umbrías mentiras.

      las verdades no son agradables, mas lo bueno, no siempre es amable.

      Recuerdo con todo detalle, el escepticismo, con el que muchos de los pobladores de Aldara Y takome se tomaron el hecho de que el Sarcófago de Eric Aldara, de un lado, fuera indestructible, y que, por otro, no albergara cuerpo de noble alguno. Y es que por mucho que resuena el título de heredero del pacto de las quimeras, pocos consideran cierto lo acontecido, a principios de nuestra era.

      Si ya resulta extraño el hecho de haber destruido un poderoso espectro helado, dotado de notables habilidades mágicas en la escuela de la evocación, solo para que este regrese al plano terrenal, una y otra vez, más complejo, y crudo, resulta el comprender lo siguiente. Que un dragón pueda disponer de una estirpe inagotable, con la que reconquistar las tierras de las que su predecesor fue expulsado.

      Y es que sí. Por muy duro que resulte de creer, los héroes matadragones hace tiempo que dejaron de ser tan legendarios. No porque acabar con la existencia de una de tales criaturas resulte algo cotidiano. Sin duda, hay que reconocer que tales hazañas están al alcance de unos pocos grupos (pues ni de broma un solo contendiente podría enfrentar a una mole voladora de capacidades sobrenaturales y salir indemne). Sin embargo, así como nuevas generaciones de matadragones se presentan voluntarias para defender Eirea, nuevas bestias continúan prolongando, indefinidamente, el legado de guerra de sus antecesores.

      Los wyrms negros son un caso peculiar. Dragones negros como el carbón. Capaces de escupir un ácido tan corrosivo, que hasta las piedras que conforman los balcones de obsidiana se agrietan a su paso. Zarpas afiladas, cuan cristalinas espadas azules. Fauces mortales, como el lamento de los espectros que moran por el bosque de Wareth. Y sin embargo, a pesar de todo ello, los dragones del ébano se caracterizan por un singular, aunque fatal defecto. O bueno, por lo menos, así era, hasta hace poco más de una quincena.

      Son, o eran, extremadamente perezosos. Acostumbrados a rugir y recibir su alimento, como bebé que mama de teta al llorar. Aquellos oscuros seres reptilianos, hace varias eras  que arribaron a las tierras de los orcos y kobolds, con tal de someterlos a sus designios de carne y oro. No me pregunten datos exactos sobre la historia y cronología, que narra los acontecimientos, relacionados con aquellos dragones. Mis conocimientos de historia antigua no son especialmente amplios. Y es que, aunque me resulte de agrado conversar con eruditos de toda índole, mi vida está en los bosques, las llanuras, las explanadas, los pueblos, los senderos montañosos… En definitiva, en el exterior, y no entre pilas y pilas de libros, entre paredes de madera de librerías que, inevitablemente, me resultan incómodas por su natural estrechez.

      Algo ha cambiado. Eso seguro. Cuentan que una joven semi-elfa, diestra en armas de proyectiles como ballestas, viajó hacia la torre de obsidiana, acompañada de un poderoso transmutador. Así es. De modo similar a como lo hice yo, hará varios años, asistido por el reconocido hechicero Grunfel, originario del imperio dendrita. A cambio de unas monedas que le otorgué,  como compensación por sus servicios, pude enfrentar a aquella bestia terrible, distrayéndola para que mi ayudante pudiese salvar a algunos de los prisioneros que iban a ser devorados aquella noche, a la luz de una Argan resplandeciente, y una Velian creciente. Ambos astros, posados en lo más alto de la estrellada bóveda nocturna. Instantes después, se suponía que debía regresar a por mi, para teletransportarnos lejos del tejado de la fortaleza, antes de que una llamarada verde nos alcanzara de lleno. Pero no. Aquello salió mejor de lo que ambos esperábamos.

      Resultó, como no, que, contradiciendo toda clase de expectativas, aquel día logré acabar con un dragón negro. ¡En combate singular!

      Bueno, lo de combate singular es un decir. Aquella cosa a penas se movió durante lo que hubieron de ser unos quince minutos de reloj de sol. Y es que seguro que sintió mis certeros impactos de saeta, como picaduras de mosquito. Así fue recibiendo, disparo tras disparo, sin inmutarse. ¿Por qué iba a hacerlo? No era nada. Una simple chiquilla, ballesta en mano, lanzándole flechas, a unos doscientos pasos de distancia. Nimia distancia para un dragón volador. Dos aleteos, ¡Y a comer! De acuerdo. No eran flechas normales. Se trataba de saetas Encantadas, a causa de la arcana fuerza del artilugio duergar con la que eran impulsadas. Cierto. Eso las hacía algo más dolorosas. Cada vez más insoportables, pero por el momento, todo iba bien.

      “Ya me ocuparé de ella en unos minutos.” -Debió pensar aquel animal. “Esta carne de bárbaro está demasiado tierna como para permitir que se siga pudriendo sin comérmela.”

       

      Seguro que cambió de opinión, cuando la molestia se tornó en agónica tortura. Uno de mis proyectiles le impactó en un ojo. Eso no le gustó. Ya os aseguro que no. Entonces alzó el vuelo, tratando de acorralarme. Esquivé una llamarada de ácido, un zarpazo y una dentellada, pero un roce de ala escamosa me hirió en el hombro, causándome un profundo corte.

      En aquellas circunstancias, era imposible huir… No, al menos, mediante métodos convencionales. SI no fuera por el collar de tinta de kraken, que una vez hubo de regalarme un viejo conocido, mis huesos, órganos y sangre habrían mutado en apetitoso manjar de dragón.

      Gracias a un chorro de tinta, logré escabullirme, rehuyendo el aleteo de aquella criatura. Y entre las sombras, le asesté el último golpe. El que, certeramente, hubo de llegarle al cerebro, penetrando su ojo izquierdo, cerrándolo para siempre. Mergandenivasander, el que no tengo ni idea de su nombre, se desplomó en el suelo, rompiendo una teja de la torre por la mitad con un golpe de cola. Menos mal que aquella cosa no se precipitó al vacío. A saber qué habría sucedido con el resto de la fortaleza. Pobres orcos, goblins y kobolds. Se verían obligados a reconstruir todo aquel fortín. Seguramente, desde cero. Algunos de aquellos símiles de persona  me han caído bien y todo, tras años de convivencia. Cierto que a veces les apetece jugar a un juego algo doloroso, pero siempre que no te destripen, te lo puedes pasar bien con ellos.

      ¿Personas? Sí, personas. Cierto que varios amigos míos han muerto a causa, o a manos, de los adoradores de Gurtang. Eso es innegable. A pesar de su brutalidad, algunos son capaces de mostrar emociones y mantener interesantes conversaciones. Son algo extraños, pero con algunos puede uno entenderse bien. Eso sí. Os aconsejo fervientemente el vigilar siempre vuestras espaldas, y a poder ser, nunca durmáis junto a un pequeño ratero goblinoide. Podría ser la última vez que fuerais a dormir. Sobre todo, tratad de que no tengan hambre. Se lo pueden comer todo. Absolutamente, todo. Al margen de tales advertencias, viajar junto a un amante de lo caótico resulta divertido. Y Pensar que se verían obligados a permanecer al descubierto durante décadas… Casi me puedo compadecer por ellos y todo. Estimados, Zarok y Drakthar… Hemos compartido tantas peleas juntos… Sería una lástima no volver a veros. Para unos que me caen bien…

      (Fuera de rol: NO incluyo nombres de más jugadores anárquicos porque no los conozco, y además serían muchos)

      Sigamos, que me pierdo entre líneas y líneas de texto. Ni que estuviese navegando por alta mar. En realidad, sí. En estos instantes, la exigua tripulación de “La Flecha Cortante de Las Aguas” y su capitana, nos disponemos a zarpar hacia las heladas islas de Naggrung, a ver si conseguimos salvar algún que otro explorador de Andlief de las garras de los baragxhes.

      Entre parte de los tesoros recolectados por aquel monstruo (sí, el dragón. Ya casi me había olvidado de él tras tanto escribir), y los despojos obtenidos tras desollarlo, conseguí lo necesario como para otorgarle un obsequio a mi querido gnomo Molduthus. Un cinturón de plata, capaz de potenciar las cualidades físicas y mágicas de su portador. Ya éramos dos más en Eirea, los que vestíamos sendos cinturones prisma.

      La noticia debió extenderse rauda, como niebla en el mar, entre todos los dragones de Eirea. Eso no les gustó. Seguro que no. En los últimos meses, el que ahora conocemos como el 666º de su nombre, se ha cebado con cientos y cientos de guerreros, hechiceros, ladrones y cazadores de toda índole. Aquel que deseaba desafiarle, moría en el acto. En estos instantes, nuestro estimado y odiado Mergandenivasander, predecesor de todos aquellos que recibieron idéntico nombre, ya no ahueca el ala cuando le molestan. Son mucho más reaccionarios y peligrosos que nunca.

      Por si os lo preguntáis, aquella semi-elfa, de nombre Arilin, no sobrevivió. El dragón se cebó con ella, antes de que ni tan siquiera su acompañante pudiera sacarles de allí. Ambos murieron. Sí, el transmutador, también. De un coletazo, el conjunto de pieles de piedra, protecciones elementales y escudos de energía que lo envolvían, se fueron irremediablemente a pique. De un zarpazo, el cuerpo del desdichado optó por partirse voluntariamente en dos. El escamoso ser pudo disfrutar de dos menús de asado de humano, a precio de uno. Luego se perdió de vista, y un nuevo huésped draconiano ocupó su lugar, listo para disfrutar de las ofrendas que los chamanes habrían de dedicarle al ponerse el Sol. ¿Qué será lo siguiente? Que a la más mínima señal de amenaza, nuestro lagarto volador preferido alce el vuelo y lo calcine todo a su paso, volando rasante y masacrante, como un dragón infernal de tres cabezas que conozco? No me extrañaría que algún día los wyrms negros decidiesen actuar de este modo. Y es que, tras tantos siglos, ha llegado la hora de que recuperen su antiguo renombre. ¿No creen? Sinceramente, desearía que jamás volvieran a ser tan osados, aunque, visto lo visto, tras tantas variaciones etéreas,, he de temerme lo peor.

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