Inicio › Foros › Historias y gestas › Memorias de Sylbira; El motivo de mi lucha
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Ya había pasado un mes desde la pérdida de Grígol. El viaje a lo desconocido que aquel perro, amigo insustituible, había emprendido por culpa de Shorynh todavía me causaba pesar. En gran medida quedaban solo los recuerdos felices, pues sabía que otra vida lo aguardaba. Ni siquiera la visión mental del cadáver era un problema, puesto que ya había presenciado los cuerpos inertes de los caídos. Algunos fueron fruto de criaturas y personas que tuve que matar por necesidad, en defensa propia o por un bien mayor. No faltan ejemplos de lo que afirmo. Una partida de leñadores orcos que acosaba el bosque Valdío, una bandada de ladrones que amenazaba a unos simples mercaderes, algún soldado enemigo, animales cazados por encargo y para obtener comida, criaturas extraplanares de fuego, con tal de evitar una erupción catastrófica, e incluso los muertos volvieron a morir por mi. A pesar de todo, duele, duele la pérdida irrecuperable de algo a lo que llegué a mostrarle tanto afecto.
No era una niña, en ningún sentido. Dejé de serlo hace mucho tiempo. Eso estaba clarísimo. Curtida mentalmente por los maltratos y los infortunios de la vida, aunque sin perder lo bueno de mi espíritu, fortalecida físicamente por el entrenamiento de los rangers, la necesidad de defender mi integridad y las de los que me importan, y por ejercicios que a diario realizo para estar siempre en forma. Las experiencias relacionadas con la muerte que había padecido, todas iniciadas con el sacrificio de mi padre. Da igual cuántas veces contemple un cuerpo. Nunca pierdo esa pena por los caídos si eran amigos o inocentes, o esa satisfacción por aquellos que no volverían a causar problemas. Muchos pierden la empatía y hacen de su corazón una dura y triste piedra. Así sobrellevan mejor el asunto de quitar vidas a diario, por un motivo u otro, por muy justo que este pueda ser. No puedo hacer eso, volverme fría como las cuevas de hielo del acantilado occidental de las costas de Plata. Sencillamente, me resulta imposible.
Y por todo esto me hallo galopando en mi quimera por los caminos, cabalgando de nuevo hacia el bosque nuevo, a las afueras de Kattak. Seguido de cerca por Fornieles, quien conocedor de todo lo sucedido en su ausencia decidió acompañarme junto a su quimera. Fornieles, o Fir, diminutivo con el que me gusta apodarlo, a quien más quiero en este mundo. Siempre nos apollábamos el uno al otro en los momentos más complicados. Le ayudé en su día a superar lo sufrido por culpa de mi hermano traidor, y ahora él me acompañaba a un homenaje de alguien que ni siquiera había conocido. No me entretendré más indicando hasta dónde llegaba nuestra relación. Ya lo saben nuestros mayores confidentes, aunque no resulta difícil de imaginar para los demás, si es que los rumores no se han extendido ya como los vientos del éter que todo lo envuelven.
Partimos desde Nimbor poco después del mediodía, y entre todas las paradas que realizamos para comer llegamos al atardecer.
La tierra era verde, cubierta por las hierbas, plantas y escasos arbustos y raíces por los que se escabullían los conejos, huyendo de sus cazadores (ciudadanos de Kattak y aventureros pagados incluídos, como yo alguna vez), dejándose ver ocasionalmente como fugaces y escurridizas colitas blancas. Los finos troncos de los pinos, rebosantes de hojas, y otros árboles más pequeños, lo ocupaban todo, aun dejando un espacio abierto que permitía un paso considerable a la luz. Los animales se movían de acá para allá sin ningún destino aparente, emitiendo sus ruidos característicos, y los pájaros piaban alegres. Alguno incluso bajaba para comer de las bayas que les habíamos preparado. Tras tanto deambular, al fin bajamos de nuestras monturas y caminamos unos centenares de metros hasta el lugar que buscaba.
Ahí estaba. Bueno, ya no realmente. La naturaleza lo aprovechaba todo, y si es que aún quedaban los huesos bajo tierra, estos no tardarían en desaparecer. Todos los cadáveres son devorados más temprano que tarde. Primero por los animales, luego por los insectos, finalmente por los hongos, y posteriormente se convierten en abono natural que alimenta a las plantas. Así funciona el perfecto ciclo de la vida. Pero ahllí lo enterré, de eso estaba segura. Guardé todas mis armas y objetos mágicos en mi mochila sin fondo. Fornieles hizo lo mismo, y depositamos juntos un montón pequeño de rosas describiendo el dibujo de una enorme flor, cuyo centro cubrimos de bayas buenas, que con su exigua duración simbolizaban que nada era eterno. Nada, exceptuando, cómo no, el longevo linaje de los dioses.
Nos sentamos en el césped, observando el anaranjado sol del atardecer, cogidos de la mano, cerca del pequeño montículo erigido en nombre de Grígol. No hubo mayor diálogo que el más profundo desarrollado entre furtivas miradas y el contacto. Silencio sin palabras, rodeados de los sonidos de la naturaleza. Nada podía describir lo que pensábamos, lo que sentíamos. Nada había que pudiera decirse. Nos quedamos así un tiempo inconmensurable, hasta que la noche se cirnió sobre nosotros.
El cielo acabó por oscurecerse casi por completo, pasando poco a poco de la tenue claridad de la tarde a una tonalidad escasamente azul cubierta de infinita negrura. Velian y Argan aparecieron crecientes por oriente, y las estrellas se hicieron visibles. La tenue lumbre verde grisácea del bosque se incrementaba ligeramente por las luces provenientes de las antorchas que alumbraban las murallas de Kattak. El paisaje era hermoso, pero peligroso al mismo tiempo, pues las incursiones más efectivas, discretas y letales se realizan cuando el manto cegador de la oscuridad lo esconde todo, por lo que optamos por abandonar aquel bonito tótem improvisado en memoria de alguien inolvidable.
Los meses que siguieron no salimos mucho de Thorin y de sus alrededores. Preferimos pasar tiempo juntos, aprovechar lo que quizás la guerra podría arrebatarnos más pronto que tarde. Esta vez fue un perro. La próxima podría ser un conocido, un gran amigo… Uno de nosotros. El fuego del mal no perdona a nada, ni a nadie, lo que aviva aún más mis razones para luchar por la seguridad de los que aprecio.
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