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    • Nherzog
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      Sus huesos habían conocido días mejores, pero sin duda, seguían siendo capaces de sostener su aún envidiable musculatura con solvencia. Ya no resultaba extraño verle inmerso en sus indagaciones, sobre una vieja tabla que le servía de mesa, plagada de membretes, planos, diseños y demás restos garabateados. Normalmente cubierto con una vieja, pero bien conservada, capa de un oscuro color cian y con un recurrente olor a cera en la atmósfera –sin duda fruto del conglomerado de cirios casi agotados que se agrupaban a su alrededor-, era frecuente verlo acompañado de jóvenes seguidores de Eralie que, ávidos de aventuras y sabiduría, se acercaban a charlar con él como buscando que por simple osmosis éstas vivencias, todavía perennes en la mente del honorable paladín, fueran protagonizadas por ellos mismos. A menudo, incluía dichos populares o versículos de antiguos textos en idiomas que hacían brotar las expresiones más variopintas en sus interlocutores, mezclando el musical lenguaje élfico con el más grave, sonoro e intrincado vocablo propio de las gárgolas.

      Un maestro de la palabra, que se podría decir, como en su día llegó a serlo del filo sereno de su espada y el agudo extremo de su lanza, que cincelaba a los más jóvenes con el martillo de su verso e instruía a los más vívidos templarios, desde su privilegiado puesto de líder de la orden, como sin duda recordaba el viejo sello de su mano, otrora propiedad del añorado Nardiel.

      Algunos son todavía los que recuerdan parte del discurso que improvisó junto a las murallas del milenario Castillo de Poldarn, en tiempos de su más reciente toma de posesión:

      “Hubo tiempos de luz y oscuridad, pero en estos días que se antojan baldíos de esperanza en ojos de los pesimistas, tenemos que recordar las palabras de nuestro Señor y seguir el camino de la pureza, la verdad, ser resilientes como el más puro mithril bajo la montaña y fluir como el agua pura del Cuivinien, evolucionar hacia la entereza moral que estos duros tiempos nos exigen y combatir al enemigo no solo con nuestras armas o poderes, si no con la firmeza de nuestras convicciones.”

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