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Eran tiempos convulsos, pero como de costumbre, Nardiel no se andaba con rodeos cuando necesitaba encomendar una importante misión, agarró una de las hombreras del joven templario y le indicó el camino de su despacho. Ambos se retiraron apresuradamente ante la atenta mirada de los que allí se encontraban:
- Par diez… ese infame trama algo – mascullaba mientras caminaba de un lado para otro tras el gran escritorio de abeto-. Thairanur, si te he traído aquí, a pesar de que seas uno de los más jóvenes miembros de la orden, es porque me has demostrado sobradamente tu valor y tengo plena confianza en tu discreción.
- Gracias Mae…
- Por ello – interrumpió Nardiel – debes de tomar tus bártulos y partir lo antes posible a territorio dendrita. No conozco bien los detalles de que se traen entre manos, pero nuestras fuentes indican que están teniendo problemas con ciertas sublevaciones en Tilva y si bien debemos conocer a nuestro enemigo, al enemigo de nuestro enemigo más.
- Trata de encontrar información valiosa y vuelve sin demora. Un kohandir se encuentra ensillado esperando tu llegada en las caballerizas.
Thairanur abandonó la sala, cogió de sus aposentos su siempre presto a la batalla equipaje y sin más preámbulos partió a tierras enemigas.
Al segundo atardecer, tras el comienzo de “su misión”, el kohandir mostró signos de debilidad, pues una de sus patas parecía no ser capaz de soportar el peso y ritmo impuesto por el joven jinete, éste, consciente del sufrimiento al que estaba sometiendo al animal, decidió dejarlo a buen recaudo en las cercanas tierras de Eloras y continuar su empresa a pie.
No tardó en toparse con miembros del ejército, que como es habitual patrullaban las fronteras de Ryniver, dando cuenta de ellos sin mayores problemas. Sin embargo, cuando se encontraba llegando al desvío hacia Allel, donde siempre había gente dispuesta a hablar por el precio adecuado, se vio sorprendido por una improvisada emboscada, dos cazadores imperiales y un maldito paladín de Seldar pusieron en serios apuros al templario, que no sin dificultades consiguió huir por la senda sur, internándose en la sabana.
Tras varios días reponiéndose de sus heridas, y tratando de sortear las batidas que se habían organizado en la zona norte del camino, se topó con una especie de zona de descanso, poblada por grandes animales que se apoltronaban junto a una charca. Se dirigió con paso firme, conocedor que quien no busca causar daño, no debe temer la respuesta de tan bellas criaturas, cuando a lo lejos creyó escuchar un lastimero rugido.
Rápidamente se introdujo de nuevo en la espesura de la vegetación, siguiendo cual experto rastreador el camino que consideraba más acertado y corto hacia la fuente de aquel lastimero alarido. Al encontrarse a la distancia suficiente como para distinguir unas siluetas, se detuvo, comenzó a caminar con mayor sigilo y contempló una sobrecogedora estampa: 5 cazadores furtivos intentado reducir a una gran leona blanca, junto a un pequeño cachorro, que se escondía como podía entre las patas delanteras de su madre, lanzando pueriles rugidos a sus agresores, mientras manchaba sus aún frágiles patas de la sangre derramada por su progenitora. Thairanur apuró de nuevo su paso, irrumpiendo a la carrera y derrumbando a 2 de los agresores con una carga de escudo. Sin apenas recomponerse del esfuerzo comenzó otro mortífero ataque contra el resto de cazadores, que, tras unos infructuosos intentos de defensa, corrieron la misma suerte que sus dos compañeros, servir de alimento a los buitres.
Sin perder más tiempo, trató de curar a la fiera leona, apartando cuidadosamente a su cría, más muy a su pesar, había llegado demasiado tarde. Cerrando los ojos del gran ejemplar con sus dedos, hizo un gesto en forma de cruz con sus manos mientras musitó una oración. Después se viró hacia la cría y, tratando de no provocar el rechazo de esta, la agarró con suavidad, tratando de transmitir el consuelo necesario ante tan amargo trance.
Más de una década ha pasado y la historia no varía un ápice cada vez que un joven templario le pregunta al Gran Maestre como conoció a su brava Leona de Batalla, Thairanur trata de reproducir vivamente su relato, evitando mostrar la pesadumbre ya curada por los años que le produjo no ser capaz de salvar a su madre, pero sintiéndose orgulloso de haberle dado una buena vida a su progenie.
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