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    • Alembert
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      El encuentro no transcurría como él había previsto, de hecho, todo había ido torciéndose desde que había dejado el hostal aquella mañana y esperaba que no siguiese la tendencia por su propio bien e integridad.Había reunido unos pequeños trabajos de traducción, cuadernos y notas de su puño y letra y planeaba pedir algún libro prestado a la biblioteca de Takome, antes de encontrarse con que, pese a tener unas excelentes relaciones con las autoridades y amistad con el monje bibliotecario, sus servicios estaban reservados a los ciudadanos de la ciudad. Tras una frugal comida en un reservado de cierta casa de comidas compartida con un contacto de cierta organización de emprendedores mercantiles, o al menos así es como se dan a conocer, había resuelto los últimos cabos sueltos, aunque a un alto precio. Un paseo largo por las calles de la ciudad lo había calmado, llevándolo a la reflexión sobre los acontecimientos y las motivaciones que habían dirigido sus pasos hasta hoy.
      Nadie excepto él mismo podía explicar el porqué hacía todo aquello, cómo un fortuito encuentro en una oscura calle, en una noche singularmente sobria lo había galvanizado, motivado y catapultado con un nuevo objetivo. Y sin embargo este era un “leitmotiv” ya conocido para él, algo recurrente que lo acompañaba en sus andanzas de bardo y más aun, una deuda contraída con alguien a quien había fallado. Extraño es para bardos y bribones en general tener rasgos no egoístas, o al menos cuenta el saber popular. Con Alembert falla éste dicho, aunque no atinaba por poco ni era la única excepción.
      Y así la reflexión lo condujo casi sin darse cuenta hacia los arrabales, al atardecer, cuando las gentes honestas empiezan a recogerse, las sombras se alargan y los ardides que cobijan toman forma. Tras una muda rápida a un atuendo más cómodo y concertar el alquiler de un caballo para un viaje nocturno se dirigió al lugar señalado por su contacto. Había sido puntual pero el agente con el que debía reunirse no apareció hasta un rato largo después de la hora asignada y le pidió que lo acompañase a una calle adyacente. Esto hizo que se pusiera alerta y se desabrochase un par de botones la chaqueta mientras caminaba y examinase sus opciones. No era la práctica habitual en este tipo de encargos especiales ni había motivos para ello, empezando por la falta de puntualidad. Las entregas especiales pago en mano no eran especialmente peligrosas por aquí y las organizaciones de este calibre no permiten faltas de respeto ni hacia sí mismas ni hacia aquellos con los que se relacionaba.
      Suficientes indicios para un incidente violento, una emboscada, y a juzgar por la torpeza con la que se manejaba el contacto, de unos meros aficionados. La gente que realmente querría verlo muerto no se molestaría con torpes intentos como estos, preferirían la satisfacción de hacerlo personalmente y saborear los ojos de su víctima al reconocerse en ellos.
      Alembert hizo un repaso mental a sus pertrechos. Estaba limitado en cuanto no iba con su equipación habitual y por mala decisión, cargado con la carpeta a la que iba añadir los documentos que buscaba. Un juego de cuchillos repartidos entre la chaqueta y el sombrero, unos hechizos memorizados, una ocarina camuflada como un estuche de pergaminos al hombro y su veteranía; como escuchó en el mercado esa tarde “para una buena cesta se necesitan buenos mimbres” y éstos eran los que tenía para trabajar.
      Siguió al agente dejando unos pasos de distancia hasta un callejón oscuro y de forma previsible percibió varios sujetos entre las sombras. El entorno le era familiar, conocido de varias aventuras, muchas de ellas en su juventud y le dio confianza para afrontar lo que parecía ser un robo poco planificado. El contacto se detuvo y se giró con una sonrisa burlona, mientras las sombras de agitaban.
      – Cambio de planes, mi señor. Es tiempo de aligerar vuestra bolsa… – Dijo el supuesto agente, extendiendo una mano y frotando los dedos groseramente en el sabido signo de contar monedas.
      “Infravisión vendría de perlas…” pensaba. Contó tres, incluyendo al señuelo, pero no descartaba más ocultos, seguramente uno o dos cerrando la salida por donde habían entrado. Pero se percató de que centrado como estaba en el enfrentamiento no había leído la situación por entero. Era un robo, sí, pero ¿aquí y a él?
      – ¿No sabéis quién soy, verdad?¿Ni en el territorio de quién os habéis metido, cierto?- Se llevó las manos al gorro simulando rascarse la cabeza mientras sujetaba el mismo para recoger un cuchillo.
      Una ligera duda apareció en el grupo: el movimiento se detuvo y pequeños ademanes, signos de que alguien estaba girando la cabeza haciendo pequeños gestos.
      – !Nada de preguntas! !vamos, el dinero!
      – Sí… el dinero… – una segunda voz, más grave y profunda irrumpió en escena, marcando su presencia con el sonido metálico de una bota maltratando el suelo empedrado.
      “De mal en peor, un tipo grande en armadura pesada y por lo poco que veo un arma de asta”
      En una pelea en la que no hay golpes, en el preludio del combate como dicen los entendidos de la pluma, la proyección de poder es importante. Puede venir de quienes componen las fuerzas, del número de combatientes, del aspecto de éstos y del equipamiento que luzcan. A veces la sola proyección de poder basta para decidir el combate y detener el enfrentamiento, y en otras lo agrava por la desesperación. Y aquí entran los juegos de mente, triquiñuelas, engaños, tácticas…
      En apariencia era un noble de rango bajo siendo atracado por una chusma de cuidado. No conocían o no les importaban las jerarquías ni las relaciones existentes aquí. También ignoraban las consecuencias de hacer lo que hacían y a quién y esto lo enojaba.
      Alembert estaba considerando rendirse en este momento, aunque era mucho dinero lo que llevaba encima y odiaba recompensar un engaño tan estúpido, hecho con unos preparativos tan tibios. Contaba con poder escabullirse lanzando sus cuchillos y lanzando algún hechizo, con permiso de posibles tiradores agazapados. La presencia de alguien con armadura pesada cambiaba la dinámica de la situación, no podía enfrentarse a este nuevo elemento en distancias cortas con alguna garantía. Los hechizos necesitan tiempo y son pocos los que desencadenados rápidamente a gran escala podrían darle ventaja aquí y ninguno estaba a su alcance. Las armas cortas eran ideales con poco espacio pero le daban ventaja al diestro y veloz, cuestión de suerte ahora mismo. Las de proyectiles, desde una posición emboscada podían decidir la contienda y dar caza a posibles fugitivos, penosa para defenderse contra varios oponentes y Alembert no contaba con ninguna entre sus pertenencias. Las armas grandes dominan la batalla pero se atascan en espacios muy pequeños, pero no era el caso y podían contrarrestar muchos de los trucos que la magia ilusionista brindaba a los bardos.
      Alguien con menos paciencia dio un paso y salió entre las sombras iniciando una carrera, precipitando los acontecimientos. Ya no había tiempo para estrategia, empujaba el instinto y la memoria muscular. En su mente la conciencia clara, táctica, observadora, narraba como alguien distante.
      “!Empieza el baile!”
      “Primero éste, cuchillo, desequilíbralo, recíbelo, empújalo hacia los otros, siguiente golpe”
      Su mente seguía observando mientra su cuerpo se movía, lanzando un cuchillo al hombro del nuevo contrincante, recibiéndolo con una pierna entre las suyas perdiendo apoyo y poniéndolo en posición ideal para ser usado como estorbo.
      “Ahora cuchillo al bocazas, mientras el impaciente me cubre del pequeñito, saca la flauta que toca concerto”
      El supuesto agente gritó al recibir un cuchillo en el pecho, frenó y se agachó, mientras que el tipo con armadura, ahora expuesto a la luz de Arlan y menos impresionante que antes, apartaba malhumorado de un golpe a su compañero de crimen y enarboló su alabarda dispuesto a terminar con este impertinente.
      El sonido de la ocarina retumbó en el aire claro de la noche y se impuso al resto de sonidos de la urbe, con una nota larga, como un cuerno invocando ejércitos, seguida de varias cortas.
      Otro grito resonó en el callejón cuando la alabarda falló el golpe por poco, precisamente cuando una fuerza mágica arrebató al portador, lo propulsó a la altura del primer piso de un edificio colindante y se quedó mirando estúpidamente a un sorprendido vecino que se asomaba con un interrogante en el rostro, para luego precipitarse a través de una etérea ventana formada enfrente de la primera. La escena parecía un espectáculo circense, pero no se esperaban aplausos esta vez.
      “No hay disparos, !bien! .Momento de hacer un mutis y confrontar al tapón de la trampa”
      Y entonces un dolor inmenso proveniente de la parte posterior de su cabeza inundó todo su cuerpo en un instante, seguido de oscuridad y olvido.
      Había voces, apuradas al principio, con alarma y zozobra, preocupación y luego calma. Durante largo tiempo estuvo como flotando incorpóreo, sin ser consciente de nada, hasta que progresivamente las sensaciones se fueron acumulando, llegándole lentamente, haciéndose más concretas. Eso al menos quería decir que estaba vivo… o algo parecido. Algo húmedo se posó sobre su frente y con ello nueva información: la cabeza estaba vendada. Los párpados le pesaban como pocas veces en su vida y obedecían a regañadientes.
      Estaba en una habitación que le resultaba familiar, en una cama y con una mujer sentada en ella que le tocaba la cabeza. Se la quedó mirando con aire ausente y estúpido, hasta que la mujer se dio cuenta y le dijo:
      – La próxima vez que hagas algo así te mataré yo misma.
      Las piezas encajaron y sonrió mientras se relajaba. Estaba de vuelta en la posada y ahora le esperaba una bronca monumental…
      – No le veo la gracia; cuando te trajeron los guardias pensábamos que habías muerto…
      Le costó horrores pero acercó torpemente una mano hacia ella, que recogió y apretó.
      – Haces que quiera odiarte. Sería todo mucho más fácil.
      Intentó hablar pero no las palabras aun no podían salir y un dedo selló sus labios.
      – Ahora chiton, duerme y no pienses que hemos terminado.
      Pasaron al menos dos días hasta que con algo de trabajo pudo vestirse y caminar por sí mismo. Revisó las pertenencias recuperadas y le dolió tanto o más que la cabeza: las notas sucias, desgarradas y casi todo perdido. Recibió esa misma noche una visita inusual en forma de forma sombría que se sentó en el borde de la ventana. No dijo nombre pero sí a quien servía y dio todo tipo de explicaciones. Al parecer había habido una conmoción en la jerarquía de los bajos fondos takomitas y grupos nuevos habían intentado infiltrarse en el vacío de poder resultante. Dejó una bolsa y comentó que “todo había sido resuelto como era debido”, lo que en equivalía a decir que más les hubiera valido a los atracadores haber desparecido o muerto en la trifulca. La bolsa contenía la cantidad en monedas robada
      Al tercer día el clérigo que fue a examinarlo le felicitó por una pronta recuperación y le recomendó que diese paseos por bosques o por la costa, ignorando las miradas furibundas de cierta joven y cierta viuda.
      Aprovechando la recomendación y pidiendo mil perdones a sus cuidadoras, se dirigió a Aldara a contemplar y meditar. Siempre le había gustado el murmullo de las olas y las hojas del bosque, la música de la naturaleza y ahora necesitaba perderse en ella. Su mente empezó a divagar y volvió inevitablemente a su nueva alumna, y al material de clase ahora arruinado. Suspiró, se relajó contra el parapeto del fuerte, cerca del famoso elevador. Una potente llamada lo sobresaltó
      “Menudos pulmones” pensó y se asomó por curiosidad a ver quien era este “aliento de dragón”.
      La escena en el muelle lo llenó a medias de sorpresa y preocupación al principio, pero ésta ultima desapareció al reconocer quién y qué estaba allí. Con una sonrisa se fue hacia el elevador y esperó turno.
      “En verdad, la vida tiene una curiosa manera de hacer que todo tenga sentido”

      • Este debate fue modificado hace 4 years, 3 months por Alembert.
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