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Con la caída de la tercera sangre se dió por iniciado el impío ritual. El sacerdote recogió los tres corazones humanos y los troceó diestramente con un afilado escalpelo. mientras los mezclaba con ceniza y aceite de almendra. Colocó la untuosa mixtura en la olla mientras, metódicamente, sus labios recitaban una a una las plegarias que Seldar había inspirado hacía siglos ya. El fuego ardía lento debajo pero su oscuro origen tenía el contenedor al rojo vivo. la cocción resultó un tinte jabonoso que rápidamente realizaba espuma al ser frotado. Tras comprobar el punto de saponificación el sacerdote apretó los dientes y metió la mano en la suave pero candente mezcla. Sudores fríos llenaron su frente empapando el suntuoso tocado ceremonial que lucía pero ni un sólo gemido de queja brotó de sus labios. Juntó la mezcla extraída con ambas manos para hacer salir la espuma y con un gesto indicó a sus asistentes que abrieran las puertas de la Catedral. La luz inundó el templo cegando momentáneamente al sacerdote y se preparó para la que sería una larga jornada de sacramentos.
Uno a uno los ilusionados padres, con reverencia y temor, pero ilusión y devoción, entraban en la Catedral de Seldar, el mayor templo al verdadero Dios del Eirea. El sacerdote bañaba a los bebés que traían primorosamente ataviados con el tradicional vestido de llamas para agradar a la deidad y al propio sacerdote. La jornada transcurría con normalidad y uno a uno, los nacidos en el último año eran sacramentados a Su Divina Voluntad mediante el afeitado de su cuerpo con la jabonosa mezcla que había cocinado a partir de corazones humanos, ceniza y aceite de almendras. Este acto cumplía un doble propósito, vincular de forma sagrada los recién llegados a la vida con Seldar, sometiendo su voluntad desde su primer año de vida y otro mucho más práctico: la entrenada vista del sacerdote permitía identificar cualquier defecto o enfermedad en el bebé durante el afeitado. Cuando el sacerdote identificaba un bebé enfermizo o débil, siguiendo Su Divina Voluntad raspaba imperceptiblemente el borde de la olla, untado con un poderoso veneno, y marcaba al bebe con el cuchillo tras la oreja. En pocas horas estaría muerto sin sufrimiento alguno cumpliendo con el mandamiento de Seldar de perseguir y eliminar la debilidad en el Imperio. Si Seldar consideraba que debía sobrevivir, él mismo lo salvaría del veneno, aunque pocas veces lo hacía. Si el bebé era sano repetía la marca pero sin envenenar la hoja. De tal forma que aquellos que carecieran de marca, pasado su primer año, se les consideraba herejes, siendo perseguidos hasta darles muerte, tanto ellos mismos como sus padres por eludir su obligación.
El día resultaba largo, la hambruna provocada por la guerra y la peste había sido dura para los campesinos del Imperio. Muchos bebés estarían mal vistos por Seldar y pronto pasarían a la otra vida. El sacerdote metódicamente examinaba cada cuerpo con decepción. Hasta los bebes de familias nobles y adineradas revelaban el fraude de la economía familiar presentándose famélicos y débiles hasta que llegó él. Se le oía berrear con pasión desde lejos, llamando al atención entre los débiles lamentos que contagiaba al resto de neonatos. Su cabello color zanahoria era sorprendentemente denso y su tamaño era mayor que el resto con diferencia. Parecía que alguien intentaba hacer pasar un bebé de más de un año por uno reciente y nada entusiasmaba más al sádico sacerdote que se relamía pensando que el castigo ejemplar que venía a continuación animaría la tediosa jornada.
Los padres traían al bebé con un bien disimulado orgullo lo que aumentó aún más el ansia por redimir su culpa del sacerdote, pusieron el bebé en sus brazos con una gran sonrisa aunque no tan grande como cruel era la del clérigo.
– ¿Qué traéis? – preguntó con dureza – ¿Cuándo nació éste bebé? – no pensaba andarse con rodeos
– Hace ocho días gran sacerdote – contestaron al unísono lo padres
El sacerdote quedó estupefacto, aquellos idiotas pretendían hacer pasar por un bebé de menos de un mes a una criatura de mas de 12 meses.
– Me tomáis por estúpido ¿verdad? – replicó – esta criatura tiene al menos un año, queréis evitar vuestro castigo pasando este año un niño más crecido y fuerte, ¡es una herejía!
Los ojos del sacerdote se iban encendiendo de ira así como se elevaba su tono de voz. Sonrisas mal disimuladas aparecían en los padres detrás de ellos, un sacerdote desfogado hacía a Seldar más laxo en su prueba. Los padres del gigantón dieron un paso atrás atemorizados por la reacción del sacerdote temiendo por su bebé y su propia vida. La madre de la criatura estiró los brazos intentando recuperarla. Momento que el sacerdote aprovecho para tomarla por el brazo y se giró hacia la multitud que se relamía ansiosa al ver que el espectáculo comenzaba.
– ¡Ciudadanos! – les gritó con su mejor voz, la que usaba para los escarnios públicos – ¡Tenemos aquí a una mujer que pretende hacer pasar esta criatura por un bebé neonato! ¡Intenta engañar al Divino Seldar!
– ¡NOOOOOOOOO! – gritó ella sabiendo que eso significaba la muerte de todos los participantes en el engaño . ¡Nació hace sólo 8 días!
– ¡Mientes! – le espetó – ¡De ser así tu no te tendrías en pie! ¡Estaría tu cuerpo mutilado de muerte por parir tal criatura! – y dejando al bebe en el altar ceremonial usó el puñal ceremonial con el que marcaba a los bebes para rajar las vestiduras de la mujer dejándola al desnudo y se giró hacia la multitud mientras le arrebataba los legajos de ropa. Las mujeres se taparon los ojos, los hombres quedaron boquiabiertos y gritos de angustia y sorpresa se oyeron entre la muchedumbre.
El sacerdote, que esperaba gritos y abucheos se giró hacia la mujer desnuda siguiendo las miradas de todos los asistentes. El cuerpo, salido de una pesadilla, estaba deforme con una gran barriga colgando flácida. La vulva estaba abierta en canal y torpemente los sanadores habían intentado remendarla pero el cuerpo estaba destrozado. A la mujer seguramente le quedaban pocos día de vida, quizá horas, pero había hecho el sacrificio de dar vida a semejante criatura y ahora estaba allí, increíblemente en pie, para el sagrado ritual, una heroína de Seldar, así lo entendieron todos. Todos, menos el sacerdote. Que esgrimiendo el puñal como un dedo acusador le señalaba, ya histérico y perdiendo la serenidad por completo.
– ¡Mientes! – le gritó – ¡Mientes! ¡Eso es … por otro bebé! – dijo intentando buscar una explicación. – ¡Has tenido otro bebé e intentas hacer pasar a este como el anterior! ¡Es un engaño doble!
Entre la multitud pocos creyeron la improvisada explicación y murmuraban entre ellos.
– ¡Esa … – prosiguió el sacerdote – … es una mentira que no debe quedar impune!
Con gesto decidido avanzó hacia el retoño que se mantenía sereno en el altar y alzó el puñal sobre su cabeza descargándolo con furia directo al corazón. En ese momento, una explosión llameante repelió al sacerdote que cayó de bruces chamuscado. El fuego había brotado de la nada, desde el bebé, quizá o.. desde el altar… Conforme la idea se extendía entre la multitud se arrodillaron llenos de devoción al presenciar el milagro. El sacerdote, que procesaba la información no daba crédito. El altar era SU altar, lo conocía a la perfección y sabía que no había ningún intrincado mecanismo capaz de hacer tal cosa y el fuego que le había quemado… de alguna forma… el sacerdote había podido identificar el origen divino del mismo. Seldar había protegido a la criatura que él, torpemente, había estado a punto de matar incapaz de ver la verdad cegado por su propia ira. Se arrodilló ante el altar que volvía a estar frío y dio su bendición a la criatura fervorosamente intentando repararse. El día termino rápido a partir de entonces y al finalizar se reunió con los padres. Convocó a los mejores demonistas, famosos por tener unas habilidades curativas por encima de la media, y sanaron a la madre y se reunió con ellos presentando el caso ante la Inquisición que reconoció la excepcionalidad del caso.
El bebé del milagro, como fue conocido durante meses, fue bautizado como Yathtallar y el propio emperador se interesó por él, según se rumoreó en la corte. Lo que sí sucedió es que recibió soporte económico del Imperio para que fuera formado de la mejor forma posible. Cuando alcanzó los 6 años ya demostró potencial para controlar la energía arcana violentamente con un incendio que, para sorpresa de sus padres no provocó el enfado de las autoridad sino que se duplicó la cuantía. Su prometedora carrera se inició pronto en la escuela arcana de la evocación desarrollando con presteza sus habilidades y a la edad de 16 años ya formaba parte de las fuerzas Imperiales. Su desarrollo había sido comedido pero aún así se había convertido en un imponente joven de aguda inteligencia y sano aspecto. Dispuesto a derrotar a los enemigo de Seldar bajo la tutela del Imperio.
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La frase que en el 97 leí en la pantalla de Galmeijan y me abocó a este oscuro mundo:
Orco te golpea con su cimitarra.
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