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Capítulo I: Los inicios
Con el fiero rugir de los tambores de la fortaleza, las puertas de Golthur Orod se abrieron de par en par para que un grupo de orcos saliera con paso firme y seguro en dirección a las tierras de Ancarak. Estos marcharían exclamando los temidos bramidos de guerra que los caracterizaba cuando eran enviados en este tipo de excursiones.
Desde los altos mandos de la horda negra se había enviado la orden de capturar y traer un grupo de kobolds para atender a las necesidades sexuales del comandante de la fortaleza, el temido Glorbaugh, quien recientemente había decapitado a dos de sus hembras que utilizaba para satisfacer sus oscuros deseos que no discriminaban color, sexo o raza.
-¡Waaagh!, ¡Avancen ezcoriaz! Exclamó el maestro de esclavos orco mientras apuraba a punta de lanza a un grupo de unos quince kobolds que caminaban encadenados en dirección a la fortaleza negra.
Entre el grupo de capturados se encontraba una kobold llamada Ruashna, quien poseía un retraso mental causado por una fuerte caída cuando apenas tenía un día de haber nacido debido a un descuido de su madre. Ruashna solía ser víctima de burlas y abusos, siendo frecuentemente violada y golpeada por sus congéneres quienes no sentían ni un ápice de respeto por ella. Maltrecha, sucia y maloliente, la perra seguía viva por azares del destino.
Una vez llegados a las estancias del comandante Glorbaugh, los maestros esclavistas situaron en una fila a las hembras kobold para así estas ser examinadas una por una por el gigantesco orco. Ruashna, quien debido a su retraso no comprendía su precaria situación, escupió al comandante un asqueroso y amarillo gargajo que acertó impecablemente en su rostro.
-¡Grooooaargh! Zuzia perra, como me vuelvaz a ezcupir una vez máz… Diría Glorbaugh lamiendo la pegajosa saliva kobold que descendía por su rostro.
La kobold comenzaría a preparar otro escupitajo cuando uno de los guardias del comandante dio un paso adelante empuñando una larga lanza de color negro. Este atravesó el cuello de la perra con su arma, la cual vio rápidamente su vida desvanecerse frente a sus ojos mientras caía al suelo ahogándose con su propia sangre.
Un furioso Glorbaugh se voltearía en dirección al guardia, sujetando su cabeza con tan solo una mano, logrando alzarlo aproximadamente a más de dos metros de altura.
-¡Maldito orco! ¡Eza perra eztaba zabroza y ahora has acabado con mi diversión! Exclamó un enfurecido Glorbaugh mientras reventaba la cabeza del guardia exprimiendo su cráneo como si de un limón se tratase. El comandante arrojaría el cuerpo en la pila de cadáveres que yacía a un lado de la estancia.
Glorbaugh procedería a violar y asesinar al resto de esclavos en lo que era para el una rutinaria jornada de anarquismo, sin sospechar que dentro del útero del desvanecido cuerpo de una preñada Ruashna se gestaba una camada de crías que, si el destino lo permitiría, estarían prontas a abandonar el cuerpo de su fallecida madre.
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Capítulo II: Instinto
Un pequeño demonio se gestaba dentro de aquel cuerpo sin vida. A pesar de que la camada constaba de aproximadamente una media docena de crías kobold, solo una vería la luz fuera del útero de su madre.
La pequeña kobold emergería completamente ensangrentada ya que luego de la muerte de su progenitora habría asesinado y devorado a sus hermanos dentro del vientre de su madre para alimentarse en un acto de puro instinto salvaje.
En el gigantesco foso en el cual el cuerpo de la madre kobold había sido arrojado había una incontable cantidad de cuerpos en distintos estados de descomposición. Este se encontraba a uno de los costados del bosque baldío para evitar que los animales salvajes se acercaran a la fortaleza.
La pequeña se abriría paso entre los putrefactos restos de los desafortunados, que serían consumidos por los gusanos con el paso del tiempo, siguiendo los pequeños trazos de luz que se filtraban entre los cuerpos.
Dos días y tres noches pasó la pequeña aprendiendo a dar sus primeros pasos entre los cientos de cadáveres que la rodeaban, alimentándose puramente de la carroña descompuesta que encontraba bajo sus pies con los ya afilados colmillos que poseía a su corta edad.
Cuando el sol se escondía, el ruido que producían las bestias del bosque hicieron sentir a la pequeña cría mucho más serena, la cual instintivamente emitió sus primeros aullidos en dirección a la luna que se asomaba por la abertura superior del foso interrumpiendo el oscuridad de la noche.
Uno de estos aullidos alertaría a Kruf, un anciano cazador kobold que se encontraba durmiendo bajo un tronco en uno de los senderos colindantes a los fosos de cuerpos que utilizaban los miembros de la horda negra.
Sorprendentemente, con sus más de ciento cincuenta años, este descendería al foso con un ágil salto cogiendo a la pequeña entre sus brazos mientras trataba de ignorar el repugnante olor a su alrededor.
-Wof, vaya vaya, lo que tenemos aquí. Pensó un sorprendido Kruf observando a la pequeña criatura.
El veterano cazador lamió los ojos de la kobold limpiando las secreciones que ayudaron a la pequeña a abrir sus ojos por primera vez. Su mirada brillaba con una inocente curiosidad mientras admiraba las estrellas que titilaban radiantes en el cielo. A pesar de la cruel forma en la cual habían transcurrido sus primeros días, la pequeña lograría sobrevivir aferrándose únicamente a su animal instinto de supervivencia.
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Capítulo 3: El cazador
Kruf era un kobold de avanzada edad y pequeña estatura cuya característica mas resaltante era un negro pelaje que lo hacia parecerse mas a un huargo que a uno de su raza. Sus ojos eran de un color amarillento y de un tamaño fuera de lo normal al igual que sus orejas, las cuales puntiagudas y roídas captaban hasta el más mínimo sonido a su alrededor.
En su juventud fue reconocido como uno de los cazadores más hábiles de Ancarak, lo que lo llevó a escalar alto en los puestos de la infame horda negra, siendo consejero directo de los diferentes caudillos que lideraron la agrupación durante la cuarta edad. Sus exquisitas técnicas de rastreo y olfateo solo se comparaban a la maestría con la cual manejaba su arma favorita, la espada bastarda.
A pesar de que sus articulaciones sufrían con las bajas temperaturas y su postura cada vez lucía más encorvada, las cientos de cabezas que rodaron a sus pies tras sus letales ataques forjaron la leyenda que el anciano era hoy en día. De personalidad huraña y mezquina, de vez en cuando recibía la visita de jóvenes kobolds los cuales alucinaban con las grandes historias que Kruf les contaba sobre sus grandes aventuras de antaño.
Pocos sabían en realidad la verdadera edad del anciano cazador. Incluso viejos kobold de Ancarak como Funzh el herrero y Shizay el tabernero recuerdan a un adulto Kruf cuando ellos eran tan solo unos niños. Algunas historias incluso sitúan al cazador jugando un rol fundamental en la destrucción del cubo negro junto al entonces señor de la caverna Zirskit U’zuhl, casi perdiendo su vida protegiendo la ánfora de los hierofantes.
El secreto mejor guardado de Kruf era su conocimiento de que aún existían miembros de los Urja con vida. Como la prácticamente extinta tribu ya no era una amenaza para la colonia kobold, el cazador guardaría el secreto bajo siete llaves, llegando incluso a desarrollar una especie de amistad con Hurfkit, el último chamán de los Urja, a quien visitaba periódicamente para conversar sobre olvidadas glorias del pasado.
En una de estos encuentros, el anciano chamán Urja le comentaría a Kruf sobre la existencia del sable de los profanadores, una poderosa arma de tiempos pasados que llevaba más de una era en el olvido. Hurfkit, quien solía hacer viajes astrales para comunicarse con sus ancestros, le aseguró al cazador haber visto el sable en manos de Razzle el corta cabezas, uno de los muchos avatares que rondaba en el plano del abismo.
Hurfkit propondría al cazador una alianza para recuperar aquel poderoso sable, pero para llevar a cabo un viaje astral de tal magnitud se necesitaría la sangre y los ojos de tres niños kobold provenientes de tres tribus de diferente linaje quienes serían entregados en sacrificio al señor del abismo.
Aquella conversación pasaría al olvido por los siguientes veinte años hasta el día en el que Kruf, luego de rastrear por más de diez horas a un grupo de humanos que montaba un campamento en el bosque baldío, escuchó el débil aullido de una pequeña cría kobold proveniente desde el interior de uno de los fosos de cuerpos que usaba la horda negra para desechar los cadáveres de sus enemigos.
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Capítulo IV: El esclavo
Los inviernos en los apartados bosques del norte de Golthur-orod solían ser fríos y desolados, pero este en particular había traído cantidades de nieve que no se habían visto en décadas. El manto de hielo que caía del cielo teñía de blanco los suelos y árboles del bosque baldío brindando una falsa sensación de paz y tranquilidad a tierras plagadas de muerte y maldad.
La zona estaba poblada de animales salvajes, ogros gigantes y muertos vivientes que acechaban a los incautos que osaban deambular por el territorio, sin embargo, el frío clima y las feroces bestias no significaban problema alguno para un talentoso y veterano cazador del nivel de Kruf.
El viejo kobold sabía ocultar sus rastros, crear refugios y conseguir comida hasta en la más inhóspita de las situaciones. Gracias a Kruf la pequeña cría kobold, que ya llevaba tres años con el cazador, sobreviviría bien alimentada y guarnecida a las inclemencias del bosque baldío.
-Sugha será tu nombre cachorra. Dijo Kruf a la kobold mientras alimentaba la fogata con los pesados troncos de madera seca que Zoxbo, su joven esclavo personal, había logrado reunir desde los alrededores del campamento.
El esclavo Zoxbo era un enorme niño kobold de aproximadamente quince años de edad que superaba en tamaño y fuerza al promedio de los de su raza. Su dueño, un conocido y adinerado maestro de esclavos de Ancarak, recomendó personalmente al joven cuando Kruf acudió al mercado en busca de un ayudante para simples tareas mundanas como cortar leña y hacer guardia.
-¡Woof, woof Esclavo! Cuando acabes con el fuego necesito que revises los cepos y las trampas de flechas que colocamos en el perímetro del campamento. Dijo Kruf a Zoxbo.
-También necesito que cuides de Sugha mientras me ocupo de un asunto. Añadió el cazador desapareciendo en la espesura del bosque con ágiles y ligeras zancadas que apenas dejaban huellas en la nieve.
El obediente Zoxbo, debido a su fuerza y tamaño, había sido especialmente entrenado por su maestro de esclavos para ayudar a los aventureros que pagaban considerables sumas de dinero para contar con los servicios que, a su corta edad, ya eran frecuentemente requeridos.
-CLANK! Sonó uno de los cepos que estaba colocado a un costado del campamento. Un doloroso aullido, parecido al de un lobo, interrumpiría el silencio de la noche mientras que Zoxbo cogía ágilmente su lanza de madera. Este ocultaría a la pequeña Sugha a un lado de un tronco con unas pocas ramas que encontró a su alrededor.
Una manada de lobos que había rodeado el campamento desde dirección contraria al cepo observaría, desde la espesura del bosque, como el joven esclavo abandonaba el campamento dejando a la pequeña cría sola a un lado de la fogata. El macho alfa de la manada, aprovechando el momento de descuido, alzó a la kobold entre sus dientes para rápidamente desaparecer con ella en la oscuridad de la noche.
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