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      Aesiria se abre paso entre las ciénagas de Zulk cual caimán acechando a su presa. Con la vista a escasos centímetros de la superficie del lodo, con movimientos lentos gatea y avanza con mirada felina. En ocasiones se detiene. Luego muy lentamente avanza cual gato a punto de abalanzarse sobre su presa. Su máscara, cubierta de fango y restos de algas, oculta un rostro impasible, hecho piedra.

      Poco a poco se hunde en una parte honda de la ciénaga y desaparece. Pequeñas burbujas y círculos concéntricos se expanden desde su posición. Las ondas se expanden como culebras visibles buscando una nueva vida en la orilla.

      Allí, un mago orgo permanece atrapado por el pesado y denso lodo de la zona. Sus pesados y torpes movimientos no parecen ser suficientes para librarse de tan molesto compañero. Se sacude, avanza apenas unos pasos… y nuevamente un paso en falso hace que se hunda hasta más arriba de sus rodillas, dificultando de nuevo su caminar.

      No parece percibir el peligro. Inocente, cual albatros bebe en la orilla sin pensar jamás que unas mandíbulas depredadoras finalizarían su vida en ese mismo instante de no haber tenido los suficientes reflejos o simplemente el instinto de huir de allí. Pero así es la naturaleza, cruel consigo misma. Del mismo modo que la tierra lucha contra el mar, una incesante batalla constante tiene lugar en el corazón de la selva, sabana o ciénaga más profunda.

      El orgo avanza hasta un pequeño estante e introduce allí sus pies para limpiar todo el lodo acumulado. No ha percibido las pequeñas olas que ahora sí, impactan y se rompen frágiles contra los pies del mago.

      Ajeno a todo peligro, se sacude y se limpia el rostro.

      Antes de que las pequeñas gotas de agua acaben de recorrer su cara y su visión se vuelva nítida, una sombra salta cual caimán enfurecido delante de él. Su visión borrosa apenas le permite ver una figura humanoide abalanzarse y clavarle dos puñales en su espalda, para luego balancearse hacia un lado y arrastrar ambos cuerpos de nuevo hacia lo más profundo del lago.

      Una bandada de pájaros ha alzado el vuelo ante tal situación y pocos segundos después… la calma vuelve a aquel lugar. Una mancha rojiza se hace visible en la orilla del lago y se expande como la plaga de Seldar en un poblado virgen. Luego una sombra se observa en el fondo y conforme asciende, se percibe la figura de mago ahora sí, flotando boca abajo y arrastrada por pequeñas corrientes de aire hasta que golpea suavemente en la orilla. Y golpea otra vez, y otra vez…

      No lo hizo por dinero, ni por tesoros. Lo hizo por rabia. O por simplemente el placer de cazar. O quizá por saber que se trataba de un adorador de Seldar. Fuera como fuera, estaba hecho.

      No se sabe si por asfixia o desangre. Aquel cadáver pasó a formar parte durante días del ciclo de la vida de aquel lugar. Poco a poco se descompuso, pero su hedor no fue notado al eclipsarse con los vapores pestilentes de la ciénaga.

      El sonio de los grillos, pequeños parásitos y el revolotear de las libélulas es lo único que se percibía junto aquel cadáver, ya en avanzado estado de descomposición. La fauna hizo su faena devolviendo aquella carne que nos es prestada a su origen.

      Aesiria regresó al Altar Oscuro. Se aseó con una toalla y se cambió su ropaje por algo más cómodo y seco. Rezó una oración a Khaol y sacrificó algunas pertenencias de valor de su ya víctima. Luego, se apoyó sobre aquel altar que, aunque conocido, nunca era visitado por nadie… y descansó. Cerró los ojos y apoyando su rostro sobre el altar, cual hijo apoya su cara sobre su madre esperando ser reconfortado, cerró los ojos y se durmió.

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