Inicio › Foros › Historias y gestas › Prins: historia de la Archimaga del Cónclave de Evocadores
-
AutorRespuestas
-
-
‘¡Empuja!’, gritó con fuerza la anciana.
¿Que empuje? ¡Llevo dos horas empujando y esto no sale!
Zhryn agarró la mano de su sudorosa esposa a la vez que le susurraba al oído: ‘Ánimo preciosa, pronto todo habrá acabado, empuja un poquito más’.
‘¡Ya me gustaría verte a ti empujando!’, exclamó la parturienta mientras dirigía una mirada a su marido que habría helado la sangre del más valiente.
‘¡Sácamelo, por Dios, sácamelo!’
La anciana se hundió entre las piernas de la mujer.
‘Estás dilatando, todo acabará pronto.’
La parturienta exhaló todo el aire de sus pulmones y cogió aire para empujar con todas sus fuerzas.
‘Lo tengo, lo tengo, bueno… la tengo’, se apresuró a decir la anciana mientras recogía a la recién nacida y se extendía el cordón umbilical.
‘La tienes…’, repitió el padre.
Una sonrisa apareció en el rostro de la parturienta mientras dejaba que las fuerzas le abandonasen sin oponer apenas resistencia y se sumió en un confortante sueño.
La anciana cortó el cordón umbilical, recogió la placenta que aún cubría a la recién nacida y la guardó en un tarro de cristal.
El padre abandonó la estancia, necesitaba aire fresco.
‘Una niña, una niña…, ¿qué hago yo con una niña?’.
Sacó una pequeña pipa de madera de uno de sus bolsillos y la cargó concienzudamente, prensando bien el tabaco, la encendió y dio una interminable calada, mientras concentró sus pensamientos.
Un grito lo sacó de sus pensamientos.
‘¡Ayuda, busca ayuda!’, exclamó la anciana.
El hombre dejó caer la pipa al suelo y corrió dentro de la casa.
Su mujer yacía en la cama, cubriendo su parte inferior la sábana estaba totalmente empapada en sangre.
La sangre había empapado también el colchón, y cuando se ejercía presión sobre él, goteaba hasta terminar en el suelo formando un denso charco bermellón.
El hombre palideció al ver tan horrorosa escena.
‘¡No te quedes ahí, busca ayuda!’
El hombre abandonó la estancia, no sabía a dónde ir, ¿quién habría despierto en Nimbor a estas horas?
Recorrió las calles de Nimbor, llamando a todas las puertas, pero nadie aparecía.
Giró la esquina de una calle y volvió a su punto de partida.
En la puerta de su casa estaba la anciana, sujetando a la recién nacida.
El hombro se detuvo y contempló a la anciana, sólo con ver el rostro de ésta supo que no había nada que hacer.
Aún así, se adentró en la casa, deseando con todas su fuerzas que siguiera viva, pero lo que encontró no era precisamente eso.
El cuerpo de su esposa yacía cubierto por una sábana blanca, ese juego de sábanas que tanto esfuerzo les había costado comprar a base de recolectar trigo en los trigales de Nimbor, ahora empapada en sangre.
Zhryn posó la mano sobre la frente de su esposa y sintió el calor que aún emanaba su cuerpo, se agachó sobre ella ya besó en la frente y, respirando profundamente,trató de recordar el olor que siempre había desprendido su esposa.
Zhryn se incorporó y se secó las lágrimas que resbalaban por su mejilla con la manga.
Abandonó la casa, necesitaba respirar, una sensación de ahogo le invadía.
La anciana lo vio salir de la casa y, acercándose a él, le apoyó la mano sobre el hombro.
‘Sujétala, seguro que te anima.’, dijo tendiéndole a la recién nacida.
Zhryn cogió a la recién nacida y, extendiendo sus brazos, la sostuvo frente a él mientras la observaba, le recordaba tanto a ella…, con sus diminutos ojos grises, su pequeña nariz, su pelo blanquecino…
‘Necesita alimentarse, busca alguna mujer que esté dándole el pecho a su hijo’, sugirió la anciana.
Zhryn asintió y se dirigió a la taberna, posiblemente allí encontraría alguna de las prostitutas que estuviera dando el pecho.
Abrió las puertas de la taberna, era curioso que no cerrara durante la noche, siempre había gente.
Observó la taberna, buscando alguna mujer, pero no tuvo suerte. Apenas un par de señores en avanzada edad y estado de embriaguez era lo único que había.
Se dirigió a la chimenea, se inclinó sobre la cesta que guardaba la leña y la vació, colocando a la niña dentro de la cesta.
Tomando la cesta por el asa la colocó sobre una mesa y se sentó.
‘Tabernero, una jarra de hidromiel’, ordenó Zhryn.
Una vez fue servido, cogió la jarra y la vació de un trago.
‘Tabernero, que no se vacíe esta jarra’, ordenó de nuevo dejando unas monedas sobre la mesa.
El tabernero asintió y fue trayendo una jarra tras otra conforme Zhryn las iba vaciando, hasta que comenzó a notar los devastadores efectos del alcohol.
‘Pada, no quiedo mash… ¡HIP!’
‘Anda, vaya a dormir a casa y cuide de su hija, menuda irresponsabilidad’, le contestó el tabernero.
Zhryn cogió la cesta y abandonó la taberna con pasos zigzagueantes.
Mi hija dice, mi hija.. yo quedía un hijo, UN HIJO!
Zhryn fue caminando sin rumbo fijo, apesadumbrado por la tristeza de la pérdida de su mujer y… decepcionado, esa era la palabra, llevaban tantos años intentándolo y no había conseguido un varón…
Salió de Takome pensativo, ensimismado y sin darse cuenta llegó al puente del Cuivinien.
Se detuvo encima del puente y escuchó cómo las fuertes corrientes del Cuivinien golpeaban las rocas bajo del puente.
Extendió sus brazos con la niña y, derramando una lágrima, dejó caer a la pequeña al vacío.
Un inmenso sentimiento de soledad lo invadió por completo, y salió corriendo hacia Takome donde trataría de borrar ese sentimiento de culpabilidad a fuerza de jarras de hidromiel.
Justo en ese momento, una hembra Troll se encontraba debajo del puente y agarró el bulto antes de que fuera arrastrado por las agua.
La Troll observó con curiosidad el bulto que acababa de recoger, con cuidado fue apartando la tela, hasta que dió con la niña.
Sobresaltada por el descubrimiento cayó de espaldas con la niña en sus brazos.
En ese mismo instante, la niña, alertada por el zarandeo, rompió a llorar.
La Troll, perpleja ante esta nueva situación soltó un gutual rugido que hizo temblar las paredes de la cueva donde se hallaban.
La niña comenzó a llorar más y más fuerte, poniendo a la Troll nerviosa.
La Troll supo en ese momento lo que tenía que hacer, lo había hecho tantas veces antes… pero nunca con una humana.
Se incorporó y y rebuscando entre la maraña de pelos de su pecho encontró un oscuro pezón y se le ofreció a la pequeña, que acercó sus diminutos labios y succionó con fuerza hasta que cayó dormida.
La Troll la envolvió con su peludo brazo y esbozó una sonrisa de felicidad, bastante inusual para ser Troll.
Se levantó con cuidado para no despertarla, y ejerció presión con su mano en un montículo de hojarasca, formando una especie de receptáculo y depositó suavemente a la niña en él.
Apoyó su peluda espalda contra la pared de la cueva y se deslizó hasta acabar sentada.
Observando la rítmica respiración de la pequeña cayó rendida en un feliz sueño.
Los rayos del Sol se internaron en la entrada de la cueva, llegando a alcanzar el montículo donde descansaba la pequeña, iluminándola como si se tratara de una aparición divina.
La Troll despertó al sentir los cálidos rayos en su pelaje, levantó la mirada, observó a la pequeña y sonrió de nuevo, al final se acostumbraría a esta nueva sensación.
Se levantó despacio y, gracias a sus mullidas plantas de los pies, se acercó a la pequeña con sigilo y la contempló, jamás había sentido esa sensación de plenitud, lo tenía todo en esta vida.
La acarició haciendo que despertara, y siguiendo sus instintos volvió a acercarle la peluda ubre.
La pequeña succionaba como si no hubiera mañana, mientras que la mujer Troll disfrutaba de ese extraño placer.
Al final, ésto se fue convirtiendo en una rutina, la mujer Troll daba de mamar a la pequeña, renovaba las hojas secas sobre la que dormía, la acariciaba hasta quedarse las dos dormidas.
El tiempo pasaba, y la pequeña fue creciendo. Llegó el momento en que apartaba la ubre peluda de la mujer Troll, quería otro tipo de comida.
La mujer Troll asumió este cambio con cierta decepción, ya que las crías Troll tenían un período de lactancia mayor.
Se acercó a la orilla del río y observó a través de sus cristalinas aguas, permaneciendo inmóvil.
Pasaron varios minutos y, de repente, hundió su brazo como si fuera un resorte y lo extrajo del agua con un pez enganchado en sus garras.
Con la otra mano, hundió el dedo en el vientre del pez y extrajo todas las tripas, que lanzó al río, mordió la cabeza y la tragó.
Se acerco donde estaba la niña mientras continuaba limpiando el pez, con su dedo índice lo dividió en dos mitades, y arañando la carne con su garra lo terminó de limpiar de espinas.
Le acercó una de las mitades a la pequeña, que la agarró con sus dos manos, mientras comenzaba a lamer el pescado y dar pequeños mordiscos.
Un sonoro eructo fue la señal que había quedado saciada.
La Troll sonrió, le gustaba esta faceta de la pequeña.
Poco a poco fueron pasando los días, bajo el puente del Cuivinien, los días se convirtieron en meses y los meses en años.
Sólo había una cosa que hacía enfadar a la mujer Troll, y eso era acercarse a una caja que escondía en el fondo de la cueva, a la mujer Troll no le hacía ninguna gracia que husmeara en ese arcón, algo escondía con recelo.
La pequeña le ayuda en sus emboscadas, su tamaño le permitía esconderse entre la maleza y avisar a la Troll de la presencia de comerciantes en el puente del río, que una vez alertada surgía de la nada para emboscarlos.
Con esto conseguían algo de comida diferente a los peces del Cuivinien y algunos extraños objetos que la Troll guardaba celosamente en su arcón.
Por la noche se acurrucaban juntas, dándose calor mutuo hasta que caían rendidas.
Pero una noche ocurrió algo distinto, la Troll se despertó súbitamente, escuchaba un ruido bajo del puente, alguien se aproximaba.
Levantó el brazo que envolvía a la niña y se levantó con sigilo, aproximándose a la entra de la cueva.
Fue en ese instante cuando lo observó, se trataba de un humano delgado, con una espesa barba pelirroja del mismo tono que su descuidada melena y unos ojos color esmeralda que miraban desafiante a la Troll.
La Troll flexionó sus rodillas y, cogiendo impulso, se abalanzó sobre el humano.
El humano esquivó la acometida de la bestia y, alzando sus manos al aire mientras murmuraba unas incomprensibles palabras, hizo aparecer un enorme cono de hielo que golpeó a la Troll en su costado, dejándola cubierta de esquirlas de hielo.
El humano volvió a pronunciar otras palabras y varios proyectiles aparecieron flotando a su alrededor, con un rápido movimiento de manos lanzó esos proyectiles sobre la Troll, que no pudo hacer más que exhalar su último aliento de vida.
Se aproximó sobre el cuerpo inerte de la bestia y le profirió un puntapié en las costillas, no hubo respuesta, la bestia había sucumbido a su poder.
Dejó el cuerpo de la bestia y se internó en la cueva, estaba tan cerca de su misión.
Sus ojos se iban acostumbrando a la ausencia de luz, ya comenzaba a vislumbrar siluetas de algunos objetos.
Por fin lo encontró, al final de la cueva le pareció distinguir la forma de un arcón, junto a un montón de hojarasca.
Se aproximó al arcón y palpó la cerradura, estaba oxidada pues la humedad de la cueva había hecho estragos sobre el metal de ésta.
Comenzó a manipularla con un daga.
- ¡Click!
La cerradura se abrió y empujó la tapa hacia arriba con la ayuda de sus manos.
Fue en ese momento cuando percibió que una sombra se movía a su derecha y se lanzó sobre él.
Sin poder remediarlo, perdió el equilibrio y cayó de espaldas al suelo, algo le estaba mordiendo la pantorrilla. Notaba como sus agudos dientes se internaban en el músculo de su pierna.
Trató de librarse de la criatura sacudiendo la pierna, pero era imposible, la criatura se sujetaba con fuerza a su pierna, lo había agarrado por el muslo y el tobillo.
Comenzó a apartar la criatura con sus manos, fue entonces cuando puso sus manos sobre la cabeza de la criatura, siguió bajando las manos, percibió un cuello y unos hombros… La criatura era humana.
- ¡Quita, déjame en paz!
Sujetó a la criatura por los hombros y la lanzó contra el arcón, golpeándose contra él y quedando inconsciente.
Se reincorporó mientras se palpaba la pantorrilla sangrando, y fue cuando observó a la criatura.
Se trataba de una humana de estatura media, con un cabello blanco aglutinado por la suciedad.
Se acercó a ella para observarla mejor y comprobó que respiraba, sólo estaba inconsciente.
La apartó con cuidado de su camino y abrió el arcón, justo lo que esperaba encontrar, un pergamino enrollado y una bolsa repleta de platinos.
Se guardó en su túnica el pergamino y escondió la bolsa de monedas entre sus ropajes, no quería perder esa cantidad de dinero en un asalto.
Volvió entonces hacia la joven y, moviéndola con cuidado, la cargó sobre sus hombros y abandonó la cueva, no quería que el alboroto causada atrajera a nadie.
Subió con dificultad la empinada pendiente hasta llegar al puente, siguió el camino hacia Takome y llegó a las puertas de la taberna.
La joven seguía inconsciente, el golpe contra el arcón había sido muy fuerte.
Jandem, que así era como se llamaba él, se acercó al abrevadero y la arrojó en él.
La joven se despertó sobresaltada, tomando una bocanada de aire profirió un estridente grito.
Jandem apoyó su mano sobre el hombro de ella tratando de calmarla, ‘Tranquila, te he salvado del Troll’.
La joven parecía no entender lo que decía el humano, pero el contacto físico y el tono de voz parecieron calmarla.
Se incorporó y salió del abrevadero, empapada, pero ya consciente.
Jandem le tendió su túnica y se dio la vuelta.
La joven, percibió el suave tacto de la túnica y la acercó a su cara para olerla, acto seguido dejó caer al suelo sus harapos mojados y se envolvió con la cálida túnica.
‘¿Cómo te llamas?’
‘Prrrr … prrr…. pri… Prins’, contestó la joven tartamudeando
‘¡Vaya, que nombre más original, Prins’, y dedicó una amplia sonrisa a la joven.
Jandem cogió la temblorosa mano de Prins y la guió hasta la Cruzada de Takome.
Gwalchavad reverenció a Jandem, pero se interpuso frente a Prins negándole la entrada.
‘No te preocupes Gwalchavad, viene conmigo, la he rescatado de las garras de un troll’, contestó Jandem.
Gwalchavad se apartó, dejando la entrada libre a la pareja.
Jandem condujo a Prins frente a un gran arcón, que almacenaba un sinfín de cachibaches, ropa de todas las tallas, algunas armas, bisutería e incluso pergaminos.
Se inclinó sobre el arcón y empezó a rebuscar, dejando en la habitación una montaña de ropa, al final encontró lo que buscaba.
Le tendió a Prins un montón de ropa doblada, manufacturada por el propio Ilhan, una eminencia del dedal y la aguja en Takome.
Jandem se dio la vuelta de nuevo y dejó que Prins se vistiera.
Notó una mano en su hombro, le devolvía su túnica.
Jandem la observó, era toda una mujer, algo salvaje, pero aún conservaba su feminidad.
‘Has llegado en el mejor momento posible, resulta que mi aprendiz…’, hizo una pausa.
‘Mi aprendiz era tan cateto, que he tenido que sacarlo a patadas de Takome’
Prins le observaba, no entendía nada de lo que decía, pero su voz le transmitía una sensación de paz que jamás había experimentado.
En ese preciso instante se miraron fijamente a los ojos, formando entre ellos un vínculo del que ninguno era consciente, que duraría para siempre.
Jandem encontró lo que deseaba, una aprendiz que ocupara el puesto de su anterior aprendiz, que sólo le había traído disgustos.
Y Prins…, Prins salió de la cueva donde siempre había vivido, había experimentado el contacto con otros de su raza, y había conocido a Jandem, pero le quedaba tanto camino por recorrer, no sabía ni leer ni escribir.
Juntos comenzaron una nueva vida, no le resultó nada complicado a Prins aprender a leer, pues Jandem le iba proporcionando pergaminos arcanos, que ella aprendía de memoria, convirtiéndose poco a poco en una experta hechicera.
La magia le fascinaba, en ocasiones Jandem tenía que abandonar las clases, exhausto debido a las exigencias de Prins, que reclamaba una clase y otra, y otra…
No tardaron en ser una pareja de hechiceros poderoso en Takome, siempre que la ciudad se encontraba asediada eran reclamados para su defensa.
Lo que les depara a esta poderosa pareja de hechiceros, aún está por determinar.
-
-
AutorRespuestas
- Debes estar registrado para responder a este debate.