Inicio › Foros › Historias y gestas › Recuerdos y remodimientos
-
AutorRespuestas
-
-
- !Limpieza! – Una familiar voz de mujer anunció desde el exterior de la habitación.
- !Un segundo!
Alembert terminó de ajustarse el peto y pantalones antes de dirigirse a la puerta y abrirle a la joven que lo esperaba mano en cadera con sonrisa socarrona.
- Buenos días tenga el señorito! ¿ha dormido bien su alteza?.
- Ahh… Echaba de menos la hospitalidad takomita y el mal gusto. ¿A cuántos pretendientes habeis apuñalado ya, Mademoiselle? Oh esperad! existen tales? los takomitas se conforman con cualquier cosa…
- !!!ARGH!!! !bribón! .
Una pequeña carrera entre risas por la habitación terminó por espabilar al huesped y sustituir la mueca de la sirvienta por una sonrisa más abierta y sincera. El bardo se posicionó delante del espejo e inspeccionó su aspecto. Con la carpeta de planos sujeta por una mano y descansando contra el torso, ciertamente parecía un estudiante, incluida la actitud distraida. Ladeó la capucha, marca oficiosa del trovador en activo y repasó los planes que tenía para ese día, incluida una cita con una joven cazadora, desconfiada, vigilante y de mirada huidiza. Ojos huidizos, como aquellos otros… El hilo de sus pensamientos hizo que su consciencia se perdiese en ellos y la imagen en el espejo, evocó a otra en la que se veía más joven, con atuendo casi idéntico…
- ¿Ocasión especial?…
Alembert pareció no oir la pregunta, ensimismado, transportado a otro lugar, a otro instante. Una luz proveniente una puerta recien abierta bañaba el salón-recibidor-sala-para-todo de las casas pobres, como el sol de la mañana ese día, sombreando al bardo reflejado en el espejo que era muy consciente de sí mismo en ese momento, arpa en mano, pulgar en una cuerda ( como es menester para soltar la nota y con ello desatar la magia del instrumento ) la otra mano empuñando florete o estoque. Los ojos azorados muy abiertos clavados en el espejo cuya imagen entonces mostraba a sus pies, sentado contra la puerta el cuerpo de un hombre con el vientre abierto de un tajo. Las pituitarias sugestionadas alertaban de muerte y relajación de esfínter en consecuencia de la misma. El terror acudió a él con el baile de sombras que acompañaban al cambio de luz y un rostro infantil le devolvía la mirada cuando la bajó desde el espejo, con la boca abierta como buscando aire y una macabra mueca en el cuello.
Una presión lo devolvió al presente, mirando al suelo de la habitación. La sirvienta lo sujetaba de un brazo, que terminaba en un puño cerrado y le dirigió una mirada a medias inquisitorial y preocupada:
- ¿Estás bien?…
-
Lo estaré – respondió el interpelado sonriendo. – No es como si pensase en dejarte a merced de estos plebeyos barriobajeros que llamas clientes…
-
!JA! no necesito un vejete para protegerme, me valgo solita.
-
!OH! – responde Alembert sobreactuando – tal es así? La sabiduría popular dice: «Cuidaros de los veteranos de una profesión en la que se muere joven»
La joven deja de hacer la cama y se sujeta la cadera con actitud burlona. – ¿Cuantas guerras has librado tú, «soldado»?.
- Sabes que soy más amante que luchador, doncella mía. Au revoir!.
Jajaja !!oye!! !!espera!!
Alembert se para en el pasillo y se inclina hacia atras para dejarse ver por la puerta enarcando una ceja.
- No hagas estúpido vale, ¿viejo? … más que de costumbre me refiero…
Ah… tranquila, !este viejo necesitará alguien que le rasque la espalda más tarde! – responde mientras avanza por el pasillo hasta las escaleras y toma nota de la breve risa. No tenía caso insistir, la preocupación seguiría ahí.
En el piso bajo la viuda propietaria del hostal lo saluda con la familiaridad que crean los años. Tiempo hacía que Alembert era cliente habitual cuando visitaba la ciudad, aparte de animar el ambiente. Cuando el matrimonio proveniente de Nimbor había comprado el local, habían sucedido una serie de ataques, alguna incursión y pequeños incendios; y se habían endeudado para restaurar de nuevo el local recien comprado. Una época de noches oscuras, guardias desnucados y reyes asesinados. Se ubicaba al lado de la vía de Moisés, perfecto para negocios, desastroso en aquellas circunstancias, pero llamó la atención de un Alembert que regresaba a la ciudad despues de años de ausencia. Con él frecuentando y atrayendo clientes fueron superando la situación, mejorando a base de consejos y trabajo duro. Cierta noche y en un altercado con un soldado borracho el marido perdió la vida y el capitán de la guardia hizo como costumbre extraoficial que la patrulla pasara a presentar sus respetos y no dejar que se repitiese desgracia semejante. La mujer seguía recogiendo su cabello con un velo negro aún tras todos estos años y le había confesado a Alembert que contemplaba el grabado que les había dibujado con añoranza.
- La cocina sigue abierta, «madrugador», ¿tentempié como desayuno?
!Ah, piedad! !con una mujer azotándome es suficiente! Parezco un hombre casado… Nada por ahora, os veo despues, mi señora.
¿Y esa prisa? !Te has levantado con energía hoy!
Alembert se paró en el umbral, respiró el aire de la mañana en la urbe y respondió:
- Me siento… joven. Hasta pronto.
Y con una elaborada reverencia emprendió su camino mezclándose con el resto de la fauna urbana, repasando mentalmente los contenidos de la carpeta hasta decidió comprobarlos físicamente y se percató de el pulgar había dejado marca de la presión aplicada. Banjos, bandurrias, arpas, todos esos instrumentos los había llevado con una cinta al hombro para mayor comodidad agarrando con una mano y para dejar la otra mano libre, con el pulgar apoyado en una cuerda. Un estilo que la familia Multani había hecho célebre. Sacudió la cabeza.
«Una regresión al pasado es lo último que necesitas ahora. Esta vez será diferente, no vas a llegar tarde»
Alembert enderezó los hombros y se abrió paso entre la multitud hacia un destino incierto.
-
-!Limpieza! – Una familiar voz de mujer anunció desde el exterior de la habitación.
-!Un segundo!Alembert terminó de ajustarse el peto y pantalones antes de dirigirse a la puerta y abrirle a la joven que lo esperaba mano en cadera con sonrisa socarrona.
-Buenos días tenga el señorito! ¿ha dormido bien su alteza?.
-Ahh… Echaba de menos la hospitalidad takomita y el mal gusto. ¿A cuántos pretendientes habeis apuñalado ya, Mademoiselle? Oh esperad! existen tales? los takomitas se conforman con cualquier cosa…
-!!!ARGH!!! !bribón! .Una pequeña carrera entre risas por la habitación terminó por espabilar al huesped y sustituir la mueca de la sirvienta por una sonrisa más abierta y sincera. El bardo se posicionó delante del espejo e inspeccionó su aspecto. Con la carpeta de planos sujeta por una mano y descansando contra el torso, ciertamente parecía un estudiante, incluida la actitud distraida. Ladeó la capucha, marca oficiosa del trovador en activo y repasó los planes que tenía para ese día, incluida una cita con una joven cazadora, desconfiada, vigilante y de mirada huidiza. Ojos huidizos, como aquellos otros… El hilo de sus pensamientos hizo que su consciencia se perdiese en ellos y la imagen en el espejo, evocó a otra en la que se veía más joven, con atuendo casi idéntico…
-¿Ocasión especial?…
Alembert pareció no oir la pregunta, ensimismado, transportado a otro lugar, a otro instante. Una luz proveniente una puerta recien abierta bañaba el salón-recibidor-sala-para-todo de las casas pobres, como el sol de la mañana ese día, sombreando al bardo reflejado en el espejo que era muy consciente de sí mismo en ese momento, arpa en mano, pulgar en una cuerda ( como es menester para soltar la nota y con ello desatar la magia del instrumento ) la otra mano empuñando florete o estoque. Los ojos azorados muy abiertos clavados en el espejo cuya imagen entonces mostraba a sus pies, sentado contra la puerta el cuerpo de un hombre con el vientre abierto de un tajo. Las pituitarias sugestionadas alertaban de muerte y relajación de esfínter en consecuencia de la misma. El terror acudió a él con el baile de sombras que acompañaban al cambio de luz y un rostro infantil le devolvía la mirada cuando la bajó desde el espejo, con la boca abierta como buscando aire y una macabra mueca en el cuello.
Una presión lo devolvió al presente, mirando al suelo de la habitación. La sirvienta lo sujetaba de un brazo, que terminaba en un puño cerrado y le dirigió una mirada a medias inquisitorial y preocupada:
-¿Estás bien?…
-Lo estaré – respondió el interpelado sonriendo. – No es como si pensase en dejarte a merced de estos plebeyos barriobajeros que llamas clientes…
-!JA! no necesito un vejete para protegerme, me valgo solita.
-!OH! – responde Alembert sobreactuando – tal es así? La sabiduría popular dice: “Cuidaros de los veteranos de una profesión en la que se muere joven”
La joven deja de hacer la cama y se sujeta la cadera con actitud burlona. – ¿Cuantas guerras has librado tú, “soldado”?.
-Sabes que soy más amante que luchador, doncella mía. Au revoir!.
-Jajaja !!oye!! !!espera!!
Alembert se para en el pasillo y se inclina hacia atras para dejarse ver por la puerta enarcando una ceja.
-No hagas nada estúpido vale, ¿viejo? … más que de costumbre me refiero…
-Ah… tranquila, !este viejo necesitará alguien que le rasque la espalda más tarde! – responde mientras avanza por el pasillo hasta las escaleras y toma nota de la breve risa. No tenía caso insistir, la preocupación seguiría ahí.
En el piso bajo la viuda propietaria del hostal lo saluda con la familiaridad que crean los años. Tiempo hacía que Alembert era cliente habitual cuando visitaba la ciudad, aparte de animar el ambiente. Cuando el matrimonio proveniente de Nimbor había comprado el local, habían sucedido una serie de ataques, alguna incursión y pequeños incendios; y se habían endeudado para restaurar de nuevo el local recien comprado. Una época de noches oscuras, guardias desnucados y reyes asesinados. Se ubicaba al lado de la vía de Moisés, perfecto para negocios, desastroso en aquellas circunstancias, pero llamó la atención de un Alembert que regresaba a la ciudad despues de años de ausencia. Con él frecuentando y atrayendo clientes fueron superando la situación, mejorando a base de consejos y trabajo duro. Cierta noche y en un altercado con un soldado borracho el marido perdió la vida y el capitán de la guardia hizo como costumbre extraoficial que la patrulla pasara a presentar sus respetos y no dejar que se repitiese desgracia semejante. La mujer seguía recogiendo su cabello con un velo negro aún tras todos estos años y le había confesado a Alembert que contemplaba el grabado que les había dibujado con añoranza.
-La cocina sigue abierta, “madrugador”, ¿tentempié como desayuno?
-!Ah, piedad! !con una mujer azotándome es suficiente! Parezco un hombre casado… Nada por ahora, os veo despues, mi señora.
-¿Y esa prisa? !Te has levantado con energía hoy!
Alembert se paró en el umbral, respiró el aire de la mañana en la urbe y respondió:
-Me siento… joven. Hasta pronto.
Y con una elaborada reverencia emprendió su camino mezclándose con el resto de la fauna urbana, repasando mentalmente los contenidos de la carpeta hasta decidió comprobarlos físicamente y se percató de el pulgar había dejado marca de la presión aplicada. Banjos, bandurrias, arpas, todos esos instrumentos los había llevado con una cinta al hombro para mayor comodidad agarrando con una mano y para dejar la otra mano libre, con el pulgar apoyado en una cuerda. Un estilo que la familia Multani había hecho célebre. Sacudió la cabeza.
“Una regresión al pasado es lo último que necesitas ahora. Esta vez será diferente, no vas a llegar tarde”
Alembert enderezó los hombros y se abrió paso entre la multitud hacia un destino incierto.
-
-
AutorRespuestas
- Debes estar registrado para responder a este debate.