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El fuego iluminaba el campo de batalla, opacando el trémulo resplandor de la luna. Llamaradas ardientes y larguísimas lenguas de fuego se entrelazaban entre sí en una ardiente danza macabra. En la retaguardia, un gnoll vestido con una túnica chamánica y un bastón adornado con intrincadas runas ancestrales observaba con creciente desasosiego.
Goblins vestidos con estilizadas armaduras de cuero, se movían frenéticamente alrededor de un carromato, descargándolo y guardándolo todo en un carro mucho más pequeño.
– ¡Mi señor! – Un orco de aspecto aterrorizado se acercó a la carrera. – Son demasiados, esto no es un ataque al azar. Gran Hierofante, creo que caímos en una emboscada.
– Proteged el cargamento con vuestras miserables vidas si es necesario- La voz del Gnoll era un rugido gutural.
El orco asintió frenéticamente. Corrió de vuelta hacia la batalla, y giró entre los arbustos perdiéndose en la noche.
El Hierofante de la horda negra aulló al cielo, y nubarrones ocultaron la ya tenue luz de la luna. Rayos comenzaron a caer sobre la contingente dendrita, pero eran bloqueados por escudos de energía. El Gnoll centró más su mirada en el campo de batalla, donde sus Goblins bien entrenados estaban cayendo como moscas, y cayó en cuenta de algo. Los dendritas, ninguno de ellos blandía armas físicas.
– Magos- Susurró con creciente pánico. – Todos son magos. – Eran 500 de sus mejores soldados con 200 chamanes, enfrentándose al grueso del ala arcana dendrita. Dhurkrog calculaba que eran unos 2000 o 3000, aunque los simulacros y espejismos hacían que parezcan más de 10000. Y eso era malo para la moral. Sus soldados, tantos los de armas como chamanes habían sido entrenados por él mismo, y pocas cosas podían atemorizarlos. Pero verse superado en una proporción de 8 contra 1… Bueno, no eran de piedra, y las primeras deserciones ya estaban dándose. Decidió tomar una medida desesperada. Cogió el brazo de uno de los que estaban descargando el gran carromato y ordenó que llevasen a su presencia a los 10 mejores maestros de armas y a los 2 chamanes con rango más alto después de él mismo.
Después de la improvisada reunión, 8 goblins de aspecto duro y serio, un completo anatema de su raza, y 2 orcos de igual estilo, se agarraron a los laterales del carro pequeño, y dos chamanes completamente encapuchados subieron al asiento del conductor. Dos huargos ancestrales llevaron la carga más preciada de la horda negra mientras el grueso se quedaba a morir.
Algunos magos se dieron cuenta de la huida, y se dispusieron a ir en su persecución. Pero el Hierofante no lo permitiría. Alzó la cabeza hacia el cielo, y emitió un sonido tan horrible, tan nauseabundo, tan aterrorizante que la batalla se detuvo por completo durante 5 segundos. Echando sangre por la boca, el gran Chamán se arrojó contra los hechiceros salmodiando palabras profanas. Mil espíritus parecían poseer su cuerpo al mismo tiempo. 2 cimitarras espectrales aparecieron en sus manos, y comenzó a rajar dendritas como si no hubiese mañana. Y quizá para
él no lo habría. Los magos, sorprendidos, al principio morían por docenas, pero pronto se recobraron y comenzaron a contraatacar, olvidando por completo que su misión principal se perdía entre el confuso erial. Dhurkrog sabía que iba a morir, y se había preparado para ello. Lo haría, pero no se iría solo. No era un sacrificio altruista, no. Ya sentía que su cuerpo estaba viejo, hace tiempo se había dado cuenta de ello. Era hora de renovarse. Canalizando la furia de su Dios, concentró toda la fuente de su poder en una sola frase, gritada al infinito.
– ¡Deus me ignis! – Y los hechiceros murieron a millares. Ese día ambos bandos sufrieron un duro golpe, pero el tesoro de la horda negra había sido salvado. Por los pelos.Un viento frío cruzó el mar, pasando por un puerto concurrido y colándose entre una tienda de pesca donde un tendero aburrido se estremeció por un segundo, sintiendo algo que no podía explicar. Después de un momento lo olvidó, volviendo a centrarse en sus asuntos. El viento siguió su camino, ascendiendo por un camino polvoriento y creando remolinos a su paso. Cruzó por encima de un extenso campo de cultivo, y los granjeros se estremecieron con un mal presentimiento, mientras en algunas cabañas ancianas se santiguaban con movimientos frenéticos. El viento se introdujo en una ciudad, y casi fue deshilachado en su esencia por su ambiente ponzoñoso. Intrigas, depravaciones, mentiras, corrupción. El viento, más oscuro y con un frío más potente, salió por la puerta norte y siguió ascendiendo por una llanura, por unas montañas, y se acercó a una torre de aspecto amenazador. Aumentó su velocidad, y ululó entre las grietas de sus paredes, y descendió como remolino por un pasadizo, golpeando los rostros de los guardias de Mor Groddûr.
En uno de los pasillos residenciales, un gnoll peleaba con otro a muerte con las manos desnudas. Ambos presentaban heridas cruentas y desgarradoras. Uno de ellos, el más grande, consiguió rodear con sus manazas el cuello de su contrincante, empezando a apretar. El más pequeño, retorciéndose en agonía, sacó un puñal de algún sitio y lo apuñaló repetidas veces por la espalda. El enorme gnoll soltó el cuello del otro con un movimiento convulsivo mientras soltaba una espuma sanguinolenta por la boca. El pequeño arrojó el cuerpo a un lado con repugnancia y se incorporó con dificultad.
– La pelea era a muerte, sucia hiena. A muerte ¡y sin armas! – La voz aflautada de un goblin salía atemorizada de un pequeño hueco en una de las paredes. El gol, sonriendo con malicia, se acercó hasta él con deliberada lentitud. Una vez frente al hueco llevó una mano detrás y arrancó el brazo del caído, mientras ocultaba con su cuerpo la vista del gobelino.
– ¡Que! qué. que haces!
Con un movimiento veloz metió el brazo cercenado hasta el codo, sin dar tiempo a que el gobelino se diese cuenta. Escuchó como el miserable apuñalaba con frenético pánico el brazo del cadáver. Soltó una carcajada salvaje y de un rápido tirón sacó al gobelino de su escondrijo. Dos dardos silbaron en el aire, y tanto el gobelino como el gol cayeron al suelo como sacos rotos. De entre las sombras salió otro gol de aspecto mucho más cuidado. Se veía joven, prácticamente un niño aún, pero sus ojos brillaban con una inteligencia extrañísima en su raza. Miró a ambos lados del pasillo, y se acercó rápidamente a los cuerpos. Comenzó a moverlos, creando una escena donde parecía que el gobelino había muerto de sus heridas después de haber apuñalado a traición al gol ganador. Sonriendo, se dispuso a alejarse. Poco a poco, estaba logrando tomar el control de todas las pandillas desorganizadas que habitaban en la torre. Con suerte y astucia quizá llegue a ascender en la horda creando él mismo la suya propia.
Un viento oscuro y helado pasó por el corredor por encima de los cuerpos aún calientes, y estos parecieron temblar en la propia muerte. Alcanzó al joven Gol por la espalda, tirándolo al suelo con violencia. El viento se convirtió en un remolino dejándolo en el centro. Su grito se perdió en el rugido del viento. Rayos violáceos comenzaron a girar dentro, recorriendo al joven. Se deslizaron, reconocieron, probaron. Y estuvieron complacidos. Comenzaron a introducirse por su boca abierta, ahogando el grito inaudible. La luz violeta comenzó a brillarle en los ojos y por debajo de la piel. Una intrincada red de cicatrices comenzó a cubrir su piel, mientras los cuidados huesos de sus nudillos se aplastaron, se quebraron y se ensamblaron de mala manera. El remolino alcanzó un clímax, y se desvaneció de repente.
El cuerpo cayó al suelo con un ruido sordo, y permaneció allí durante horas. Unos ligeros pasos se acercaron a él con titubeo. Un pequeño gol miraba a lo que una vez fue su hermano con desconfianza. Abrió la boca para llamarlo por su nombre, pero las palabras se convirtieron en un quejido ahogado cuando una garra mortal se cerró alrededor de su cuello, rompiendo los frágiles huesos sin ninguna dificultad. El joven Gnoll abrió los ojos, y una mirada negra mucho más vieja y sabia se regocijó con el cadáver. Sabía que tendría que volver a escalar su camino hacia la cima de la horda negra, pero eso no lo preocupaba. Muchas piezas se habían puesto en juego mucho antes previniendo todo aquello. Los dendritas pagarían. El estar muerto le había enseñado muchas cosas. Cosas horribles pero deliciosas. Aquellos sucios paliduchos no tenían ni idea de lo que habían despertado.
– ¡¡¡¡GROAURRRRGHGHHRRRR!!!!
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