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Decir que el pueblo eldorense además de adorar a Hiros también le rinde culto al dios de la burocracia no sería una exageración. No del todo, al menos.
Permisos, formas, solicitudes y demás trámites se entrelazan en un intrincado laberinto de a primera vista complicado papeleo, que sin embargo para sus empleados se despliega claro como el más fino cristal, con amplias y cómodas avenidas para desplazarse por sus entrañas de papel.
Tal sistema, aunque maldecido por muchos (entre los que en ocasiones se cuentan sus propios manejadores) resulta necesario para dirigir un reino tan grande como Eldor, en el que el estado gobierna supremo y lo dirige todo. Esto en opinión de los sucesivos guías y sus consejeros, por supuesto.
Dejando de lado la discusión de su efectividad, una verdad objetiva es que hasta ahora les ha servido muy bien. Desde las funciones típicas de una burocracia como el registro de nacimientos y defunciones, pasando por otras más particulares de Eldor como llevar la cuenta de quien ha donado que a los almacenes, los trueques acaecidos a diario, o quienes ingresan a la educación brindada por el templo de Avarana o por monjes particulares, el actual sistema lleva fielmente los registros de esta y más información, permitiendo luchar contra la corrupción y tener un rastro de papel sobre cada ciudadano.
Hablando de rastros de papel, uno nuevo comienza a medida que la pluma de un monje escribano completa por triplicado (para los 3 grandes archivos de Avarana, Aethia y la capital) un acta de nacimiento en blanco. A nombre de un tal Naheim Dalaryon, esta no se diferenciaría de otras que se rellenarían aquel día o que ya se habían hecho tiempo ha, no dando pista sobre los tiempos interesantes que muchos de estos niños vivirían.
Hijo de Nirien y Laryana, ambos aún vivos por fortuna, el pequeño Naheim nacería en las estancias del templo, creciendo a medida que las tensiones aumentaban. El niño no se percataría de tal cosa hasta años después de superar su educación básica y ser elegido para el entrenamiento de monje Valar enorgulleciendo a su padre, un consumado monje el mismo.
La verdad le fue revelada por Nirien, mientras Naheim jugaba con el arco de su madre. Tanta tensión y conflictos entre grandes maestros se debía al khaldar, puesto que una facción que proponía grandes cambios comenzaba a cobrar mayor fuerza.
Había quienes veían que el centenario arte marcial y sus practicantes se iban quedando obsoletos, y que si no se adaptaban a los nuevos tiempos el resto del mundo les superaría con sus hechizos y armas modernas. Prueba de ello decían, la quema del almacén por parte de los dendritas o el lento declive del reino. Mientras, sus contrarios argumentaban que tal sugerencia era una blasfemia contra Hiros y que las excusas esgrimidas eran poco más que excepciones en un mar de eficacia. ¿Además, por qué modificar lo que ya había demostrado de sobra su idoneidad?
Y así, entre argumentos y discusiones la cosa había ido escalando lentamente, hasta que una pelea entre grandes maestros pasó de ser todo un acontecimiento a algo normal de ver por las estancias del templo, dividiendo más y más a los monjes en el proceso.
Por desgracia aquellas peleas se convertirían en un intento de golpe que estallaría tan repentinamente que pillaría a todo el mundo por sorpresa.El nuevo khaldar poco a poco ganaba más adeptos, a medida que un duelo tras otro demostraba la superioridad de tal técnica. Sin embargo, tantas derrotas causaban que la indignación de los defensores del khaldar tradicional se convirtiera en odio al mismo ritmo, que contagiaron a todo aquel que lograsen influir. Este odio se terminaría anquilosando, dando a luz un plan para conservar la pureza de su fe y eliminar lo que ellos veían como una herejía.
Y entonces, cuando hubieron colocado todas las piezas en su sitio el monje atacó al monje, y quienes debían cuidar y proteger derramaron la sangre de aquellos a los que les debían tal protección.
La traición empezó con fuerza. En un momento en el que la mayor parte de los monjes y la guardia del templo se hallaban fuera, importantes puntos del templo fueron tomados rápidamente, y muertos fueron la mitad de aquellos que se consideraban objetivos prioritarios.
Los combates se extendieron por toda la isla, involucrando a todos los que allí se hallaban. Luchas para asegurar el puerto y el Adrelsen, los altares, la biblioteca, los patios y las salas de entrenamiento… Incluso los aprendices como Naheim se vieron atrapados, a pesar de su juventud.
No fue por negligencia de los monjes leales, pues aquellos que no podían pelear fueron rápidamente movilizados a puntos fuertes como el archivo de avarana, para que estuviesen a salvo detrás de sus gruesos muros y sus fuertes protecciones clericales. Empero esto no fue suficiente. Mientras un humilde monje escribano y un escuadrón de lanceros poco notables defendían las puertas del que quizás era el peleador más hábil del templo y sus más fuertes seguidores, un aprendiz traidor guio a un grupo de sus congéneres y a un monje por pasadizos secretos olvidados, que conducían al interior de aquel edificio. De aquella cruel manera Naheim y otros tantos adquirieron experiencia de combate real, fuera del ambiente controlado de las esteras de entrenamiento.
De alguna forma, quizás por un milagro del propio Hiros, un monje cuyas habilidades de combate eran proporcionalmente inversas a su destreza con la pluma y un escuadrón de lanceros menos que mediocres en su arte, pagando con muchas vidas, consiguieron derrotar al exponente del Khaldar tradicional y a sus monjes curtidos por la batalla. A su vez, unos pocos alumnos a medio entrenar hicieron lo mismo con aprendices mayores, y un monje Valar de todas las cosas. Menester es mencionar que aquel monje si bien era bastante promedio y no sobresalía en ninguno de los estilos o disciplinas del Khaldar, seguía siendo un monje totalmente formado.
Y como si aquella derrota fuese una señal, el ataque de los traidores perdió fuelle con la misma rapidez con la que comenzó. Pronto la batalla alcanzó un incómodo punto muerto, puesto que mientras los traidores superaban a los leales en número, habían perdido a la mayoría de sus mejores luchadores. Así, la batalla se convirtió en una larga lucha por uno que otro patio o cámara, hasta que ellos llegaron.
Capas rojas. Arcos y flechas carmesí. Lanzas de roble y mithril. Guantes negros… El puño izquierdo rojo del guía.
De lealtad más que comprobada y habilidad aún mayor, curtidos por docenas de guerras a sus espaldas, entrenados especialmente para contener a las fuerzas más peligrosas del reino en caso de traición. Los propios monjes.
El enemigo no duró mucho, pues fueron abatidos por rápidas lluvias de jabalinas y flechas, ensartados por lanzas con filos bermellón y abatidos a manos de monjes de guantes negros, terminando de una vez por todas con aquel conflicto. En la isla, al menos. Por desgracia los monjes traidores lograron escapar, refugiándose en fortalezas abandonadas en las naerei, llevando consigo todo aquel tesoro con el que pudieron arramblar.
Una vez Avarana liberada de peligro todos los sobrevivientes fueron recuperados, los heridos sanados y los muchos muertos preparados para los ritos mortuorios, entre los que por desgracia se encontraba cierto monje escribano.
Las consecuencias de tamaña traición son merecedoras de sus propias historias, pues marcaron a toda una generación. No solo con la aceptación generalizada de los cambios propuestos al khaldar, también con una nueva guerra, cuyos estertores finales siguen sacudiendo hoy en día las estepas de Eldor.
Tomos y tomos de historia se han escrito sobre las hazañas y derrotas alcanzadas en la batalla, por muchos grandes nombres cuyas andanzas comenzaron aquel fatídico día. Naheim, por ejemplo. Antes de la traición era un aprendiz poco notable, con problemas para dominar la focalización. Durante la guerra su nombre fue creciendo, pues se convertiría en un destacado monje peligroso por su peculiar estilo de lucha y su liderazgo de grandes escuadrones de lanceros.
Pero, aunque la guerra ya esté acabando, aún quedan peligros que afrontar: Eldor lucha para adaptar sus costumbres al uso del dinero, en un intento de mantener estable su economía y abrirse a los reinos aliados. Los shauntars aprovecharon el cisma para hacerse fuertes, cosa que se empieza a notar en las costas y las posiciones fronterizas. La guerra por la ruta boreal contra Golthur cada vez pide más y más recursos. Además, aún quedan cuentas pendientes con Dendra
Ojalá Eldor sea lo bastante fuerte como para superar dichos retos airoso, pero eso es algo que queda por ver.
Rol:
A diferencia de muchos de sus mayores, Naheim es una persona muy abierta de mente. Sabiendo que, si bien su modo de vida lo hace feliz, no es el único camino correcto. Y que, a pesar de todas sus ventajas, tanto Eldor como el khaldar pueden y deben aprender de los modos del exterior si quieren ser capaces de aliviar las pesadas cargas que yacen sobre sus hombros.
Afectado por sus vivencias no es una persona que tolere bien la traición o el injustificado quebrantamiento de la palabra dada, ni tampoco alguien que pueda perdonar fácilmente.
Alegre en lugar de circunspecto, suele luchar con una suave sonrisa sabiendo y aceptando que disfruta de la batalla, encontrando el equilibrio a su propia manera.
Objetivos:
Viajar por toda Eirea y observar tantos estilos de lucha locales como le sea posible, para aprender de ellos lo que crea pueda mejorar el khaldar.
Crear y mejorar las alianzas ya existentes entre Eldor y los reinos neutrales o benignos, tanto a nivel político como entre individuos.
Ayudar a acrecentar el poder económico y militar eldorense, mejorando así la calidad de vida y la seguridad de sus habitantes.
Recuperar, de entre los tesoros que aún faltan por recobrar, un medallón de Hiros de mucho valor personal, pues este es el símbolo que selló el casamiento de sus padres, cuya medalla y cadena de mithril también representan la solidez de los vínculos de su familia.
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